sábado, 26 de diciembre de 2020

EDGARD, EL COLECCIONISTA- UNA BOLSA DE MONEDAS

EDGARD, EL COLECCIONISTA UNA BOLSA DE MONEDAS Tanto Navidad como año nuevo son fechas con muchos decesos. En el caso en particular que voy a contarles, el fallecido pereció en vísperas del cambio de año, donde quería aprovechar, además, para celebrar su retiro, muy postergado, luego de demasiado tiempo dedicado a una obsesión por el trabajo. Marcos era un hombre de familia, a la que quería brindarle lo mejor que podía, al haber sufrido una infancia de pobreza. Su empeño por progresar lo llevó a esforzarse fuera de su hogar muchas horas. Para hacer crecer el patrimonio económico, se perdió los mejores momentos del crecimiento de sus hijos, y compartir con su esposa conversaciones y vivencias que postergaba: siempre pensaba que llegaría la ocasión oportuna para compensar esas carencias, reemplazadas, a su criterio, por la bonanza económica que les brindaba. Así fue que, por prolongadas reuniones de trabajo, no vivió los primeros pasos y palabras de sus niños, sus actos escolares, eventos deportivos, jugar con ellos, conocer sus gustos y sueños. En cuanto a Dora, su esposa, a la que al igual que a sus chicos, agasajaba con posesiones materiales, que para ella no tenían un valor concreto en su corazón, se sintió siempre sola, criando a sus hijos con un marido ausente, que llegaba agotado, sin ánimo de escuchar los cambios, logros y anécdotas de la familia. Se le quedaban atragantadas de tristeza en el pecho las palabras que Marcos interrumpía comentando su cansancio, y el crecimiento económico que implicaba. Cuando por fin se decidió a terminar su vorágine de trabajo maratónico, se dio cuenta, asombrado, de que sus hijos eran ya hombres, y lo poco que sabía de ellos y sus nietos. En cuanto a Dora, se percató que había dejado pasar la juventud de su esposa, y la propia, sin disfrutar de momentos compartidos, de camaradería, de la tierna frescura que lo enamoró de ella. Se prometió compensar tantas carencias, con el comienzo del nuevo año, y reencontrarse con sus afectos, y recuperar todo el tiempo perdido. Pero antes de la celebración, su corazón falló, y murió con sus proyectos truncados. Cuando Dora vino a hacer los arreglos para su despedida, me comentó, con voz temblorosa: -Señor Edgard: usted dirá que estoy loca, pero le juro que anoche me despertó Marcos, llorando silenciosamente al pie de la cama, señalándose el pecho, como si algo le molestara allí. ´´Fue impactante y triste. No sentí temor, pero si una gran impotencia, porque sé que aún muerto está sufriendo, y no sé cómo ayudarlo. -No creo, Dora que esté loca. Permítame un pequeño lapso de tiempo, y averiguaré cómo podemos solucionar esa aflicción. Al poco de retirarse la viuda, llegó Tristán, mi ayudante, trayendo el cuerpo de Marcos en la ambulancia para prepararlo. No bien lo dispusimos en la camilla, su espectro hizo su aparición. Triste, lágrimas imparables manaban de unos ojos desconsolados, oscuros como dos cuevas sin fondo. Se señalaba el pecho, y lo golpeaba con angustia. Nos miramos con Tristán, esperando que el pobre espíritu pudiera expresar su aflicción. Se abrió la camisa, y luego el tórax, en donde en vez de haber un corazón, se encontraba un saco de tela percudido, que se arrancó con rabia. La bolsa se abrió contra el suelo, derramando monedas oxidadas, retorcidas. Por esa basura, el pecho de Marcos estaba vacío y desolado. -Mi querido amigo: no le dejaremos marcharse con esa tristeza. Yo me encargaré de darle el consuelo que necesita para irse en paz. Le pedí a Tristán que corriera a casa de Dora a pedirle una lista de cosas puntuales que necesitaba, y que le contara mi propósito. Con la atenta mirada compungida del espectro sobre mí, practiqué a su cuerpo una ablación de corazón, muy deteriorado, por cierto. Lo coloqué en un frasco con conservante, y lo ubiqué en la bolsa deslucida con las monedas inservibles acumuladas. Al llegar Tristán, me entregó las cosas que le había solicitado. Fotos familiares, cartitas de los niños, manualidades y artesanías escolares, esquelas amorosas de Dora, pequeños recuerdos de los nietos, pasaron de mis manos al pecho del cuerpo, donde los coloqué reemplazando el desgastado corazón de Marcos, que observaba desde su presencia espectral mis maniobras. Una sola fotografía, la más hermosa, que retrataba a toda la familia, unida y feliz, la reservé para colocarla en la bolsa, que dejé cerrada. Una luz comenzó a esplender en el pecho del fantasma, que se fue cerrando, una vez completado ese vacío con los símbolos del afecto que no pudo compartir en vida, por haber hecho una elección equivocada con su tiempo y energía. Marcos dejó de llorar. Una sonrisa de consuelo y bienestar iluminó su rostro. Con un gesto de despedida, se transformó en un haz de luz, que nos atravesó llenando de energía positiva nuestros espíritus, pasó por la bolsa, renovando su tela raída, y estallando en chispas de colores, se esfumó con mansedumbre. Cumplida la misión de darle paz al pobre hombre, me aboqué a preparar debidamente su despedida, sin asombrarme en absoluto en cómo el rictus crispado de su rostro había sido reemplazado por un semblante sereno y distendido. En este mundo tan materialista, mis amigos, donde adquirir bienes obsesiona a todos, haciéndonos perder valiosísimos momentos con los afectos, la nueva etapa que se inicia es un muy buen momento para plantearnos prioridades a futuro. La bolsa que forma parte de mi colección, donde una foto feliz con la familia sanea monedas inútiles, y un corazón colapsado, me lo va a recordar siempre. Felicidades desde La Morgue. Vivan bien, tomen decisiones adecuadas. Porque todos terminamos acá…

viernes, 18 de diciembre de 2020

EDGARD, EL COLECCIONISTA- LAS CADENAS DE LA CULPA

EDGARD, EL COLECCIONISTA LAS CADENAS DE LA CULPA Jamás me había ocurrido el no disponer de la capacidad operativa como para hacerle frente a mi trabajo de forma prolija. Me comunicaron que se habían procesado en la morgue judicial trece cadáveres, de los que ya disponían los familiares para su despedida. Tenía dos salas habilitadas, y podría acondicionar una tercera, si dividíamos en dos o tres días y doble horario. Los parientes no deseaban los servicios de otras funerarias en pueblos vecinos. ¿Por qué tantos fallecidos? ¿Y todos suicidas? Es una historia muy extraña. Días anteriores, prácticamente todos los habitantes del pueblo recibimos llamadas sin identificar. Eran más o menos así: -¿Estoy hablando con xxxx ? -Si. ¿Con quién tengo el gusto? -Eso no importa. Solo le quiero avisar que sé muy bien lo que ha hecho. Con todo lujo de detalles. Fotos, filmaciones y audios. Si no lo hace público usted mismo, en el plazo de doce horas, me encargaré de que todo el pueblo se entere, y de la peor manera… Yo, como la mayoría de la gente, lo tomó como una broma de mal gusto, o una llamada equivocada, y corté, Se fue de mi memoria hasta el suceso que tengo entre manos. El caso es que no todos restaron importancia al asunto. Diecisiete personas intentaron matarse. Solo cuatro se salvaron. Cuando se les interrogó sobre la razón de una decisión tan terrible, confesaron que se quebraron con la amenaza de la llamada. Un adolescente se desesperó por haberle mentido a sus padres respecto a sus calificaciones del colegio: les había convencido que había terminado sus estudios secundarios, cuando en realidad tenía varias materias pendientes, que impedirían su ingreso universitario. Intentó matarse ingiriendo un fármaco que le provocó una diarrea espantosa, y una alergia horrible. Un caballero, que hacía años usaba de fachada a una amiga, declarada como novia, para ocultar su condición de gay, intentó colgarse, terminando con una torcedura de cuello y varios moretones, además de lámpara y techo destrozados, para descubrir, con aliviada sorpresa que todos sus familiares y amigos conocían su homosexualidad, y no veían absolutamente nada de malo, pero no querían mencionarlo, ya que él mismo no deseaba comentarlo. Una secretaria enamorada de un jefe casado, e indiferente con ella, se tiró delante de un coche en una calle de mucha circulación. Había puesto ´´un amarre´´ en el café del hombre, y moría de vergüenza de que se supiera su estupidez. Ahora estaba de licencia, con la pierna enyesada, y la convicción de que no se puede conseguir amor por la fuerza. Un empleado de farmacia, que hurtaba ansiolíticos a los que era adicto, quiso, arrepentido y desesperado por traicionar la confianza de su empleador, al que apreciaba mucho, matarse con ellos. Le lavaron el estómago, y entre su jefe y familia, le brindaron ayuda para salir de su adicción, devenida por una depresión. Los trece que no se salvaron eran otra clase de historia. Todos dejaron cartas de confesión y disculpas. Gracias a ellas se resolvieron asesinatos. Se descubrió que una partida de remedios oncológicos fue reemplazada por un placebo, que les aplicaban a los pobres enfermos, mientras se vendían por fortunas las drogas que les hubieran salvado del cáncer. Se supo del abuso de varios menores. Por parientes muy cercanos. Incluso, sus propios padres. Fue desbaratada una red de tráfico de órganos: secuestraban gente, generalmente sin techo, jóvenes, que nadie reclamaba ni echaba en falta. Cayó una secta que prostituía muchachas atrayéndolas con promesas de espiritualidad. Y más cosas terribles. Ya puesto en la organización de los velatorios, con Tristán, mi ayudante, el aire empezó a oler extraño. Parecía el de la baquelita quemada, cuando hay un corto eléctrico. Se nos erizó la piel. De inmediato, trece abominables apariciones, hombres y mujeres, marcados, extrañamente con una cruz de ceniza en la frente, todos con gestos de aflicción indescriptible, se nos presentaron, mostrando sus manos, amarradas con cadenas al rojo vivo. Reconozco que estaba muy furioso con todas esas almas impuras, y que estuve a punto de expulsarlas con desdén, si no hubiera visto el gesto compasivo de Tristán. Se me llenaron los ojos de lágrimas. ¿Cómo se acabaría la injusticia en el mundo si nadie toma la iniciativa de perdonar y mejorar? Alzamos, son Tristán, nuestras manos, temblorosas las mías, sobre la congregación de suicidas. Captamos las vibraciones de culpa y arrepentimiento. Algunas, realmente desgarradoras. Comenzamos una oración que resonó en la noche como un extraño instrumento de viento, mientras fluctuaban las luces de la oficina. De pronto, un sonido metálico interrumpió nuestra letanía. Se habían roto las cadenas candentes de los espectros sufrientes, dejando caer un eslabón de cada una de ellas. Las apariciones se llevaron las manos al pecho, en un gesto de alivio resignado, y se fueron esfumando lentamente. No sé si fueron perdonados, con semejantes pecados a cuestas, pero pudieron abandonar el plano terrenal y el sufrimiento de sus horribles culpas. Recogimos los trece eslabones del suelo, rezando por las personas perjudicadas por los suicidas, y luego las ubicamos en un estante especial de mi colección, para que me recuerden no que no debo perder nunca la capacidad de perdonar, ayudar, y no dejarme ganar por la ira. Era el momento de poner manos a la obra con el velatorio más grande que había oficiado jamás. Me acosa una duda que quiero develar cuanto antes: ¿quién realizó las llamadas masivas? ¿Es un emisario del bien o del mal? Lo averiguaré en cuanto pueda. Los saludo, mis amigos, con la reflexión de pedir ayuda cuando algo muy pesado los abrume, o brindarla cuando alguien se encuentre desesperado: los cuatro suicidas que se salvaron de la muerte no hubieran intentado algo tan drástico si hubieran contado con alguien en quien confiar de corazón. Los espero con mis historias en La Morgue.

sábado, 12 de diciembre de 2020

EDGARD, EL COLECCIONISTA- TÓXICOS

EDGARD, EL COLECCIONISTA TÓXICOS -Mil disculpas por molestarlo con mis cosas, señor Edgard. - me dijo Angelina, la joven hija de una pareja fallecida recientemente. -No es ninguna molestia, señorita. Créame que comprendo muy bien los motivos que la traen por aquí. -No puedo evitar preguntarle: ¿Está usted absolutamente seguro que papá estaba muerto cuando lo enterramos? -Totalmente, Angelina. Por el acuerdo estipulado en las especificaciones sobre sus exequias, le practiqué un embalsamado. No voy a entrar en detalles sobre el procedimiento, pero le aseguro que su padre no estaba vivo. Sin ningún lugar a dudas. Angelina asintió, me tendió la mano, muy pálida, y se despidió. -Antes de que se retire, querida, quiero que se quede usted tranquila: ambos descansan ya en paz. Sus ojos cansados se llenaron de lágrimas, y sin agregar palabra alguna, se fue. Hacía una semana había oficiado el velorio de Amado, casado con Maribel. El hombre había fallecido en medio de una acalorada discusión con su mujer. Ambos eran conocidos por sus largas peleas, por los motivos más variopintos y ridículos. Aunque nunca llegaron a la violencia física, los gritos y acusaciones mutuas a cualquier horario del día tenían cansados a los vecinos. Sobre todo, a una anciana señora, que compartía una tapia, y que detestaba el escándalo en todas sus formas. Durante el velorio, doña Eleonora me había contado, a modo de desahogo, que la pareja sostenía reyertas a grito pelado con excusas de celos, malos entendidos, economía hogareña, política, hasta fútbol, inclusive, en forma insufrible. -Pero eso no terminaba allí, señor Edgard. Si eran ruidosos y molestos sus desencuentros, más aún lo eran sus reconciliaciones. Esa gente no sabía hacer nada sin gritar como cerdos en el matadero. Mientras Eleonora me comentaba, escuchaba el llanto desgarrador de Maribel, asistida por Tristán, mi ayudante, para tranquilizarla. No solo a los vecinos alteraba esta conducta del matrimonio. Su propia hija, Angelina, se había marchado del hogar para hacer su vida lejos de sus padres, porque no los toleraba más. El punto que perturbó a la joven, fue que a la noche siguiente del entierro, encontraron a Eleonora muerta en su cama, con una extraña sonrisa de satisfacción en el rostro. La autopsia reveló que fue un deceso natural. Lo que llamó la atención fueron dos cosas: si bien la casa no tenía ningún signo de entrada forzada, se encontraron huellas embarradas de un calzado masculino, desde la entrada hacia el lecho matrimonial. Lo segundo, esto más enigmático aún, fue que la tumba de Amado había sido extrañamente profanada, ya que la rotura del féretro, según el comisario, (y yo le creo absolutamente), fue realizada desde el interior hacia afuera. La tierra estaba removida, y si bien encontraron el cuerpo dentro del maltratado ataúd, este no se hallaba en el estado en que yo lo preparé para su despedida, y en su puño cerrado, tenía la alianza matrimonial de Maribel, y le faltaba su propio anillo nupcial, encontrado en la mano rígida de su esposa. El finado también presentaba un gesto de enigmático placer que no tenía en sus pompas fúnebres. Cuando velamos a Maribel, Eleonora, en forma discreta, pero determinada, me llevó a un aparte para hablar. -Mire, don Edgard. No me queda mucho tiempo en este mundo. Y no me pienso ir de él sin contar lo que escuché, aunque me tomen de vieja loca. ´´La noche que murió Maribel, me despertaron los gritos destemplados de los dos. -¿Los dos? ¿A qué se refiere? -Pues que escuché claramente la voz indignada de Amado, recriminando a su esposa haberlo dejado marchar solo, que siempre había sido así de egoísta, que seguro tenía a otro para reemplazarlo, aprovechando su muerte, y cosas por el estilo. Se me heló la sangre. ´´Maribel no se quedó atrás. Lo acusó de abandono, de infidelidad con alguna difunta, de ingratitud, y otras incoherencias por el estilo. ´´Así estuvieron un rato largo, grita que te grita, discute que te discute, hasta que se arreglaron, y empezaron a chillar, usted me entiende, de otra forma, mientras golpeaba el respaldo de su cama contra la pared de mi cuarto. ´´Obviamente, no pegué un ojo toda la noche de pesadilla, ni siquiera cuando por fin hicieron silencio. ´´¿Piensa usted que estoy loca, Edgard? Le tomé las arrugadas manos frías entre las mías, para confortarla, y le dije que le creía, y que ni bien averiguara más datos, la tendría al tanto. No tuve que esperar mucho para cumplir mi palabra. El comisario Contreras me dio los detalles de la violación de la tumba de Amado, y las huellas que iban desde su supuesto lugar de descanso eterno hasta su casa. La lluvia había transformado en lodazal la tierra del cementerio. Al parecer, Amado no podía descansar en paz sin resolver su complicada relación con Maribel. Ni siquiera su espíritu pudo abandonar el cuerpo muerto hasta lograr una última y acalorada discusión con su esposa, por lo que salió, simplemente de su tumba, y visitó por última vez a su mujer para dejar sus pullas pendientes resueltas. -Le dejo, Edgard, las alianzas intercambiadas de cuerpos. No es lo correcto, pero no son evidencia de ningún crimen, y sé que usted las apreciará, y las usará para rogar por el descanso de esas almas tan belicosas. Así que visité a Eleonora para dejarla tranquila, diciéndole que no solo le creía, sino que corroboraba su historia de cabo a rabo. -¿Piensa usted que esos dos podrán descansar en paz? -Estoy en condiciones de asegurarlo. Los enterraron en tumbas contiguas. Y cerraron su ciclo de disputas y reconciliaciones con amor mal entendido. ´´Ya son libres, Eleonora. Me queda por contar que las alianzas, que forman parte de mi colección, se fundieron formando un símbolo del infinito, muy bello, por cierto. Y si bien nada de esto se lo dije a Angelina, ella pudo quedarse tranquila respecto a sus tóxicos y complicados padres, y su enorme confusión sobre el complejo tema del amor. En el fondo, sé que todos conocemos a alguien capaz de salir de una tumba para continuar una disputa con la excusa de un apego enfermizo disfrazado de afecto. ¿O no? Los saludo, amigos míos, esperándolos en La Morgue, y si quieren, les muestro, de paso, los anillos fundidos, y el resto de mi colección.

viernes, 4 de diciembre de 2020

EDGARD, EL COLECCIONISTA- DEEP WEB

EDGARD, EL COLECCIONISTA DEEP WEB Estaba trabajando en mi escritorio, cuando mi asistente, Tristán, entró para anunciarme una visita, con cara de profundo desagrado. -¿Qué te ocurre, mi amigo? -Hay un caballero que desea hablar con usted. Trae una energía muy extraña, señor Edgard. Y no se retirará solo de aquí. -No comprendo lo que dices. -Lo verá usted mismo, si me permite hacerlo pasar. -Por supuesto. Entró un sujeto finamente vestido, de porte imponente y desenvuelto. Se presentó como René, sin aclarar si era su nombre o apellido. -Estimado caballero: me han hablado muy bien de usted. Maravillas, realmente. ´´Es una lástima el receso económico que estamos sufriendo todos. Y teniendo en cuenta su enorme prestigio, sería una pena que su actividad comercial se viera resentida por estas adversas circunstancias, ajenas a su excelencia y profesionalismo. -Es verdad que no estoy exento a la depresión de divisas que nos acontece. Aun así, me gusta pensar que lo que ofrezco es un servicio, más que una transacción comercial. ´´Pero no me comenta todavía a que debo el honor de su presencia. -Verá, Edgard. Soy un empresario, como usted mismo diría, de servicios, también. Estos son variopintos. Soy una persona que cubre campos desatendidos por el común de las empresas tradicionales. ´´Hoy por hoy, mi acción se desarrolla en internet. ´´Los tiempos han cambiado, Edgard. La gente tiene necesidades y pulsiones nuevas. ´´Lo que socialmente es repudiado, por prejuicios sin sustento, encuentra un lugar en la red profunda, sin hacer daño a nadie. -René: me está poniendo nervioso. ¿Quiere hablarme claro y sin vueltas? -Solo estaba poniendo un contexto. Existe un grupo selecto de personas que tiene un gusto algo particular, que disfruta muy especialmente, y paga muy bien por ese placer. Verá: atesoran ver el proceso de putrefacción de un cadáver, tanto en tiempo real, como adelantando la filmación, tal como se ve la apertura de una flor, con la paciente toma de imágenes, aceleradas técnicamente. ´´Yo tengo la tecnología para colocar dentro de un ataúd cámaras infrarrojas que capten el paso a paso del proceso para ser transmitido a mis clientes en la Deep Web, con excelentes ganancias. ´´Las nuevas costumbres funerarias, donde predominan las cremaciones, y entierros tradicionales con personas inescrupulosas, que después de pactar conmigo la inserción de los elementos que le mencioné en los féretros recurren a chantajes y presiones odiosas, ya que nuestra sociedad retrógrada hace que mi negocio no sea considerado legal, me lleva a proponer este negocio a caballeros prestigiosos como usted, de lugares discretos, en pueblos alejados. -Me ha dejado sin palabras. ¿Quiere violar el descanso de un cadáver para que un grupo de pervertidos se regodee viendo cómo se pudre? ¿Entendí bien? ¿Qué clase de enfermos pueden disfrutar con algo tan retorcido e inmundo? ¡Y usted lo comercializa! -¡Por Dios, señor Edgard! ¡No estamos hablando de pedofilia, ni de prostitución! Es simplemente un disfrute poco convencional, lo admito, pero nadie sale dañado. Y le aseguro que si le menciono las cifras que están en juego, sus parámetros morales se ampliarían bastante. Estamos hablando de un negocio millonario. -René: la gente me confía a sus seres queridos para brindarles su último descanso y homenaje de despedida, no para transformarlos en un espectáculo retorcido y abominable para enfermos mentales en internet. ´´No estoy pasando un buen momento económico. Es muy cierto. Pero ´´mis parámetros morales´´ no son negociables. ´´Me veo obligado a rogarle que se retire, por favor. Y que no se acerque a los empresarios fúnebres de los pueblos cercanos, porque me encargaré personalmente de que le cierren la puerta en la cara. ´´Lo que me propuso me asqueó totalmente. Una mueca de desprecio le atravesó la aristocrática cara. -Lamento su falta de miras y estrechez mental. Como excepción, por si lo reconsidera, le dejo en mi tarjeta. Consúltelo con la almohada, y se dará cuenta de que se pierde una excelente fuente de ingresos por algo que no perjudica a nadie. Me dejó su tarjeta en mi escritorio, y dedicándome una última mirada altiva, dio media vuelta hacia la salida. En cuanto hizo este movimiento, el aire vibró con una energía que me erizó la piel. Un innumerable cortejo de espectros, en un terrible estado de putrefacción infecta, lo siguieron de cerca. Me miraron llevándose dedos descarnados sobre las bocas reventadas de pústulas descompuestas, indicándome que callara lo que estaba viendo. No los defraudé. Uno de ellos señaló la tarjeta, que se carbonizó, quedando transformada en un pedazo de metal oxidado: la pequeña chapa de una lápida, con un epitafio terrible para René. Posteriormente la guardé para mi colección. Escuché la voz entrecortada de impresión de Tristán despidiendo al arrogante René, ignorante del cortejo que lo acompañaba para cobrarse la ofensa que él creía inexistente. Cuando estuviera solo en su cuarto, sus ´´parámetros morales´´ cambiarían drásticamente. No soy muy amigo de la tecnología. Ignoro como ingresar a la Deep Web. Pero si de algo estoy seguro, es que en sus profundas y tétricas aguas, habrá un empresario menos navegando. Y muchos sujetos carecerán de su espectáculo de cuerpos degradándose inmundamente dentro de sus ataúdes. Tengan cuidado, mis amigos, cuando ingresan a internet. Cosas realmente terribles acechan ahí. Los saludo, profundamente, esperando su visita en La Morgue.

jueves, 3 de diciembre de 2020

EDAS, EL MAESTRO

EDAS, EL MAESTRO -Buenas tardes, sabio maestro. ¡Gracias por recibirme! -Hijo mío: mientras pagues la consulta, mis puertas están abiertas para ti. Cuéntame cuál es el motivo de tu visita. -Verá, señor Edas: estoy en una edad en la que me planteo los innumerables errores cometidos en mi vida. He pecado de todas las formas posibles. Ofendí y defraudé a mis seres queridos. Me entrego a cuantos vicios encuentro a mi alcance, confundiendo a aquellos que me idolatran por mis triunfos del pasado Uso mi fama y fortuna para acallar sus quejas y reproches hacia mi nefasta conducta. Temo el repudio a mi memoria cuando ya no esté en este mundo. Eso mortifica mi orgullo. -Mi estimado amigo: estas son tierras donde el culto a la muerte supera absolutamente todo lo que puedas haber hecho mal en tu devenir terrenal. Cuando ya no estés aquí en espíritu, quedará tu cadáver. La gente se colmará de gozo con el placer de llorar en tu funeral. Aun los que te critican ahora, derramarán desgarradoras lágrimas sobre tu cuerpo frío. Y si tu muerte, por lo que me cuentas, no permite mostrar restos presentables, y deben despedirte a cajón cerrado, el morbo logrará que algunos arriesguen su pellejo para conseguir una foto de tu cerúleo rostro, antes de que se lo coman los gusanos, con mediáticas repercusiones a tu favor. Elaborará miles de teorías sobre tu deceso. Recopilarán imágenes conmovedoras de tus momentos de gloria, para venerarte, así hayas fallecido en medio de una orgía depravada. Se sonreirán alabando lo pícaro que eras, lo gracioso, ocurrente. Lo bien que disfrutabas de la vida, mientras pasan un pañuelo por sus ojos. Olvidarán los hijos que no quisiste reconocer y despreciaste abominablemente. Ellos mismos ensalzarán tu recuerdo mientras solicitan la exhumación para conseguir el ADN que les permita su parte de herencia, mientras todos, conmovidos, aplaudirán nuevamente tu paso por la tierra, como un gran benefactor. La gente delirará extasiada, pensando en tu cadáver, en la putrefacción que lo degrada, dándole dotes de santidad a tu existencia. Los gases que revienten las pústulas enmohecidas serán la aureola de luz eterna que te rodeará. Porque no estarán a la vista de nadie, pero sí en el inconsciente necrófilo de este pueblo maravilloso. Fíjate: mueren como moscas, diariamente, médicos, enfermeros, científicos, personas que consagraron su vida al bien del prójimo. ¿Crees que alguien les rendirá los honores que tendrás tú, que brindaste unos efímeros momentos de alegría al populacho? Pues no. Ellos son anónimos. No importa lo que hayan estudiado, ni las horas que sacrificaron en pos de la humanidad. Solo vale la sensación de triunfo y poder que supiste transmitir sabiamente, para lavar sus frustraciones, limitaciones, errores. Todos necesitan un héroe débil, que incurra en todos los pecados, que manche los principios más sagrados, para sentirse identificados con sus victorias. Anhelan saber que pueden endiosar seres con defectos similares a los propios, pero con la posibilidad de taparlos con algún éxito que emocione sus vulgares corazones amarillistas. Así que, amigo mío, no temas por tu prestigio más allá de la muerte. Recuerda que se multiplicará hasta el infinito, y que estarás en las oraciones de los que confunden talento con gloria celestial, por la mediocridad gris que los rodea. No dejes de disfrutar tus vicios y caprichos, ni de ofender gratuitamente a quien se deje. Los mismos a quienes escupas, loarán el barro inmundo donde te revuelques. Goza, y prepárate para saber que cambiarán el nombre de monumentos y edificios públicos, desplazando al de los próceres fundadores de la patria, por el tuyo. -¡Sabio maestro! Tus palabras me llenan de alivio y satisfacción. ¿Puedo tenerte entre el séquito que me acompaña en mis andanzas? ¿Me brindarías ese honor? -Habla de costos con mi secretaria, y cuenta conmigo. Solo por la admiración que te profeso, será a un precio especial…

sábado, 28 de noviembre de 2020

EDGARD, EL COLECCIONISTA- TRAS LOS MUROS

EDGARD, EL COLECCIONISTA TRAS LOS MUROS La casa contigua a la funeraria estuvo desocupada durante años, luego de un muy largo litigio sucesorio. Finalmente fue adquirida por un hombre de fuera del pueblo a un muy buen precio. Don Leandro, un comerciante retirado, se presentó como nuevo vecino, ofreciéndome una cartera de inversiones en la bolsa, de lo cual desistí, pero quedé a su servicio, para guiarlo en lo que necesitara conocer de nuestra comunidad, elegida por él para descansar. No pasó una semana de instalado en su nuevo hogar, que me tocó encontrarlo en el banco local, saliendo ambos. No parecía el hombre que siete días atrás tomaba posesión de su bella vivienda. Ojeras violáceas subrayaban unos ojos enrojecidos, y hasta el escaso cabello parecía haber encanecido de golpe. -¿Se encuentra bien, Leandro? -No sé qué decirle, Edgard. Es algo confuso… -Venga conmigo hasta mi casa. Tomamos un café y me comenta. Llegados ya, Tristán nos recibió, asombrado del mal semblante de mi invitado. -Cuénteme, por favor. -Es algo raro lo que le voy a decir. -No se preocupe. No tenga pena. -Desde la primera noche que pasé en la casa, me despertaron unos gemidos. En principio pensé que podía ser algún gato en el tejado, y no le presté mayor atención. ´´Con los días, esos sonidos se intensificaron, y empezaron a ser acompañados de golpes en los muros. ¿Escuchó algo usted, desde su casa? -No, para nada. Pero tenga en cuenta que no tenemos paredes colindantes: nuestros jardines separan las viviendas, con su cerca. Deberían ser ruidos sumamente estridentes para oírlos desde aquí. -Lo supuse. El tema es que ya me estoy arrepintiendo de haberme mudado allí. Porque no solo es eso, Edgard. Cuando me he levantado a investigar, sentí unos dedos helados en mi nuca. Y el aire parecía haberse congelado… ´´Imagínese que me di vuelta con un susto de muerte, por ese contacto, y alcancé a ver una especie de figura horrorosa: una momia pálida como la muerte misma, con la boca abierta en una espantosa mueca. Solo permaneció unos segundos, pero casi me lleva al otro mundo. ´´Para más disgustos, cuando fui a la cocina a reponerme con un vaso de agua, comenzaron a sonar golpes en las paredes. ´´Con el corazón en la mano, seguí los ruidos, que me guiaron hacia el muro central dela sala. Allí me esperaba otra amarga sorpresa: la pared frontal, al lado de la chimenea, mostraba un horrible moho, cosa impensable, habiendo sido restaurada y pintada la vivienda antes de instalarme. -Hagamos una cosa, Leandro: si a usted no le molesta, podemos ir con Tristán a ver qué ocurre. Y si lo desea, puede hacer noche aquí. Tenemos un cuarto de huéspedes desocupado. Tiene cara de no haber dormido bien hace bastante. -¡Cómo se lo agradezco, Edgard! Los espero con gusto. Los fenómenos comienzan luego de la medianoche. Si no les resulta muy engorroso, los espero a esa hora, vecinos. -Quédese con nosotros, si lo desea, hasta esa hora. Así no aguarda solo. El hombre suspiró, aliviado. Se le notaba el temor en su rostro demacrado. Cuando llegó el horario indicado, nos apersonamos en la casa. Lo primero que percibimos, tal como nos había contado Leandro, fue la baja temperatura, pese a la calidez del clima exterior, que amenazaba con una tormenta, luego del agobiante calor. Al pasar a la sala, Leandro emitió una exclamación: la pared que había mencionado, estaba feamente manchada con moho, hongos, y exudaba una viscosa baba verdosa, de un húmedo olor nauseabundo. Un gemido ululante, angustioso, nos erizó la piel, a la vez que desesperados golpes se sentían en la pared. Como corolario del fenómeno, apareció la figura horrible de una mujer momificada, con el rostro estirado en una mueca de espanto inenarrable, que me recordó al cuadro ´´El grito´´. Leandro estaba paralizado. Con Tristán nos acercamos al espectro, que extendía sus blancas y esqueléticas manos, como buscando una ayuda que jamás llegaría. Ambos percibimos una terrible angustia, un dolor indescriptible. Tocamos su materia sobrenatural, y captamos la terrible historia. La aparecida era una bella joven, casada con el antiguo dueño de la casa. ´´En una estúpida discusión, por un tropiezo desafortunado, Amelia cayó al suelo desvanecida. Su marido, presa del pánico, y creyéndola muerta, la lapidó en el muro de la sala, sin sospechar que solo estaba desmayada. Falleció asfixiada, en una terrible agonía.: despertó en una oscuridad absoluta, sin poder moverse, hasta desfallecer por la falta de oxígeno. Al poco tiempo, el esposo, presa de remordimientos y tristeza, murió, dejando casa y fortuna en un litigio familiar que duró demasiado tiempo. -Si te sacamos del muro, Amelia, ¿descansarás en paz? El espectro asintió, mientras de la pared seguía manando la horrible sustancia verdosa y nauseabunda. -Por favor, Leandro: busque algo para romper el muro. -¡Ay, Dios mío! ¿Quién me mandó a venir a este pueblo? - dijo, mientras corría por herramientas. No bien abrimos un agujero en el lugar señalado por el moho, encontramos un cuerpo momificado, con la terrible mueca de agonía plasmada en su rostro. El espectro tornó en una imagen pulsátil. Aparecía y se desvanecía. En la última visión que tuvimos de ella, se dejó mostrar como una bella jovencita, con una sonrisa de alivio, y una mano agitándose en una niebla difusa, hasta desaparecer con un tintineo, al dejar caer una llave plateada, que tomé inmediatamente. Estaba grabada con una palabra: ´´paz´´. Llamamos a la comisaría para dar parte del evento, que se archivó rápidamente. Don Leandro se marchó del pueblo, poniendo nuevamente la casa en venta. No creo que nos visite en los próximos años, pero cada tanto, me envía saludos y agradecimientos en forma virtual. Parece que poco a poco olvida el suceso ocurrido, o se deja ganar por la negación, ya que cuando menciona su marcha, la asocia a inconvenientes familiares, que obviamente, jamás existieron. Nada ganaría con recordarle tal cual los hechos. La llavecita de plata, con su palabra tan significativa, forma parte de mi colección. Perdí un buen vecino, lamentablemente, pero los espero a ustedes, en La Morgue, para contarles nuevas historias que discurren por mi existencia. Y les deseo eso tan importante para todos en la vida: paz.

sábado, 21 de noviembre de 2020

EDGRD, EL COLECCIONISTA- UN CASO POLICIAL

EDGARD, EL COLECCIONISTA UN CASO POLICIAL Vino a visitarnos el comisario Contreras. -Quiero contarles, señores, un caso de un colega en otro pueblo, con la intención de ver si ustedes lo pueden ayudar. Tristán, mi asistente, estaba tan intrigado como yo. -Se trata de un caso raro. Es un finado al que se pudo reconocer por su domicilio, y algunas viejas fracturas que coinciden con el historial médico, al igual que los arreglos odontológicos. El tema es que, por el avanzado estado de deterioro del cuerpo, no se puedo realizar una autopsia concluyente que nos indique la causa del deceso. Por otro lado, el tiempo de descomposición no coincide con el testimonio de los testigos que dicen haberlo visto con vida la última vez: para ese entonces, la víctima, tendría que haber estado muerta. No hay concordancia lógica. -¿Qué tan avanzada estaba la descomposición? -Buena pregunta, Tristán. Tanto, que no le quedaba carne, prácticamente, en los huesos. Verás, lo encontraron muerto en una tina de baño. El agua era…una sopa, donde hervía la carne putrefacta. Dentro de ese caldo inmundo, los restos de evolución larvaria, coinciden con el tiempo de fallecimiento estimado, que, a su vez, echa por tierra la posibilidad de que la gente lo haya visto con vida en la fecha indicada. -¿Existe la opcción de que los testigos mientan? -No, Edgard. Es gente que solo lo identificó tras hacer memoria, en lugares públicos: en un bar, en una despensa, en la farmacia… Los forenses se están volviendo locos. ¿Me acompañarían esta noche al velatorio del sujeto? Pienso que ustedes podrían captar algo. ¿Qué me dicen? -Está bien. Nos ha intrigado, Contreras. Ahora queremos saber qué ocurrió tanto como usted. Escoltamos al comisario hasta el pueblo vecino, y participamos del velatorio. Seguía con la seguidilla de los féretros cerrados. Éramos presencias anónimas en un rincón. De pronto, sentí una vibración extraña en el aire. Por la cara de Tristán, él también. Segundos después, un cadáver descarando, mejor dicho, un esqueleto, con jirones de carne podrida colgándole como horribles ornamentos y unas pocas facciones deterioradas, apareció delante nuestro haciendo señas desesperadas. Nos indicó salir hacia el patio interno de la funeraria. Lo seguimos. Ninguno de los dos entendió lo que el difunto intentaba decirnos con sus alocados movimientos y señales físicas. El esqueleto pareció desesperarse, y para nuestro absoluto asombro sentimos unas terribles picaduras en varios puntos del cuerpo, que nos arrancó gritos de dolor. Fue muy desagradable. Atinamos a mirar el lugar de los ataques. Dos marcas rojas aparecieron en los sitios examinados, y se desvanecieron rápidamente. Entonces, comprendimos lo que el difunto intentaba decirnos desesperadamente. Nos acercamos al espectro, y le impusimos las manos, logrando establecer un canal de comunicación. Entonces, terribles imágenes surgieron ante nuestros ojos. Bien conscientes de lo que debíamos hacer, buscamos a Contreras, que nos esperaba, ansioso. -Los vi salir, y por la cara que traían, me parece que algo deben haber descubierto. -Así es. ¿Podríamos hablar con su colega? -Ya lo hago llamar. Cuando vino el amigo de Contreras, y nos presentamos, le consulté: -¿Tenía el difunto alguna relación con alguien que trabajara con ofidios? -¡Sí! ¿Cómo lo sabe? -Mire, es bastante difícil explicarlo. Su amigo le podrá contar a respecto. Yo solo tengo una teoría, y usted deberá dilucidarlo. ´´Imagínese el siguiente panorama: la víctima estaba tomando un baño en la tina. Alguien que conocía muy bien la casa, sabía que la claraboya del baño daba a la terraza. ´´La entreabrió ligeramente, y por allí vació una bolsa con serpientes, que llovieron sobre el pobre hombre, picándolo reiteradas veces en la cabeza y torso, causándole un dolor abominable. ´´Luego de unos minutos de agonía terrible, el hombre falleció en la misma tina, paralizado, y torturado brutalmente por un sufrimiento inenarrable. ´´La persona que le arrojó los ofidios tenía llave de la casa, por lo que no se encontró ningún signo de intrusión ni violencia. ´´Con la pericia de manejar estos animales por la experiencia de su trabajo, recogió las serpientes, y se marchó, por lo que deduzco, en medio del horrendo sufrimiento del hombre por las innumerables picaduras. ´´Algunos venenos de origen animal aceleran notoriamente el proceso de putrefacción de un cadáver, y no digamos si el cuerpo es sometido a una alta dosis, y se encuentra en un medio líquido: la carne prácticamente se licúa, dificultando especificar el momento del fallecimiento, y más aún, su causa. ´´Como dije anteriormente, caballero, no puedo especificarle de donde obtuve la información. No me creería. ´´Queda en usted continuar la investigación por ese camino, o cerrar el caso sin avanzar. ´´Lamentaría mucho que optara por lo último, ya que quedaría una persona culpable sin pagar su terrible accionar, y un alma penando, sin el alivio póstumo de la justicia. ´´Solo piense cómo se debe haber sentido la víctima cuando le llovieron sobre la cabeza esos animalitos, que, asustados, le aplicaron innumerables picaduras letales, y murió con unos dolores de pesadilla. -Señor: mi amigo me contó sobre ustedes. Y yo creo en todo lo que me relató. ´´La víctima estuvo relacionada con una bióloga que trabaja en el serpentario. Convivieron un tiempo antes de que el hombre fuera encontrado en el lamentable estado en que lo hallaron. ´´Me dijo esta mujer, cuando la interrogamos, que habían roto la relación quedando como amigos. ´´No tengo pruebas, pero el escenario que usted me pintó, tan acertadamente, es el único viable. ´´Presionaré a la mujer, diciéndole que encontramos evidencia contra ella, para instarla a confesar. ´´Les agradezco mucho haberse llegado hasta aquí. -No tiene nada que agradecer. Antes de retirarnos, nos quedaremos un momento más en el velorio. Pero en vez de pasar a la sala, fuimos al patio interno, donde se nos apareció el patético esqueleto, que transmutó en un joven con ojos llorosos. Hizo un gesto de despedida, con cara de gratitud. Unió sus manos, y dejó caer de ellas un objeto que luego alcé del lugar donde quedó. El espectro se desvaneció mientras esbozaba una sonrisa muy triste. Levanté del piso un pequeño dije de oro, con una serpiente finamente trabajada en el metal. El joven había sido un notable orfebre, antes de que su novia despechada hubiera decidido quitarle la vida con esa horrible lluvia de ofidios. Volvimos con una sensación agridulce. Ayudamos a encontrar la paz a un alma en pena, pero tuvimos que vivenciar la espantosa voluntad de un amor enfermizo, y su terrible venganza. El dije de oro se encuentra entre las piezas de mi colección, testimoniando lo retorcidos que pueden llegar a ser los sentimientos humanos. Me despido de ustedes, mis amigos, esperando que me visiten una vez más en La Morgue. Buen fin de semana.

viernes, 13 de noviembre de 2020

EDGARD, EL COLECCIONISTA - LA CABEZA PERDIDA

EDGARD, EL COLECCIONISTA LA CABEZA PERDIDA Tristán, mi asistente, me avisó que vendrían los parientes de un sujeto fallecido, para pautar su despedida. Lo vi muy nervioso, por lo que le pregunté qué ocurría. -Me parece, don Edgard, que sería conveniente que el comisario Contreras se diera una vueltecita con un par de agentes cuando oficie el velorio… -¿A quién velaremos, hombre? -No recuerdo el nombre del tipo. Pero está en las noticias. El violador, Edgard. El que la gente linchó antes de que lo apresara la justicia. Si bien ya se expidieron sobre la culpabilidad del mismo, porque las víctimas hablaron del tatuaje en el cuello del perverso, hay un detalle puntual: a alguien se le ocurrió cortarle la cabeza, y esconderla. ´´Nadie logró encontrarla, hasta el momento. Tampoco se sabe la identidad de quienes lo ultimaron. Pero ha generado un odio muy grande. Es posible que la gente quiera desquitarse con el cuerpo. ´´Aún puede negarse a aceptar velar aquí al difunto. -No, Tristán. Jamás rechacé una ceremonia. Tengo una reputación para cuidar. No va a ser un mal hombre quien me haga cambiar mi forma de trabajar. Y en cuanto a la gente, todos me respetan. Nadie se portará mal, te lo prometo. No será necesario llamar a nadie. Tal y como dije, no hubo interferencias con el velatorio. Habilité una puerta lateral para la muy reducida concurrencia que vino a despedirse del sujeto, que obviamente, se veló a cajón cerrado, por la carencia de cabeza. No bien terminó el oficio, ya solos con el féretro, vimos, con Tristán, en el medio de un humo rojizo, la espantosa cabeza del tipo, putrefacta y llena de gusanos, bullendo en forma horrible, mientras gesticulaba con muecas grotescas, y la mirada llena de ira. Reposaba en el suelo del salón, cerca de la puerta de salida. Cuando nos acercamos a ver mejor el espantoso fenómeno, la cabeza se esfumó, reapareciendo en distintos lugares, y desapareciendo luego, como indicándonos un camino a seguir. Y así fue. Fuimos persiguiendo en la oscuridad de la noche a la espantosa testa, que refulgía con luz rojiza, dejándonos un rastro. Ya adentrados en el campo, y bastante cansados, pero sin darnos por vencidos, llegamos hasta un viejo aljibe de una granja abandonada. La enfermiza luminosidad escarlata que salía de la boca del pozo, nos indicó que había en el fondo. Extenuados, volvimos a la funeraria, y llamé al comisario para contarle la noticia. Finalmente, Tristán había acertado, pues terminamos recurriendo a la policía. Le pedí que viniera solo con gente de confianza, que fuera discreta. Al rato nos encontramos todos en el aljibe abandonado. Un agente delgado y flexible ingresó en el pozo, con una escalera, y rescató la horrenda cabeza. La colocaron sobre un tronco grueso. Habían iluminado todo con reflectores. Nos acercamos, con Tristán, siguiendo a la extraña energía que vibraba en el aire, que olía a putrefacción y a ozono, como si en cualquier momento se estuviera por desatar una tormenta. Y si bien no fue de lluvia y viento, la tormenta llegó. La cabeza comenzó, para el horror del comisario y los agentes, a esplender la luz roja. Los racimos de gusanos se sacudían como si sufrieran descargas eléctricas. La boca, se abría y cerraba mostrando una ennegrecida lengua, en gestos repulsivos. Y los ojos refulgían de un odio tan perverso, que uno sentía que hacían daño de solo mirarlos. Los policías estaban congelados. Ya muy cerca, impusimos las manos sobre la asquerosa cabeza del perverso. No capté el mínimo sentimiento de arrepentimiento, o remordimientos. Interrogué mudamente, con un gesto a Tristán, que comprendió al instante, y me contestó con otro, de negación. Mi voz se elevó como el trueno de la tormenta que no fue. -¡Inmundo ser corrompido! ¡Retírate ahora de este plano! ¡No tienes un solo lugar aquí donde seas bienvenido, engendro del mal! ¡Te repudiamos! ¡Fuera!! Entonces, bajo el fulgor colorado, ocurrió algo impensable: bajo un gesto de sorpresa, que reemplazó al de maldad, los gusanos devoraron la carne podrida de la infausta cabeza, con una velocidad de pesadilla. La visión fue particularmente espantosa cuando solo quedaron los desorbitados globos oculares purulentos sobre la calavera descarnada. Luego, los bichos devoraron eso también. El cráneo desnudo movió la mandíbula un par de veces, y después quedó inerte. Los gusanos comenzaron a devorarse entre ellos, hasta que solo quedó uno, gigantesco, que explotó como un globo lleno de sangre. La luminiscencia se disipó lentamente, como una niebla con una bocanada de viento. El comisario rompió el silencio. -Aunque lo haya visto, no puedo creerlo, Edgard. -Me parece, comisario, que nadie va a echar de menos esto. –dije señalando el cráneo limpio, salvo por las salpicaduras del obeso gusano estallado. –me lo voy a llevar, si no está en desacuerdo, Contreras. -En absoluto. Nos vamos a descansar. Ha sido un largo día. Buenas noches, caballeros. Los policías se fueron en silencio. Los pobres agentes tenían un gesto de asombro y espanto por partes iguales. Regresamos a la funeraria con otra pieza para mi colección, y una duda en el alma. ¿Se había hecho justicia? ¿Realmente teníamos los hombres esa potestad? Solo sé que mi ira, la misma que llevó a la gente del pueblo a linchar al perverso, había sido aplacada favorablemente. Los saludo, amigos míos, esperándolos en La Morgue, como cada semana.

viernes, 6 de noviembre de 2020

EDGARD, EL COLECCIONISTA- EL JARDÍN DE HUESOS

EDGARD, EL COLECCIONISTA EL JARDÍN DE HUESOS Hola, mis queridos amigos. Quiero contarles de un doble velatorio que me tocó oficiar. Vino el comisario Contreras a anoticiarme que me habían encomendado realizar la despedida de la señora Gardenia, y su esposo, Gregorio. -¿Por qué viene usted a pedírmelo, comisario? -Verá, Edgard. No son circunstancias normales. Por protocolo, estos cuerpos, una vez procesados por la policía, deberían ser enterrados sumariamente, sin velarlos. Lo que ocurre, es que pidió por el ritual la madre de Gardenia, una mujer grande, enloquecida con la idea de que enterraran a su hija sin velarla… -Creo que tiene una historia para contarme, Contreras. -Así es, Edgard. Necesito hacerlo. Es todo muy triste y retorcido. ´´Gardenia eran una hermosa enfermera que se enamoró muy joven de Gregorio, un visitador médico guapo y simpático. ´´Durante todo el noviazgo, se comportó como el príncipe soñado por cualquier jovencita. ´´Una vez que se casaron, todo cambió: el cuento de hadas, se transformó en uno de terror. ´´Gregorio dejó de lado toda clase de galanterías y sutilezas, dejando bien en claro que la bella Gardenia era de su propiedad, y que se debía en cuerpo y alma a servirle y atenderlo. Lo demás, sobraba. ´´La primera imposición que puso a su esposa, fue que dejara de ejercer la profesión que tanto ella amaba. ´´Gardenia, cada tanto consultaba con su madre respecto al cambio abrupto que había dado su vida, y la transformación de su marido en un ogro mandón. ´´La mamá le ordenó que acatara los deseos de su esposo. Era lo correcto. No debía humillarlo con otro ingreso que opacara su misión de proveedor. ´´La muchacha no podía creer la visión de su mamá. Pero comprendió que no conseguiría apoyo en ella. Y Gregorio no le permitía tener amigas. ´´Su vida se tornó muy gris. Lo único que la distraía un poco de su tristeza era cuidar un hermoso jardín que logró hacer prosperar en el jardín de su casa. ´´Gregorio se impacientaba cada vez más al no llegar los hijos que deseaba para completar su ideal de familia, y se lo reprochaba muy violentamente a Gardenia, que, desesperada, acudió al médico para ver si podía quedar embarazada pronto. ´´Como todos los estudios salieron normales, por recomendación del médico, le sugirió a su marido que también acudiera a la consulta, para ver si había alguna disfunción en su fertilidad. ´´Eso desató en él una furia sin igual. Herido estúpidamente en su hombría, empezó a aplicar periódicas golpizas a la pobre Gardenia. ´´Una vez más, ella acudió a su madre, pidiéndole asilo y ayuda. No deseaba vivir más con ese hombre que desconocía. ´´La madre, para su total horror, avaló la conducta de Gregorio, contestándole que debía mejorar como esposa, y no provocar la ira de un jefe de familia. No recibiría a una mujer huida de su casa, como apoyo de quien quedaría ante los ojos del mundo como una prostituta. ´´Desolada, la chica se dedicó con alma y vida a su jardín, cada día más bello y florido. ´´Las golpizas se hicieron algo frecuente. ´´Un día, Gardenia encontró una marca de labial en la camisa de su esposo, que había empezado a llegar tarde a casa. ´´Con una saludable furia que se desconocía, lo persiguió furtivamente una jornada, descubriéndolo salir del hospital donde ella trabajaba antes de casarse, con una enfermera, a la que besaba entre risas, mientras le entregaba una caja de regalo. ´´Con la ira oprimiendo su pecho, reconoció a quien fuera su mejor amiga, como la amante de su tiránico esposo. ´´Con gran calma regresó a su hogar. Buscó en una caja un fármaco y preparó una inyección. Esperó atrás de la puerta con una paciencia helada. ´´Cuando Gregorio, a deshora, abrió la puerta, sintió un pinchazo en el cuello antes de desvanecerse. ´´Cuando despertó, estaba amarrado en el sucio sótano de la casa, que no utilizaban por las filtraciones de humedad. ´´Se hallaba sobre un sillón apolillado, maniatado y amordazado. Atontado aún, no entendía que había ocurrido. ´´Gardenia, lo miró críticamente. Sin decir una palabra, le hizo un torniquete en la pierna, y luego se la cortó con una sierra. ´´Gregorio se desmayó del shock. Ella le inyectó lo necesario para que sobreviviera semejante trauma. ´´Despojó laboriosamente la pierna amputada de su carne, y cuando quedó el hueso bien limpio, lo plantó en el jardín, como si fuera una flor exótica. ´´Para no hacer muy larga la historia, Edgard, le diré que la chica fue mutilando al infeliz y plantando sus huesos en el jardín, hasta que el tipo falleció. ´´Por desgracia para él, era muy resistente, y aguantó vivo lo suficiente para que Gardenia lo despojara de piernas y brazos. Muchos huesos fueron retirados del patio. ´´Cuando el tipo se murió, Gardenia se hizo un test de embarazo, que dio positivo. ´´Después de eso, se colgó de una viga del sótano, muy cerca del torso mutilado de Gregorio. ´´La mayoría de las cosas que le cuento, surgen de deducciones que tomé, luego de una minuciosa investigación. -No comprendo. ¿A nadie le llamó la atención la ausencia del hombre en su trabajo? ¿No sorprendieron los huesos del jardín? ¿La madre no la contactó en esos días? -Gardenia había llamado al trabajo del marido avisando que debía viajar por el fallecimiento de su padre. ´´Los vecinos, Edgard, jamás denunciaron el maltrato del que fueron testigos tanto tiempo. Dudo que quisieran involucrarse con cualquier cosa que les implicara problemas. Unos cobardes despreciables. Los considero cómplices de la tragedia de la muchacha. ´´Y hablando de cómplices, fue la madre de Gardenia quien los encontró, y nos anotició de la brutal circunstancia. ´´Después de intentar contactarse con su hija durante varios días sin éxito, se tomó su tiempo para decidir acercarse a la casa, de la que tenía un juego de llaves. ´´Vio los huesos en el jardín sin entender qué eran. Entró en la casa, llamando a su hija, y le llamó la atención la sangre que manchaba la cocina. Siguiendo el grueso goteo, abrió la puerta del sótano, donde halló a los occisos ya en estado de putrefacción. ´´Nos llamó de inmediato. Y nos hizo prometer que la pareja tendría una ceremonia completa de despedida. Según ella, nadie debía separar lo que Dios había unido. ´´Cuando investigamos los detalles de la macabra historia, tenía ganas de arrestar a esa mala mujer, una total hipócrita desamorada. Ella misma nos contó, en declaración, cómo le había dado la espalda a la muchacha. No hubiera detonado así su cabeza, de haber tenido el apoyo de su propia madre. ´´Así que será una ceremonia doble, Edgard, y a cajones cerrados, como es obvio. ´´Esa vieja bruja dejó el costo de todo dispuesto para ello. ´´Le cuento el último detalle: Gardenia usó la carne de Gregorio como fertilizante en su jardín. La encontramos allí, putrefacta. Funcionó muy bien con los rosales. ´´Y una cosa más. No es lo más correcto, pero me pareció adecuado. Este es un pequeño huesito de la mano de Gregorio. Soy muy de presentimientos, y se me puso que usted apreciaría este, digamos, poco convencional ´´souvenir´´. Y no se equivocó el buen comisario en eso. Ni tampoco en decir que quien calla un hecho de violencia, se transforma, automáticamente, en cómplice de ella. Ya no es tiempo de callarnos, mis queridos amigos. Los espero como todos los sábados, en La Morgue, para contarles nuevas historias de mi colección particular.

sábado, 31 de octubre de 2020

EDGARD, EL COLECCIONISTA- EL DYBBUK

EDGARD, EL COLECCIONISTA EL DYBBUK Nada más triste, queridos amigos, que oficiar el velorio de un niño. Me tocó organizar la despedida de Ángel, hijo de una conocida de mis padres, Adela. Me sorprendió la falta de reacción de la madre durante el velatorio. Se lo atribuí a un estado de shock. Aun así, no se me pasó por alto su mirada temerosa, cada vez que sus ojos se posaban sobre el ataúd del bello pequeño, que parecía un ser celestial en la calma de la muerte. Tristán, mi asistente, se removía incómodo, presa de una extraña inquietud. Algo ocurría, que se me estaba escapando. Cuando concluyó la ceremonia fúnebre, y todos se retiraron, descubrí qué era lo que molestaba a Tristán, y asustaba a Adela. Se materializó una presencia con la imagen del niño. Su energía no era la de un espectro. Era otra entidad. Una realmente maligna. El ser abrió la boca, llena de colmillos afilados como navajas, y expelió una bocanada de inmundo viento fétido, con un aullido horrendo, que nos hizo tambalear, alejándonos del féretro. Enloquecido de furia, intentaba entrar en el cuerpo del niño, que, al carecer de vida, no le servía de portal de intrusión. De puro odio, nos escupió una sustancia verdosa, vomitiva, que nos quemó como ácido al tocarnos. Nos tomamos de las manos, para crear un campo energético que contuviera en un cerco al espantoso y agresivo engendro. Logramos una débil barrera, que no lo limitaría mucho tiempo. El monstruo chocaba con ella, enloquecido de odio, para liberarse. -Debemos ir donde Adela, Tristán, para saber de dónde viene esto. -Vamos, don Edgard. Pero estoy casi seguro que es un demonio. Lo siento en la piel. Y hoy, precisamente, treinta y uno de octubre, es un día portal. Tragué saliva. La fecha se me había pasado por alto. La fuerza del ente se multiplicaría. Adela nos recibió con una cara de profundo terror. No nos anduvimos con vueltas. Le pedí que nos diera información sobre la muerte de su hijo, para poder expulsar al maléfico ser que nos atacaba. -Lo que les voy a contar me puede llevar a la cárcel. Pero a esta altura, será un paraíso, comparado al infierno que pasé. ´´Cuando tuve a Ángel, era un precioso niño normal. Al cumplir los seis meses, algo extraño ocurrió. ´´El bebé no paraba de llorar. Parecía todo el tiempo disgustado. No era hambre, ni dolor, ni sueño. ´´A medida que crecía, su enojo iba en aumento. ´´Sus primeros pasos fueron acompañados de toda clase de maldades. Sus primeras palabras, blasfemias. ´´Yo sentía que no era el niño que había parido. Era como si lo hubieran cambiado por otro. ´´Pensé que eran locuras mías. Pero, en un supuesto accidente, falleció en su cercanía un sobrinito, apenas un bebito. Y yo pude ver su gesto de maligna satisfacción. ´´´Mi familia empezó a dejar de frecuentarme. Nadie me lo decía de frente, pero sabía que era por el niño. ´´Luego ocurrió otra tragedia: apareció mi esposo con el cuello roto, en un nuevo y sospechoso accidente. Vi nuevamente el repulsivo gesto de triunfo en su malévolo rostro. ´´Cada tanto, me llamaban de la escuela para alertarme sobre su comportamiento cruel con sus compañeritos, que le temían muchísimo. ´´No me hacía falta ser muy inteligente para asociar la masacre de mascotas en mi barrio con el accionar de Ángel, que volvía de jugar por las tardes con manchas de sangre en la ropa, y una perversa sonrisa en el rostro. ´´No podía dormir bien por las noches. Apenas conciliaba el sueño vigilando que mi supuesto hijo, que no sentía como tal, no se escapara para hacer daño por ahí, al amparo de la oscuridad. ´´Una madrugada que me venció el agotamiento, me desperté sobresaltada, por una diabólica risita. Ante mis ojos, velado por las penumbras, con un filoso cuchillo en las manos, reía Ángel, con una mueca perversa, sacudiendo el arma ante mis ojos. ´´Entendí que mis días estaban contados, y al azar del capricho de un ser malévolo, que, si yo moría, iría a parar a un orfanato, donde cometería toda clase de atrocidades. ´´Entonces tomé una decisión. Muy desagradable, pero no veía otra opción. Debía matarlo. ´´Solo dormía un par de horas a la noche, sin horario fijo. Me dediqué a vigilarlo furtivamente. Cuando lo hallé entregado al sueño, tomé la almohada, y lo asfixié. ´´No fue natural la fuerza con que se defendió. Parecía un animal salvaje, dotado de una energía sobrenatural. Si no hubiera estado convencida de que se trataba de un ser maligno, no hubiera podido llevar a cabo mi amargo plan. ´´Logré mi cometido después de lo que me pareció una eternidad. ´´ Todo mi entorno pareció aliviado con el deceso del ´´niño´´. Y lo menciono sarcásticamente, señor Edgard, porque esa cosa que maté puede haber tenido el semblante de mi hijo, pero le aseguro que su espíritu no lo era. Algo se apoderó de su cuerpo cuando tenía seis meses. Algo me robó a mi bebé, y sumió mi vida en una pesadilla sin fin. -Señora Adela: temo que debo darle la razón. Creo que estamos ante la presencia de un Dibbuk, un demonio que expulsó el alma de su Ángel, que se halla en la paz del eterno descanso, para valerse de su cuerpo. Es un ente malvado y dañino. Debemos volver urgente, para que no escape, e intente ocupar una nueva víctima. ´´Guardaremos su secreto, Adela. No sienta culpa, ni remordimientos. Su instinto la llevó a hacer lo correcto. Nos marchamos a buscar al sacerdote más anciano del pueblo, el Padre Gabriel, ya retirado. Pese a lo avanzado de la noche, nos atendió inmediatamente. Al escuchar la historia, no indagó nada. Nos pidió que lo esperáramos. En un breve instante, vestido con la ropa consagrada, y un maletín en mano, nos dijo: -Estoy listo, señores. Sabía que Dios me tenía una misión antes de marcharme. Llegamos casi con lo justo. El Dibbuk ya no consideró necesario tomar la apariencia de Ángel, y se mostró con su horrenda cara infernal. Apenas nos vio, con un rugido gutural, se abalanzó sobre nosotros. El Padre Gabriel, crucifijo en mano, y rociando de agua bendita con la otra al demonio, que retrocedió chillando, procedió a leer los textos sagrados. El féretro se sacudió hasta arrojar al piso al cadáver del niño. Fue algo espantoso. Los ornamentos de adorno, las cruces colgadas en las paredes, volaron por los aires. Con Tristán unimos manos y pensamiento en oración para respaldar al Padre Gabriel. El Dibbuk parecía furioso. Reventaron los vidrios de las ventanas. Los trozos atravesaron el aire como cuchillos asesinos. Cuando ya creíamos que no se rendiría, el ser escupió una llamarada de fuego hacia la cruz del sacerdote, que no la soltó, pese al dolor de la quemadura. El crucifijo, de simple madera, transmutó en luminoso cristal. Cuando el rayo de luz emitido tocó al demonio, éste chilló, dolorido, y con movimientos convulsos, fue desapareciendo en un agujero que se abrió en medio de la sala de velatorios. Horrendos gritos salían de ese hoyo tenebroso. Asomaban garras, tentáculos, pedazos de seres inimaginables. Se cerró por fin la nefasta puerta del infierno. Se tambaleó el Padre Gabriel, sus energías agotadas. Lo asistimos de inmediato. -Gracias, amigos. Hemos vencido al mal. Déjeme obsequiarle, Edgard, esta cruz. Es testimonio de la fuerza de la fe. De la luz doblegando la oscuridad. Hoy la cruz de cristal ilumina con sus rayos benignos mi querida colección. Este, amigos, es mi testimonio de un día portal, 31 de octubre, donde es permeable la barrera delgada que nos separa de las dimensiones más oscuras. Los espero, mis queridos amigos, para contarles más historias. Que pasen una excelente noche de brujas, y un muy buen Día de los muertos…

sábado, 24 de octubre de 2020

EDGARD, EL COLECCIONISTA- HAMBRE DE CARNE

EDGARD, EL COLECCIONISTA HAMBRE DE CARNE Hace un tiempo, amigos, descubrimos con Tristán que esporádicamente alguien nos robaba. Y no hablo de hurtos comunes. No podía establecer un patrón de las profanaciones (porque de eso se trataba). En algún momento entre la llegada de los cuerpos en la ambulancia, y a veces, después de prepararlos para su despedida, alguien o ´´algo´´, mutilaba los cadáveres, llevándose un pedazo de sus carnes. Me sentí realmente mal. Siempre había cumplido con un trabajo impecable. No me agradaba para nada presentar a los difuntos mutilados para su despedida final. Lo veía como una estafa para ellos, y para los seres queridos, que ignoraban los hechos. Consideramos, en un momento, llamar al comisario Contreras, ya que el evento no dejaba la impronta de un hecho sobrenatural. Ni Tristán ni yo detectamos fuerzas oscuras en medio, pero algo me decía que lo debíamos solucionar nosotros. -Don Edgard: creo que tenemos que vigilar constantemente a los difuntos que ingresen. Nos podemos turnar. Si deja a Cerbero moverse en esta zona de su propiedad, nos va a ayudar a encontrar a quién mutila los cuerpos. -Así lo haremos, Tristán. No puede volver a ocurrir. Cuando nos anoticiaron de la llegada de un cuerpo, montamos nuestro operativo. Decidimos hacer la vigilancia los dos juntos. No era muy práctico, pero además de indignación, nos mataba la curiosidad por saber quién cortaba sendos trozos de los muslos, espaldas, glúteos y pecho de los difuntos. El otro enigma era para qué cometía esas atrocidades. Lamenté no haber tenido la idea de Tristán, dejando antes a mi astuto mastín. Él no pasaba nunca sin mi permiso al área de trabajo, porque incomodaba a la gente en los velatorios mendigando caricias. Mientras aguardábamos escondidos mirando la camilla donde nos esperaba el cuerpo que debía maquillar para la mañana, Cerbero, también oculto, olisqueaba el aire, imbuido de su tarea de guardián. No llegaron a pasar dos horas, cuando sentimos un sonido de la claraboya, bien alta. El perro estaba alerta. Se nos acercó sin ladrar, indicándonos la presencia de un intruso. Era bastante improbable que ingresara por la claraboya antigua, dado lo estrecho de su diámetro. Para nuestra absoluta sorpresa, vimos cómo Cerbero comenzó a menear muy feliz la cola. Por el ventanuco asomó, como una serpiente, una soga, y seguidamente, una flaquísima figura humana se deslizaba por el pequeño ingreso, contorsionándose diestramente para amoldarse al escaso espacio. Esperamos a que descendiera, y prendimos la luz. Vimos la asustada figura de una adolescente delgadísima, que soltó un agudo grito al descubrirnos. Cerbero se acercó amistosamente a ella, quién lo abrazó, buscando protección. -¡No me hagan daño, por favor! -Cálmate. Dinos quién eres y qué buscas aquí. -¿No me denunciarán? -¿Qué tal si te acercas, te sientas, y nos cuentas qué estás haciendo? No creo que seas una mala persona, niña. Cerbero no se mostraría tan complaciente, si lo fueras. Reticencias mediante, se acercó al sillón que le señalé, sin despegarse de mi perrazo. La muchacha, casi esquelética de tan flaca, apretó contra su pecho la mochila que cargaba, y se sentó. -Prométanme, por favor, que no voy a ir presa… -Cuéntanos primero. ¿Te das cuenta del peligro al que te expones al entrar así en propiedad privada? Si tomas a alguien por sorpresa, y armado, no dudaría en dispararte. -Lo sé. - dijo con los ojos llenos de lágrimas. - les contaré todo. ´´Soy proteccionista de los animales. ´´Desde pequeña que cuido de ellos. Hace ya bastante que no consumo ningún alimento que provenga de su origen. Soy vegana. ´´Para mi total angustia, mi médico me indicó que, debido a mi bajo peso, debía empezar a consumir proteínas de origen animal, porque estoy en estado de desnutrición, y los complementos dietéticos convencionales no funcionan en mí. ´´Hui de casa cuando mis padres quisieron obligarme a comer carne. ´´Estoy viviendo en una casona abandonada cerca de aquí. Me siento mal por mis papás. ´´Les mandé mensajes diciendo que si me obligaban a volver, me mataría. Ellos están muy angustiados, esperando mi regreso. ´´Al vivir así, se aceleró mi descenso de peso. Y empecé a sufrir un hambre demencial. ´´Hambre de carne. Pero no podía ir contra mis principios. ´´Entonces se me ocurrió que podía tomar la carne de los muertos. Ellos ya no la necesitaban, y nadie sufría con su consumo. ´´Me empecé a colar a su funeraria, y a cortar pedazos. Me los llevaba a donde vivo, los asaba, y me los comía. No siento que haya hecho algo malo. No creo que las personas fallecidas me reprochen lo que hice. Me los comí con mucho respeto. Casi se me escapa la risa. Era todo demasiado grotesco. Las connotaciones morales de los delirios de nuestra proteccionista caníbal escapaban a un análisis racional. Tristán tenía la boca abierta, confundido, asqueado y conmovido a la vez. -Niña, concuerdo en que los difuntos no están disgustados. No te reprocharán nada. Pero no puedes seguir profanando cadáveres para comértelos. -¿Por qué? -Porque…no estamos en una época que se acepte por ley cenarse al prójimo. -¡Pero se vive torturando a los animales! ¡Es injusto! ¡Y a los muertitos no los perjudica en nada! En ese punto de la conversación, la mandíbula de Tristán parecía a punto de querer desprenderse de su cara, y rodar lejos ella. El berrinche de la niña me provocaba ganas de soltar una carcajada, y, a la vez, una profunda tristeza. -Lo que dices, muchacha, aunque suene muy loco, tiene su lógica. ¿Cómo te llamas? -Leonora. -Querida Leonora: no te denunciaremos. Pero entiende que debemos llamar a tus padres para que te asistan. Es por demás visible que no estás bien de salud. Necesitas asistencia psicológica, además. ´´Creo que puedo asesorar a tus papás para que retomes una dieta completa sin necesidad de comerte a nuestros difuntos, y sin vulnerar tus principios veganos. Conozco médicos muy actualizados a respecto. -¡No quiero que mis padres se enteren de lo que hice, señor! ¡No lo entenderían nunca! Usted, aunque está tentado, creo que me comprende. Lo que no sé, es donde le ve la gracia… -Tienes razón, Leonora. No es gracioso. Pero me hiciste analizar uno de los grandes tabúes de la humanidad de una manera muy abrupta. Y si no ponemos sentido del humor, pasamos a la tragedia demasiado rápido. ´´Haremos un trato: yo contacto a tus papis sin contarles de tu ´´nueva dieta´´, les doy la información de los profesionales que podrán ayudarte, y tú me prometes que te portarás bien, y dejarás de comerte a la gente. En ese punto, Tristán pidió permiso, y se retiró rengueando, muy pálido. Ni frente a los más monstruosos espectros lo había visto descomponerse así. -¿Estamos de acuerdo, Leonora? -Bueno, señor. -Me llamo Edgard. Dime, ¿Qué llevas en la mochila? -Bolsas plásticas, para recolectar la carne, y un cuchillito. El ´´cuchillito´´ era una tremenda y filosa daga, muy bonita, antigua, de plata. -Era de mi abuelo, Edgard. Se lo regalo. Por ser tan bueno conmigo. Sonreí al recibir el arma con que había mutilado a los muertos de mi funeraria. Pasaría a formar parte de mi colección. -Escúchame, Leonora: cuando te sientas afligida, puedes contactarte conmigo, si tus padres te dan permiso. Sabes que no te juzgaré. Pero no uses ese creativo cerebro con ideas tan…revolucionarias. Puedes lastimar los sentimientos de la gente, así como a ti te lastiman quienes dañan a los animales. Gracias por tu obsequio. -De nada, Edgard. Su perro es muy bonito. -Dame el número de tus papás. Esa historia de locos terminó bastante en paz. Es cierto que ningún alma perdió el descanso por la extrema dieta de Leonora, pero desechemos sus ideas nutricionales. Les pregunto, con todo respeto, a los amigos veganos: ¿Han tenido alguna vez hambre de carne? Los saludo esperándolos en La Morgue, como siempre, para contarles mis historias.

miércoles, 14 de octubre de 2020

EDGARD, EL COLECCIONISTA- RANCHO DE ADOBE

RANCHO DE ADOBE Me tocó asistir a una terrible tragedia. Se incendiaron bosques nativos cercanos a mi pueblo, con el horrible desenlace de personas calcinadas que vivían entre la naturaleza. Necesitaban gente que no se impresionara, y transportara los cuerpos en ambulancia. Me puse a disposición junto a mi asistente, Tristán. Hablando con los valientes bomberos, quedó más que evidente lo que todo el mundo sospechaba: fue un acto intencional. Había mucho interés por esas bellas tierras, que no se podían construir, protegidas por la ley de bosques. Ahora, los emprendedores inmobiliarios, no habiéndose todavía enfriado la ígnea desgracia que devoró flora y fauna, mutiló animales, y se llevó vidas humanas, cerraban sus fructíferos negocios. Recogimos y transportamos los cadáveres. A los pocos días, desaparecieron misteriosamente los trece empresarios artífices de la masacre ecológica. Aquí tengo que hacer un paréntesis. Una bifurcación de mi historia. Conocí en las tierras arrasadas a una mujer. Muy especial. No solo tenía una belleza impresionante, sino que también tenía el don. Cuando se cruzaron nuestras miradas, comenzamos a vibrar en la misma frecuencia. Aurora clavó sus oscuros ojos en los verdes míos, y no hubo mucho que decir. Vivía cerca de donde ocurrió el incendio. Allí comencé a viajar con toda la frecuencia que mis obligaciones me lo permitían. En mi última visita me dijo: -¡Mi querido Edgard! Quiero compartir contigo un lugar. Necesito tu opinión. La acompañé sin dudarlo a un paraje ignoto, bien alto. Era un mirador natural desde donde se observaba la magnificencia del paisaje, ahora enlutado de cenizas. En el punto más alejado, cobijado por árboles que no fueron alcanzados por el fuego, llegamos a un primitivo ranchito de adobe. No bien entramos, percibí trece presencias. Oscuras resonancias se desprendían de las humildes paredes, que olían a herrumbre, y a algo más siniestro. -¿Qué ocurrió aquí, Aurora? -¿Lo sientes? -Sí. Pero deseo que me lo cuentes. -Sabes bien lo que pasó con los incendios. Fueron provocados por unos desalmados para hacer negocios. Yo lidero un grupo de personas que protegen a la tierra. -El culto de la Pacha Mama. -Así es. ´´Solo les faltaba este mirador que escapó de las llamas. Que, dicho sea de paso, si es por propiedad, me pertenece legalmente. ´´Estos perversos se sintieron muy felices cuando el anónimo dueño del lugar los contactó con la intención de vender. La única condición fue que vinieran personalmente. ´´No les pareció mal. Aprovecharían para ver todo su nuevo patrimonio. ´´Cuando llegaron al lugar acordado, me encontraron a mí, sentada en el piso, esperándolos, con un maletín delante de mí. ´´Si bien les disgustó ensuciar sus ropas elegantes para sentarse sobre el suelo a mi alrededor, se regodearon de encontrar a una mujer. ´´Consideraron que me manipularían, y se aprovecharían de mi debilidad. ´´Se les borró la sonrisa cuando fui sacando del portafolios grandes fotografías de los cadáveres calcinados de personas y animales. -¿Qué significa esto, señorita? Vinimos a hacer negocios. ¿Acaso pretende extorsionarnos? ´´Solo los miré con odio. No merecían siquiera mis palabras de desprecio más oscuras. ´´Levanté el brazo, y chasqueé los dedos. De la misma nada aparecieron las personas de mi culto, y para la total sorpresa e indignación de los empresarios, los apresaron y maniataron sin prestar atención a sus bravatas. ´´Ignoraron sus gritos, y amarrados de los pies, los colgaron en los árboles, disponiendo bajo cada uno sendas tinajas. ´´A una indicación mía, sacaron sus cuchillos y los degollaron, cuidando muy bien de recolectar la copiosa sangre. ´´La agonía de los tipos fue tremenda. No lograron entender qué les había ocurrido. ´´Cuando murieron, recogimos las tinajas. ´´Nos sirvió para hidratar la reseca tierra arcillosa, y preparan ladrillos de adobe, los que conforman las paredes de este rancho. ´´Hicimos un ritual de sanación para la tierra, rogando su pronta recuperación, y pidiendo perdón por el agravio perpetrado. ´´Para completar el rito, bajamos los cuerpos, y se los ofrendamos como alimento a los pocos animales carnívoros que consiguieron salir con vida del incendio de los bosques. ´´Y acá estamos, Edgard. En un lugar embrujado por trece espectros de asesinos. ´´No puedo avanzar contigo con este secreto en el medio. ´´Sé que tú liberas a las almas. Quizá quieras hacerlo con las que quedaron atrapadas penando en este lugar, entre los muros fabricados con su propia sangre. ´´Está en ti decidir. ´´Te voy a dejar solo, para que pienses qué hacer. Aurora se retiró. Contemplé a los trece fantasmas. Eran espantosas visiones de cuerpos mutilados por filosos dientes, con las heridas de los cuellos cercenados abiertas como segundas bocas infernales. Me concentré todo lo que pude. Solo capté un aura de maldad abyecta. Sufrían, pero no se arrepentían de nada. Se me cruzaron por la mente las imágenes de los inocentes que perecieron, la visión de los animales mutilados, cegados por el fuego, los majestuosos árboles que hoy eran cenizas. Por primera vez desistí de ayudar a un alma para encontrar la paz celestial. No la merecían, mientras no se arrepintieran del daño ocasionado. Si hubo un segundo de duda en mi decisión, me la despejó el odio feroz y egoísta que irradiaban los trece espíritus malignos. Salí del rancho de adobe. Aurora me esperaba, nunca tan bella, contrastando su figura contra el cielo del atardecer. -Vámonos, mi querida. Ciertas almas deben expiar sus pecados antes de alcanzar el descanso, y merecerlo. -Si no me contestabas eso, Edgard, no volvías a verme. Nos abrazamos. Ella sacó de su cartera un pequeño ladrillo de arcilla y sangre. -Tómalo- me dijo- para tu colección. Su sonrisa iluminó la tarde muriendo. Retomamos el camino de regreso hacia su casa. Ahora me pregunto: ¿hice lo correcto? Quizá ustedes tengan la respuesta. Los espero, mis amigos, para escuchar todas las historias de mi colección.

sábado, 10 de octubre de 2020

EDGARD, EL COLECCIONISTA- LA FAMILIA

EDGARD, EL COLECCIONISTA. LA FAMILIA Hola, mis queridos amigos. Les voy a contar un suceso que me impactó bastante. Tristán, mi ayudante, me contó que estaba preocupado. -Señor Edgard: vienen a mí almas en pena, con una aflicción que no descifro. Sufren. Es más que seguro que acudan a usted. -Estaré prevenido, mi buen Tristán. Ese día vino a visitarme el comisario Contreras. Me refirió un caso particular que lo tenía muy intrigado. -Vine a comentarle, Edgard, porque sé que puede orientarme. Estoy investigando en el cementerio. Alguien está robando cadáveres de sus tumbas. -¿Escuché bien? -Lamentablemente, sí. Se llevan los cuerpos, y dejan en los ataúdes cruces de madera pintadas de negro. -Interesante, Contreras. ¿Y si le digo que podría intuir por dónde viene el problema? No es que sepa bien de qué se trata, pero una pista, puede haber. -Por eso vine aquí, Edgard. Confío en sus…corazonadas. Quedé en llamarlo apenas tuviera novedades. Y no se hicieron esperar. Como dijo Tristán, se me apersonaron las apariciones de varios adultos y niños, con gestos suplicantes. Llamé a mi asistente, y me dirigí a los espectros: -Guíennos, por favor. En una macabra procesión, salieron a la oscuridad de la noche, alumbrando el camino con sus luces fatuas. Nos adentramos en el campo. Pude vislumbrar que por donde pasaban los fantasmas, el pasto se secaba de inmediato. Vibraban a una frecuencia de profunda negatividad. Llegamos a un ranchito precario. Lo conocía. Era la morada de Etelvina. Tragamos saliva. Toqué la puerta. Nos atendió, con su cara de bebé viejísimo, los grandes ojos azules abiertos desmesuradamente, como deslumbrados por un asombro constante. Una nívea cascada de cabello le caía bajando por su magro trasero, como la capa de una virgen en desgracia. Vestida con harapos negros, con un rosario como cinturón y adorno, nos sonrió cordial, la boca desdentada, de labios amoratados. -¡Hola! ¡Buenas noches! ¿A qué debo el honor de esta visita? -¿Podemos pasar, Etelvina? -¿Los conozco? -Sí. Posiblemente a mí, y no lo recuerde. -Mil disculpas por mi mala memoria, Adelante. La sala de estar, sumamente humilde, estaba pulcramente ordenada. Los espectros tenían un aspecto tristísimo y disgustado. No era para menos: los cadáveres que los albergaron estaban dispuestos en distintas poses en el hogar de Etelvina. -¿Les ofrezco algo de tomar? ¡Ay, que soy maleducada! ¿Cómo se llaman? Así les presento a mi familia… -Él es Tristán. Soy Edgard. -Mucho gusto. Él es mi esposo- dijo, señalando el cuerpo de un otrora hombre fornido. Pese a mi excelente trabajo de embalsamado, los ojos se habían descompuesto, y un tufo pútrido flotaba por sobre el aroma de los múltiples ramos de jazmines que adornaban la morada. -Ellos son mis padres, y allá están mis suegros. En aquel rincón verán a mis niños jugando. Son muy traviesos. El zumbido de los moscardones era la cortina musical del espantoso espectáculo. Parecía una pesadilla infernal: los cadáveres semi descompuestos posando macabramente, y la inocente sonrisa de Etelvina, los ojos luminosos de felicidad por tener a quién presentar a su ´´familia´´. -Ella es mi mejor amiga. –concluyó, abrazando los restos de una mujer de edad media, con el cráneo destrozado. Etelvina le había sacado el tocado de flores con que disimulé el accidente que le costó la vida. -Es un gusto. Lamento que nos tengamos que ir. -¿Tan pronto? ¡Apenas llegan! -Lo siento. Nos veremos pronto. Salimos de allí con el pecho oprimido. Fuimos donde el comisario, a contarle las novedades. -Vaya. Es muy triste, además de horroroso. Etelvina siempre estuvo sola. Creció en un orfanato. Vivió con el dolor de no pertenecer a una familia. Cuando formó la propia, una desgracia se la llevó. Fue la única sobreviviente de un vuelco en automóvil. Después de eso, su cabeza no funcionó nunca muy bien. Pero jamás hubiera imaginado que llegaría al punto de hacer lo que me relata. Es increíble que una ancianita tan frágil haya podido cavar las fosas y llevarse los cuerpos tan lejos, sin que nadie la viera. -Lo único que la vida no le robó a Etelvina, fue su voluntad de tener a quien amar. -Mandaré a mi gente para que maneje esto en forma discreta. No quiero un circo alrededor. Y trataré de llevar a la pobre donde puedan cuidarla, y no se sienta sola. -Se los agradecemos, Contreras. -Yo estoy eternamente agradecido con ustedes. No podría haberlo resuelto solo. ¿Puedo ayudarles en algo? -Le pediría, de ser factible, las cruces que encontró en los ataúdes. -Por supuesto. Nos retiramos, seguidos por el séquito de almas en pena. Cuando llegamos, fuimos presentando, una a una, las cruces a cada espectro, que se eclipsaba, tornando de blanco radiante la ennegrecida madera. Más adelante visitamos a Etelvina en el hospital psiquiátrico. No pareció reconocernos. Estaba sentada junto a una ventana, mirando a la nada, hablando con un rayo de sol, sonriendo plácidamente. Solo cuando le dejé una cruz blanca en el regazo, su mano apretó la mía, y su mirada azul se fijó en mis ojos con una profundidad estremecedora. -Salude, por favor, a los míos. A usted lo escuchan. -Claro que sí. Pero yo sé que a usted también. Un destello cruzó su mirada. Luego se volvió vacua, y continuó flotando en el vacío. El resto de las cruces esplendentes forman parte de mi colección. Pienso, después de esto, que todos damos por sentado, como algo natural y que nos pertenece por derecho, el afecto de nuestros seres queridos. Y no es así. Creo que debemos valorar eso por sobre todas las cosas. Los saludo esperándolos en La Morgue, como siempre. Buena vida, feliz muerte…

jueves, 1 de octubre de 2020

EDGARD, EL COLECCIONISTA- LOS CERDOS (Basado en una historia real)

EDGARD, EL COLECCIONISTA LOS CERDOS (Basado en hechos reales) Hola, queridos amigos. Les contaré de un hecho reciente. Me sorprendió mucho la visita de don Hilario, acompañado del comisario Contreras. Ambos tenían cara de no estar pasando un buen momento. El comisario señaló al granjero para que me contara. -Señor Edgard: téngame paciencia. Es muy difícil pedirle el favor que necesitamos. Queremos organizar un velatorio…clandestino. -No le interpreto, Hilario. -Le contaré la historia completa. ´´Como trabajo de sol a sol, no me percaté que varias noches se habían aprovechado de mi profundo sueño para robarme algunas cosas. Cuando me di cuenta, faltaban gallinas, ovejas, bolsas de semillas, herramientas. Hasta decenas de botes de mi producción de miel. ´´La máxima osadía fue el robo de un cerdito. No podía comprender cómo lo sacaron de la pocilga, con su celosa madre cerca. ´´En ese punto, y comprendiendo que no pararía la rapiña de la que estaba siendo víctima, llamé al comisario, quien se ofreció para vigilar la granja, y detener a los criminales. ´´La noche del hecho, nos quedamos escondidos afuera, esperando. ´´Bien entrada la madrugada, vimos una sombra aproximarse, sigilosa, al chiquero. ´´El comisario le dio la voz de alto. En la oscuridad, nos pareció que el tipo, sacaba un arma. Contreras no dudó, y disparó. ´´El ladrón cayó con un grito de dolor, pero se levantó intentando huir, con tanta mala suerte, que trastabilló, y rompió el cerco. Los cerdos, enloquecidos por el olor de la sangre, y quizá reconociendo a quien se había llevado al puerquito, se abalanzaron sobre el infeliz, y comenzaron a devorarlo vivo. ´´Intentamos detenerlos, pero ya no parecían animales, sino demonios del infierno, don Edgard. Incluso Contreras mató a dos de ellos de un tiro. Eso los enardeció más. Los alaridos de agonía del desgraciado aún resuenan en mis oídos. ´´Cuatro cerdos enormes se dieron vuelta, y nos miraron con los perversos ojillos como ascuas, brillando anormalmente en la oscuridad. ´´Nos asustamos. No voy a negarlo. En verdad, fue terror lo que sentimos. Salimos corriendo a buscar refugio, que era lo que parecían querer los puercos: terminar tranquilos su matanza. ´´Durante unos minutos eternos, siguieron perforando mis oídos los gritos escalofriantes. ´´Esperamos hasta el alba para salir. ´´Nos acercamos con mucha precaución al chiquero. ´´Los cerdos volvían a ser mis habituales animales de siempre. ´´Lo único que hallamos del ladrón fueron unas matas de cabello, pedazos de huesos mordisqueados y una dentadura postiza, con los colmillos dorados. ´´Con el comisario, nos horrorizamos: reconocíamos esos dientes. El único en el pueblo que había tenido el mal gusto de usarlos era mi amigo de toda la vida, Alberto, hermano menor de Contreras. ´´No comprendí que hacía mi casi hermano del alma robándome. ´´Muy avergonzado, Contreras me confesó que Alberto siempre me había tenido envidia. Que codiciaba mis humildes logros, mi familia, mis posesiones. ´´Se comparaba conmigo, sintiéndose un perdedor que no había podido lograr nada. Yo nunca me percaté de ello. Con mucho gusto hubiera compartido mis bienes con él. Mis hijos lo trataban de ´´tío´´. ´´Quedamos de acuerdo con el comisario en guardar el secreto. Yo era el único amigo de Alberto. No lo sabía tampoco. Solo nosotros dos lo extrañaríamos. Y no queríamos que lo recordaran como un ladrón. ´´El tema es que, desde esa noche, tanto al comisario como a mí nos agobian terribles pesadillas, y lo más difícil de contar: ambos hemos visto el alma en pena de Alberto, una figura del purgatorio, destrozado a dentelladas, con la mirada implorante. ´´Creemos, don Edgard, que si le damos una despedida cristiana, descansará al fin en paz. Ya conseguimos un cura discreto para el entierro. Falta arreglar el velorio. Sé que usted no es amigo de lo ilegal. Pero, en vista de las circunstancias, no nos queda otra salida que rogárselo. -Los entiendo, amigos. Cuenten con mi discreción. Díganme cuándo, y lo organizo. ¿Tendrán algún objeto del difunto? Es para colocarlo, simbólicamente, en el féretro. -¡Gracias, señor Edgar! Mi hermano descansará en paz. No debimos ocultar lo sucedido. Lo que trajimos es un poco desagradable. Son sus…restos. El comisario me extendió una bolsa con cabello, pocos huesos y la dentadura estrafalaria. Cuando se retiraron, apareció Alberto. Era una visión horrorosa. Un ser escupido por el mismo infierno. Y sufría. De culpa, remordimientos, y la forma cruel en que había abandonado su existencia terrenal. Apreté contra mi pecho la macabra bolsa. Sentí cómo mis latidos transferían energía positiva al difuso portal ente la vida y la muerte en el que me movía a veces. -Es tiempo, Alberto. Siempre hay lugar para el perdón. Puedes marcharte. Percibe la redención de tu arrepentimiento, y calma tu dolor… El espectro mostró un gesto de asombro. Empezaba a captar la luz, que se lo estaba llevando del calvario de la materia. Relajó sus facciones, y se mostró completo, antes de esfumarse en su viaje hacia el descanso. El pelo, los huesos y la dentadura, cobraron un plateado intenso, que irradia un aura luminosa. Ya forma parte de mi colección. Terminé ese día invitando a tomar un café amargo y bien cargado a Tristán, mi ayudante, para contarle lo acontecido. Y le dije lo que ahora les cito, amigos: la envidia es un veneno. No existe la ´´envidia sana´´. Es un sentimiento horrible, que saca nuestro perfil de cerdos, con perdón de los nobles animalitos. Por cierto. Tanto Hilario, como el comisario, desde ese día, se volvieron vegetarianos. Los espero, como siempre, en La Morgue con mi colección de historias.

viernes, 25 de septiembre de 2020

EDGARD, EL COLECCIONISTA- LÁGRIMAS DE FUEGO

EDGARD, EL COLECCIONISTA LÁGRIMAS DE FUEGO Hola, queridos amigos. Quiero contarles una historia de un penar muy especial. La señora Dalma vino a arreglar la ceremonia funeraria de Torcuato, su esposo, agotada por haberlo cuidado durante meses durante su enfermedad terminal. Había en el temblor de su voz y sus manos algo más que cansancio y tristeza. Le pregunté con sutileza el motivo de su inquietud. Mi don emerge sin que lo busque, instando a las personas a abrirse, y hablar de sus aflicciones con franqueza. -Señor Edgard: estoy muy asustada. Desde hace mucho tiempo. Y es la primera vez que menciono el asunto. ´´Siempre percibí, en mi madurez, que cada vez que tenía intimidad con mi marido, alguien me observaba con odio. Es inexplicable. En más de una ocasión, sentía una quemadura en distintos lugares del cuerpo. ´´En principio, trataba de minimizar el asunto, diciéndome que eran ideas mías, pero las marcas en mi piel contradecían mis intentos de obviar el fenómeno. ´´Cuando Torcuato enfermó, se hicieron más frecuente las agresiones. Tengo cicatrices que lo demuestran. ´´Pero lo más terrible fue anoche, cuando falleció mi esposo. Al acercarme para besar sus labios, todavía tibios, y despedirme, apareció una horrenda mujer carbonizada, mostrándome los dientes, como un perro a punto de morder. De sus ojos siniestros, corrían lágrimas de fuego, que saltaban sobre mi persona. ¡De allí venían los ataques que siempre me mortificaban! ´´Aterrada, le grité que se fuera. Y lo hizo. Pero antes, hizo caer una de sus lágrimas sobre mí, y prendieron fuego la manga de mi vestido. ´´Lo apagué rápidamente. Ahora, señor Edgard, temo que esa abominación, que intentó siempre separarme de mi esposo, me calcine viva. ´´Sé que es una locura lo que le estoy contando. -No, Dalma.No lo es. Déjeme averiguar a respecto. Le prometo encontrar alguna salida. ¿Me permitiría usted tocar una de sus heridas? Sin dudar un instante, me extendió el brazo, donde la marca de una fea quemadura iba sanando. La rocé con suavidad, cerrando los ojos. Me invadieron imágenes terribles, que me conectaron con la naturaleza de lo que había atacado a Dalma. -Señora, le agradezco su confianza. Creo saber cómo intentar solucionar esto. Puede descansar tranquila. Haré todo lo posible para que no vuelva a torturarla ese ser. -Muchas gracias, Edgard. Estoy realmente agotada. Física y mentalmente. Cuando se retiró, llamé a Tristán, mi ayudante, y le relaté lo ocurrido. Atento a mis instrucciones, nos tomamos las manos, e invocamos a Tiara. Porque así se llamaba quien alguna vez había habitado el mundo de los vivos, y que ahora era un ente siniestro. Elevé un pedido para que se presentara ante nosotros. Sentí la energía de Tristán respaldando mi mandato, ya que Tiara no quería venir voluntariamente. Finalmente, apareció. Un asqueroso olor a carne podrida quemada acompañó su llegada. Era una imagen de pesadilla: el espectro de una mujer carbonizada, con sus desorbitados ojos sin párpados manando lágrimas de fuego. -Tiara, escúchame: debes perdonar, y perdonarte. Créeme que es el único camino para que tu alma descanse en paz. Cometiste el error de creer en las promesas de un hombre que no te merecía. Te puedo jurar que Dalma no tiene la culpa del desamor de Torcuato. El incendio que provocaste para vengarte de ellos, te atrapó a ti, y pereciste de un modo espantoso. Torcuato no te dejó por Dalma. En realidad, nunca te quiso. Él también se equivocó. Se tentó con tu belleza, y se valió de su posición para usarte. Jamás su mujer supo de ti. Te invito, Tiara, a dejar atrás el dolor que te atraviesa desde hace tantos años, y encontrar el descanso celestial. Pese a que nos enseñó, amenazante, sus dientes, tal como Dalma contó, con Tristán la sorprendimos envolviéndola en un abrazo, vibrando de amor para aplacar su ira, a riesgo de que nos quemara vivos. Pese a su inicial resistencia, empezó a llenarse con el sentimiento que desesperadamente tratábamos de transferirle. Dejamos de sentir el hedor nauseabundo. El horrendo espectro chamuscado transmutó en una jovencita de etérea belleza. Soltamos el abrazo. Ella comenzó a llorar. Esta vez, sus lágrimas, aunque se deslizaban con apariencia ígnea, eran de alivio. Cuando cayeron al piso, se cristalizaron. Cruzó los brazos sobre su pecho, y sonrió tímidamente. Con una expresión de calma inefable se despidió, y estalló en gotas de fuego líquido, que se solidificaron al caer. Había conseguido soltar la agónica tristeza y furia que ató su alma a este mundo por demasiado tiempo, haciendo foco de su odio a Dalma, como la causante de su desgracia. Juntamos con Tristán las ´´lágrimas de fuego´´ que cubrían el piso. Eran bellas piedras rojas, iridiscentes, que hoy forman parte de mi colección. El amor es una de las fuerzas más poderosas de este universo. Solo conjurándolo, puede haber sanación. Les dejo un consejo, mis amigos: jamás jueguen con los sentimientos ajenos. Son un tesoro a cuidar y valorar. Los espero, como siempre, en La Morgue, para contarles todas las historias de mi colección.

domingo, 20 de septiembre de 2020

ARDELIA- (Homenaje universo Stephen King)

Ardelia Lautaro apuró su whisqui, intentando quemar la sensación de irrealidad que lo embargaba. Ella era una pesadilla de la infancia. Un cuco relegado a la trastienda del inconsciente. Un mal recuerdo, neblinoso, emborronado. Y, sin embargo, había regresado. Disipando la niebla. Cruzando las membranas de los sueños infantiles, volviéndose tangible. Estaba…hambrienta. Lautaro había pasado, pese a sus divorcios, por lo que consideraba, una vida adulta exitosa. Creativo, con estudios universitarios costeados con trabajos de mala muerte y perseverancia feroz, hoy su obra de ilustrador era solicitada en todo el mundo. Trabajaba en forma mixta: por un lado, tenía un proyecto independiente, con una pequeña editorial orientada hacia los comics, y un contrato con una agencia de publicidad sumamente productiva. De lo que más orgulloso se sentía, era de haberle podido brindar a su madre, antes de su muerte, pequeños lujos, que ella disfrutó embelesada. Ángela, su mamá, docente de alma y vocación, abandonó su trabajo a pedido del déspota marido, del que se había enamorado con la ceguera de la juventud. Cuando el pequeño Lautaro cumplió los ocho años, en pleno festejo, su esposo le dijo que volvía enseguida. Que iba a buscar una sorpresa especial para el niño. La sorpresa fue que Mauricio nunca regresó. Le dejó en el cuarto, despojado con sutileza rapaz de sus pertenencias, una carta egoísta, agraviante y malsana, donde explicaba que ella y su hijo eran un lastre para un hombre libre y brillante como él. Había, por supuesto, vaciado la cuenta bancaria en común. Total, ella se quedaba con la casa, que, si bien le pertenecía por herencia familiar, era bastante injusto, a su parecer, por los años que él había aportado para su manutención. Le deseaba suerte, y le pedía que no lo buscara: no le gustaban las arrastradas, y tenía una mujer espléndida que lo esperaba con los brazos abiertos, y otro vástago con ella. En vez de sumirla en una depresión, Ángela fue atravesada por un odio feroz que la sacó adelante. Vendió las pocas joyas que tenía, algunas, verdaderas reliquias de familia, para subsistir hasta encontrar nuevamente trabajo. No permitiría que nada le faltara a su pequeño. El inconveniente de conseguir quién cuidara de él en su vorágine laboral, se lo resolvió su tía Clara. Ella tenía un hospedaje, en su vieja casona refaccionada, que le permitía sostenerse, además de su pensión de viuda. Le contó a Ángela que había recibido a una pobre chica, de aspecto angelical, huyendo de un salvaje que había destruido su reputación en su pueblo natal, donde era despreciada. Si estaba de acuerdo, se la enviaría para cuidar de Lauti, a cambio del precio de la habitación. Lo haría con mucho gusto por su querida sobrina, y sobrino nieto, si le parecía la persona adecuada. Ángela quedó encantada al conocer a Ardelia. Le gustó la muchacha, la más dulce con que se había topado en su vida. Cuando vio a Lautaro, demostró un cariño tan espontáneo y natural, que no le quedaron dudas. A Lauti, en principio, la chica le pareció un ángel encarnado. Su largo cabello dorado, ojos azul cielo, de mirada límpida y sonrisa perfecta, lo cautivaron. Así que dejó a su hijo en manos de la joven, que demostró una intachable eficiencia, no solo cuidando al niño, sino también, haciendo quehaceres del hogar, sin descuidar las tareas escolares del pequeño. Lautaro estaba medio enamorado de la bella Ardelia. Hasta que comenzó el asunto de los cuentos. -¡Muy bien, Lauti! Terminaste a tiempo tu tarea. Como premio, ya que yo también cumplí las mías, te contaré una bonita historia, para entretenerte, hasta que llegue mami. Lautaro hubiera querido, en realidad, ver dibujitos en la tele, pero no se sentía capaz de contradecir a la hermosa muchacha, con su dulcísima voz seductora. Y se acomodó en el sillón mientras ella comenzó con el cuento. En principio, era una narración infantil, común y corriente. Luego, a medida que avanzaba, se transformó en algo espeluznantemente terrorífico. -Ardelia, me está dando miedo… -No te preocupes, mi niño. Ya casi termina. Y ella avanzó con su relato, insoportablemente horroroso para Lautaro, que quedó sumido en un trance casi catatónico de pánico. Para colmo de males, mientras discurría la narración, la voz de Ardelia perdió toda su dulzura para adoptar un ronco graznido infrahumano. También su aspecto cambió increíblemente. De una rubia reina de belleza adolescente, mutó a un ser indescriptible, que iba cambiando a medida que la historia se tornaba más repulsiva y aterradora para el niño. Su cabeza se hinchó, desapareciendo la cabellera dorada. Los azules ojos se agrandaron a un tamaño gigantesco, como dos bolas gelatinosas estriadas de venas palpitantes. Su boca de capullo de rosa se estiró como un pico, del que salía una lengua bífida, que lamió con fruición las lágrimas del niño, totalmente en shock. Cuando culminó el cuento, Ardelia volvió a su estado normal, y Lautaro, atontado y aturdido, no sabía si lo que había ocurrido era cierto, o una pesadilla. -¡Mi hermoso Lauti! ¡Qué bien te has portado! Has sido muy valiente. Tengo un regalo para ti. Y sacó de su cartera los dulces preferidos del niño: caramelos de goma de colores. -Te los mereces, mi querido. Y ten en cuenta una cosa. Si le cuentas a mami algo extraño sobre mí, las cosas del cuento vendrán a devorarte vivo… Mientras lo decía, sonreía con dulzura. Cuando Ángela llegaba, encontraba a su hijo un poco raro, pero cuando él la abrazaba, ignorando sus miedos, se conmovía. -No sabe, señora Ángela, como lo extraña. Para distraerlo un poco, he preferido contarle un cuento, en vez de ponerle la televisión. -¡Está perfecto, querida! ¡No sabes cuánto te lo agradezco! Hoy tuve una entrevista en un colegio. Ya cumplimenté los trámites con el ministerio, y hay grandes probabilidades de que me tomen, ante la próxima jubilación de una maestra. Quizá eso implique un poco más de tiempo de tu parte, que te compensaré no bien comience a cobrar mi sueldo. Espero que no te genere inconvenientes… -Por el contrario. ¡Será un placer pasar más tiempo con Lauti! Le he cobrado un gran afecto, y creo que él también me aprecia a mí. Por miedo, Lautaro sonrió y asintió, como si la idea le fascinara. Lo más extraño, era que en cuanto Ardelia se despedía, la experiencia vivida se evaporaba en una extraña bruma, haciéndole dudar de haberla tenido. Compartía alegremente la cena con su madre, y la imagen de su niñera volvía a ser normal. No extrañaba para nada a su padre, al que recordaba como un maltratador, que le gritaba a mamá, y a él lo ignoraba cruelmente. En su pequeña cabeza, confundida y mareada, llegaba a la conclusión de que las cosas iban bien. Ángela consiguió su puesto como maestra, he hizo un pequeño festejo, del que participaron su tía Clara, y, por supuesto, Ardelia. -¿Se han enterado de las desapariciones de niños en el pueblo? -Algo me comentaron…¿Qué pasó, tía? -Es algo muy misterioso. Ocurre, generalmente, de día, los fines de semana, y de noche, en la semana. Alguien entra a los cuartos de las criaturas, y se las lleva en plena madrugada. Y los sábados y domingos, los secuestran en plazas, o mientras juegan en la vereda. Lo más raro de todo, es que no hay testigos de nada… -¡Qué espanto! Debes estar muy atenta, Ardelia… -Por supuesto. Conmigo, les aseguro que Lautaro está totalmente a salvo. No me despego de él. Le sonrió al niño, sacudiendo cariñosamente su cabello. Él le respondió la sonrisa. Ángela se sentía muy feliz. Lautaro continuó la insana rutina con Ardelia. Al concluir sus tareas escolares, ella comenzaba con sus horrorosos cuentos. Él entraba en un trance de terror muy cercano a un coma, mientras su transmutada niñera sorbía sus lágrimas de pánico con fruición, y se iban produciendo más cambios físicos en ella. La libación del llanto del niño, la hinchaba ostensiblemente. Se tenía que quitar la ropa, que le estorbaba. El cuerpo que quedaba descubierto no se asemejaba en nada al de un ser humano. Era una masa gelatinosa, palpitante, con una escisión en el medio de lo que parecía una panza, que se entreabría, como una gigantesca boca vertical, que babeaba, poblada de colmillos largos y filosos como cuchillos curvos. De los costados, surgían repulsivos tentáculos y pinzas articuladas, tal cual las de un gigantesco escorpión. Esa visión de pesadilla, sumada al espantoso contenido de las historias narradas con voz infrahumana, dejaban a Lautaro en un estado imposible de explicar. Ardelia debía conocer el límite físico del niño, ya que cuando el corazón del mismo parecía no poder soportar más, ella cesaba su aberrante actividad. Se vestía, vuelta su imagen a la de una bella muchachita, y le sonreía al niño con dulzura, mientras él salía paulatinamente de su trance. -¡Mi hermoso Lauti! Tu eres un niño bueno y obediente. No debes temer por las desapariciones. Conmigo, si te sigues comportando como hasta ahora, estarás a salvo. Pronto llegará un momento de cambio para mí, y tendré que dejarte. Al menos, por un tiempo. Una vez que termine de alimentarme, deberé descansar un ciclo. Pero me encargaré de que el maldito payaso que se disputa conmigo los niños del pueblo, no se acerque a ti… -No…te entiendo, Ardelia…¿Payaso? ¿Qué pasa con los niños? -Tú tranquilo. No te aflijas. Yo velo por ti. Eres…delicioso… Y sacó, una vez más, los dulces de su bolso, y él los tomó confundido, con una sonrisa bobalicona, que recién se esfumaría cuando al regreso de su madre, con la marcha de Ardelia, los caóticos recuerdos se esfumaran como un mal sueño. Un día, Lautaro manifestó su deseo de visitar unos amiguitos a la salida del colegio. A Ardelia le ardieron los ojos de furia, pero lo disimuló con una dulce sonrisa. -¿Será mucha molestia para ti buscarlo de la casa de Pablo? Con el tema de los raptos, no me atrevo a que vuelva solo… -Será un gusto. Yo aprovecharé para dar una recorrida de compras, mientras Lauti juega con sus amigos. Eso sí. Lo buscaré temprano. Para que no corra ningún peligro innecesario… -Eres un ángel, Ardelia. La madre de Pablo lo retirará de la escuela. Lautaro disfrutó como nunca la visita a la casa de su compañero, donde jugó hasta quedar agotado con sus amigos del colegio. Se decepcionó cuando la madre de Pablo le anunció que su niñera lo venía a buscar. Con una opresión en el pecho, se despidió, sin saber por qué se sentía mal. -Te he venido a buscar antes de lo previsto, mi querido. No quería privarte del cuento diario. Como tenemos poco tiempo, deberá ser particularmente…intenso. Lautaro, confundido, con una niebla mental espesa, tomó la mano de la belleza rubia, y caminó las escasas cuadras que lo separaban de su hogar. Ardelia no mintió. El cuento de ese día fue especialmente horroroso. Ella aprovechó un caudal de lágrimas de terror mucho más copiosas de lo habitual, y al niño le costó bastante salir del trance comatoso, de pánico paralizante, que lo atravesó. -Al principio, me enfurecí contigo, por irte con esos mocosos. Pero me has recompensado bastante. Además, no sabes lo bien que he aprovechado mi ´´paseo de compras´´. -No…te entiendo, Ardelia… -No importa, mi vida. Escucha. A pesar de mi naturaleza, te he cobrado un gran afecto. Dentro de lo que un ser como yo pueda sentirlo. De no ser así, ten por sentado de que… te irías conmigo- dijo, frotándose la chata panza, sonriente, por su broma. Pronto tendré que anunciarle a tu madre mi despedida. Hoy me he alimentado lo suficiente para tolerar mi hibernación, que me preparará para mi cambio definitivo, y no nos veremos por mucho tiempo. Pero regresaré, mi querido. Cuando menos te lo esperes… Y efectivamente, para la total congoja de Ángela, y de la tía Clara, Ardelia anunció que tenía que volver a su pueblo. Su madre estaba enferma de cáncer, en etapa terminal, y requería por ella, olvidando faltas del pasado. -No se preocupe, querida Ángela. No me iré hasta que encuentre reemplazante para el cuidado de Lauti. ¡Lo voy a extrañar tanto! -Eres muy buena, Ardelia. Siento muchísimo lo de tu madre. Sabes que cuando las cosas se resuelvan, siempre tendrás un lugar entre nosotros. -¡Gracias, Ángela! Ha sido, al igual que Clara, un verdadero amor conmigo. Me recibieron ambas sin juzgarme, y me integraron a su hermosa familia. Estoy tan agradecida… Conmovida, Ángela abrazó a la joven, que evidentemente se veía muy desmejorada, seguramente por la preocupación. Lautaro, en una bruma de ideas entre sueño y realidad, percibía que ese deterioro físico de su niñera no se debía a la aflicción por ninguna madre enferma, sino al misterioso cambio que le había referido. No dejaba su pequeña cabeza tampoco la casualidad de la desaparición de dos niños, coincidiendo con el paseo de compras de Ardelia. Pero eran pensamientos encriptados en forma extraña, con algún raro mecanismo de su mente. Continuó la rutina de los cuentos espeluznantes, los trances, los dulces de regalo, hasta que su madre consiguió la niñera de reemplazo, una señora mayor, que cumplía los requisitos para la tarea. Despidieron a la desmejorada Ardelia, que prometió escribir dejándoles su dirección y teléfono no bien llegara a su pueblo. Simplemente, desapareció, para total desconsuelo de Ángela y Clara, que quedaron sumamente preocupadas por el destino de la sufrida y noble muchacha. Lautaro recuperó la normalidad de la vida que ignoraba haber perdido. Los recuerdos de los raros momentos con Ardelia se transformaron en un enigma para él. Cómo era muy hábil dibujando, plasmó en papel el monstruo horroroso que sorbía sus lágrimas de miedo. Ese dibujo, era el rudimento de una historieta con la que tuvo un enorme éxito de adulto. Su nueva niñera, doña Trinidad, no era joven ni bonita, pero era una señora agradable, y le dejaba ver la tele después de la tarea, mientras cantaba desafinadamente limpiando la casa. Y lo más importante, nunca se le ocurrió contarle un cuento. La próxima vez que se juntó con sus amigos, fue en su propia casa. Mientras bebían chocolate y comían galletas, se pusieron a hablar de los niños desaparecidos. -Yo conozco a un chico que dice haber visto a un payaso muy raro rondando el día que se esfumó el gringuito del almacén. Voy a fútbol con él. Pero cuando le pido que me cuente bien como fue, es como que se asusta y cambia de tema. -A mí también me hablaron del payaso, Pablo. Pero es como tú cuentas. El chico tiene miedo... Lautaro se estremeció, recordando las palabras de Ardelia. -Lo más loco que escuché yo- dijo Gonza- es de una araña gigante trepando por la casa de un chico que desapareció de su cuarto. Una vieja que vive en la casa del frente, dice que la vio entrar por el balcón. Se lo dijo a la policía, pero no le hicieron caso. Se lo contó a mi mamá, y ella tampoco le creyó nada. Me dijo que la señora está sonil. -¡Senil, bruto! Pero bueno, ¿cómo dijo la vieja que era la araña? -¡Gordísima, gelatinosa, con pinzas y tentáculos! Y encima, con una cabezota con un pico largo… -¡Con razón no le creyeron! Todos los niños se rieron, menos Lautaro, al que le llegaron flashes de la imagen de Ardelia, durante los cuentos, bastante confusos, pero innegablemente similares a los de sus dibujos. -¿Estás bien, Lauti? -Si. Me acordé de un mal sueño. -¿No le tendrás miedo a la arañota de la vieja, no? Y todos rompieron en carcajadas nuevamente, a las que se sumó Lautaro. -Yo tengo el mejor de los rumores- dijo Beto, el chistoso del grupo. -¡Cuenta! -Es tan disparatado, que lo de la vieja, queda así de chiquito. Pero, está relacionado. Debe ser que alguien le escuchó la historia… -No te hagas el misterioso. ¡Habla ya! -El flaquito del frente de casa, el colorado, me dijo ´´que alguien de confianza´´ le contó haber visto pelear al payaso con…¡la arañota! -¡Noooooo!!!!!- gritaron entre risas, al unísono, excepto Lautaro, muy pálido. -Según él, la araña lo lastimó con una de las pinzas, y escuchen esto, que es lo mejor… ¡Lo intentó morder con una boca dientuda que tenía…en la panza! A esa altura, los chicos lloraban de hilaridad. Para no llamar la atención, Lauti, se integró flojamente al festejo. En ese momento, doña Trinidad entró sonriente, con un bizcochuelo de coco y dulce de leche, y el foco atencional pasó de las historias al postre estrella de la señora. Al poco tiempo, las desapariciones de niños cesaron. Las investigaciones, sin resultados, quedaron en la nada. Solo el dolor de los padres y sus preguntas sin respuesta, persistieron en el tiempo… Lautaro despertó en medio de la noche bañado en sudor. Un puñado de recuerdos enterrados en profundas capas casi arqueológicas de su inconsciente, emergieron en una pesadilla horrible. El monstruo que le había granjeado un éxito con sus historietas de ciencia ficción, y que no sabía de qué lugar de su prolífica imaginación había sacado, la temible ´´Ardelius, la araña mutante´´, mostraba a través de sus sueños, su oscuro origen. Y no tuvo más remedio que recordar… La pesadilla aún le daba vueltas en la cabeza, mientras desayunaba. Los noticieros anunciaban en la televisión desapariciones misteriosas de niños en su zona. Un reportero rescató como ´´nota de color´´, la misma ola de secuestros sin resolución, hace veintisiete años, en el pueblo. Tocaron a su puerta. Observó por la mirilla. Se le heló la sangre. Una hermosa rubia, con una sonrisa radiante, esperaba tras la puerta. Se deslizó, la espalda apoyada en la puerta, hasta sentarse en el piso, con el corazón a punto de estallarle. Ardelia, su misteriosa niñera, había vuelto. Y él, volvía a sentirse un niño indefenso, sin fuerzas ni recursos para enfrentar al monstruo. Luego de lo que le pareció una eternidad, se levantó, y miró con terror la mirilla. No había nadie. Su pródiga imaginación le había jugado una mala pasada. Llamó a su oficina dando instrucciones. Hoy no se llegaría por allí. Mandó por mail a la agencia trabajos suficientes para cubrir su semana laboral, Gracias a Dios, había generado mucho material, como para no ser requerido por un tiempo. Intentó ordenar sus pensamientos. Los recuerdos reprimidos de la infancia, emergían como un cadáver putrefacto, en una profunda laguna. La respuesta a muchas negaciones de su vida. ´´-¿Por qué no quieres tener un bebé conmigo?-´´ La pregunta de las mujeres con que había compartido años de su vida, y a las que daba respuestas tan ridículas y esquivas, que terminaban siendo interpretadas como una falta de amor y compromiso. Incluso, de desprecio. Pero ni él mismo sabía que no quería traer niñitos a un mundo donde, en cualquier momento, podía aparecer un monstruo disfrazado de linda muchacha para comérselos. Era demasiado absurdo e increíble, incluso para él. Y la historieta estrella de su saga de ci fi, con la que ganó el corazón de un público entusiasta, dándole la oportunidad de crecer como artista… Su éxito había tenido un precio pagado muy alto. Y la protagonista, había regresado… ¿Qué podía hacer? No podía acudir a la policía con semejante historia sobre los secuestros de niños. Lo tomarían por loco. ¿Qué clase de criatura era Ardelia? Solo sabía que podía disfrazarse exitosamente para pasar por humana. Que se alimentaba del miedo y de la carne de los pequeños. Lo hacía por un período de tiempo, y luego se retiraba a una ´´hibernación´´. Tenía un contrincante, también peligroso. Un misterioso payaso, que disputaba con ella sus piezas de caza. Veintisiete años se había retirado de la realidad, el engendro. Podría googlear información del pueblo siguiendo ese ciclo. Lo que no tenía certeza, era del tiempo en que se mantenía activa. Abrió su ordenador para investigar, y vio que tenía un correo. Remitente: ´´Tu amiga del ayer´´. Sin arrobas. Sin un formato lógico ni viable para un mail. ´´Mi querido Lauti: fuiste mi niño preferido. Tus lágrimas han sido el elíxir más exquisito que he probado en mi larga existencia. Sé que no me olvidaste: vi tu exitoso comic, y me siento sumamente halagada. Te prometí que regresaría. Así como te dije que te protegería, también cumplo volviendo a ti. Hubiera sido genial un hijito tuyo para cuidar. Pero creo imaginar por qué no lo has tenido… De todos modos, necesito un gran favor tuyo. Nada que te cueste esfuerzo ni te lastime. Por el contrario, podría hasta serte muy placentero. Si me concedes esa pequeña atención, desapareceré de tu existencia, y te brindaré el don del olvido. Podrás rehacer tu vida, y tener prole sin temores. Aún eres joven, humano. La próxima vez que llame tu puerta, no me desplantes. Te avisaré para acordar un encuentro. Si eres tan miedoso como para no recibirme en tu vieja casa, no tengo problemas en que nos encontremos en un lugar público. No me falles mi querido. Tengo ricos dulces para mi niño favorito. Ardelia.´´ Con una sensación de vértigo, recordó el asombro de su madre, cuando él rechazó con asco las gomitas azucaradas que tanto le gustaban. Ahora sabía el motivo. Eran el premio luego de ser un festín de miedo para la arpía. Cuando quiso releer el mail, no se asombró en absoluto al ver que había desaparecido. Cuando investigó en internet, descubrió que, siguiendo un ciclo de veintisiete años, en su zona geográfica, se destacaban misteriosas desapariciones de criaturas, en situaciones inverosímiles, sin testigos, ni resolución de los casos. Secuestraban a los niños en sus propias habitaciones, o cuando estaban jugando fuera de sus hogares. Había registros de casos sobre los últimos ciento cincuenta años. Si quería mayor información, debería recurrir a otros medios. Archivos policiales, o regionales que se ocuparan de esa temática. Pero no había absolutamente nada que lo ayudara a esclarecer un medio de luchar contra un ser del que nadie, excepto él, que supiera, conocía en su verdadera naturaleza. Como condimento para sus pensamientos oscuros, sintió que se deslizaba algo bajo su puerta. Era un sobre, con una escritura impecablemente prolija. Una carta de Ardelia. La abrió con temor y asco. Era sumamente escueta: citaba un lugar y horario de encuentro para esa tarde. Un bar muy conocido en su zona. Tragó saliva. No se atrevería a faltar a la invitación. Llegó al bar y se sentó en una mesa en un ángulo del establecimiento. Antes de hacerse a la idea de cómo iba a encarar el encuentro, apareció Ardelia por la puerta, despampanantemente bella, imponentemente provocativa, vestida con un corto y escotado vestido rojo, que se robó la mirada golosa de todos los hombres, y de envidia, de las mujeres. Meneándose gatunamente, se acercó a él, le besó la mejilla y se sentó. -¡Mi querido Lautaro! ¡Cómo has crecido! ¡Eres un hermoso ejemplar de hombre adulto! Justo lo que necesito… -¿Qué quieres de mí, Ardelia? -¡Qué poco efusivo! Hubiera esperado algo de emoción por tu parte al verme. O de admiración, al menos. Soy el centro de todas las miradas… -Reconozco que destacas con tu disfraz de mujer sexy. No voy a mentirte. Te tengo terror… -Pues no debieras. Siempre te dije que eras especial para mí… -Fuiste la experiencia más horrorosa de mi infancia. -No seas mentiroso. Apenas me recordabas. Si ahora llegaron a tu mente los episodios del pasado, fue porque yo lo dispuse así. Necesito que tengas presente lo que ocurrió. Como te comenté, preciso un favor de ti. Y me lo brindarás. Podría haberte devorado antes de marcharme, pero sentí una conexión especial contigo… -¡Por Dios! ¿Qué eres? -Es gracioso que menciones a Dios…Son tan extraños los humanos… Te explicaré algunas cosas, porque es necesario que las sepas. Serás el primero y único de tu especie e conocerlas. Soy de una raza milenaria. No procedemos de esta dimensión, por explicarlo en términos accesibles a tu entendimiento. Pero la traspasamos en ocasiones, con propósitos específicos. Tenemos un adn mutante, que nos permite tomar el aspecto que me ves. Parte de mi material genético, es humano. Yo soy un ejemplar hembra de mi raza. Y estoy en mi ciclo de reproducirme. Mi cuerpo está lleno de huevecillos con ejemplares que prosperarán en una gestación que llevará un milenio, aproximadamente. Podría sencillamente, dedicarme a alimentarme, y retirarme para el momento de desovar a mis crías, que seguirían mi mismo ciclo, al nacer. Pero, si fuera inseminada por un humano, el adn aportado les brindaría muchas mejoras: podrían evitar las hibernaciones de cambios, y reproducirse mucho más rápido. Quiero mejorar mi especie. Y tú serás quien colabore en hacerlo. De todos modos, serás polvo en el viento para cuando nazcan estos…hijitos tuyos. -¡No, no podría nunca, Ardelia! Es obsceno, enfermizo…Me propones hacer un daño horrible, poblando la tierra de monstruos como tú… -¡Qué melodramático! Escucha: como te dije antes, mi prole nacerá dentro de mil años. No existirás para ese entonces. Ni siquiera sabemos si existirá la tierra, al paso en que vamos. Y en cuanto a lo obsceno, solo figúrate tener sexo con un ejemplar femenino perfecto en todos los aspectos. No verás en ningún momento la imagen que tanto te asustó de niño… -¡No puedo, Ardelia! ¡No soy capaz! Los ojos de ella centellearon de ira. -Escúchame bien: no tienes opción. Si te niegas, te mataré de la forma más espantosa que puedas imaginarte, y, de todos modos, buscaré a otro infeliz que me insemine. Así que tu dilema moral es inexistente. Se trata de salvar tu pellejo, teniendo relaciones con una mujer hermosa. No es tan terrible. Y te puedo asegurar, que en otros planos que desconoces, serás un héroe, digno de adoración para toda una raza de seres superiores. Por otro lado, tal como te prometí, una vez que cumplas con lo tuyo, te olvidarás por completo de mí. Y podrás recomponer tu vida, sin rudimentos de pensamientos que frustren tu primitiva existencia humana. Seré borrada de tu memoria para siempre. Te casarás, tendrás hijos, y tu imaginación te brindará frutos artísticos extraordinarios. Una noche de sexo sin consecuencias, y una vida feliz y tranquila, Lautaro. Solo mírame. No te costará nada… -Como bien dijiste, no tengo opción… -Así es. No cuento con mucho tiempo. Debe ser esta semana, sin demoras. Tu dime cuando y donde. Ya sé que no querrás en tu casa. -Ven mañana a la tarde a buscarme. Iremos a un hotel. Ardelia sonrió, radiante. Parecía una estrella de cine. -Has tomado la decisión correcta. Sigues siendo mi niñito favorito. Mira lo que te traje. Y sacó de su cartera un paquete de caramelos de goma de colores. Él los tomó con un gesto maquinal que lo retrotrajo a su infancia, mientras reprimía una arcada. Los guardó. -Quiero preguntarte algo. Me supiste comentar, a medias, de un payaso, cuando niño. -No soy la única especie de otra dimensión en tu mundo. Ni existe un número limitado de dimensiones. Coincidimos, con el hijo de puta, en nuestros ciclos. Él se encuentra activo en este momento. Está cazando, y alimentándose, como yo. Esta coordenada geográfica, Lautaro, es un portal. Tiene una energía muy particular. También ingresan por aquí otros seres, pero no nos encontramos por una cuestión de tiempo. -¿Podrías, al menos, eliminar al payaso? ¡Él también mata niños! -Mi dulce Lauti…Lo he intentado varias veces. He llegado a herirlo gravemente en una ocasión, pero es una criatura muy fuerte. Solo puedo prometerte la posibilidad de hacer un pacto con él para que jamás toque un vástago tuyo. Y ya te estoy brindando demasiado…Me expongo yo, al hacerlo… -Esto me supera, Ardelia. Déjame pedir un café, y retírate, por favor. -Claro que sí, querido. Tenemos una cita… Se levantó majestuosamente, besó de improvisto la boca de Lautaro, que quedó por un momento paralizado como cuando crío, y se retiró robándose todas las miradas, con su espectacular figura. Esa noche, Lautaro no durmió. Salió con una pequeña bolsa de mano con herramientas. Hizo una compra en una veterinaria. Pasó por una estación de servicio. Se tiró exhausto, en la cama, y dormitó entre pesadillas hasta el mediodía. Revisó mil veces el bolso que preparó. Se hizo algo de comer, pero lo terminó tirando a la basura. En cambio, se puso a dibujar como un poseso, y a beber café en cantidades industriales. Cuando llegó la tarde, había creado una historieta absolutamente genial, con un argumento alucinante. Luego de ducharse, sonó el timbre. Se puso anteojos oscuros, una gorra. Tomó su bolso y abrió la puerta. -Hola Ardelia. -Hola, mi bello Lauti. Veo que quieres ir de incógnito. - dijo sonriendo- Te van bien las gafas. ¿Nos vamos? -Sí. En la puerta está estacionado mi coche. Estás muy…sexy… -¡Gracias, mi niño bello! Has cambiado tu actitud. Espero que te portes bien. Que no me hagas renegar… Subió al coche y se sentó con la frescura de una adolescente que sale de parranda. Lautaro se dirigió hacia las afueras de la ciudad. Llegó a un motel bastante apartado, e ingresó, pagando en la caseta de entrada con efectivo. Una vez dentro de la habitación, Ardelia inspeccionó el lugar con curiosidad divertida. -Los absurdos rituales de los humanos. Perdona, mi querido. -Respecto a eso…Te voy a pedir un poco de privacidad. Prefiero desvestirme a solas. Si puedes ir un rato al baño… -Está bien. No hay problemas. -Ardelia, sabes, a veces, cuando los hombres nos sentimos presionados, o estresados, no… nos funciona…eso… Ella estalló en carcajadas. -No te preocupes, Lautaro. Yo me encargaré de que no tengas ese…problema. Aunque nunca tuve relaciones, me he instruido respecto del tema. -¿Nunca? ¿En tantos años? -Tenía otras prioridades. Te dejo solo, púdico muchacho… En cuanto Ardelia salió de la estancia, sacó los elementos que tenía en el bolso, dejándolos a mano, pero ocultos. Se desnudó rápidamente, y esperó en la cama. Ardelia apareció semidesnuda, con una lencería erótica que la transformaba en la fantasía soñada por cualquier hombre. -¿Te gusta?- preguntó dando una vuelta, desfilando sensualmente frente a él. -Eres muy hermosa. -Me alegro. Pese a sus temores, el cuerpo de Lautaro respondió a los estímulos candentes. Se dispuso a ser un amante espectacular. Sorprendió a Ardelia despertando su impulso sexual. Estaba maravillada con la experiencia. El juego previo la hizo desvariar de placer. Cuando consideró oportuno, Lautaro la penetró, topándose con la absurda barrera de la virginidad de ella. -Te puede doler un poco… -¡No importa! ¡No pares, por favor! Él inició una cópula suave, y fue incrementando el ritmo hasta que ella estalló en un violento orgasmo. En ese momento, palpó en el pliegue de la cama uno de los elementos que tenía reservados. Mientras ella se debatía entre espasmos de placer, el retiró su órgano, y le introdujo una jeringa, cuya punta había bloqueado con una gomita azucarada. Sin darle tiempo a reaccionar, empujó el émbolo y le inundó el vientre de nafta. Gritó ante el ardor imprevisto. El ya la había rociado con más combustible que tenía en un envase de champú, y le aplicó la llama del encendedor, que maniobró ágilmente. En unos segundos, Ardelia era una tea, envuelta en llamas, chillando desesperada, perdiendo su forma humana. La horrenda visión de pesadillas que lo había mortificado de niño, volvió ante sus ojos, entre fuego. A los inhumanos alaridos de la cosa, se le sumaban otros, más agudos, que surgían del interior de ella. Lautaro aprovechó la desesperación del monstruo para salir, envuelto en una bata, y encerrarla en la habitación, que ya ardía como un infierno. -¡Te mataré, hijo de puta!!!-gritó una mortificada voz infrahumana, mientras Lautaro subía al coche, y huía en la noche, con el hotel envuelto en llamas, y gente saliendo despavorida de las habitaciones. Ya en la ruta, aminoró la velocidad. Escuchó la sirena de los bomberos. Cuando le pareció oportuno, paró en un costado del camino, y se vistió con una muda que tenía dispuesta en el auto. Cuando llegó a su casa, se acostó, y durmió doce horas seguidas. No tuvo pesadillas. Al despertar, sopesó la magnitud de los actos cometidos. Por las noticias, se enteró de que el incendio había destruido gran parte del motel. El anuncio de víctimas era extraño. Hubo personas con quemaduras leves, pero en una sola habitación, la más perjudicada, encontraron restos calcinados de algo que no era humano, lo que desató un montón de teorías absurdas para alimentar el morbo de la audiencia. Lautaro se sintió aliviado al saber que nadie había perecido por sus actos. Ni siquiera tenía la certeza de haber terminado con el monstruo. Bien había dicho ella que venía de otra dimensión. ¿Y si ahora se encontraba allí, sanando sus heridas, y planeando una horrible venganza por su osadía? No existía modo de saberlo. Debería convivir con esa incertidumbre para siempre. De momento, se sentía a salvo. Debía volver a cambiar la patente del coche, que había ´´tomado prestada´´, como precaución, por si las cámaras del motel lo captaban. La noche anterior había comprado una jeringa de uso veterinario, contándole a la aburrida vendedora que la usaría en una técnica para pintar. Ya en su casa, la llenó con combustible. El tema era como taparla. No podía permitir que se derramara, y Ardelia oliera su contenido. Así que obstruyó la punta con una de las gomitas obsequiadas. Luego, vació un envase de champú, y también le puso nafta. Esas dos cosas, y el encendedor, fueron, junto con su ropa y su bolso, lo único que dejó en la habitación del motel. De momento, lo que hizo, fue mandar por mail la historieta que le surgió en su mortificante espera de la llegada de Ardelia. Mientras lo hacía, se puso a comer las gomitas azucaradas, que después de mucho tiempo, volvían a ser sus dulces preferidos. Lautaro se encontraba en el cementerio, dejando flores en la tumba de su madre. -Estoy muy contento, mami. Me están saliendo muy bien las cosas. Volví con Celia, mi última esposa. Tenemos pensado tener un hijo. He ganado un premio con mi trabajo. Me apena mucho no poder compartir esto contigo. Haz sido siempre una madre excelente conmigo. Feliz cumpleaños, mamá… Cuando se incorporó, vio, entre la escasa gente que circulaba por el camposanto, un extraño payaso, que lo observaba con gesto risueño. Quedó paralizado. Pero el payaso, pese a su aura terrorífica, lo miraba cordialmente. Con una sonrisa radiante, de la que asomaban horrendos colmillos, le levantó el pulgar, y asintió, como felicitándolo. Hizo un gesto de abrazo, burlón, pero elocuente, saludó, y luego, simplemente, desapareció. Lo único que lamentaba de no haber cumplido el pacto con Ardelia, era no poder disfrutar el don del olvido que le había prometido. Pero algo le decía, que había llegado el momento de dejar el pasado en el pasado, con o sin recuerdos ponzoñosos. Acomodó las flores, sopló un beso hacia la lápida, y se retiró, marchando tranquilo…