viernes, 25 de septiembre de 2020

EDGARD, EL COLECCIONISTA- LÁGRIMAS DE FUEGO

EDGARD, EL COLECCIONISTA LÁGRIMAS DE FUEGO Hola, queridos amigos. Quiero contarles una historia de un penar muy especial. La señora Dalma vino a arreglar la ceremonia funeraria de Torcuato, su esposo, agotada por haberlo cuidado durante meses durante su enfermedad terminal. Había en el temblor de su voz y sus manos algo más que cansancio y tristeza. Le pregunté con sutileza el motivo de su inquietud. Mi don emerge sin que lo busque, instando a las personas a abrirse, y hablar de sus aflicciones con franqueza. -Señor Edgard: estoy muy asustada. Desde hace mucho tiempo. Y es la primera vez que menciono el asunto. ´´Siempre percibí, en mi madurez, que cada vez que tenía intimidad con mi marido, alguien me observaba con odio. Es inexplicable. En más de una ocasión, sentía una quemadura en distintos lugares del cuerpo. ´´En principio, trataba de minimizar el asunto, diciéndome que eran ideas mías, pero las marcas en mi piel contradecían mis intentos de obviar el fenómeno. ´´Cuando Torcuato enfermó, se hicieron más frecuente las agresiones. Tengo cicatrices que lo demuestran. ´´Pero lo más terrible fue anoche, cuando falleció mi esposo. Al acercarme para besar sus labios, todavía tibios, y despedirme, apareció una horrenda mujer carbonizada, mostrándome los dientes, como un perro a punto de morder. De sus ojos siniestros, corrían lágrimas de fuego, que saltaban sobre mi persona. ¡De allí venían los ataques que siempre me mortificaban! ´´Aterrada, le grité que se fuera. Y lo hizo. Pero antes, hizo caer una de sus lágrimas sobre mí, y prendieron fuego la manga de mi vestido. ´´Lo apagué rápidamente. Ahora, señor Edgard, temo que esa abominación, que intentó siempre separarme de mi esposo, me calcine viva. ´´Sé que es una locura lo que le estoy contando. -No, Dalma.No lo es. Déjeme averiguar a respecto. Le prometo encontrar alguna salida. ¿Me permitiría usted tocar una de sus heridas? Sin dudar un instante, me extendió el brazo, donde la marca de una fea quemadura iba sanando. La rocé con suavidad, cerrando los ojos. Me invadieron imágenes terribles, que me conectaron con la naturaleza de lo que había atacado a Dalma. -Señora, le agradezco su confianza. Creo saber cómo intentar solucionar esto. Puede descansar tranquila. Haré todo lo posible para que no vuelva a torturarla ese ser. -Muchas gracias, Edgard. Estoy realmente agotada. Física y mentalmente. Cuando se retiró, llamé a Tristán, mi ayudante, y le relaté lo ocurrido. Atento a mis instrucciones, nos tomamos las manos, e invocamos a Tiara. Porque así se llamaba quien alguna vez había habitado el mundo de los vivos, y que ahora era un ente siniestro. Elevé un pedido para que se presentara ante nosotros. Sentí la energía de Tristán respaldando mi mandato, ya que Tiara no quería venir voluntariamente. Finalmente, apareció. Un asqueroso olor a carne podrida quemada acompañó su llegada. Era una imagen de pesadilla: el espectro de una mujer carbonizada, con sus desorbitados ojos sin párpados manando lágrimas de fuego. -Tiara, escúchame: debes perdonar, y perdonarte. Créeme que es el único camino para que tu alma descanse en paz. Cometiste el error de creer en las promesas de un hombre que no te merecía. Te puedo jurar que Dalma no tiene la culpa del desamor de Torcuato. El incendio que provocaste para vengarte de ellos, te atrapó a ti, y pereciste de un modo espantoso. Torcuato no te dejó por Dalma. En realidad, nunca te quiso. Él también se equivocó. Se tentó con tu belleza, y se valió de su posición para usarte. Jamás su mujer supo de ti. Te invito, Tiara, a dejar atrás el dolor que te atraviesa desde hace tantos años, y encontrar el descanso celestial. Pese a que nos enseñó, amenazante, sus dientes, tal como Dalma contó, con Tristán la sorprendimos envolviéndola en un abrazo, vibrando de amor para aplacar su ira, a riesgo de que nos quemara vivos. Pese a su inicial resistencia, empezó a llenarse con el sentimiento que desesperadamente tratábamos de transferirle. Dejamos de sentir el hedor nauseabundo. El horrendo espectro chamuscado transmutó en una jovencita de etérea belleza. Soltamos el abrazo. Ella comenzó a llorar. Esta vez, sus lágrimas, aunque se deslizaban con apariencia ígnea, eran de alivio. Cuando cayeron al piso, se cristalizaron. Cruzó los brazos sobre su pecho, y sonrió tímidamente. Con una expresión de calma inefable se despidió, y estalló en gotas de fuego líquido, que se solidificaron al caer. Había conseguido soltar la agónica tristeza y furia que ató su alma a este mundo por demasiado tiempo, haciendo foco de su odio a Dalma, como la causante de su desgracia. Juntamos con Tristán las ´´lágrimas de fuego´´ que cubrían el piso. Eran bellas piedras rojas, iridiscentes, que hoy forman parte de mi colección. El amor es una de las fuerzas más poderosas de este universo. Solo conjurándolo, puede haber sanación. Les dejo un consejo, mis amigos: jamás jueguen con los sentimientos ajenos. Son un tesoro a cuidar y valorar. Los espero, como siempre, en La Morgue, para contarles todas las historias de mi colección.

domingo, 20 de septiembre de 2020

ARDELIA- (Homenaje universo Stephen King)

Ardelia Lautaro apuró su whisqui, intentando quemar la sensación de irrealidad que lo embargaba. Ella era una pesadilla de la infancia. Un cuco relegado a la trastienda del inconsciente. Un mal recuerdo, neblinoso, emborronado. Y, sin embargo, había regresado. Disipando la niebla. Cruzando las membranas de los sueños infantiles, volviéndose tangible. Estaba…hambrienta. Lautaro había pasado, pese a sus divorcios, por lo que consideraba, una vida adulta exitosa. Creativo, con estudios universitarios costeados con trabajos de mala muerte y perseverancia feroz, hoy su obra de ilustrador era solicitada en todo el mundo. Trabajaba en forma mixta: por un lado, tenía un proyecto independiente, con una pequeña editorial orientada hacia los comics, y un contrato con una agencia de publicidad sumamente productiva. De lo que más orgulloso se sentía, era de haberle podido brindar a su madre, antes de su muerte, pequeños lujos, que ella disfrutó embelesada. Ángela, su mamá, docente de alma y vocación, abandonó su trabajo a pedido del déspota marido, del que se había enamorado con la ceguera de la juventud. Cuando el pequeño Lautaro cumplió los ocho años, en pleno festejo, su esposo le dijo que volvía enseguida. Que iba a buscar una sorpresa especial para el niño. La sorpresa fue que Mauricio nunca regresó. Le dejó en el cuarto, despojado con sutileza rapaz de sus pertenencias, una carta egoísta, agraviante y malsana, donde explicaba que ella y su hijo eran un lastre para un hombre libre y brillante como él. Había, por supuesto, vaciado la cuenta bancaria en común. Total, ella se quedaba con la casa, que, si bien le pertenecía por herencia familiar, era bastante injusto, a su parecer, por los años que él había aportado para su manutención. Le deseaba suerte, y le pedía que no lo buscara: no le gustaban las arrastradas, y tenía una mujer espléndida que lo esperaba con los brazos abiertos, y otro vástago con ella. En vez de sumirla en una depresión, Ángela fue atravesada por un odio feroz que la sacó adelante. Vendió las pocas joyas que tenía, algunas, verdaderas reliquias de familia, para subsistir hasta encontrar nuevamente trabajo. No permitiría que nada le faltara a su pequeño. El inconveniente de conseguir quién cuidara de él en su vorágine laboral, se lo resolvió su tía Clara. Ella tenía un hospedaje, en su vieja casona refaccionada, que le permitía sostenerse, además de su pensión de viuda. Le contó a Ángela que había recibido a una pobre chica, de aspecto angelical, huyendo de un salvaje que había destruido su reputación en su pueblo natal, donde era despreciada. Si estaba de acuerdo, se la enviaría para cuidar de Lauti, a cambio del precio de la habitación. Lo haría con mucho gusto por su querida sobrina, y sobrino nieto, si le parecía la persona adecuada. Ángela quedó encantada al conocer a Ardelia. Le gustó la muchacha, la más dulce con que se había topado en su vida. Cuando vio a Lautaro, demostró un cariño tan espontáneo y natural, que no le quedaron dudas. A Lauti, en principio, la chica le pareció un ángel encarnado. Su largo cabello dorado, ojos azul cielo, de mirada límpida y sonrisa perfecta, lo cautivaron. Así que dejó a su hijo en manos de la joven, que demostró una intachable eficiencia, no solo cuidando al niño, sino también, haciendo quehaceres del hogar, sin descuidar las tareas escolares del pequeño. Lautaro estaba medio enamorado de la bella Ardelia. Hasta que comenzó el asunto de los cuentos. -¡Muy bien, Lauti! Terminaste a tiempo tu tarea. Como premio, ya que yo también cumplí las mías, te contaré una bonita historia, para entretenerte, hasta que llegue mami. Lautaro hubiera querido, en realidad, ver dibujitos en la tele, pero no se sentía capaz de contradecir a la hermosa muchacha, con su dulcísima voz seductora. Y se acomodó en el sillón mientras ella comenzó con el cuento. En principio, era una narración infantil, común y corriente. Luego, a medida que avanzaba, se transformó en algo espeluznantemente terrorífico. -Ardelia, me está dando miedo… -No te preocupes, mi niño. Ya casi termina. Y ella avanzó con su relato, insoportablemente horroroso para Lautaro, que quedó sumido en un trance casi catatónico de pánico. Para colmo de males, mientras discurría la narración, la voz de Ardelia perdió toda su dulzura para adoptar un ronco graznido infrahumano. También su aspecto cambió increíblemente. De una rubia reina de belleza adolescente, mutó a un ser indescriptible, que iba cambiando a medida que la historia se tornaba más repulsiva y aterradora para el niño. Su cabeza se hinchó, desapareciendo la cabellera dorada. Los azules ojos se agrandaron a un tamaño gigantesco, como dos bolas gelatinosas estriadas de venas palpitantes. Su boca de capullo de rosa se estiró como un pico, del que salía una lengua bífida, que lamió con fruición las lágrimas del niño, totalmente en shock. Cuando culminó el cuento, Ardelia volvió a su estado normal, y Lautaro, atontado y aturdido, no sabía si lo que había ocurrido era cierto, o una pesadilla. -¡Mi hermoso Lauti! ¡Qué bien te has portado! Has sido muy valiente. Tengo un regalo para ti. Y sacó de su cartera los dulces preferidos del niño: caramelos de goma de colores. -Te los mereces, mi querido. Y ten en cuenta una cosa. Si le cuentas a mami algo extraño sobre mí, las cosas del cuento vendrán a devorarte vivo… Mientras lo decía, sonreía con dulzura. Cuando Ángela llegaba, encontraba a su hijo un poco raro, pero cuando él la abrazaba, ignorando sus miedos, se conmovía. -No sabe, señora Ángela, como lo extraña. Para distraerlo un poco, he preferido contarle un cuento, en vez de ponerle la televisión. -¡Está perfecto, querida! ¡No sabes cuánto te lo agradezco! Hoy tuve una entrevista en un colegio. Ya cumplimenté los trámites con el ministerio, y hay grandes probabilidades de que me tomen, ante la próxima jubilación de una maestra. Quizá eso implique un poco más de tiempo de tu parte, que te compensaré no bien comience a cobrar mi sueldo. Espero que no te genere inconvenientes… -Por el contrario. ¡Será un placer pasar más tiempo con Lauti! Le he cobrado un gran afecto, y creo que él también me aprecia a mí. Por miedo, Lautaro sonrió y asintió, como si la idea le fascinara. Lo más extraño, era que en cuanto Ardelia se despedía, la experiencia vivida se evaporaba en una extraña bruma, haciéndole dudar de haberla tenido. Compartía alegremente la cena con su madre, y la imagen de su niñera volvía a ser normal. No extrañaba para nada a su padre, al que recordaba como un maltratador, que le gritaba a mamá, y a él lo ignoraba cruelmente. En su pequeña cabeza, confundida y mareada, llegaba a la conclusión de que las cosas iban bien. Ángela consiguió su puesto como maestra, he hizo un pequeño festejo, del que participaron su tía Clara, y, por supuesto, Ardelia. -¿Se han enterado de las desapariciones de niños en el pueblo? -Algo me comentaron…¿Qué pasó, tía? -Es algo muy misterioso. Ocurre, generalmente, de día, los fines de semana, y de noche, en la semana. Alguien entra a los cuartos de las criaturas, y se las lleva en plena madrugada. Y los sábados y domingos, los secuestran en plazas, o mientras juegan en la vereda. Lo más raro de todo, es que no hay testigos de nada… -¡Qué espanto! Debes estar muy atenta, Ardelia… -Por supuesto. Conmigo, les aseguro que Lautaro está totalmente a salvo. No me despego de él. Le sonrió al niño, sacudiendo cariñosamente su cabello. Él le respondió la sonrisa. Ángela se sentía muy feliz. Lautaro continuó la insana rutina con Ardelia. Al concluir sus tareas escolares, ella comenzaba con sus horrorosos cuentos. Él entraba en un trance de terror muy cercano a un coma, mientras su transmutada niñera sorbía sus lágrimas de pánico con fruición, y se iban produciendo más cambios físicos en ella. La libación del llanto del niño, la hinchaba ostensiblemente. Se tenía que quitar la ropa, que le estorbaba. El cuerpo que quedaba descubierto no se asemejaba en nada al de un ser humano. Era una masa gelatinosa, palpitante, con una escisión en el medio de lo que parecía una panza, que se entreabría, como una gigantesca boca vertical, que babeaba, poblada de colmillos largos y filosos como cuchillos curvos. De los costados, surgían repulsivos tentáculos y pinzas articuladas, tal cual las de un gigantesco escorpión. Esa visión de pesadilla, sumada al espantoso contenido de las historias narradas con voz infrahumana, dejaban a Lautaro en un estado imposible de explicar. Ardelia debía conocer el límite físico del niño, ya que cuando el corazón del mismo parecía no poder soportar más, ella cesaba su aberrante actividad. Se vestía, vuelta su imagen a la de una bella muchachita, y le sonreía al niño con dulzura, mientras él salía paulatinamente de su trance. -¡Mi hermoso Lauti! Tu eres un niño bueno y obediente. No debes temer por las desapariciones. Conmigo, si te sigues comportando como hasta ahora, estarás a salvo. Pronto llegará un momento de cambio para mí, y tendré que dejarte. Al menos, por un tiempo. Una vez que termine de alimentarme, deberé descansar un ciclo. Pero me encargaré de que el maldito payaso que se disputa conmigo los niños del pueblo, no se acerque a ti… -No…te entiendo, Ardelia…¿Payaso? ¿Qué pasa con los niños? -Tú tranquilo. No te aflijas. Yo velo por ti. Eres…delicioso… Y sacó, una vez más, los dulces de su bolso, y él los tomó confundido, con una sonrisa bobalicona, que recién se esfumaría cuando al regreso de su madre, con la marcha de Ardelia, los caóticos recuerdos se esfumaran como un mal sueño. Un día, Lautaro manifestó su deseo de visitar unos amiguitos a la salida del colegio. A Ardelia le ardieron los ojos de furia, pero lo disimuló con una dulce sonrisa. -¿Será mucha molestia para ti buscarlo de la casa de Pablo? Con el tema de los raptos, no me atrevo a que vuelva solo… -Será un gusto. Yo aprovecharé para dar una recorrida de compras, mientras Lauti juega con sus amigos. Eso sí. Lo buscaré temprano. Para que no corra ningún peligro innecesario… -Eres un ángel, Ardelia. La madre de Pablo lo retirará de la escuela. Lautaro disfrutó como nunca la visita a la casa de su compañero, donde jugó hasta quedar agotado con sus amigos del colegio. Se decepcionó cuando la madre de Pablo le anunció que su niñera lo venía a buscar. Con una opresión en el pecho, se despidió, sin saber por qué se sentía mal. -Te he venido a buscar antes de lo previsto, mi querido. No quería privarte del cuento diario. Como tenemos poco tiempo, deberá ser particularmente…intenso. Lautaro, confundido, con una niebla mental espesa, tomó la mano de la belleza rubia, y caminó las escasas cuadras que lo separaban de su hogar. Ardelia no mintió. El cuento de ese día fue especialmente horroroso. Ella aprovechó un caudal de lágrimas de terror mucho más copiosas de lo habitual, y al niño le costó bastante salir del trance comatoso, de pánico paralizante, que lo atravesó. -Al principio, me enfurecí contigo, por irte con esos mocosos. Pero me has recompensado bastante. Además, no sabes lo bien que he aprovechado mi ´´paseo de compras´´. -No…te entiendo, Ardelia… -No importa, mi vida. Escucha. A pesar de mi naturaleza, te he cobrado un gran afecto. Dentro de lo que un ser como yo pueda sentirlo. De no ser así, ten por sentado de que… te irías conmigo- dijo, frotándose la chata panza, sonriente, por su broma. Pronto tendré que anunciarle a tu madre mi despedida. Hoy me he alimentado lo suficiente para tolerar mi hibernación, que me preparará para mi cambio definitivo, y no nos veremos por mucho tiempo. Pero regresaré, mi querido. Cuando menos te lo esperes… Y efectivamente, para la total congoja de Ángela, y de la tía Clara, Ardelia anunció que tenía que volver a su pueblo. Su madre estaba enferma de cáncer, en etapa terminal, y requería por ella, olvidando faltas del pasado. -No se preocupe, querida Ángela. No me iré hasta que encuentre reemplazante para el cuidado de Lauti. ¡Lo voy a extrañar tanto! -Eres muy buena, Ardelia. Siento muchísimo lo de tu madre. Sabes que cuando las cosas se resuelvan, siempre tendrás un lugar entre nosotros. -¡Gracias, Ángela! Ha sido, al igual que Clara, un verdadero amor conmigo. Me recibieron ambas sin juzgarme, y me integraron a su hermosa familia. Estoy tan agradecida… Conmovida, Ángela abrazó a la joven, que evidentemente se veía muy desmejorada, seguramente por la preocupación. Lautaro, en una bruma de ideas entre sueño y realidad, percibía que ese deterioro físico de su niñera no se debía a la aflicción por ninguna madre enferma, sino al misterioso cambio que le había referido. No dejaba su pequeña cabeza tampoco la casualidad de la desaparición de dos niños, coincidiendo con el paseo de compras de Ardelia. Pero eran pensamientos encriptados en forma extraña, con algún raro mecanismo de su mente. Continuó la rutina de los cuentos espeluznantes, los trances, los dulces de regalo, hasta que su madre consiguió la niñera de reemplazo, una señora mayor, que cumplía los requisitos para la tarea. Despidieron a la desmejorada Ardelia, que prometió escribir dejándoles su dirección y teléfono no bien llegara a su pueblo. Simplemente, desapareció, para total desconsuelo de Ángela y Clara, que quedaron sumamente preocupadas por el destino de la sufrida y noble muchacha. Lautaro recuperó la normalidad de la vida que ignoraba haber perdido. Los recuerdos de los raros momentos con Ardelia se transformaron en un enigma para él. Cómo era muy hábil dibujando, plasmó en papel el monstruo horroroso que sorbía sus lágrimas de miedo. Ese dibujo, era el rudimento de una historieta con la que tuvo un enorme éxito de adulto. Su nueva niñera, doña Trinidad, no era joven ni bonita, pero era una señora agradable, y le dejaba ver la tele después de la tarea, mientras cantaba desafinadamente limpiando la casa. Y lo más importante, nunca se le ocurrió contarle un cuento. La próxima vez que se juntó con sus amigos, fue en su propia casa. Mientras bebían chocolate y comían galletas, se pusieron a hablar de los niños desaparecidos. -Yo conozco a un chico que dice haber visto a un payaso muy raro rondando el día que se esfumó el gringuito del almacén. Voy a fútbol con él. Pero cuando le pido que me cuente bien como fue, es como que se asusta y cambia de tema. -A mí también me hablaron del payaso, Pablo. Pero es como tú cuentas. El chico tiene miedo... Lautaro se estremeció, recordando las palabras de Ardelia. -Lo más loco que escuché yo- dijo Gonza- es de una araña gigante trepando por la casa de un chico que desapareció de su cuarto. Una vieja que vive en la casa del frente, dice que la vio entrar por el balcón. Se lo dijo a la policía, pero no le hicieron caso. Se lo contó a mi mamá, y ella tampoco le creyó nada. Me dijo que la señora está sonil. -¡Senil, bruto! Pero bueno, ¿cómo dijo la vieja que era la araña? -¡Gordísima, gelatinosa, con pinzas y tentáculos! Y encima, con una cabezota con un pico largo… -¡Con razón no le creyeron! Todos los niños se rieron, menos Lautaro, al que le llegaron flashes de la imagen de Ardelia, durante los cuentos, bastante confusos, pero innegablemente similares a los de sus dibujos. -¿Estás bien, Lauti? -Si. Me acordé de un mal sueño. -¿No le tendrás miedo a la arañota de la vieja, no? Y todos rompieron en carcajadas nuevamente, a las que se sumó Lautaro. -Yo tengo el mejor de los rumores- dijo Beto, el chistoso del grupo. -¡Cuenta! -Es tan disparatado, que lo de la vieja, queda así de chiquito. Pero, está relacionado. Debe ser que alguien le escuchó la historia… -No te hagas el misterioso. ¡Habla ya! -El flaquito del frente de casa, el colorado, me dijo ´´que alguien de confianza´´ le contó haber visto pelear al payaso con…¡la arañota! -¡Noooooo!!!!!- gritaron entre risas, al unísono, excepto Lautaro, muy pálido. -Según él, la araña lo lastimó con una de las pinzas, y escuchen esto, que es lo mejor… ¡Lo intentó morder con una boca dientuda que tenía…en la panza! A esa altura, los chicos lloraban de hilaridad. Para no llamar la atención, Lauti, se integró flojamente al festejo. En ese momento, doña Trinidad entró sonriente, con un bizcochuelo de coco y dulce de leche, y el foco atencional pasó de las historias al postre estrella de la señora. Al poco tiempo, las desapariciones de niños cesaron. Las investigaciones, sin resultados, quedaron en la nada. Solo el dolor de los padres y sus preguntas sin respuesta, persistieron en el tiempo… Lautaro despertó en medio de la noche bañado en sudor. Un puñado de recuerdos enterrados en profundas capas casi arqueológicas de su inconsciente, emergieron en una pesadilla horrible. El monstruo que le había granjeado un éxito con sus historietas de ciencia ficción, y que no sabía de qué lugar de su prolífica imaginación había sacado, la temible ´´Ardelius, la araña mutante´´, mostraba a través de sus sueños, su oscuro origen. Y no tuvo más remedio que recordar… La pesadilla aún le daba vueltas en la cabeza, mientras desayunaba. Los noticieros anunciaban en la televisión desapariciones misteriosas de niños en su zona. Un reportero rescató como ´´nota de color´´, la misma ola de secuestros sin resolución, hace veintisiete años, en el pueblo. Tocaron a su puerta. Observó por la mirilla. Se le heló la sangre. Una hermosa rubia, con una sonrisa radiante, esperaba tras la puerta. Se deslizó, la espalda apoyada en la puerta, hasta sentarse en el piso, con el corazón a punto de estallarle. Ardelia, su misteriosa niñera, había vuelto. Y él, volvía a sentirse un niño indefenso, sin fuerzas ni recursos para enfrentar al monstruo. Luego de lo que le pareció una eternidad, se levantó, y miró con terror la mirilla. No había nadie. Su pródiga imaginación le había jugado una mala pasada. Llamó a su oficina dando instrucciones. Hoy no se llegaría por allí. Mandó por mail a la agencia trabajos suficientes para cubrir su semana laboral, Gracias a Dios, había generado mucho material, como para no ser requerido por un tiempo. Intentó ordenar sus pensamientos. Los recuerdos reprimidos de la infancia, emergían como un cadáver putrefacto, en una profunda laguna. La respuesta a muchas negaciones de su vida. ´´-¿Por qué no quieres tener un bebé conmigo?-´´ La pregunta de las mujeres con que había compartido años de su vida, y a las que daba respuestas tan ridículas y esquivas, que terminaban siendo interpretadas como una falta de amor y compromiso. Incluso, de desprecio. Pero ni él mismo sabía que no quería traer niñitos a un mundo donde, en cualquier momento, podía aparecer un monstruo disfrazado de linda muchacha para comérselos. Era demasiado absurdo e increíble, incluso para él. Y la historieta estrella de su saga de ci fi, con la que ganó el corazón de un público entusiasta, dándole la oportunidad de crecer como artista… Su éxito había tenido un precio pagado muy alto. Y la protagonista, había regresado… ¿Qué podía hacer? No podía acudir a la policía con semejante historia sobre los secuestros de niños. Lo tomarían por loco. ¿Qué clase de criatura era Ardelia? Solo sabía que podía disfrazarse exitosamente para pasar por humana. Que se alimentaba del miedo y de la carne de los pequeños. Lo hacía por un período de tiempo, y luego se retiraba a una ´´hibernación´´. Tenía un contrincante, también peligroso. Un misterioso payaso, que disputaba con ella sus piezas de caza. Veintisiete años se había retirado de la realidad, el engendro. Podría googlear información del pueblo siguiendo ese ciclo. Lo que no tenía certeza, era del tiempo en que se mantenía activa. Abrió su ordenador para investigar, y vio que tenía un correo. Remitente: ´´Tu amiga del ayer´´. Sin arrobas. Sin un formato lógico ni viable para un mail. ´´Mi querido Lauti: fuiste mi niño preferido. Tus lágrimas han sido el elíxir más exquisito que he probado en mi larga existencia. Sé que no me olvidaste: vi tu exitoso comic, y me siento sumamente halagada. Te prometí que regresaría. Así como te dije que te protegería, también cumplo volviendo a ti. Hubiera sido genial un hijito tuyo para cuidar. Pero creo imaginar por qué no lo has tenido… De todos modos, necesito un gran favor tuyo. Nada que te cueste esfuerzo ni te lastime. Por el contrario, podría hasta serte muy placentero. Si me concedes esa pequeña atención, desapareceré de tu existencia, y te brindaré el don del olvido. Podrás rehacer tu vida, y tener prole sin temores. Aún eres joven, humano. La próxima vez que llame tu puerta, no me desplantes. Te avisaré para acordar un encuentro. Si eres tan miedoso como para no recibirme en tu vieja casa, no tengo problemas en que nos encontremos en un lugar público. No me falles mi querido. Tengo ricos dulces para mi niño favorito. Ardelia.´´ Con una sensación de vértigo, recordó el asombro de su madre, cuando él rechazó con asco las gomitas azucaradas que tanto le gustaban. Ahora sabía el motivo. Eran el premio luego de ser un festín de miedo para la arpía. Cuando quiso releer el mail, no se asombró en absoluto al ver que había desaparecido. Cuando investigó en internet, descubrió que, siguiendo un ciclo de veintisiete años, en su zona geográfica, se destacaban misteriosas desapariciones de criaturas, en situaciones inverosímiles, sin testigos, ni resolución de los casos. Secuestraban a los niños en sus propias habitaciones, o cuando estaban jugando fuera de sus hogares. Había registros de casos sobre los últimos ciento cincuenta años. Si quería mayor información, debería recurrir a otros medios. Archivos policiales, o regionales que se ocuparan de esa temática. Pero no había absolutamente nada que lo ayudara a esclarecer un medio de luchar contra un ser del que nadie, excepto él, que supiera, conocía en su verdadera naturaleza. Como condimento para sus pensamientos oscuros, sintió que se deslizaba algo bajo su puerta. Era un sobre, con una escritura impecablemente prolija. Una carta de Ardelia. La abrió con temor y asco. Era sumamente escueta: citaba un lugar y horario de encuentro para esa tarde. Un bar muy conocido en su zona. Tragó saliva. No se atrevería a faltar a la invitación. Llegó al bar y se sentó en una mesa en un ángulo del establecimiento. Antes de hacerse a la idea de cómo iba a encarar el encuentro, apareció Ardelia por la puerta, despampanantemente bella, imponentemente provocativa, vestida con un corto y escotado vestido rojo, que se robó la mirada golosa de todos los hombres, y de envidia, de las mujeres. Meneándose gatunamente, se acercó a él, le besó la mejilla y se sentó. -¡Mi querido Lautaro! ¡Cómo has crecido! ¡Eres un hermoso ejemplar de hombre adulto! Justo lo que necesito… -¿Qué quieres de mí, Ardelia? -¡Qué poco efusivo! Hubiera esperado algo de emoción por tu parte al verme. O de admiración, al menos. Soy el centro de todas las miradas… -Reconozco que destacas con tu disfraz de mujer sexy. No voy a mentirte. Te tengo terror… -Pues no debieras. Siempre te dije que eras especial para mí… -Fuiste la experiencia más horrorosa de mi infancia. -No seas mentiroso. Apenas me recordabas. Si ahora llegaron a tu mente los episodios del pasado, fue porque yo lo dispuse así. Necesito que tengas presente lo que ocurrió. Como te comenté, preciso un favor de ti. Y me lo brindarás. Podría haberte devorado antes de marcharme, pero sentí una conexión especial contigo… -¡Por Dios! ¿Qué eres? -Es gracioso que menciones a Dios…Son tan extraños los humanos… Te explicaré algunas cosas, porque es necesario que las sepas. Serás el primero y único de tu especie e conocerlas. Soy de una raza milenaria. No procedemos de esta dimensión, por explicarlo en términos accesibles a tu entendimiento. Pero la traspasamos en ocasiones, con propósitos específicos. Tenemos un adn mutante, que nos permite tomar el aspecto que me ves. Parte de mi material genético, es humano. Yo soy un ejemplar hembra de mi raza. Y estoy en mi ciclo de reproducirme. Mi cuerpo está lleno de huevecillos con ejemplares que prosperarán en una gestación que llevará un milenio, aproximadamente. Podría sencillamente, dedicarme a alimentarme, y retirarme para el momento de desovar a mis crías, que seguirían mi mismo ciclo, al nacer. Pero, si fuera inseminada por un humano, el adn aportado les brindaría muchas mejoras: podrían evitar las hibernaciones de cambios, y reproducirse mucho más rápido. Quiero mejorar mi especie. Y tú serás quien colabore en hacerlo. De todos modos, serás polvo en el viento para cuando nazcan estos…hijitos tuyos. -¡No, no podría nunca, Ardelia! Es obsceno, enfermizo…Me propones hacer un daño horrible, poblando la tierra de monstruos como tú… -¡Qué melodramático! Escucha: como te dije antes, mi prole nacerá dentro de mil años. No existirás para ese entonces. Ni siquiera sabemos si existirá la tierra, al paso en que vamos. Y en cuanto a lo obsceno, solo figúrate tener sexo con un ejemplar femenino perfecto en todos los aspectos. No verás en ningún momento la imagen que tanto te asustó de niño… -¡No puedo, Ardelia! ¡No soy capaz! Los ojos de ella centellearon de ira. -Escúchame bien: no tienes opción. Si te niegas, te mataré de la forma más espantosa que puedas imaginarte, y, de todos modos, buscaré a otro infeliz que me insemine. Así que tu dilema moral es inexistente. Se trata de salvar tu pellejo, teniendo relaciones con una mujer hermosa. No es tan terrible. Y te puedo asegurar, que en otros planos que desconoces, serás un héroe, digno de adoración para toda una raza de seres superiores. Por otro lado, tal como te prometí, una vez que cumplas con lo tuyo, te olvidarás por completo de mí. Y podrás recomponer tu vida, sin rudimentos de pensamientos que frustren tu primitiva existencia humana. Seré borrada de tu memoria para siempre. Te casarás, tendrás hijos, y tu imaginación te brindará frutos artísticos extraordinarios. Una noche de sexo sin consecuencias, y una vida feliz y tranquila, Lautaro. Solo mírame. No te costará nada… -Como bien dijiste, no tengo opción… -Así es. No cuento con mucho tiempo. Debe ser esta semana, sin demoras. Tu dime cuando y donde. Ya sé que no querrás en tu casa. -Ven mañana a la tarde a buscarme. Iremos a un hotel. Ardelia sonrió, radiante. Parecía una estrella de cine. -Has tomado la decisión correcta. Sigues siendo mi niñito favorito. Mira lo que te traje. Y sacó de su cartera un paquete de caramelos de goma de colores. Él los tomó con un gesto maquinal que lo retrotrajo a su infancia, mientras reprimía una arcada. Los guardó. -Quiero preguntarte algo. Me supiste comentar, a medias, de un payaso, cuando niño. -No soy la única especie de otra dimensión en tu mundo. Ni existe un número limitado de dimensiones. Coincidimos, con el hijo de puta, en nuestros ciclos. Él se encuentra activo en este momento. Está cazando, y alimentándose, como yo. Esta coordenada geográfica, Lautaro, es un portal. Tiene una energía muy particular. También ingresan por aquí otros seres, pero no nos encontramos por una cuestión de tiempo. -¿Podrías, al menos, eliminar al payaso? ¡Él también mata niños! -Mi dulce Lauti…Lo he intentado varias veces. He llegado a herirlo gravemente en una ocasión, pero es una criatura muy fuerte. Solo puedo prometerte la posibilidad de hacer un pacto con él para que jamás toque un vástago tuyo. Y ya te estoy brindando demasiado…Me expongo yo, al hacerlo… -Esto me supera, Ardelia. Déjame pedir un café, y retírate, por favor. -Claro que sí, querido. Tenemos una cita… Se levantó majestuosamente, besó de improvisto la boca de Lautaro, que quedó por un momento paralizado como cuando crío, y se retiró robándose todas las miradas, con su espectacular figura. Esa noche, Lautaro no durmió. Salió con una pequeña bolsa de mano con herramientas. Hizo una compra en una veterinaria. Pasó por una estación de servicio. Se tiró exhausto, en la cama, y dormitó entre pesadillas hasta el mediodía. Revisó mil veces el bolso que preparó. Se hizo algo de comer, pero lo terminó tirando a la basura. En cambio, se puso a dibujar como un poseso, y a beber café en cantidades industriales. Cuando llegó la tarde, había creado una historieta absolutamente genial, con un argumento alucinante. Luego de ducharse, sonó el timbre. Se puso anteojos oscuros, una gorra. Tomó su bolso y abrió la puerta. -Hola Ardelia. -Hola, mi bello Lauti. Veo que quieres ir de incógnito. - dijo sonriendo- Te van bien las gafas. ¿Nos vamos? -Sí. En la puerta está estacionado mi coche. Estás muy…sexy… -¡Gracias, mi niño bello! Has cambiado tu actitud. Espero que te portes bien. Que no me hagas renegar… Subió al coche y se sentó con la frescura de una adolescente que sale de parranda. Lautaro se dirigió hacia las afueras de la ciudad. Llegó a un motel bastante apartado, e ingresó, pagando en la caseta de entrada con efectivo. Una vez dentro de la habitación, Ardelia inspeccionó el lugar con curiosidad divertida. -Los absurdos rituales de los humanos. Perdona, mi querido. -Respecto a eso…Te voy a pedir un poco de privacidad. Prefiero desvestirme a solas. Si puedes ir un rato al baño… -Está bien. No hay problemas. -Ardelia, sabes, a veces, cuando los hombres nos sentimos presionados, o estresados, no… nos funciona…eso… Ella estalló en carcajadas. -No te preocupes, Lautaro. Yo me encargaré de que no tengas ese…problema. Aunque nunca tuve relaciones, me he instruido respecto del tema. -¿Nunca? ¿En tantos años? -Tenía otras prioridades. Te dejo solo, púdico muchacho… En cuanto Ardelia salió de la estancia, sacó los elementos que tenía en el bolso, dejándolos a mano, pero ocultos. Se desnudó rápidamente, y esperó en la cama. Ardelia apareció semidesnuda, con una lencería erótica que la transformaba en la fantasía soñada por cualquier hombre. -¿Te gusta?- preguntó dando una vuelta, desfilando sensualmente frente a él. -Eres muy hermosa. -Me alegro. Pese a sus temores, el cuerpo de Lautaro respondió a los estímulos candentes. Se dispuso a ser un amante espectacular. Sorprendió a Ardelia despertando su impulso sexual. Estaba maravillada con la experiencia. El juego previo la hizo desvariar de placer. Cuando consideró oportuno, Lautaro la penetró, topándose con la absurda barrera de la virginidad de ella. -Te puede doler un poco… -¡No importa! ¡No pares, por favor! Él inició una cópula suave, y fue incrementando el ritmo hasta que ella estalló en un violento orgasmo. En ese momento, palpó en el pliegue de la cama uno de los elementos que tenía reservados. Mientras ella se debatía entre espasmos de placer, el retiró su órgano, y le introdujo una jeringa, cuya punta había bloqueado con una gomita azucarada. Sin darle tiempo a reaccionar, empujó el émbolo y le inundó el vientre de nafta. Gritó ante el ardor imprevisto. El ya la había rociado con más combustible que tenía en un envase de champú, y le aplicó la llama del encendedor, que maniobró ágilmente. En unos segundos, Ardelia era una tea, envuelta en llamas, chillando desesperada, perdiendo su forma humana. La horrenda visión de pesadillas que lo había mortificado de niño, volvió ante sus ojos, entre fuego. A los inhumanos alaridos de la cosa, se le sumaban otros, más agudos, que surgían del interior de ella. Lautaro aprovechó la desesperación del monstruo para salir, envuelto en una bata, y encerrarla en la habitación, que ya ardía como un infierno. -¡Te mataré, hijo de puta!!!-gritó una mortificada voz infrahumana, mientras Lautaro subía al coche, y huía en la noche, con el hotel envuelto en llamas, y gente saliendo despavorida de las habitaciones. Ya en la ruta, aminoró la velocidad. Escuchó la sirena de los bomberos. Cuando le pareció oportuno, paró en un costado del camino, y se vistió con una muda que tenía dispuesta en el auto. Cuando llegó a su casa, se acostó, y durmió doce horas seguidas. No tuvo pesadillas. Al despertar, sopesó la magnitud de los actos cometidos. Por las noticias, se enteró de que el incendio había destruido gran parte del motel. El anuncio de víctimas era extraño. Hubo personas con quemaduras leves, pero en una sola habitación, la más perjudicada, encontraron restos calcinados de algo que no era humano, lo que desató un montón de teorías absurdas para alimentar el morbo de la audiencia. Lautaro se sintió aliviado al saber que nadie había perecido por sus actos. Ni siquiera tenía la certeza de haber terminado con el monstruo. Bien había dicho ella que venía de otra dimensión. ¿Y si ahora se encontraba allí, sanando sus heridas, y planeando una horrible venganza por su osadía? No existía modo de saberlo. Debería convivir con esa incertidumbre para siempre. De momento, se sentía a salvo. Debía volver a cambiar la patente del coche, que había ´´tomado prestada´´, como precaución, por si las cámaras del motel lo captaban. La noche anterior había comprado una jeringa de uso veterinario, contándole a la aburrida vendedora que la usaría en una técnica para pintar. Ya en su casa, la llenó con combustible. El tema era como taparla. No podía permitir que se derramara, y Ardelia oliera su contenido. Así que obstruyó la punta con una de las gomitas obsequiadas. Luego, vació un envase de champú, y también le puso nafta. Esas dos cosas, y el encendedor, fueron, junto con su ropa y su bolso, lo único que dejó en la habitación del motel. De momento, lo que hizo, fue mandar por mail la historieta que le surgió en su mortificante espera de la llegada de Ardelia. Mientras lo hacía, se puso a comer las gomitas azucaradas, que después de mucho tiempo, volvían a ser sus dulces preferidos. Lautaro se encontraba en el cementerio, dejando flores en la tumba de su madre. -Estoy muy contento, mami. Me están saliendo muy bien las cosas. Volví con Celia, mi última esposa. Tenemos pensado tener un hijo. He ganado un premio con mi trabajo. Me apena mucho no poder compartir esto contigo. Haz sido siempre una madre excelente conmigo. Feliz cumpleaños, mamá… Cuando se incorporó, vio, entre la escasa gente que circulaba por el camposanto, un extraño payaso, que lo observaba con gesto risueño. Quedó paralizado. Pero el payaso, pese a su aura terrorífica, lo miraba cordialmente. Con una sonrisa radiante, de la que asomaban horrendos colmillos, le levantó el pulgar, y asintió, como felicitándolo. Hizo un gesto de abrazo, burlón, pero elocuente, saludó, y luego, simplemente, desapareció. Lo único que lamentaba de no haber cumplido el pacto con Ardelia, era no poder disfrutar el don del olvido que le había prometido. Pero algo le decía, que había llegado el momento de dejar el pasado en el pasado, con o sin recuerdos ponzoñosos. Acomodó las flores, sopló un beso hacia la lápida, y se retiró, marchando tranquilo…

viernes, 18 de septiembre de 2020

EDGARD, EL COLECCIONISTA- EL TATUAJE

EDGARD, EL COLECCIONISTA EL TATUAJE Mi fiel ayudante, Tristán, vino muy triste a contarme que había fallecido Tania, la bella panadera. Él había trabado una linda amistad con la buena mujer, de la que, creo, estaba un poco enamorado. Me avisó que su hija se sentía demasiado abatida como para tramitar los protocolos funerarios, pero sabía que su madre había dejado arreglos a respecto, que me concernían. -Me parece, señor Edgard, que debería hablar con Lía. Sería muy útil que tuviera una charla con usted. -¿Qué ocurrió, amigo? -Es un presentimiento. -No se diga más. Llevado por la sugerencia, fui hasta la casa de la joven. Me recibió pensando que venía a cumplimentar los trámites del deceso. -Puedo aprovechar, querida, para pedirle el certificado. En realidad, estoy aquí para conversar con usted, por recomendación de un amigo de su mamá. -Debe ser Tristán. Ella lo apreciaba. Decía que era un buen hombre. Confiaba en él. -La invito a confiar en mí. -Es una historia larga. –dijo, suspirando con tristeza. -La escucho. -Hace unas semanas, mi madre cambió. De ser alegre, extrovertida y enérgica, comencé a notarla distraída, triste, preocupada. La descubrí llorando a escondidas. Le tuve que suplicar que me contara qué le ocurría, y lo hizo solo porque pensó que yo me encontraba en peligro. ´´Como sabrá, no tengo papá. Siempre creí (así me lo había dicho ella), que la habían repudiado en su familia por quedar embarazada soltera, y al desaparecer su novio, decidió armar su destino en otro lugar, y vino aquí a tenerme, montando con sus ahorros la panadería que fue su orgullo. ´´Ocurre que, en realidad, fue secuestrada de jovencita, y obligada a prostituirse por un hombre despreciable. El mal nacido marcaba a sus víctimas con un horrible tatuaje en la espalda, que mamá siempre escondía, y del que yo, ignorante de su origen, me reía las pocas veces que lo veía por algún descuido de ella. ´´Me contó que cuando descubrió su embarazo, juntó valor para hacer lo que nadie se atrevía: denunciar a Iván, el malvado que había destrozado su vida, ya que, si bien no era el eslabón principal, formaba parte de una gruesa cadena de proxenetas que esclavizaba mujeres inocentes desde su minoría de edad. ´´Si bien no sabía quién era el padre de su hijo, ella amaba a su bebé, y había visto lo que ocurría con Iván cuando una de sus chicas quedaba encinta: era golpeada hasta que abortaba. Si eso no ocurría, traía a una mujer que se ocupaba del ´´problema´´. Y si la chica en cuestión ya estaba muy avanzada para detener el nacimiento, por haberlo ocultado, la dejaba encerrada, en condiciones infrahumanas, para traer un niño al mundo, y vendía al bebé no bien nacía. ´´Acudió a un cliente que era policía, y, según me dijo, muy buena persona, ya que se asombró auténticamente al saber que era obligada a prostituirse, y más aún, desde que edad. ´´Nahuel se comprometió, si ella testificaba, a meter preso a Iván. Y lo consiguió. ´´Sus compañeras de desgracia, aunque muertas de miedo, también se presentaron a la justicia, por lo que el malvado cayó a la cárcel, no sin antes prometer venganza a mi madre, como instigadora de la sublevación. ´´Ella, feliz de verse libre, no quiso arriesgar la seguridad de su querida familia, y huyó hacia un lugar muy lejano a recomenzar su vida. ´´Todo parecía haber salido bien: el pueblo la recibió con cariño, y pudo tenerme, educarme y trabajar en paz. ´´Un día, vio a un hombre espiando su negocio. Se quedó congelada de horror al ver a Iván sonriéndole burlonamente. Su promesa de venganza no había sido olvidada. Y temía que recayera sobre mí, lo que más amaba en el mundo. ´´Le rogué que acudiéramos nuevamente a la policía, a lo que arguyó que no podía acusar de nada al hombre, porque seguramente había salido en libertad, después de tantos años, y que no tenía qué denunciar. Me rogó que no saliera de la casa, al menos por un tiempo. ´´Sé que llegó a comprar un arma. La tenía escondida en la caja de recaudaciones. ´´Comencé a ver al tipo espiar constantemente a mi madre, con esa sonrisa horrible. ´´El día que decidí buscar ayuda, porque el acoso estaba devastando a mamá, su corazón dijo basta. Falleció antes de que pudiera hacer nada por ella. La pobre niña estalló en lágrimas. La abracé, y le sugerí: -Lía, no puede quedarse sola aquí. Venga a mi casa. Con Tristán la protegeremos de ese monstruo. Y verá que hallaremos alguna solución. Creo que aceptó mi oferta solo para poder descansar tranquila un poco. Se la veía totalmente agotada. La dejé en una habitación, con Cerbero, mi mastín, cuidándola. El perrote se olvidó de su tamaño gigantesco para acostarse con la chica, para alivio de ella, en la cama. Así los dejé, abrazados, con la seguridad de que el animal daría su vida por defender a Lía de ser necesario, y me aboqué a preparar el velatorio, poniendo al tanto a Tristán de los sucesos. Cuando llegó el cuerpo de Tania, y comencé mi labor, apareció su espectro, con el rostro transido de aflicción. -Tranquila, buena mujer. Sé lo que ocurre. Protegeré a tu hija. Podrás descansar en paz luego de esta noche. Su imagen se difuminó. Yo sabía que aún estaba presente. La sentía. Puse su cuerpo de espaldas. Vi el horrible tatuaje con el que Iván ´´marcaba´´ a sus víctimas. Una calavera en llamas, apoyada sobre espinas. Una frase odiosa se leía bajo la fea imagen: ´´Propiedad privada´´. Mi indignación me orientó con los pasos a seguir. Con un escalpelo, retiré el trozo de piel con el dibujo, empapándolo en los químicos adecuados para disponerlo como la tela de un cuadro, mientras, guiado por mi furia, recité unas oraciones orientadas hacia Iván. Sin que lo notara se acercó Tristán, e impuso sus manos sobre mí, potenciando mi ritual, más intuitivo que pensado. Cuando concluimos, comencé la preparación del cuerpo. Al inicio del velatorio, Tristán despertó a Lía para que despidiera a su madre. -No te asustes, si ves a Iván. Seguramente vendrá, pero con nosotros, te aseguro que nada deberás temer. La chica asintió. Fueron asistiendo los deudos. Ya avanzada la ceremonia, apareció el deleznable rufián. Se acercó a Lía, como para darle el pésame. Yo, estratégicamente cerca, escuché sus sibilinas palabras: -Eres bonita como tu madre. Serás una excelente pupila para mi rebaño descarriado. -Retírese, caballero. -le dije, mientras Tristán abrazaba a la aterrada muchacha. - No es bienvenido aquí. -¿Y si no lo hago? ¿Qué sucederá? ¿Llamará a la policía? -Para nada. No soy tan mundano. Arriésguese, y compruébelo por usted mismo. Algo debió percibir en mi mirada colérica, que lo sacó de su postura de matón. -No te librarás de mí fácilmente, pequeña. Tu madre me quedó debiendo algo. Y voy a cobrármelo. Con esas venenosas palabras, se retiró, adentrándose en la noche tormentosa. Consolamos a Lía. Cuando concluyó el velorio, se retiró a descansar. Fuimos con Tristán a la oficina, donde había quedado extendida la piel con el tatuaje. Con la mirada fija en él, oramos. Las flamas que ardían sobre el cráneo, transmutaron en un sol naciente. Las espinas, en flores. Y la funesta frase, cambió por: ´´Eres libre´´. Apareció Tania, relajadas sus facciones en un gesto de paz. Nos saludó sonriendo, mientras ascendió hasta desaparecer, entre suaves luces. Al día siguiente, nos enteramos oficialmente lo que ya sabíamos, por haberlo visualizado en nuestro ritual. Cuando Iván se retiró furioso del velatorio, se dirigió hacia el parque de la única mansión del pueblo, donde tenía un cómplice, esperándolo en la oscuridad. Antes de llegar a su destino, estalló un rayo, que lo alcanzó en el cráneo, incendiando su cabeza antes de caer fulminado sobre una planta espinosa, derribando un cartel que advertía: ´´Propiedad privada´´. La maldad contenida en el tatuaje lo había atravesado de pleno. Solo le contamos a Lía que el tipo había muerto accidentalmente, y que nada debía de temer. Le prometí, también, encontrar a la familia de Tania, con lo que quedó ilusionada, dentro de su gran tristeza. Volviendo a mí, creo, amigos, que me descontrolo un poco cuando me disgusto. Solo un poco. Los espero gustoso en La Morgue, para relatarles mis historias. Posiblemente les muestre el cuadro del tatuaje.

viernes, 11 de septiembre de 2020

EDGARD, EL COLECCIONISTA- LA AMBULANCIA EMBRUJADA

EDGARD EL COLECCIONISTA LA AMBULANCIA EMBRUJADA Hola, mis queridos amigos. Hoy, para variar, les voy a contar sobre una persona viva. Tristán se acercó un día a la funeraria, muy afligido por su situación. Estaba en libertad condicional, y su supervisor le pedía que consiguiera un trabajo. Fue muy honesto conmigo. Me confesó que nadie lo empleaba, más por su aspecto, que por sus antecedentes penales. Estaba desesperado. Yo era su última alternativa. Había caído preso por pequeñas raterías. Nunca conseguía empleo. Percibí en él una energía positiva muy especial. Creo que nadie coincidiría conmigo, al verlo. El pobre hombre, delgado hasta los huesos, era contrahecho. Sufría una notoria renguera. Además de una cara deforme, con los ojos desalineados, de color verde agua, casi transparente, que inquietaban a la gente. Me contó que era alcohólico, y que estaba en rehabilitación, además. Sin dudarlo, no solo le ofrecí contratarlo como ayudante, sino también, un cuarto en el fondo de la funeraria para que no tuviera que seguir pagando la pensión donde paraba. Aceptó, conmovido y agradecido de que alguien, por primera vez en su vida, le diera un voto de confianza. Comenzó conduciendo la ambulancia donde trasladábamos los cuerpos, sin inconvenientes. Un día, se demoró mucho más de lo previsible. Empecé a dudar de poder cumplir con los plazos de tiempo del servicio si no llegaba pronto. Sospeché de algún accidente, y me afligí. Cuando estaba a punto de dar parte a la policía, apareció Tristán, lívido y tembloroso. -¡Hombre! ¿Estás bien? ¡Me tenías muy preocupado! -Es que…Mire, don Edgard, tenemos que hablar… -¿No habrás estado bebiendo? -Para nada, aunque confieso, que ganas no me han faltado… -Mira, Tristán. Hacemos una cosa. Terminamos de oficiar este velatorio, y luego hablamos largo y tendido. Lo que sea que te ocurra, seguramente, tendrá una solución. Trae pronto el difunto, para prepararlo, que apenas voy a llegar a tiempo con los horarios pautados. Vi que palideció aún más, y tragando saliva, fue a cumplir mi mandado, con pinta de estar al borde del desmayo. Empecé a sospechar el motivo de su malestar. Cuando terminó el velatorio, me encontré con él en mi oficina. Estaba muy demacrado. Le serví un café bien cargado, y mientras bebía con manos temblorosas, comenzó a contarme: -Don Edgard, yo estoy muy agradecido con usted. Se ha portado tan bien, conmigo… Pero tengo un problema. Desde que estoy cerca suyo, veo cosas muy raras. Más de lo habitual. Siempre pensé que estaba un poco loco, y por eso, sumado a mi aspecto, empecé a beber, y, ya sabe. Caí muy bajo. Cuando estaba borracho, jamás veía nada extraño. Y lo de hoy, señor Edgard, superó todo lo extraño que yo pueda soportar sin perder la chaveta. Cuando venía de camino del hospital, fuera del pueblo, empezó a funcionar mal la ambulancia. Se paraba, quedando muerto el encendido. Como conozco algo de vehículos, sabía que no había ningún motivo lógico en el fallo. De la nada, conseguí darle arranque. Pese a que el día es templado, dentro de la ambulancia descendió la temperatura de golpe. Empecé a tiritar. Sentí que no estaba solo. Cuando miré el retrovisor interno, casi me muero del susto. Tuve que frenar de golpe. Un grupo de demonios espantosos me miraban con odio, sentados sobre la camilla del cuerpo. Créame, Don Edgard. Eso no fue lo peor. Cuando miro a mi costado, veo sentado al lado mío a un engendro espantoso. Fíjese que, al lado de él, yo soy un galán de cine. Era un ser con toda la piel cubierta de gusanos, con los globos oculares salidos de las órbitas, que me mostraba una lengua negra, partida en dos como las víboras, pero larguísima. Cuando anteriormente veía rarezas, cerraba con fuerza los ojos, hasta que conseguía algo para tomar, y desaparecían. Hice lo mismo esta vez, pero no se fueron. Casi me hago encima. Mi primer impulso fue salir corriendo, y alejarme de esos espantos, pero no era justo portarme así con usted. Así que hice algo que me enseñó mi madre, cuando niño: me puse a rezar como un poseso todas las oraciones del devocionario, una y otra vez, los ojos fijos en la ruta. Seguía sintiendo las presencias horrendas a mi alrededor, pero recitar las plegarias me hacía sentir protegido, aunque estuviera medio desmayado del terror. Cuando llegué, a duras penas, y usted me dijo que volviera a la ambulancia, creí que me iba a caer redondo. Pero, con mis rezos, lo logré, Don Edgard. Lo peor de todo, es que sé que no me va a creer, como me pasó toda la vida, cuando contaba se lo a los demás… -Te equivocas, Tristán. No solamente te creo. Te voy a pedir que me acompañes al vehículo, y solucionaremos juntos el problema. -¡Ay, no! ¿Es necesario? No quisiera ver ni de lejos esa ambulancia maldita… -Confía en mí. No te va a pasar nada. El hombre se persignó, y me acompañó, rengueando. Abrí la puerta trasera, y tal como dijo mi buen ayudante, unos horrendos demonios me recibieron con unas muecas repulsivas. Yo percibí la verdad de la visión, y para sorpresa de Tristán, sonreí. -¡Oigan, ustedes! ¿No les da vergüenza andar asustando a la gente? Pese al disfraz de ultratumba que llevan, los conozco. Oficié sus velorios. Sé que han sido buena gente en vida. Bueno, no todos, pero…no soy quién para juzgar. Siento el desconcierto que tienen. Los sorprendió la muerte de golpe, y tienen temor de cruzar al más allá. Créanme. Van a un lugar hermoso, lleno de luz, y de perdón para aquellos que no están con su conciencia tranquila. Ya no teman en marcharse. Los supuestos demonios mostraron su verdadera imagen espectral, develando a vecinos del pueblo recientemente fallecidos, con cara de tristeza y arrepentimiento. -Para que vean que existe la bondad, Tristán rezará para ustedes sin rencores, y yo lo acompañaré en sus plegarias. Tristán tomó la mano que le extendí, y con expresión solemne, comenzó la recitación, a coro conmigo. Nuestras voces comenzaron a resonar con una vibración muy especial, que nos repercutía en el pecho. Una brisa cálida se arremolinó a nuestro alrededor, y en los árboles cercanos, los pájaros emprendieron vuelo, pese a lo avanzado de la noche. Y cantaban, como si fuera el alba. Los espectros relajaron sus facciones en sonrisas aliviadas, y empezaron a desvanecerse en una mansa luminosidad, dejando una nívea pluma sedosa en el lugar donde se había presentado cada uno. Las recogí. Esplendían energía positiva de transmutación. Habíamos ´´exorcizado´´ a la ambulancia. Y tenía varias piezas de recuerdo. Tristán me siguió nuevamente hasta la oficina, con desconcierto y satisfacción. Serví nuevamente café. -No puedo creer lo que pasó, Don Edgard… -Créelo, Tristán. Nunca estuviste loco. Tienes un don. El mismo que poseo yo. Por algo el destino te trajo hasta mi puerta. Ya no debes temer. Te ayudaré a interpretar las ´´cosas raras´´ que ves, y tú me ayudarás a mí con esas cuestiones, para las cuales, siempre he estado solo. Te enseñaré mi colección, y te contaré cada una de las vivencias que encierra. Tristán me abrazó, con los ojos llenos de lágrimas. Por primera vez en su vida, no se sentía un fenómeno circense. Eso es lo que vale darle un voto de confianza a un ser humano: la posibilidad de quitarle innumerables cargas de encima, y una nueva oportunidad de creer en las bondades de la vida. Los invito a La Morgue, para contarles todas las historias que esconden los muertos. Y algunos vivos. Los espero, mis amigos. Como siempre…

miércoles, 9 de septiembre de 2020

LA TUMBA

La tumba Mauricio Alberto Marci, tristemente famoso asesino serial pedófilo, fue dado por muerto al encontrarse su coche carbonizado, estrellado contra un árbol. La patente, que había volado, permitió reconocer el auto, pero el grado de deterioro del vehículo, no dio lugar a identificar ningún cuerpo. Un pariente lejano, para limpiar el honor de la familia, organizó un entierro simbólico en un cementerio casi abandonado. Nadie asistió a la ceremonia. Extrañamente, todos los domingos, Dora, llevaba una cajita y una pala. Removía la tierra, y dejaba allí la pequeña caja. Sonreía con tristeza, y se retiraba. Dora era enfermera. Cuando llegaba a casa, bajaba al sótano. Estaba decorado con fotos de pequeños. En la pared central, un póster con la imagen de una bella niña de diez años. Frente a ese muro, Mauricio se hallaba encadenado, lleno de vendajes y cicatrices en todo el cuerpo. Le faltaban todos los dedos de las manos y los pies, la nariz, y el labio inferior, por lo que se le escurría la saliva. También le había sido extirpada la lengua. -Hola, Mauricio. Vengo de dejar en tu tumba un pedacito más. Ten paciencia. De a poco, la iremos completando. Mauricio solo emitía sonidos guturales, mientras manaban lágrimas de sus ojos desorbitados. -Son muy tristes las tumbas vacías. Lo remediaremos. Tu llenaste tantas tumbas…Tienes en primer plano a mi Roxi. Y en las otras fotos, todos los demás niños que mataste. Está bien que llores. Todos los padres lloramos mucho, cuando encontraron a nuestros hijos violados y asesinados. Pero, al menos pudimos enterrarlos. Y visitar su última morada. A ti no te visita nadie. Porque no hay cuerpo. Es injusto, lo sé. Trabajo mucho para remediarlo. Creo que esta semana será un ojo. Sí, me parece acertado. Cuando esté completa tu tumba, te visitarán…

viernes, 4 de septiembre de 2020

EDGARD, EL COLECCIONISTA- LA BALA DEL ODIO

EDGARD, EL COLECCIONISTA

 

LA BALA DEL ODIO

 

Hola, mis queridos amigos.

Quiero contarles la historia de Baltasar, cuyo velatorio oficié.

Él había quedado postrado en silla de ruedas en unas circunstancias muy trágicas.

Cuando joven, se enamoró de Diana, la hija de Lucio, el sujeto más rico y malvado del pueblo.

Al ser un humilde trabajador de la construcción, sus honestas intenciones fueron despreciadas por el poderoso empresario. Quería para su heredera un hombre encumbrado, de buena posición.

Los enamorados decidieron huir a escondidas. Lucio, que tenía vigilados a ambos con sus esbirros, persiguió a Baltasar la noche en que planeaba buscar a Diana para escapar, y le pegó un tiro en la espalda.

No tuvo repercusiones con la justicia, con la excusa de afirmar que creyó que un merodeador intentaba robar la casa, y con el peso de sus influencias.

Baltasar quedó atado a la silla de por vida. Los médicos le salvaron la vida, pero no caminaría nunca más. No pudieron sacarle la bala, por el riesgo de provocar mayores daños.

Lucio decidió que era buen momento de trasladarse a la ciudad. No quería que su hija corriera a los brazos del insolente que había osado desobedecer su voluntad. Allí encontraría al candidato adecuado como yerno.

Pero Diana, destrozada por la separación, recluida en su cuarto, se dejó morir de la tristeza, negándose a ingerir alimentos y beber.

Lucio, loco de pesar e ira, corrió hasta el pueblo, con intención de ultimar a Baltasar, declarándolo culpable de la desgracia, pero murió al chocar el auto que conducía en una maniobra imprudente.

Baltasar sobrevivió muchos años en una bruma de nostalgia por su amor malogrado, con una mísera pensión, cuidado por su madre hasta que falleció.

Envejeció con una amargura que lo fue marchitando de a poco, hasta que la muerte lo sorprendió con una palabra saliendo de su boca, como una plegaria de despedida:

-Diana...

Cuando terminó el velorio, se me presentó el espíritu de Baltasar. Se le veía viejo, vencido, y muy triste.

Cerca de él, se materializaron Lucio y Diana. El primero, miraba colérico al pobre Baltasar, y le impedía a su hija acercarse a él.

Yo tragué saliva. Me di vuelta, y sin duda alguna, busqué el material quirúrgico para hacer lo que tenía en mente.

Saqué el cuerpo del féretro, y lo coloqué en la camilla de la sala de preparación, de espaldas.

Busqué la cicatriz del disparo. Hice la incisión. Intenté, al localizarla, retirar la bala, que se resistía en forma increíble para salir.

Haciendo muchísima fuerza, conseguí desprenderla, descubriendo el motivo que me impedía sacarla: le habían crecido unos largos tentáculos negros, llenos de espinas, que se retorcían como serpientes malignas.

Solo un roce de esos apéndices de odio me quemó como ácido, con la pérfida baba que chorreaba.

Apresando bien fuerte con las pinzas con que la sostenía, ya que se sacudía horriblemente, logré depositarla en un frasco, que cerré, luego de llenarlo de formol.

Baltasar sonrió, y se le borraron las huellas de la vejez.

Había extraído la impronta del odio que lo subyugó durante años.

Lucio perdió fuerza en los brazos espectrales con que apresaba a su hija, mientras observaba con asombro que se desvanecía en una sucia niebla gris, con una furia demencial, mientras se borraba de este plano.

Diana se acercó a Baltasar. Se tomaron, felices, de la mano. Me sonrieron con una mansa paz, y estallaron en bellísimas chispas de luz brillante.

La bala llena de tentáculos, aún los agita, temblando de odio desde el frasco, en el estante de mi colección.

La intensidad del sentimiento oscuro tenía una energía maligna que lo seguía animando a través del tiempo.

Amor y odio: fuerzas opuestas que rigen este universo, equilibrando el cosmos.

¿Será posible que alguna vez gane la primera?

¿Qué opinan ustedes, mis amigos? ¿Es factible frenar los tentáculos del odio con la pureza del bien?

Los espero para escuchar sus opiniones…