viernes, 27 de mayo de 2022

EDGARD, EL COLECCIONISTA- SEMBRADO SINIESTRO

Una pareja de turistas que recorrían la zona rural de nuestro pueblo, se horrorizó al encontrar en el predio de una vieja iglesia semiderruida un sembradío muy especial: de la tierra asomaban piernas y brazos humanos, en distintos grados de descomposición, sobre los que las aves carroñeras sobrevolaban para conseguir un pedazo de carne, entre un enjambre de tornasoladas moscas que zumbaban como la banda de sonido de una película infernal. Una vez sobrepuestos al asco, la repulsión y el espanto de la abominable escena, buscaron la comisaría para denunciar el terrible hecho. Contreras, mi amigo, les tomó declaración, y envió agentes a inspeccionar el área. El comisario, con esta información, obtuvo una pieza de un rompecabezas que venía mortificando a la policía de varios pequeños pueblos zonales, donde se violaban tumbas de sus cementerios, y mutilaban los cadáveres despojándolos, precisamente, de brazos y piernas. Al día siguiente de la amarga experiencia de los turistas, un hombre muy alterado se presentó a la comisaría para hablar con mi amigo. Donato exigía que liberaran la zona de su “campo de siembra”. —¿A qué se refiere, caballero? —preguntó Contreras, intrigado. Entonces Donato le contó su trágica experiencia. Hacía unos años, bastante pasado de copas, había causado un accidente automovilístico, del cual, desgraciadamente, una niña perdió una pierna, y otro pequeño, un brazo. Si bien había cumplido con la ley en lo que a castigos se refería, y no volvió a probar nunca más una gota de alcohol, la culpa lo atormentaba noche a noche, buscando en su mente insomne una manera de remediar su terrible accionar y sus consecuencias. Sabía que los niños habían crecido, y que llevaban prótesis que les permitían hacer una vida normal, pero eso no lo consolaba: él quería devolverles de alguna forma los miembros amputados por su acto irresponsable. Empezó a investigar en tratados antiguos de magia, ocultismo, espiritismo y brujería. Encontró en internet un enlace que lo condujo a un grupo de personas que practicaban las artes oscuras, y, entre consejos malsanos, información de otros siglos, y su cargo de consciencia macerado en insomnio y desesperación, creyó haber encontrado la solución a su problema moral. Según sus estudios, y los consejos del nefasto grupo de la web, sacó la conclusión de que si obtenía miembros de cadáveres, y los “sembraba” en tierra consagrada, regándolos con agua bendita, los brazos y piernas serían aptos para ser trasplantados a los jóvenes mutilados, recuperando así lo que él les había quitado desde su vicio e irresponsabilidad. Indignado, la noche de luna llena que le tocaba recitar oraciones en latín mientras regaba su “sembradío”, encontró el campo lindero a la iglesia vallado y con custodia policial, arruinando su trabajo de meses. Luego de contar su disparatada denuncia, llorando, le rogó al comisario que le despejara la zona, porque aún estaba a tiempo de conseguir que prosperara su labor, ya que continuaba el plenilunio. Además, agregó, entre amargas lágrimas, que seguramente los fantasmas de los cuerpos profanados lo dejarían en paz cuando vieran terminada su obra, porque lo acechaban horriblemente por las noches, con sus terroríficas presencias. Contreras, entendiendo que no estaba frente a un delincuente, sino ante una persona que había perdido la razón por los remordimientos, me llamó para que yo viera cuánto había de cierto con el “asunto de los fantasmas”. Le dijo a Donato que se tranquilizara, que ya solucionarían la cuestión, y le pidió que esperara un rato en una oficinita. Mientras me dirigía hacia allí con mi querido asistente, Tristán, el hombre no paró de llorar afligido. No bien llegamos, el comisario nos presentó, y Donato nos repitió su historia. —Vamos por partes, caballero. Veremos primero el tema de los espíritus que lo atormentan… —Están enojados, porque les corté a sus cuerpos las partes que necesitaban. Sé que tienen razón, pero ellos ya no las pueden usar, y yo quiero ayudar a los chicos mutilados por mi maldita estupidez… No bien terminó de hablar, como llamados por una fuerza infernal, los espectros se materializaron, mostrando sus caras más horrorosas. Era una pesadilla monstruosa: los rostros agusanados, las encías y lenguas negras, ojos purulentos rezumando ponzoña verdosa, y un gesto de cólera que hubiera espantado al mismo Satanás. Donato empezó a gemir angustiado. El comisario Contreras, pálido como un velo de novia, se persignó temblorosamente repetidas veces. Con Tristán, impusimos nuestras manos en dirección a los entes, captando el odio por la profanación que sufrieron. —Nos disculpamos, en nombre de Donato. Les prometemos restituir las partes sustraídas a sus tumbas, y les rogamos que abandonen las emociones negativas. La paz del eterno descanso les espera. ¡Es un juramento de honor! Luego de que yo hablara, Tristán tomó la palabra, relatando los motivos por los cuales Donato había incurrido en las acciones que los había ofendido, pidiéndoles nuevamente disculpas, e invitándolos a dejar atrás este plano. Los espectros se miraron entre ellos, conmovidos. Asintieron. Sus rostros ya no eran un horror de pesadilla. Solo mostraban la imagen de gente muerta, dispuesta a marcharse. Y así lo hicieron, mirando a Donato fijamente, con lástima por él. Se esfumaron, luego, en una bruma iridiscente, dejando caer objetos metálicos: eran dijes de plata con formas de piernas y brazos. Un solo dije era diferente: representaba una botella de licor, y estaba ennegrecido… Donato sollozaba desconsolado. El comisario, viendo que estaba al borde de una crisis nerviosa, lo tranquilizó, le hizo tomar un té caliente, y le pidió que descansara en el catre de una celda, prometiéndole que todo se solucionaría. El pobre hombre, luego de un largo período de tiempo sin dormir, cayó exhausto. Tristán le pidió al comisario los datos de las víctimas del accidente, y una vez obtenidos, se marchó, rogándonos que lo aguardáramos. Así lo hicimos, y para nuestro asombro, volvió acompañado de dos jovencitos. En Natalia no se notaba su prótesis bajo sus jeans, pero en Roberto era notorio su brazo ortopédico. —Vinimos porque el señor Tristán nos contactó, y nos contó lo ocurrido. Nuestros padres nos dieron permiso para llegarnos con él hasta aquí. Queremos hablar con Donato… Contreras fue a despertar al hombre, que, al ver a los jóvenes, se puso a llorar nuevamente. Natalia tomó la palabra. —Señor, entendemos que lo que ocurrió fue un desafortunado accidente. Hemos sufrido mucho, en su momento, pero lo superamos. Nos adaptamos muy bien. Nuestros padres y entorno en general nos ayudaron mucho. No nos sentimos discapacitados. Queremos decirle que no tenemos rencor hacia usted. No deseamos que sienta culpa. Sabemos que se dio cuenta de su error, que no volvió al alcohol. Si nosotros lo perdonamos, ahora debe perdonarse usted… Donato los abrazó, sollozando, liberándose de una carga que lo había aplastado durante años. Una vez que se retiraron los muchachitos, el comisario llevó a Donato a una clínica psiquiátrica, para que lo apoyaran y ayudaran a reincorporarse a la realidad, sin locas ideas de ocultismo y magia negra. Por lo que sé, el hombre se recuperó, y ayuda en grupos de adicciones como mentor. Los dijes de plata están ahora en mi colección. Cuando veo la pequeña botellita de licor ennegrecida, no puedo dejar de tener en cuenta qué mala combinación es el alcohol con el volante: las piernas y brazos de plata me lo dicen a los gritos con su brillo. Pueden pasar por La Morgue, y ver los dijes, y todos demás objetos de mi colección, y escuchar sus historias. Aprovecho para recordarles que, si beben, no conduzcan. Puede que si lo hacen, terminen en mis manos, oficiando sus velatorios. Buen fin de semana…

sábado, 21 de mayo de 2022

EDGARD, EL COLECCIONISTA- EL GUALICHO

—No confío en esa mujer, Edgard. —No tengo opciones, Aurora. Tú y Tristán están enfermos, sin posibilidad de salir de la cama. Necesito ayuda para esta noche. Tengo un velatorio al que acudirá mucha gente. Si voy a ser sincero, yo tampoco me siento muy bien, y no percibo buenas vibraciones de Ágata. Sé que quiso integrar tu grupo de adoradores de la Pacha Mama, y que no fue aceptada. Todos mis amigos están comprometidos para hoy, y no puedo fallar. —Me siento terrible al no poder ayudarte… —No tienes por qué. Todo saldrá bien. Descansa, y despreocúpate. Aurora volvió a la cama, pero su gesto de angustia me perturbó. Recibí a Ágata. Le pregunté si se sentía segura para dar la bienvenida y atender a tanta gente. Con una sonrisa deslumbrante me contestó que sería más que competente para el trabajo, y que podía contar con ella todo el tiempo en que los míos estuvieran enfermos. Me aseguró que quedaría tan conforme, que, con seguridad querría emplearla, posteriormente, de manera fija. —Por cierto. No quiero ser impertinente, pero usted tampoco tiene buen semblante… —Es verdad. Lo más seguro es que un virus nos esté atacando. La dejo, entonces, como recepcionista, mientras yo me ocupo de mi labor con el difunto. Permiso… Luego de preparar el cuerpo, y presentarlo en el salón, observé con satisfacción que el lugar resplandecía de limpieza, orden y pulcritud. En la cocinita anexa ya estaba todo listo: café refrescos, y las tazas y vasos dispuestos de forma accesible y ágil. La propia Ágata también se hallaba sobriamente arreglada para la ocasión. Un mareo inesperado me sorprendió caminando hacia ella. Rápidamente se acercó a mí, sosteniendo mi brazo. —¿Está bien, Edgard? Le dije que se lo veía decaído… —Muchas gracias. Seguro ya pasará… Pero el malestar persistió durante todo el velatorio. Ágata me auxilió varias veces, cuando en conversaciones con los deudos perdí el hilo, confundido, interviniendo en el momento justo con preguntas, excusas para que no se notara mi distracción. Fue notablemente eficiente. Realmente yo estaba ya considerando contratarla como asistente. Empecé a marearme cada vez más, mientras despedíamos a los asistentes. Cuando se fueron todos, mi consciencia flotaba en una nube de desconcierto: veía a Ágata como la mujer más bella y deseable del mundo, y tenía desagradables deseos de deshacerme de Tristán, a quién empezaba a considerar un estorbo, en vez del incondicional amigo y ayudante que era, y de Aurora, percibiéndola como una bruja repulsiva, y no el gran amor de mi vida. Ágata se acercó a mí, susurrando melodiosamente. —Ahora nos quedamos solos, Edgard. Podría hacerte una infusión, para que te mejores, y darte unos masajes, así te descontracturas… No entendía qué me ocurría: por un lado, algo interno me decía que debía huir de esa mujer, y por otro, me sentía absolutamente embelesado por ella. —¡Aléjate de Edgard, sucia hechicera! —gritaron a coro Tristán y Aurora. —¿Cómo es que están en pie? ¿Cómo lo lograron? —¡El afecto real es más fuerte que la magia negra, y la hechicería barata! ¡Nos quisiste matar, y aquí estamos, defendiendo a quién queremos de verdad! —bramó Tristán con una voz indignada que no le conocía. —Mira, Edgard, lo que tenía esta mujer entre sus cosas: Observé, espantado, los tres muñecos vudús que nos representaban: el de Aurora y Tristán, con los pinchos clavados en un hechizo para traer muerte a corto plazo, y en el mío, las marcas para apoderarse de mi razón y voluntad. —¡Malditos! ¡Lo quería para mí! ¡Lo he deseado desde que nació! ¡Entrometidos! —¡Te ordeno, bruja, que muestres tu verdadera imagen! Aurora impuso sus manos conjuntamente con Tristán sobre Ágata, y el cuasi momificado rostro de un ser maléfico y muy añoso se presentó con su repugnante faz ante nosotros. —¡Ahora nadie quedará impune! ¡Los mataré cruelmente a los tres! ¡Si lo que yo quiero, no lo puedo tener, lo prefiero muerto, y de nadie! —No lo creo Ágata. Mientras decía eso Aurora con mansedumbre, sacaba del bolsillo de su bata un muñeco vudú que representaba a la hechicera. Presionó la cabeza del juguete, y Ágata bramó de dolor. Dando tumbos de borrachos se acercó a la salida, y se esfumó en una nube de vapor hediondo mientras gritaba: —¡Van a arrepentirse, cerdos! —Ya no tendrás nunca poder sobre nosotros. Lo sabes mejor que yo. —Contestó Aurora mientras se desvanecía el horrible engendro por el que me había sentido atraído unos minutos antes, y tentado de eliminar a mis seres más queridos. Tristán y Aurora me abrazaron. —¿Estás bien? —Solo gracias a ustedes. ¿Cómo se dieron cuenta de lo que era este ser? —Tristán lo percibió con su don, a través del amor de la amistad. Y yo, porque eres el amor de mi vida. Juntamos fuerzas de donde no teníamos para levantarnos, y accionar antes de que te clavara sus inmundas garras… El muñeco vudú que había manipulado Aurora quedó hecho un puñado de cenizas, pero los otros tres estaban intactos, y, ahora, en los estantes de mi colección. Al verlos, recuerdo que el amor no puede conseguirse con artimañas, brujerías o gualichos. Pueden venir a verlos a La Morgue, y, de paso, me cuentan si conocen a alguien que alguna vez quiso ganar el corazón de un amor imposible con esos oscuros manejos. Los espero. Muy buen fin de semana.

sábado, 14 de mayo de 2022

EDGARD, EL COLECCIONISTA- EL CHUPACABRAS Y LOS PANES DEL HAMBRE

EDGARD, EL COLECCIONISTA El CHUPACABRAS Y LOS PANES DEL HAMBRE Hace unos pocos días me tocó oficiar un velatorio a cargo del municipio. Esas ceremonias son sumamente tristes: son de gente sin techo, institucionalizados en cárceles u hospitales psiquiátricos, que no tienen parientes que los lloren o extrañen. Así llegó a mis manos Nazareno, en una bolsa de plástico negro con un cierre, desnudo. Cosido toscamente tras su autopsia de rutina en la morgue del hospital público. Rapado, con seguridad para librarse de los piojos que se nutrían de su sangre amarga. De la iglesia, el Padre Bernardo enviaba una ropa decente para su despedida del mundo mortal. Había muy poco para cubrir: Nazareno se hallaba en los huesos, prácticamente. Cuando lo estaba preparando, maquillando su demacrado rostro cerúleo, su espectro apareció ante mí, con su cara de aflicción más desoladora. Emanaba un dolor que atravesaba las entrañas en un calambre feroz de hambre y horror. Me perturbó su energía tan apesadumbrada. Extendí sus manos hacia él, para captar sus terribles emociones. Entonces tuve acceso a lo que acongojaba su alma, y lo ataba, sufriente, al plano terrenal. Como en una película, se proyectó en mi mente el deambular de Nazareno en plena noche, enloquecido de hambre y desdicha, con un cuchillo en las flacas manos. Caminaba como poseso, bajo la luz de la luna, a la salida del pueblo, a la zona de granjas. Pude divisarlo entrando, furtivo, a un gallinero, y robando huevos, para devorarlos crudos, más tarde. Eso hizo varias noches, hasta que un disparo lo rozó de cerca, ahuyentándolo de los galpones. Entonces, enloquecido, con su cuchillo brillando como una promesa maldita, se acercó a los novillos que dormían en el campo, y con una fuerza inhumana, los mutiló para despojarlos de un pedazo de sus carnes, que devoraba crudas, como una bestia salvaje, mientras lloraba de espanto ante el dolor de los pobres animales, y se llevaba como recuerdo torturante la mirada aterrada de ellos. Lo hizo las veces suficientes como para que reflotara la leyenda del Chupacabras. A él se le atribuían las mutilaciones. Los animales que no morían desangrados por la bárbara ablación, eran ultimados por sus dueños como acto de piedad. Hasta se hicieron redadas de vecinos para atrapar a la mítica criatura que torturaba al ganado, mientras Nazareno, loco de culpa, y enfermo de la comilona de carne cruda, en un callejón sin salida, fallecía recordando la mirada inocente de los animales mortificados. Ese profundo pesar en el corazón le impedía alcanzar la redención, la paz del otro plano. —Escúchame, Nazareno: ya estás perdonado. Te abandonaron de niño. Te maltrataron de joven. Te repudiaron de anciano. Los animales ya no sufren. No debes tú, por tanto, seguir con ese dolor. Voy a hacer una cosa: traeré tres panes. Uno, te lo llevarás al más allá para que recuerdes que no hay hambre en el plano donde pasarás. Otro, lo pondré en tu cuerpo, entre tus manos, para despedirte pródigo, sin carencias. El tercero, me lo quedaré yo, para recordarte, rezar en tu nombre, y nunca olvidar a los desfavorecidos… La imagen espectral comenzó a llorar, aliviado. No bien le alcancé el pan, éste se tornó de la misma materia insustancial que Nazareno, brillando como una gema preciosa. Él sonrió, acercándolo a su pecho, y se esfumó mansamente, llorando todo el tiempo, al sentirse en paz a través del perdón. Aurora, Tristán, el comisario Contreras y el Padre Bernardo me acompañaron en el velatorio de Nazareno. Curiosamente, el pan que había reservado a la memoria del difunto, se triplicó. Los tres panes, aunque seguían teniendo el liviano peso de su naturaleza, tomaron textura de piedra, y un color dorado como el oro. Los puse en los estantes de mi colección. Me recuerdan que no puedo ignorar las desgracias ajenas. Su dureza me hace pensar en la de nuestros corazones, que no miran más allá de sus necesidades. Lo liviano de su peso, me lleva a reflexionar con qué poco se puede ayudar al prójimo. Su brillo áureo me conecta con la espiritualidad y la bondad que aún tenemos como seres humanos, y a la que debemos aferrarnos con firmeza. Ya no hay más ataques del Chupacabras, aunque se sigue hablando del tema día y noche, pese a que, desde su púlpito, el Padre Bernardo instó a los creyentes a prestar más atención a los actos de caridad que a las leyendas. No creo que haya sido escuchado, ya que la mítica criatura se usa para asustar a los niños mal portados, en vez de inculcarles empatía y solidaridad. Pueden venir a ver los tres panes de Nazareno en mi colección. Siempre son bienvenidos a La Morgue. Los espero con gusto, para contarles todas mis historias. Buen fin de semana.

sábado, 7 de mayo de 2022

EDGARD, EL COLECCIONISTA- GARABATOS DE NIÑO

Benicio es hijo de una amiga de Aurora. Tiene tres años, y le encanta dibujar. No hace simples garabatos. Sus dibujos incluyen facciones, y detalles finos que lo destacan como pequeño artista. Su madre, Lucía, feliz del talento del niño, lo estimula a crear y probar nuevas técnicas de dibujo. Aurora tiene un “retrato” de ella, colgado orgullosamente en su cuarto, donde es notable como el niño capta los rasgos más intensos al hacer sus obras. Como Lucía es mamá sola, pasa a ser la “modelo” que más plasma Benicio. Lo curioso es que, de un tiempo a esta parte, el niño dibuja a su mamá junto a un ser bastante inquietante. Pese a su pericia, el “acompañante” pictórico de Lucía es un borrón de rayas negras, con inmensos ojos rojos, colmillos y garras, proporcionalmente gigantesco al lado de ella. Cuando le preguntó a Benicio quién era ese “bicho”, él puso cara afligida, y le contestó: —Un monstuo. Se come tu luz… En principio le atribuyó esa rareza a la creatividad de su hijo e imaginación desbordante. Pero al poco tiempo, comenzó a sentirse agotada, bajó de peso, le costaba levantarse en las mañanas, y sufría pesadillas con el ente del dibujo, donde lo veía flotando sobre su cama, y devorando de un halo de luz que la cubría, todo ese fulgor, hasta dejarla a oscuras. —Ese niño tiene El Don, Edgard. Puede ver a la criatura que vampiriza a Lucía. Ella está muy desmejorada. Necesita ayuda. Yo misma he captado algo maligno cuando estoy con ella. Creo que con la ayuda de Tristán, y la del pequeño, podríamos librar a mi amiga de esa abominación… —No me parece correcto, Aurora, involucrar a un niño en estas cosas. Puede dejarle algún problema en su psiquis a futuro. Intentemos los tres, pero sin Benicio… —Tienes razón. Ocurre que El Don de Benicio es más poderoso que el de nosotros tres juntos… Aurora habló con Lucía, comentándole lo que habíamos hablado, y ella estuvo de acuerdo. Pese a sus visitas al médico, análisis clínicos y demás estudios, no se detectaba de dónde provenía su deterioro físico. Dejó a Benicio al cuidado de una tía, y vino a mi casa. Luego de las presentaciones de rigor, la invitamos a pararse en el centro de la habitación. Tristán transpiraba y temblaba un poco. —¿Qué te ocurre, amigo? —Puedo ver, al ser que acompaña a Lucía. Es una pesadilla del infierno. Deberemos ser muy fuertes para expulsarlo de este plano. Está creciendo gracias a la energía vital de Lucía. Lo que desea, en realidad, es apoderarse de Benicio. Su aura es, en comparación con las nuestras, lo que un reactor nuclear respecto al resplandor de una vela. Si se apropiara de la luz del niño, crecería a un tamaño tan descomunal, que podría disponer de la energía para abrir del todo el portal por el que se coló, y permitir que una horda de monstruos maléficos ingrese a este plano. Lucía se tapó la boca, espantada. —Quédate amiga, por favor, donde estás. Te rodearemos e intentaremos deshacernos de esa cosa. Tal como dijo Aurora, nos dispusimos alrededor de Lucía, según las instrucciones de mi amada, para cubrir con nuestros poderes los meridianos energéticos que más se adecuaban a nuestros Dones. No bien unimos en una ronda nuestras manos, vimos los tres al inmundo ente, de un negro tan absoluto que parecía un abismo. Se desprendían rayos de su cuerpo, como si una tormenta saliera de él. Nos separamos, para poder abarcarlo. Medía unos tres metros. Sus ojos eran coléricas ascuas rojas echando chispas. Una boca similar a una caverna sulfurosa mostraba colmillos asesinos semejantes a los de un tiburón, algo más largos, babeando un líquido oscuro espeso y apestoso. Dejaba ver entre ellos su inmunda lengua bífida, poblada de púas móviles. Sus desproporcionados brazos y piernas terminaban en unas temibles garras de hematite. —¡Te intimo, ser de las tinieblas, a marcharte de aquí por el mismo lugar por el que entraste! ¡No es tuyo este plano! ¡No eres bienvenido! Como respuesta, la criatura nos ofreció una sonrisa feroz, y con un rapidísimo movimiento, extendió su lengua hasta nuestras auras, y nos robó energía, masticándola gozoso entre sus inmundas fauces. Nos sentimos mareados y desfallecientes. El ser parecía estar en la gloria, degustando un manjar exquisito, que lo dotaría de fuerzas para sus siniestros planes. Sentí un temor abyecto, que la asquerosa criatura captó, porque dirigió su mirada malvada hacia mí. En ese momento, el pequeño Benicio entró en la escena. Dios sabe cómo logró burlar el cuidado de su tía, y encontrar el camino hacia la funeraria, pero allí estaba, con una cara de enojo que desfiguraba sus tiernas facciones infantiles. Traía en sus manos su mantita de apego, con motivos de ositos, arco iris y campanas. —¡Te odio, bicho malo! ¡Le hiciste daño a mami! ¡Y a sus amigos! El ente parecía estar en la gloria de sus deseos: comenzó a dirigir su lengua llena de púas hasta el niño. La madre gritó, aterrada. El pequeño, con una agilidad increíble, tomó la lengua con fuerza, y se valió de ella para escalar hasta la boca del ser, que estaba absolutamente confundido. Con desconcertante rapidez, Benicio taponó la garganta del ente con su mantita, que lo había arropado desde su nacimiento. En otro increíble movimiento lleno de fuerza impropia para un niño de su edad, de un tirón feroz, arrancó la lengua del monstruo, que se sofocaba con la manta, llevándose al cuello las garras, e intentando expulsar lo que lo ahogaba. Instintivamente, armamos de nuevo la ronda, integrada ahora por Benicio, que reforzaba nuestras plegarias con su energía descomunal. El ser se estaba desmoronando. Los rayos que emitía su cuerpo se dirigían hacia él mismo. Parecía derretirse, y un lodo inmundo salía del muñón de su lengua cercenada, que Benicio había arrojado al suelo, y pisoteado. Solo los coléricos ojos de fuego continuaban echando chispas de odio. —¡Fuera, bicho feo! —Gritó enfurecido Benicio, y una rajadura oscura se abrió en el aire, y absorbió al ente moribundo, cerrándose con un sonido desagradable. —¡Quiedo chocolate! —Dijo el niño como si nada hubiera pasado. —Claro que sí, pequeño. Ya te traigo uno, mientras tu mami llama a tu tía. Debe estar muy preocupada. —Yo la hice dormir. La madre se estremeció. Llamó a su hermana, efectivamente, despertándola. La pobre mujer estaba confundida y desesperada. Lucía la calmó, diciéndole que el niño estaba con ella, y que luego le explicaría. Yo volví con un dulce, y se lo di al pequeño, que no parecía alterado en lo más mínimo. —¡Gacias, tío Egar! —dijo, plantándome un beso en la mejilla —¡Querido! ¡Vas a extrañar tu mantita! Siempre has dormido con ella… —Ya estoy gande, mami. Quiedo una de dagones. Y así terminó la intervención de Benicio. Luego de que la madre le limpiara el enchastre que se había hecho en la cara al comer el dulce, el pequeño se durmió plácidamente entre sus brazos. Lucía nos agradeció. Pidió vernos nuevamente, para que la ayudáramos a encauzar el enorme Don de su hijo. Temía que dañara a alguien o a sí mismo con tamaño poder a tan corta edad. Luego de abrazarnos, con el niño dormido a cuestas, nos despidió, diciendo que iría a comprar una manta de dragones para su pequeño artista mata monstruos. Yo tomé la inmunda lengua cortada del ente. Se retorcía como una serpiente, buscando clavar sus púas movedizas. La metí en un hermético frasco de vidrio grueso, donde se sacude infructuosamente, conectada, quizá, al tenebroso plano del que surgió la horrenda criatura ladrona de energía. Pueden venir a verla, en los estantes de mi colección. Si bien es bastante repulsiva, cuando la contemplo, pienso en la fortaleza y bondad de los niños, y el amor de las madres al criarlos. Ustedes sacarán sus propias conclusiones, si se llegan a La Morgue. Muy buen fin de semana…