sábado, 26 de marzo de 2022

EDGARD, EL COLECCIONISTA- LA AHORCADA

Josefina se hospedó en la casa de su tía Mabel, en un descanso después de rendir varias materias de su carrera. Disfrutó la hospitalidad, paseó por el pueblo y visitó algunas amigas. A la noche, un roce helado en la cara la despertó, sobresaltándola. Se fijó si estaba bien cerrada la ventana, aunque no parecía haber viento en el exterior, ni frío. Al encender la luz de noche, vio algo tirado en el piso, junto a su cama. Con los ojos turbios de sueño, examinó lo que era: pétalos marchitos de rosas, que hacían un camino desde el pie de la cama. Confusa, se levantó a seguir el extraño rastro, que continuaba por el pasillo hasta dar a la sala principal de la casa. Un grito de horror despertó a la tía. Cuando Josefina prendió la lámpara, vio colgada de ella a una jovencita, con la cara amoratada, los ojos salidos hacia afuera, al igual que la colgante lengua. Para mayor espanto, el cuello estaba en una posición antinatural, sobresaliendo una vértebra por la piel verde azulada, de venas marcadas como los ríos de un mapa siniestro. Mabel acudió asustada junto a Josefina, que estaba paralizada señalando la lámpara, pero con un gesto de confusión, ya que, al venir su tía, la imagen había desaparecido. Mabel llevó a su temblorosa sobrina a la cocina, le puso una manta encima, y le sirvió un té, pidiendo que le contara lo que había ocurrido. Así lo hizo la joven. La mujer no mostró extrañeza ni incredulidad. --Lo siento mucho, querida. Creí que solo era una leyenda de familia. En esta casa se suicidó una jovencita, prima de tu abuela. Ella estaba perdidamente enamorada de un joven que, si bien en principio pareció mostrar cierto interés en ella, pero sin comprometerse abiertamente, la olvidó al conocer a tu abuela. Ella hizo lo posible e imposible para retener la atención del muchacho. Algunos dicen que, según los cánones de la época, la chica se “deshonró” para retener al amor imposible, pero, aun así, él optó por contraer nupcias con su Clara, tu abuelita. Amanda, la joven despechada, dispuso una soga en la lámpara de la sala, y tomando un ramo de rosas marchitas, regaladas por el joven, cuando no había comenzado su noviazgo, se colgó, subiéndose a una escalera que pateó, quedando suspendida. Los que la descubrieron llegaron a la conclusión de que debió sufrir una muerte horrible. Primero se sofocó, y al sacudir su cuerpo, se quebró el cuello, pero no fue rápido: tuvo una agonía lenta y horrible. Al ser tú la descendiente de Clara y Santos, parece que el alma sufriente de Amanda decidió manifestarse… --¡Qué historia tan terrible! ¿Sería posible que esa pobre chica pudiera descansar en paz? Tal como la vi, pareciera que su tragedia se repite cada tanto, al margen de quién capte la espantosa imagen… --Los padres quedaron desbastados. Hicieron dar misas por ella mientras vivieron. Toda la familia se conmocionó. Al parecer, las misas solo reconfortaron a los vivos… No sé si te agradará, pero conozco a un hombre que puede ayudar aquí. Por lo visto, tu atrajiste a la aparición, al portar la sangre de tus abuelos, por lo que deberás estar presente… --Lo que sea. No podré volver a dormir en paz si esto no desaparece. Así que nos llegamos con Tristán, mi querido asistente, a la casa de Mabel, amiga de años. Josefina nos observó con asombro. --Ustedes son de la funeraria, ¿verdad? --Así es. Pero ahora venimos a ayudar a Amanda. Necesito que estés presente con nosotros, dándonos la mano, haciendo una ronda justo debajo de la lámpara… La chica hizo lo que le pedía sin objetar nada. Cerramos los ojos y nos concentramos. El aire se volvió gélido. Al mirar nuevamente, una lluvia de pétalos marchitos venía desde arriba, donde el horrendo espectro de la ahorcada de debatía en una agonía sin fin. Soltando nuestras manos, Tristán y yo las impusimos a la aparición. --Amanda: esta joven que ves aquí es descendiente de Santos. No está para recordarte tu tragedia: solo quiere que dejes de sufrir. Trata de captar la energía de amor que te estamos enviando. Queremos que perdones a quiénes te hirieron, y que te perdones a ti misma. Ya es tiempo, Amanda. Has padecido demasiado. La joven dejó de sacudirse espasmódicamente. La cuerda se cortó, y cayó al piso, más Amanda quedó flotando en el aire, ya sin su aspecto martirizado. Su rostro, aunque triste, se veía tal como debió ser antes de decidir matarse: bello y lánguido. Los pétalos marchitos se levantaron del piso, y en un luminoso movimiento, se transformaron en un ramo fresco, sostenido entre sus manos espectrales. Lágrimas prístinas como pequeños cristales resbalaron de sus ojos, y aunque la tristeza no abandonó su semblante, ascendió suavemente hasta difuminarse en chispas de luz. Mabel y Josefina también estaban llorando. --Ya es libre. Terminó su sufrimiento. --Es un pecado el suicidio, ¿cierto? --Es un pecado renunciar a la vida y no ser feliz. O vivir sin tratar de serlo. No me agrada la palabra “pecado”. Todo el mundo puede equivocarse. El punto es que, si en tu error involucras a la muerte, no hay vuelta atrás… --¿Ahora está en paz? --Lo está. Puedes quedarte tranquila… Tomamos un café y conversamos un rato. Vimos que Josefina estaba muy seria y pensativa. Había descubierto una realidad perturbadora en la fina barrera entre los vivos y los muertos. Antes de irme, me llevé la soga. Conserva el nudo corredizo que asfixió y quebró el cuello de Amanda, y cambia asombrosamente de colores, como anunciando que no todo es blanco o negro: hay muchas opciones en el medio. Está en los estantes de mi colección, como un recordatorio de que el suicidio nada soluciona. La paz en el alma hay que ganársela en vida. Pueden venir a verla llegándose a La Morgue. Siempre son bienvenidos. Buen fin de semana.