sábado, 25 de diciembre de 2021

EDGARD, EL COLECCIONISTA - NAVIDAD SANGRIENTA

Nunca la Navidad ha sido una época tranquila para mí. En el pueblo, la tasa de suicidios y hechos de violencia alteran al pueblo aumentando exponencialmente. La ingesta desmedida de alcohol, y la tendencia a hacer balances personales en fechas saturadas de mensajes consumistas y exposiciones de falsa felicidad exhibicionista, potencia esos resultados tan tristes. Pero este año, la impronta fue especialmente sangrienta. Nicolás era un niño diferente, con una deformidad en su cráneo y extremidades, producto de la acromegalia que padecía. Su rostro alargado, delgadez y estatura extrema, lo hicieron blanco de las burlas de sus pares. Para colmo de males, con el fallecimiento de su madre, unos parientes lejanos tomaron su custodia, y el muchacho sufrió por parte de ellos abusos físicos y emocionales. En la adolescencia fue noticia. Los periodistas lo llamaron “El esqueleto justiciero”, ya que el joven asesinó en forma cruenta a su familia adoptiva, cansado de las vejaciones infligidas por ellos, y, además, extendió su accionar hacia otros perversos abusadores de niños, matando y mutilando hasta que la policía le puso freno, deteniéndolo. Un abogado defensor consiguió declararlo no competente, arguyendo que el maltrato padecido lo había trastornado psicológicamente, motivándolo a su conducta violenta. Fue ingresado a una institución psiquiátrica, de la que escapó la semana pasada, sin dejar pistas sobre su paradero. El punto es que Nicolás, decidió vestirse de Santa, y visitar a quienes consideró “que se habían portado mal”, (nadie sabe de donde consiguió la información de sus víctimas, que efectivamente, tenían un terrible historial del que habían salido impunes), y sacando de su bolsa una serie de elementos prácticamente de tortura de su alegre bolsa roja, cercenó, destripó, mutiló y asesinó a numerosos habitantes con una rapidez y eficacia espeluznante. Su última visita fue a la familia de Pablito, un pobre niño cuya madre permitía que su padrastro abusara brutalmente de él. A la mamá la abrió en canal con un horroroso cuchillo curvo, dejando tanta sangre en el lugar del hecho, que prácticamente el suelo parecía una pileta escarlata, en la que también flotaba el infausto amante de la mujer. Pablito, en el patio, recibió de manos de Nicolás un regalo. --¡Muchas gracias, Santa! ¡Es justo lo que yo pedí para Navidad! --Me alegra que te haga feliz. Eres un niño muy bueno. Ya nadie te hará daño, pequeño. En ese momento, la policía entró al patio de la casa, apresando a “Santa”, horrorizándose al ver jugar a Pablito a la pelota con la cabeza de su padrastro, sonriendo con una alegría y un brillo espeluznantemente macabro en sus ojitos pardos. Fue trasladado a cuidados infantiles, donde se constató con una revisación médica los espantosos vejámenes que había sufrido la pobre criatura. En cuanto a Nicolás, que no opuso ninguna resistencia a las autoridades, lo llevaron mansamente hacia el neuropsiquiátrico de donde huyó, sin entender cómo había conseguido información, el arsenal de elementos cortantes que tenía, y el macabro traje, que, empapado de sangre, hacía que el rojo tuviera un tinte surrealista. Él no develó su secreto, pero manifestó sentirse sumamente satisfecho con su accionar. Tendré mucho trabajo despidiendo tanta gente asesinada, que deberé reconstruir como rompecabezas de carne, si hay que velarlos a cajón abierto… Mi amigo, el comisario Contreras, me dejó el gorro del disfraz de Santa que usó Nicolás, endurecido con la sangre seca de sus víctimas. Ya está exhibido en mi colección. Si quieren verlo, acérquense a La Morgue. Espero que se hayan portado bien, porque, por lo menos en mi pueblo, Santa castiga muy duramente a la gente malvada… ¡Muy felices fiestas, mis queridos amigos! Edgard, el coleccionista

sábado, 18 de diciembre de 2021

EDGARD, EL COLECCIONISTA- EL CARROÑERO

Un hombre trajeado llegó a visitarme, con un portafolio. No bien lo vi, experimenté un gran rechazo por él. --¿En qué le puedo ayudar? -- Quizás yo le pueda ayudar a usted. Tengo entendido, por colegas suyos, que el negocio funerario no está en su mejor momento. --Así es. La economía no es favorecedora. -- Vengo a ofrecerle la oportunidad de conseguir un ahorro significativo en los insumos. Puntualmente, en los féretros. ¿Cómo le suena adquirirlos a un treinta por ciento de su valor real? -- Pues muy extraño. Yo trabajo con materiales de alta calidad. Además, tengo un convenio de varias generaciones con los mismos fabricantes. --Los convenios se pueden revocar. Y lo que le ofrezco es de primera. Le voy a mostrar una carpeta con las fotos, para que compare, y saque cuentas. Sin ningún interés en hacer negocios con el hombre, pero llevado por la curiosidad, miré el catálogo que me ofreció. Inmediatamente, al ver los ataúdes lujosos que realmente tenían precios ridículamente bajos, recordé una historia que me había contado no hacía mucho un colega, en un pueblo bastante lejano, al que había visitado. En ese lugar había varios cementerios. La proximidad con la ciudad hizo que se tuvieran que habilitar muchos lugares para el descanso eterno, ya que las leyes de la zona no permitían estos predios en el área urbana. El tema es que se había detectado que, en los decesos de los últimos meses, las tumbas habían sido removidas. Un encargado, con permiso judicial, desenterró uno de los lugares sospechosos, y se encontró con el cuerpo directamente en tierra, desprovisto de su féretro. Lo más terrible fue que el cadáver había sido mutilado: le faltaban dedos de la mano. Horrorizado, y ya con una investigación a cuestas, procedió a revisar los demás lugares sospechosos, y se encontró con el mismo escenario siniestro: cuerpos sin ataúd, y sin un pedazo, obviamente cortado adrede y robado. A los muertos le habían arrancado tozos al azar: narices, genitales, pechos, pies, orejas… Se extendió la investigación en los cementerios restantes, y otros en zonas colindantes, con los mismos horrorosos descubrimientos. Pese al accionar policial, no pudieron lograr datos que los llevara al perpetrador de los espantosos robos, que se iban extendiendo en forma aleatoria por varios lugares, sin un esquema geográfico definido. Se le empezó a llamar al ladrón como “El carroñero”. Ni bien terminé de hojear la carpeta, tenía claro que el pálido tipo delgado, peinado hacia atrás con fijador, e inquietas manos de dedos larguísimos, era el infausto ladrón. Me sentí descompuesto. Este hombre reciclaba los ataúdes para venderlos, y una extraña perversión lo hacía despojar a los finados de partes de sus cuerpos. ¿Qué haría con ellos? Convencido de mi percepción simulé cierto interés. No bien lo hice, el deleznable Gregorio me dedicó una sonrisa de hiena, y mientras me explicaba el procedimiento de compra, que sería obviamente en la ilegalidad, pude ver cómo una horda de espectros mutilados, con semblante indignado, se materializaron a sus espaldas, señalándolo con ira. Gregorio, entusiasmado con lo que creía iba a ser un gran negocio, seguía en su perorata, sin notar que yo miraba a los aparecidos, uno a uno asintiendo, para calmarlos. Mi repulsión se magnificó al observar que a uno de ellos les faltaba un ojo. --No se hable más, Gregorio. Cerraré el trato con usted, con una pequeña condición. --Dígame, por favor. Me concentré, para lograr que el malvado pudiera visualizar a los difuntos tal y como yo lo hacía. --Mi condición es que les explique a mis amigos las bondades de esta transacción. En segundos, el gesto de rapaz avaricia del hombre transmutó en el del horror más absoluto, al ver a los espantosos espectros incompletos señalándolo con odio. Comenzó a gritar y a gemir como un animal. --¡Ayúdeme! ¡Sáquelos de aquí! -- No se irán hasta que usted confiese ante la justicia su asqueroso accionar. -- ¡Pero no le he hecho daño a nadie! ¡Los muertos no necesitan un ataúd! ¡Nada de malo tenía sacarlos y volverlos a vender! --¿Y también le parece que no tiene nada de malo cortarles un pedazo? --¡No sienten dolor! ¿Qué más daba? Me gusta tener piezas de los muertos. Es un hobby inocente… El gesto de los espíritus se hizo feroz. No dejaban de señalarlo con desprecio e ira. --¡Ya basta! ¡Haga que se vayan! --¿Confesará usted su accionar? --¡Sí! ¡Pero sáquelos ahora! ¡No soporto verlos! Les hice una señal de asentimiento: entendieron que estaban libres del plano terrenal, que se haría justicia. Cruzando los brazos en el pecho, se esfumaron en una bruma iridiscente, y se desvanecieron, marchando hacia la luz. Dejaron a su partida un puñado de tierra, la del cementerio que los albergaba, en el piso de mi oficina. Gregorio se quedó gimiendo en el suelo, en posición fetal, y así lo encontró el comisario Contreras cuando acudió rápidamente a mi llamado. Posteriormente, se allanó el domicilio del tipo, encontrando el macabro tesoro en su habitación: todos los pedazos robados de los cuerpos, toscamente embalsamados, algunos en estado de putrefacción. Los tenía junto a su cama, en una mesa. Probablemente los manipulaba antes de dormirse… En un depósito que alquilaba, hallaron los numerosos féretros robados, y arreglados para ser vendidos. Gregorio terminó en un hospital psiquiátrico, por el accionar de su abogado. Yo no creo que estuviera loco. Enfermo, sí, pero era plenamente consciente de sus aberrantes actos. Los montoncitos de tierra que quedaron en el piso de mi oficina, fueron guardados en saquitos de tela, con una cruz dibujada en ellos. Están ahora en los estantes de mi colección, para honrar la memoria de los muertos. ¿Qué opinan ustedes, amigos? ¿Gregorio era un loco, o un perverso? Acérquense a La Morgue para contarme su opinión, y, de paso, escuchan todas las historias de mi colección.

sábado, 11 de diciembre de 2021

EDGARD, EL COLECCIONISTA- UN TROZO DE CARNE

Me llegó el cuerpo de Armando para despedirlo. La viuda, desconsolada, me dio una enorme cantidad de dinero, pidiéndome discreción. Yo, confundido, no entendía a qué se refería Marcela. Ella tiene una familia muy influyente, y ya me había abonado el servicio más caro. Cuando me tocó el momento de preparar a Armando, comprendí a qué se refería. Marcela era muy apasionada en su matrimonio, y su dinámica erótica se basaba en besos. Nada de malo o anormal. Pero en algún momento, la mansa práctica cambió de dinámica: pasó de besar a morder durante el coito. En principio, era algo moderado, y hasta agregaba pasión y novedad. El tema degeneró en algo desagradable cuando las mordidas de la mujer se volvieron violentas y dolorosas. Armando le propuso a Marcela ver a un psicólogo para moderar su agresiva pulsión, y ésta se indignó, poniéndose molesta, y reprochándole su falta de hombría: era su propia debilidad lo que necesitaba tratamiento psicológico. Por otra parte, le mencionó el poder que tenía su familia en la comunidad, en cómo podría terminar su carrera de docente si se ponían en contra de él. El hombre comenzó a sentirse amenazado por su esposa. Le temía. Incluso se veía presionado a tener sexo cuando Marcela lo ordenaba, con la desagradable intervención de la tortura de los dolorosos mordiscos, cada vez más fuertes e intensos: llegaba a sacarle sangre. Armando sentía que su vida se deterioraba. Tenía pesadillas en las que Marcela lo devoraba. Comenzó a tener temblores tan marcados, que a veces, frente al aula, los alumnos percibían cómo se le dificultaba al profesor escribir en la pizarra. Cuanto más se veía atemorizado y acorralado, más deseo tenía Marcela de su marido. El punto álgido llegó cuando en un momento de exaltación extrema, Marcela le arrancó un pedazo del hombro de un mordisco feroz. El pobre hombre aulló de dolor, horrorizado. Marcela parecía en el nirvana más elevado de placer, y para el espanto absoluto de Armando, masticó el trozo arrancado, con cara de éxtasis, mientras le chorreaba sangre por la boca. Luego de eso, le curó la herida a su esposo con gran esmero, pero le prohibió absolutamente acudir a un médico, porque no quería “tener su vida privada en boca de todos”. Como Armando se sentía muy dolorido, le rogó que le consiguiera un médico con sus famosas influencias familiares, pero ella se negó obstinadamente. El profesor fue a trabajar en un estado lamentable. Llegó un momento en que la fiebre le impidió acudir a dar clases. Marcela le cambiaba los apósitos, sin mencionar que manaba la herida un pus inmundo, y la zona estaba ennegrecida, dura y caliente. Finalmente, el hombre falleció de una sepsis, y recién ahí, la esposa llamó a un “médico discreto”, pero para que firmara el certificado de defunción por muerte natural. Cuando desvestimos con mi ayudante Tristán a Armando para prepararlo, nos horrorizamos por las innumerables cicatrices de mordidas en todo el cuerpo, y la espeluznante herida en su hombro, asquerosa y putrefacta. En ese momento comprendí que el pedido de “discreción” era un soborno de complicidad de una atrocidad espantosa. Mientras lo discutíamos con Tristán, apareció el espectro de Armando, desnudo, con sus terribles cicatrices al rojo vivo sobre la lividez cerúlea de su cuerpo, y el hombro desgarrado manando un apestoso líquido verde. Nos miró a los ojos con una tristeza inconmensurable. Entendimos cuál era su deseo, y asentimos. El velatorio comenzó normalmente, con la escena típica de la viuda llorando amargamente sobre el féretro del difunto, y todo el mundo consolando a la “pobrecita”. Cuando la actuación de Marcela estaba en su punto cúlmine, entró el comisario Contreras con dos agentes, y se llevó a Marcela esposada, que, en el colmo de su indignación, vociferaba mencionando que el poder de su familia los aplastaría a todos, empezando por mí, “ese miserable funebrero traidor y charlatán”. Fue un escándalo en el pueblo. Y sí: Tristán y yo denunciamos el estado del cadáver, que no se condecía con el certificado de muerte natural. Cuando se fueron los últimos deudos, apareció ante nosotros el espíritu de Armando, sin sus mordidas, y dejó caer el espeluznante pedazo de carne que su mujer le había arrancado en la pulsión enferma de su pasión. Con un gesto de placidez, nos saludó y se elevó mansamente, liberado del dolor que lo anclaba al plano terrenal. En un frasco con formol flota el trozo de hombro de Armando, en una de las estanterías de mi colección. No es bonito de ver. Es muy probable que Marcela no expíe como debiera su crimen. Seguramente su pudiente familia le conseguiría una condena de lujo en un sanatorio psiquiátrico para gente acomodada. Resta rogar por la justicia Divina. Al menos, el alma de Armando descansa en paz. Los invito, como cada semana a La Morgue, para que les cuente todas las historias atesoradas en mi colección.

sábado, 4 de diciembre de 2021

EDGARD, EL COLECCIONISTA- LA HACEDORA DE DEMONIOS

Aurora me trajo a mi oficina a una chica en plena crisis de nervios, que lloraba y se tapaba los ojos. Cuando logró serenarse, Aurora le pidió que me contara su historia. María Luna era una compañera del grupo de adoradores de la Pacha Mama. Desde niña tenía “el don”, pero siempre reprimido por la intervención de su madre y su abuela, que le decían que era peligroso darle rienda suelta, ya que el poder que manejaba podría dar vida a los demonios. Así que cada vez que su instinto le mostraba algo ajeno a la realidad, o la instaba a mover su energía hacia el exterior, ella lo negaba, y lo guardaba dentro de sí. Pero al llegar la adolescencia, con las hormonas y la rebeldía, la joven descontroló ese enorme caudal de poder, que conseguía tener dominado con los consejos de los adoradores de la tierra. Ese día su novio la decepcionó con una infidelidad. La intensidad de sus emociones la desbordaron, y su energía se volcó hacia un camino oscuro. --Sentí un dolor enorme. Una rabia tremenda. Un odio desmesurado. Grandes deseos de venganza. Me afloró una envidia malsana por esas chicas con parejas fieles y sin problemas. Y un despecho gigantesco. Me vibraban en el pecho esos pensamientos, y salieron de él transformados en rayos de luz, que, ante mi absoluto asombro y terror, se transformaban en campos de materia oscura, e iban cobrando formas horrendas. Todos mis malos pensamientos transmutaron en monstruitos, del tamaño de duendes, uno más horroroso que el otro, a cuál más abyecto y ruin. Quise controlarlos, pero se rieron en mi cara, diciéndome que yo les había dotado del combustible necesario para entrar al plano terrenal, y que esta noche, se apoderarían del pueblo para realizar una masacre, comenzando por quién provocó el “milagro” de sus existencias. Ahora estoy aterrorizada. No sé de qué son capaces esas horribles criaturas. Si ocurre algo malo, yo seré la responsable. --No es así, María Luna. Tu madre y tu abuela, en vez de reprimir tu don, debieron enseñarte cómo manejarlo: ellas lo tenían, y sabían las consecuencias de un poder mal utilizado. Es normal que te hayas enojado. No buscaste materializar demonios. Pensaremos alguna solución. Son seis los entes, ¿verdad? --Sí. Seis pequeñas abominaciones con colmillos temibles, garras espeluznantes, ojos malignos, y una agilidad salida del mismo infierno. --Tú que conoces las leyes de la tierra, Aurora, ¿sabes cómo invocarlos, para traerlos hacia nosotros? --Sé hacerlo. Pero recién con la caída del sol. Cuando aparezca la luna podremos llamarlos, pero solo permanecerán con nosotros el tiempo que ellos deseen, antes de salir a cumplir sus cometidos personales, estrechamente relacionados con las emociones que le dieron vida. Tristán, mi querido amigo y ayudante, era testigo de la escena, escuchando todo en silencio. --Debes pensar, María luna, cuál fue la primera emoción que desencadenó los acontecimientos. --Pues…diría que mi decepción. Mi despecho… --Seguramente de él nació el monstruo líder. El demonio que guiará a los demás. --Debe ser el que es un poco más grande que el resto. Tiene el cabello rojo como el fuego. --Él es el jefe. E irá directo hacia tu novio. Porque él provocó el desencanto de tu corazón roto. ¿Qué sentiste después? --Dolor. Muy grande… --Ese dolor buscará alimentarse de más dolor. No me extrañaría que buscara un lugar donde se sufra mucho, para hacer daño. --¿Cómo un hospital, quizá? — preguntó Tristán, acertadamente. --Seguramente, mi amigo. ¿Con qué demonio lo asocias? --A uno del que le fluían lágrimas de sangre, y chillaba un llanto horrible, como el de un animal atrapado en una trampa. No inspiraba lástima, sino repulsión. Luego de eso, me llené de ira. Una gran rabia desmedida. No me extrañaría que sea el ser que despedía rayos de sus ojos malsanos, y no paraba de blasfemar. --Creo que él asolará por todos lados. La ira no razona. Es incontrolable… Después, ¿qué te llegó? --Me avergüenza decirlo, pero tuve una gran envidia. Me puse de malas con mis propias amigas, que me advirtieron más de una vez sobre la conducta de mi novio. Les deseé que sintieran lo que yo. De allí debe haber salido el engendro amarillo de cara perversa, con puntas afiladas erizado toda su piel asquerosa… --Pues tras tus amigas irá. Eso es seguro… ¿Qué siguió? --Mi deseo de venganza. Sentí que mi mamá y abuelita no me protegieron de mí misma, que no me dieron herramientas para defenderme, y anhelé lo peor para ellas… ¡Ay! El monstruo que nació de eso debe ser el que tiene pinchos en vez de dedos. Hasta imaginé verlo clavarlos en los ojos de ellas… ¡Qué horror! --Tranquila. Todos nos enojamos alguna vez. Trataremos de impedir que se desencadene el mal esta noche. Creo que lo último es el odio, ¿verdad? --Un odio feroz, desmesurado y sin límites. Eso le dio vida al engendro más horrible de todos: un ser de muchas pequeñas cabezas enojadas que le salen de todo su deforme cuerpo, malévolas, que vomitan un ácido que corroe como vitriolo… --El odio se unirá a la ira, para destruir todo a su paso. Es importante que los llamemos, antes de que salgan de “parranda”, y los convenzamos de deponer su actitud. --Eso va a ser sumamente difícil, Edgard. – me dijo Aurora. —Las entidades encarnadas de esa índole son prácticamente indomables. No entienden razones. Nacen de energías negativas muy fuertes… --Nosotros somos fuentes de buena energía… --¡Yo no! —gritó María Luna, entre sollozos. -- ¡Soy un ser repugnante que da vida a seres malsanos y retorcidos! ¡Pasarán cosas espantosas por culpa mía! ¡Morirán inocentes! --¡De ninguna manera! Si fueras lo que dices, estarías en tu gloria, disfrutando la libertad desatada de esas fuerzas del mal. Estás aquí, junto a nosotros, buscando ponerles un freno. Lograremos, entre los cuatro, parar a esos entes. Cuando el sol se puso en el horizonte, formamos un círculo en el jardín, bajo los primeros rayos de la luna, uniendo nuestras manos, y Aurora invocó a los seres con la lengua de los habitantes originarios de la tierra, con un tono de ruego profundo, no exento de autoridad. Luego de un largo rato de la oración, en voz cada vez más alta y demandante, un remolino de aire helado y caliente hizo una pequeña depresión en el jardín, rodeada de llamas. En medio de ellas, los seis demonios aparecieron en pose provocadora y burlona. El de la pelambre roja se dirigió directo a mí: --¡Tú, entierra fiambres barato, eres el que nos mandó a llamar por la perra gemebunda que nos invocó! ¡Dinos qué quieres! ¡No estamos para perder el tiempo con un funebrero, su ramera, su amigo deforme, y la idiota subnormal que, en vez de jactarse de su poder de darnos vida, ahora se queja de sus propias acciones! Las palabras del ser nos golpearon como puñetazos. Traté de serenarme. --Escucha: digas lo que digas, así como tú y tus camaradas llegaron a este plano, con la misma facilidad se pueden ir. No todo depende de la voluntad de ustedes. --¡Te equivocas! ¡Una vez cruzado el umbral, nos anclamos aquí! ¡No existe fuerza capaz de hacernos volver! Esta noche será recordada como la más sangrienta de la historia de este pueblo de mierda. No solo haremos una masacre, sino que también contaminaremos las mentes de todos los habitantes de este lugar para que destruyan todo a su paso. Seremos una peste, y nos propagaremos con ellos. Iremos primero por el novio, las amigas, la madre y la abuela de nuestra estúpida heroína, y luego un río de sangre y vísceras decorará las calles de este vertedero de basura humana… --Te equivocas con eso de que no existe una fuerza capaz de regresarlos. – dijo Tristán en voz más que calmada, mientras los monstruos se retorcían mostrando sus horribles atributos malignos. -- ¿Recuerdas, Edgard, que tu hermano te dijo que tanto el bien como el mal eran dos caras de la misma moneda? Me estremecí al recordar a mi hermano, pero asentí. Claro que lo tenía presente. Los demonios, más que por curiosidad y diversión, que por cualquier otra cosa, le prestaron atención a Tristán. --¡Bueno, bueno! ¡El jorobado deforme sabe hablar! ¡Ilústranos, rareza de circo! --Pues es más simple de lo que creen: ustedes llegaron por la materialización del odio en estado puro. La cara opuesta del odio, no es más que el amor, su camino de regreso. Tristán nos miró a cada uno, y asentimos. Todos nos concentramos para emitir los más profundos sentimientos de amor que teníamos para dar, e imponiendo nuestras manos, los proyectamos hacia los entes. Estos, helados de asombro, comenzaron a chillar horriblemente, diciendo las blasfemias más depravadas, los insultos más venenosos y desalmados para desconcentrarnos. Pero nos habíamos adentrado en emitir una energía de amor tan grande y pura, que sentíamos que el aire vibraba, y se nos erizaban los vellos de los brazos. Las aves comenzaron a cantar y volar sobre nosotros como si el sol estuviera en su apogeo. Luces de colores se dirigieron hacia los demonios, que chillaban de odio: ya sabían que esta noche no habría desmembramientos, carne arrancada, ni manantiales de sangre y dolor. Se estaban derritiendo. Una fulguración blanca salió de cada uno, y volvió al pecho de María Luna, que lloraba conmovida por la experiencia. Se apagaron las llamas que habían surgido con la llegada de los demonios, y lo único que quedó de ellos fueron seis piedrecillas de colores. De algún modo me recordaron la costumbre judía de poner piedras sobre las tumbas para honrar a los muertos. Las tomé para mi colección. Eran muy vistosas. --Es hermoso lo que ha ocurrido. —dijo, entre lágrimas, la muchacha. --Claro que sí: ahora conoces que el caudal de amor que posees es superior a cualquier odio o enojo que puedas tener. Y que tal y como dijo Tristán, puede revertir los hechos más terribles. Eres dueña de eso. Nadie puede quitártelo. Ahora que lo sabes, puedes encauzar tu poder hacia ese lado, y nada de lo que hagas causará daño. Siempre usarás tu don para el bien. Nunca más traerás los demonios de los malos pensamientos a este plano. María Luna nos abrazó con tal fuerza que nos crujieron los huesos de la espalda. Sabíamos que la experiencia le había cambiado la vida. Queridos amigos: las energías de baja frecuencia, los pensamientos dañinos, malos deseos, tristezas acumuladas, aunque no tengamos los dones de María Luna, también materializan demonios que nos complican la vida, y se somatizan en enfermedades del cuerpo y de la mente. Seamos conscientes de ello, y vibremos en positivo. Yo los espero en La Morgue, con mi colección de historias. No puedo prometer que no pueda aparecer ningún ser maligno: eso depende de lo que tenga dentro cada uno. Buena semana…