viernes, 28 de enero de 2022

EDGARD, EL COLECCIONISTA- INFIERNO EN EL CEMENTERIO

Me lo había anticipado mi amada Aurora: los gringos que llegaron al pueblo con maquinaria, internándose en las sierras, nada bueno traerían. El tema es que, rodeados de un férrreo secretismo, y al amparo del alejado paisaje serrano, empezaron a operar con sus monstruos mecánicos. De vez en cuando, se escuchaban a lo lejos rugidos y explosiones como truenos, que nos hacían salir a corroborar el cielo, desconcertándonos al verlo despejado. Fue Doña Lupe la primera en detectar anomalías. --El agua sale mala. A veces, la canilla mana gas en vez de líquido. Pablito, cuando sintió el olor, le acercó el encendedor, y ¿qué creen? ¡fuego corría en vez de agua! ¡Si no nos hacen volar a la mierda, nos van a envenenar, vecinos, créanme! Luego del testimonio de Lupe, otras personas corroboraron el hecho en sus hogares, y, tal como la señora mencionó, muchos presentaban descomposturas de salud. Personalidades prominentes del pueblo, gente de la cámara de comercio, artistas y representantes por defecto, se acercaron al jefe comunal para consultar sobre las anomalías no informadas: todos queríamos una respuesta urgente. El hombre, terriblemente pálido, con aspecto de estar al borde de un ataque de pánico, explicó con voz temblorosa: --Lo que está pasando es una acción aprobada por el gobierno nacional. Yo no tengo voz ni voto en la decisión que tomaron, a la cual me opuse con todas las fuerzas que tengo. Pero hay intereses económicos enormes de por medio. Desecharon mi opinión y postura en forma humillante. Lo que están haciendo es un proceso de fracking: están fracturando estratos de roca para extraer gas metano. El procedimiento, efectivamente, contamina las aguas. Ya está en camino una flota de camiones cisterna con agua potable para los vecinos perjudicados. Es lo único que tengo a mi alcance para hacer… --Y si no veníamos a indagar, ¿cuándo nos íbamos a enterar de esto, intendente? --Supuestamente, las obras no iban a empezar hasta dentro de tres meses. Yo estaba buscando apoyo legal en ONGs y abogados especialistas en estos temas, pero se me adelantaron, y comenzaron antes sus acciones…Fueron demasiado rápidos y sorpresivos… La cara del pobre hombre, cercana al ataque de llanto, frenó un poco la ira de los vecinos. Realmente se veía que estaba muy mortificado e impotente con lo ocurrido. Todos se calmaron, y prometieron apoyo para frenar a los gringos amparados por la mismísima nación. Se habló de junta de firmas, y difusión en los medios, pero el gesto del jefe comunal les gritaba en silencio una verdad: nada los detendría. A la espera del camión cisterna, todos comenzamos a comprar agua envasada. El domingo, como es tradición en el pueblo, muchas familias se apersonaron al cementerio para visitar a sus muertos, poniendo flores y velas en sus tumbas. Nadie estaba preparado para lo que ocurrió. Primero se percibió un violento temblor en la tierra. Algunas lápidas se fracturaron, y la hermosa escultura decorativa del ángel protector se desplomó, bajo la asombrada mirada impotente de la gente, que aterrada, se abrazaba para enfrentar el extraño movimiento telúrico. Otros, muy asustados, huían, tropezando desmañadamente entre ellos. Pero lo peor no estaba ni por comenzar. Luego del sacudón más violento las tumbas literalmente estallaron, arrojando cadáveres enteros, en algunos casos, y trozos en la mayoría, generando una macabra lluvia de pedazos putrefactos de cuerpos, y piedras de las lápidas que impactaban en la gente con fuerza, así como el líquido cadavérico empapaba a la concurrencia. Este macabro preámbulo fue el anuncio de una desgracia mayor: el olor a descomposición no dejó detectar el del gas, que empezó a manar de los cráteres originados de la tierra, y, con seguridad, la llama de alguna de las velas encendidas en honor a los difuntos, provocó que el cementerio entero ardiera como una escena de pesadilla. La mayoría de la pobre gente logró huir, pero muchas personas no lo lograron, y perecieron carbonizadas, en una horrorosa agonía. Muchos terminaron internados en la unidad de quemados del hospital. El jefe comunal, presa de un ataque de nervios, tuvo que ser asistido y reemplazado de su cargo por su compañero inmediato, que accedió a tomar el mando con los aires de quien está cursando una pesadilla de la que no se puede despertar. La nación envió ayuda humanitaria, y montó un espectáculo en los medios de comunicación. Se obviaron muchos detalles y se agregaron otros inexistentes, para la indignación absoluta de los vecinos. Un periodista tuvo la malísima idea de entrevistar a Doña Lupe, quién ante las preguntas manipuladoras del notero, no se le enredó la lengua ni un segundo: acusó de asesinos a quiénes habían permitido la práctica de fracking en el pueblo, y le mentó la madre al presidente y a los gringos y sus multinacionales vampíricas que se chupaban la sangre de los países pobres. Cómo la nota era en vivo, y Lupe había agarrado el micrófono con fuerza feroz, la nota trascendió de tal manera, qué, por el momento, se paralizaron las actividades del siniestro método de extracción de combustible. Pero no somos optimistas. Sabemos que la maquinaria no fue removida de su sitial, y están a la espera, como monstruos dormidos, que se acalle el escándalo para continuar con el rentable negocio. Me ha tocado ser de la comisión de reconstrucción del cementerio. La escultura del ángel que cayó con el temblor no puede repararse, y la mayoría de los cuerpos se incineraron con la explosión de gas. Estamos juntando fondos para que un escultor le de vida a un nuevo guardián del camposanto. Me quedé con el trozo del ala, manchada de hollín, que, curiosamente, al ingresar a los estantes de mi colección, se limpió milagrosamente, comenzando a brillar, en la oscuridad, incluso, como para que no perdamos la esperanza de justicia… También me espera el amargo trabajo de despedir a los vecinos que perecieron en el infausto hecho. Todos tenemos la sensación de ser utilizados por intereses económicos mayores a los valores humanos, que nos vulneran en una forma miserable. Alzaremos todos nuestras voces, domingo a domingo, en la plaza del pueblo, recordando a las víctimas del infierno del cementerio… ¿Alguien nos escuchará? Los espero como siempre, queridos amigos, en La Morgue, para contarles todas las historias de mi colección. Buen fin de semana.

viernes, 21 de enero de 2022

EDGARD, EL COLECCIONISTA- JUEGO DE MUÑECAS

--Cuándo el profesor me juró por sus hijos que no había tocado jamás a la niña, sino también me dijo que fue ella quien intentaba seducirlo, me indigné. Obviamente, me quedé con el testimonio de Rosita, y el de sus padres, y el tipo fue preso. No llegó a una indagación ni a un juicio, porque se mató en la celda. Creí que por culpa. Ante la segunda denuncia de los padres de Rosita respecto a un abuso hacia la niña, me condolí por la mala suerte de la pequeña. Esta vez era un tipo con antecedentes de pedofilia, con lo que menos dudas me quedaron sobre el caso. Espera próximas instancias judiciales, desde la cárcel. Rosita dice que la abordó en la plaza, y la llevó a un descampado. Y después, Edgard, como se dice comúnmente, la tercera fue la vencida. Aunque nunca puse en duda que la niña era una víctima, algo en sus declaraciones me hacía ruido. En los tres casos, Rosita contaba que los perversos le habían ofrecido una muñeca a cambio de sus retorcidos juegos asquerosos. En principio no le di mayor importancia. A veces, los pedófilos tienen modos de obrar que divulgan en la zona oscura de las redes, donde comparten su material obsceno. Pero la niña vino sola a la comisaría esta vez, con la historia de que el almacenero la había abusado, a cambio de una muñeca. Le pregunté por sus padres. Me dijo que estaban muy ocupados, y que por eso se encargaba ella misma de hacer la denuncia, ya que sabía, por sus experiencias anteriores, cómo hacerlo. Le dije que la acompañaríamos a su casa, y la criatura se transfiguró. Su carita dulce se tornó el rostro de un animal salvaje. Comenzó a insultar con un lenguaje absolutamente soez, impropio de una niña de su edad. Temiendo que se hiciera daño, le pedimos a una agente que intentara tranquilizarla. Marta jamás había tenido inconvenientes en atrapar malhechores de la peor calaña, pero Rosita le dejó un ojo morado, varios mordiscos, y una costilla quebrada. Cuando al fin consiguió inmovilizarla, llamamos al hospital, y le administraron un fármaco para calmarla, ya que nos manifestaron que estaba con un brote psicótico. Fuimos a la casa de Rosita. Nadie contestó nuestro llamado, pero la puerta estaba abierta, por lo que pasamos. Jamás en la vida podría haber estado preparado para ver lo que nos tocó observar en esa casa del demonio. Encontramos al matrimonio, desnudo en la cama, cada uno con una muñeca atada con cinta de embalar en la zona genital. Los ojos de los padres habían sido sangrientamente reemplazados por los de los juguetes, que lucían los de ellos. Perecieron amarrados a la cama, también con cinta, y fueron rematados con un profundo corte en la garganta, que prácticamente, les separó el cráneo del cuello. Imagínese la fuerza de la cuchillada que les cercenó la yugular. Frente al lecho, una mesita con una computadora reproducía unos videos que nos dejaron sin respiración. En ellos, el padre abusaba de la pequeña, obligándola a interactuar con una muñeca, mientras la madre filmaba, o dejaba fija la cámara para integrar los abusos sin dejar de registrarlos. Hallamos demasiadas películas de esa índole en la computadora. En el cuarto de la niña había cientos de muñecas. Otros cuartos también eran depósitos de estos juguetes. Cada una diferente. Le traje, Edgard, una de ella. Para que usted ore por la sanación de Rosita. Está ingresada en un sanatorio de salud mental para niños. Lo que hicieron con ella no tiene nombre ni perdón de Dios. Y, hablando de Él, espero me perdone por no haber creído la declaración del profesor, que se terminó suicidando en su celda por la injusticia de la que estaba siendo víctima, ante el grito desesperado de auxilio de la pobre niñita. Le tocará, cuando la morgue judicial libere los cuerpos de los aborrecibles progenitores, orquestar su despedida. Espero que ardan en el infierno. Sé que esas cosas no se dicen, pero a usted no le voy a mentir. Le ruego pida por el alma del hombre inocente que se mató. Me rompe el corazón, como todo lo de este infausto caso… Cuando se fue el comisario Contreras, acomodé la muñequita en uno de los estantes de mi colección. Representa a todos los niños del mundo que necesitan ayuda y protección. Con imposición de manos, se vuelve un talismán cada vez más energético, para alertar sobre algún pequeño en peligro. Le pediría ayuda a mi querido ayudante Tristán, y a mi amada Aurora para que el alma del profesor ascendiera hacia la luz del descanso. Pero no voy a dejar de confesarles que haré todo lo posible para que los malvados espíritus de los padres de Rosita vaguen en el inframundo, sufriendo el castigo eterno más cruel posible… No dejen de visitarme por La Morgue, mis amigos. Los espero, con el ruego de jamás pasar por alto el grito de auxilio de un niño…

sábado, 15 de enero de 2022

EDGARD, EL COLECCIONISTA - AMADOS NIÑOS GUÍAS

El pueblo vivió una ola de verdadero terror durante el agobiante mes de calor anómalo. Parecía como si un aura negra se mezclara con el fuego del sol despiadado. Los pájaros caían muertos de los árboles. Los campos negaban el fruto de la tierra, que, demasiado caliente, resecaba las cosechas sedientas. La falta recurrente de agua era un agobio que se sumaba a los cortes del suministro eléctrico. En medio de esta tortura cotidiana se sumó la trágica desaparición de varios niñitos entre seis y diez años. La aflicción de los padres no tenía consuelo. La policía no conseguía pistas certeras. Solo una vaga información de testigos, sumamente difusa, de haber visto cerca de los pequeños a una mujer rubia muy delgada, con un pañuelo o sombrero en la cabeza, pero nada que los acercara al paradero. No estaban desencaminados aquellos que la mencionaron en los escenarios de las desapariciones, ocurridas en plazas, puertas de comercios, o en la propia entrada del hogar de los chicos. La misteriosa mujer era Estela, una ermitaña que se recluyó en una casa de campo después de sufrir un nefasto accidente automovilístico con su familia. Su esposo falleció, y su hijito quedó en estado de coma, del que llevaba así varios meses, mantenida su vida por los soportes mecánicos, esperando cada segundo el milagro que los médicos le decían que no ocurriría, que el niño no tenía actividad cerebral, prácticamente, y que lo mejor sería dejarlo ir, disponiendo la donación de sus órganos, con los que se salvarían muchas vidas, y ella podría retomar la suya sin el agobio de aguardar algo que jamás sucedería. Insultando interiormente a los profesionales, ella estaba convencida de que Damián despertaría en cualquier momento. Esa certeza tan hiriente como aferrarse a un clavo al rojo vivo, le fue socavando la psiquis de una manera alarmante. Una noche tuvo un sueño. Vio a su hijo flotando sobre su cama, que le indicó que estaba perdido, que no encontraba el camino de vuelta hacia su cuerpo, y que solo alguien pequeño como él, y en sus mismas condiciones podría guiarlo. Por último, se despidió de su madre llorando, pidiéndole ayuda: --¡Te extraño tanto, mamita! Estela se despertó sobresaltada, anegada de lágrimas. Ahora estaba convencida de que su hijo despertaría: solo debía encontrar la forma de guiar a su niño, tal como se lo había pedido. Su mente trastornada le indicó la forma. Comenzó a secuestrar pequeños. Los atraía con su sonrisa angelical, y un regalo llamativo. Los hacía subir a su camioneta, y les prometía una sorpresa hermosa, asegurándoles que sus padres estaban al tanto. Ya en su casa, les explicaba que habían sido elegidos para una misión muy especial. A esa altura, cada niño ya se encontraba asustado, arrepentido de haber acompañado a la guapa y simpática mujer. Ignorando llantos, pataletas e intentos de escape, Estela les mostraba la foto de Damián. --Vas a hacer un viaje. Será a un lugar muy bonito, y es muy importante que encuentres a mi hijo, y le ayudes a regresar a mí. Dios te premiará por tu hermosa acción. Pese a la feroz resistencia, que más de una vez le valió un mordisco o una patada, Estela arrastraba a su víctima de turno hacia el baño, y forcejeando sin tregua, sumergía a la criatura en la bañera, donde la sostenía férreamente bajo el agua. --Por esta vía, la misma del bautismo, llegarás al lugar donde está Damián. ¡Tráelo de vuelta, guíalo, por favor! ¡Dios te acunará a su diestra! Luego de ultimar a cada una de las pobres criaturas, Estela corría al hospital para ver si su hijo había logrado su regreso. Si bien la decepción la desesperaba en un principio, se consolaba diciéndose: --Este pequeño no lo encontró. El próximo lo hará, seguramente… Una y otra vez perpetraba sus crímenes con las mismas esperanzas enfermas, e iba enterrando en el jardín de la casa los pequeños cuerpos, rematando las tumbas con cruces blancas que decían: “Amado niño guía”. Luego de numerosos crímenes, volvió a soñar con su hijo. Éste le dijo que lo que estaba haciendo era algo terrible, y que jamás encontraría la vuelta hacia su cuerpo de una forma tan horrorosa. Ella debía dejar de perpetrar los horrores que venía ejecutando, y viajar personalmente a buscarlo. Estela se despertó muy triste. Quizá el último rastro de cordura que le quedaba en su mente había elaborado ese sueño para parar la masacre de inocentes que había iniciado, tan incendiaria y dañina como la ola de calor que azotaba al pueblo. Llamó a la comisaría, y confesó sus crímenes. Aclaró que no llegarían a tiempo para apresarla, porque partiría en busca de Damián. Efectivamente, cuando la policía llegó a la casa de campo, la encontraron colgada de una viga. En el gran jardín trasero de su casa hallaron el macabro cementerio de cruces blancas. Me espera un arduo trabajo. Fueron muchísimos los niños que perecieron en las dementes manos de Estela. Intentaré que todos asciendan al descanso eterno, al igual que Damián, al que le retiraron los soportes vitales. Sus órganos salvaron muchas vidas. Triste paliativo de tanto dolor… El comisario me regaló una de las cruces blancas, con el mensaje donde el amor y la locura se cruzan en un desesperado abrazo que no deja consuelo. La puse, por supuesto, en mi colección. Los espero, queridos amigos. Todas mis historias y objetos cargados de energía están a su disposición, aquí en La Morgue. Buena semana.

viernes, 7 de enero de 2022

EDGARD, EL COLECCIONISTA - EL CADÁVER SECUESTRADO

El comisario Contreras vino a visitarme con una mujer hermosa, que se frotaba nerviosamente las manos, apartada de nosotros, para darnos privacidad. --Sé, amigo, que lo que voy a pedirle va contra la ley. Una contradicción absoluta, viniendo de alguien que vela por ella. Pero a veces es preferible obviar algunos pasos… Le pido por favor que escuche a Natalia, y decida si nos desea ayudar, o no… Los hice pasar a mi oficina, y le pedí a ella que hablara. --Muchas gracias por recibirme, caballero. El comisario fue muy noble en no castigarme por mi delito. Y ahora, le voy a contar mi problema. Espero pueda ayudarme… Me casé muy enamorada con Miguel. Sentía una adoración absoluta por él. Sé que era mutuo. Vivíamos una pasión que nos llevaba al desenfreno total. Éramos, además de esposos, amigos, cómplices, amantes apasionados. En una de esas largas noches sin control, en el medio del coito, Miguel sufrió un ataque al corazón. Soy enfermera, así que obré con rapidez: hice todas las maniobras pertinentes para resucitarlo, (no respiraba, ni tenía actividad cardíaca), e incluso le inyecté directo adrenalina. Hice exactamente lo mismo que un médico, con la misma pericia y profesionalidad. Pero, para mi desgracia, Miguel no volvió. Estaba consternada, arrasada por un dolor que no puedo explicar con palabras. Pensé, en principio, en matarme también: la vida no tenía sentido para mí sin su amor. Me dije que lo haría luego de despedirme, y dormir abrazada a él por última vez. Cuando desperté en la mañana, Miguel ya estaba frío y lívido. Tenía que llamar a las autoridades, y, aunque se me partiera el corazón, despedirlo. Entonces me surgió una rebeldía obstinada: no quería separarme de él. En vez de ponderar estúpidos planes de suicidio, cambié de opinión, e investigué rápidamente métodos de conservación de un cadáver. Logré embalsamarlo con bastante eficacia. Bueno, para ser sincera, no lo debo haber hecho bien del todo, ya que con el paso de los días, se sentía olor a putrefacción, pero la satisfacción de no tener que separarme de Miguel, compensaba ese pequeño inconveniente. Como mi esposo trabajaba por su cuenta, viajando para vender seguros, a quiénes me preguntaban por él, les decía que estaba de viaje, y a los empresarios con los que tenía trato, les contaba que había optado por otros productores, en diferentes rutas comerciales. Como sus únicos parientes vivían lejos, yo les enviaba correspondencia en su nombre, y trucaba algunas fotos, para que nadie sospechara de su muerte. Así que cuando terminaba mi jornada laboral, espantaba las moscas, sacaba con una pinza odiosos gusanos que intentaban morar su amada carne, y me tendía junto a él, abrazándolo estrechamente, ignorando el olor, y soñando que estaba vivo y que me amaba apasionadamente. Después de un larguísimo tiempo, mientras en las largas noches acariciaba y me frotaba contra su cuerpo, ocurrió un fenómeno extraño: apareció su espectro. Yo estaba loca de alegría, pero esa sensación se evaporó con rapidez: el fantasma de Miguel parecía muy triste. Le manaban lágrimas fosforescentes. Me señalaba su cuerpo, al que yo seguía adorando como si fuera lo más perfecto en la faz de la tierra, y me hacía ver el horroroso deterioro que había sufrido: medio podrido, con las facciones deterioradas, y algunas partes se le…habían desprendido. Su zona íntima, unos dedos, un pedazo de pie… Es que yo, en el fuego de mi pasión nocturna, lo abrazaba y movilizaba demasiado fuerte, quizás… El punto, señor Edgard, es que recién allí me di cuenta que mi obrar, fruto de mi amor obsesivo, podía no dejar descansar en paz al pobre Miguel. Así que, con el corazón roto, entendiendo que debía renunciar definitivamente a él, fui a hablar con el comisario Contreras, que es conocido de mi familia, y al que le tengo gran estima y respeto. Él sabe que soy una buena persona, incapaz de hacerle daño a nadie, y que consagro mi vida a ayudar al prójimo… Me dijo que usted es una persona más que confiable, muy discreta y comprensiva. Le quiero pedir que oficie el velatorio de Miguel, por favor… --¿Hace cuánto falleció su esposo? -- Dos años. Tragué saliva. La imagen de la bella mujer acariciando con pasión un cadáver putrefacto me choqueó bastante, pero no dejé que se dejara ver en mi gesto. --Usted debe saber que para hacer esto en un marco legal, necesitamos un certificado de defunción. Y no nos serviría uno fechado al momento del deceso. --Lo sé, Edgard. Tengo un médico amigo que está dispuesto a hacerlo: yo le salvé la vida a su bebé, cuando ingresó a la guardia casi muerta, ahogada con un trozo de comida. También, dicho sea de paso, ayudé al comisario cuando un maleante lo baleó: conseguí frenar una hemorragia que se lo hubiera llevado, sin mi intervención. Contreras se ruborizó. Le debía un favor a Natalia, y no se sentía orgulloso de involucrarme en ello. Cavilé unos segundos: la chica no estaba muy bien de la cabeza, obviamente, pero mi don me hacía percibir su ausencia de maldad o perfidia. --Muy bien, señora. Estoy dispuesto. Dadas las circunstancias, será un velatorio a cajón cerrado. --¡Gracias, señor Edgard! ¡Es usted un santo! ¿Cree que luego de velarlo y enterrarlo, el alma de mi Miguel pueda descansar en paz? -- Claro que sí, Natalia. Ese es el motivo principal por el que prestaré mi ayuda. Deje eso en mis manos… -- Sé que es abusarme, pero quiero pedirle otro favor…Ya le conté que Miguel está un poco…desarmado…Yo quisiera conservar una pequeña partecita de él… El comisario me dijo que usted colecciona ciertos objetos: puede quedarse con lo que le parezca, si me deja lo que le diré en el oído, para tenerlo cerca, pero sin ofuscar su espíritu… No me hizo falta escuchar lo que me susurró para saber lo que quería guardar de su esposo. Me estremecí de espanto, pero intenté comprender sin juzgar. Lo que sí hice fue mirar coléricamente a Contreras: había hablado de mi colección con una extraña. Natalia lo captó enseguida, y me dijo: --No se enoje con el comisario. Él me comentó ese detalle llenándolo de elogios, por sus valores humanos, y su don para dar paz a los muertos. Sé que esos objetos son para almacenar una energía casi sagrada, diría yo. No hablaré nunca, jamás de ello con nadie… Y así fue como oficié el velatorio más bizarro de mi devenir como funerario. No me asombré al ver la multitud que acudió a la despedida. No solo amigos y parientes del difunto, sino muchísima gente a la que la generosidad y altruismo de Natalia en su labor de enfermera había beneficiado con la bondad y entrega que la caracterizaba, y por la cual me presté a la irregular situación. Al concluir la ceremonia, puedo decir con beneplácito que Miguel ascendió hacia la luz del descanso eterno. Tuve que darle a Natalia el frasco con lo que me pidió. Su sonrisa de agradecimiento beatífico compensó mi sensación de asco por su estrafalaria solicitud. Y en mi colección, quedó un dedo de Miguel, señalando hacia arriba, como recordando que ahora se encuentra con el alma en reposo, en el lugar indicado… Los invito a La Morgue a visitarme, y, de paso, me cuentan si conocen alguna historia de amor tan loca como esta: no lo creo, pero soy todo oídos…

sábado, 1 de enero de 2022

EDGARD, EL COLECCIONISTA - LA HOGUERA

Pese al calor infernal que nos azota, con la bendición de los dirigentes del pueblo, migramos hasta la orilla del río, al pie de la sierra, para cumplir con el ritual de nochevieja, y comenzar el año con buenos augurios. Allí se encendió una gigantesca hoguera, controlada con pericia por los bomberos para que no prendiera la foresta tantas veces azotada por esa desgracia, y frente a ella cantamos, arrojamos notas con las cosas que deseamos “quemar” del año que se marcha, y pedimos nuestros deseos para el venidero. Una orquesta local, amenizó el evento. Brindamos y festejamos con amigos, vecinos y conocidos. Tiara, una muchacha que había acudido al festejo sin su esposo, y cuyos cardenales morados se hacían visibles aún en la oscuridad, bajo la lumbre del fuego, nos saludó en forma distante, con la mirada ida. Se marchó silenciosa, con el paso decidido de quien tiene un propósito muy claro. Luego nos enteramos de su plan. Tiara llegó a su casa, donde su marido, desmayado en la cocina de la borrachera, roncaba porcinamente su sopor alcohólico. Horas antes había golpeado a la chica, cuando le reclamó su estado, y cómo derrochaba dinero en licor, mientras que nada había para comer en el hogar. Huyó de la paliza, uniéndose a la expedición hasta la hoguera, y mirando a su sudoroso y desaseado esposo, con los puños aún crispados, como preparados para atacar, aún inconsciente, a cualquiera que se interpusiera entre su vicio enfermizo y él, comenzó a cantar en forma monocorde una de las alegres canciones que escuchó en el ritual findeañero. Amarró a Santino a la silla dónde se había desmoronado de beodez, y le volcó vodka, como bautizándolo, mientras seguía cantando en forma átona. No conforme, reforzó el “baño” con alcohol de quemar. Santino se revolvió un poco en su asiento, pero no despertó. Tiara buscó las fotos guardadas en una caja, donde la pareja salía plasmada en diversas poses felices, de una época mejor. Tomó una caja de fósforos, y fue arrojándolos sobre su esposo, que, al comenzar a arder, despertó aterrado, gritando desaforado, con aullidos sobrecogedores. Intentó forzar sus ataduras, pero eran de recio alambre. Tiara le arrojó más alcohol de quemar, y fue tirando en la tea humana las fotos que había traído, cantando la canción de la hoguera, con la mirada perdida, y una sonrisa vacua. Extraordinariamente, nada alrededor de Santino se incendió. Solo él se calcinó lenta y dolorosamente, con una agonía cruel, brindando un espectáculo que hubiera causado el desmayo del más curtido, duro y estoico. Pero Tiara solo lo observaba con su sonrisa bobalicona, quemando con él sus fotos de boda, y así hubiera seguido por horas, quizá, si la policía, alertada por los vecinos, no hubiera acudido a la vivienda e irrumpido, quedando horrorizada con la macabra escena de los últimos estertores y aullidos agónicos de Santino, y la placidez extraviada de Tiara, que le dijo a los oficiales: --Ya hice mi pedido de año nuevo, con mi propia hoguera… Los hombres, pese a la conmoción, intentaron salvar al hombre, pero nada se podía hacer a esa altura: era un guiñapo carbonizado sobre los restos metálicos de una silla, con los alambres que lo sujetaron ardiendo aún al rojo vivo. La justicia dictaminó que la muchacha obró en un colapso nervioso, un brote psicótico, y actualmente está bajo tratamiento psiquiátrico. Dice no recordar nada, luego de la paliza que le dio Santino. Yo creo que la hoguera de año nuevo seguirá ardiendo en su alma para siempre, en una extraña forma liberadora, pese a la crueldad de su ritual personal. El comisario me hizo llegar una foto que se salvó de las llamas: en ella quedó intacta la imagen de la muchacha, vestida de novia, con una sonrisa feliz y esperanzada. La mitad que le falta, se la llevó el fuego, quemando al novio… Tengo la foto incompleta en mi colección. Me hace pensar en qué mala combinación son los vicios, la violencia y la falta de amor. Y en el horror absoluto de morir quemado vivo… Deseándoles el mejor comienzo de año posible, los invito a visitarme en La Morgue: no tienen excusa para no venir: hoy es día festivo, y pueden recorrer, historia por historia, todos los objetos de mi colección. Y, de paso, sacar conclusiones para tomar buenas decisiones durante esta nueva etapa. Los espero, levantando mi copa… ¡Feliz Año Nuevo!