sábado, 25 de junio de 2022

EDGARD, EL COLECCIONISTA- SINDICATO DE CADÁVERES EN PROTESTA

Vino a verme Aníbal, un colega de un pueblo vecino caído en desgracia. Me rogaba, avergonzado, que le prestara un féretro, ya que estaba casi en bancarrota, lleno de deudas. Inexplicablemente para él, ya que se consideraba un empresario prestigioso, la gente prefería acudir a la competencia, aunque les quedara a kilómetros de distancia. No entendía qué ocurría en sus velatorios: había demasiadas personas descompuestas, algo natural, dado la naturaleza del evento, pero sus malestares no eran acordes a los de la angustia de las despedidas. Quienes asistían a las ceremonias, aun sin ser cercanos a los despedidos, sufrían dolores de cabeza que duraban semanas, náuseas, horrendas pesadillas, y la sensación de “ser espiados” constantemente. Comenzó a correrse la voz de que el salón de Aníbal tenía alguna sustancia tóxica. El hombre, afligido, buscó profesionales que verificaran el estado de su establecimiento, y chequeó exhaustivamente su servicio de catering, pero no encontró nada perjudicial. Pero la respuesta me llegó rápidamente: la energía que capté del pobre Aníbal me dio la respuesta de su catástrofe económica. Con su permiso, llamé a mi querido asistente, Tristán, y a mi amada Aurora, para potenciar la visión que vislumbraba. Él, asombrado y curioso, no tuvo inconvenientes. Tristán y Aurora, no bien entraron y saludaron a Aníbal, me confirmaron lo que yo suponía. —Aníbal: quizás no creas lo que voy a decirte, pero avalado por la opinión de los míos, lo haré con absoluta seguridad: no has venido solo. —No te comprendo, Edgard… —Pues te lo diré sin rodeos: estás rodeado de una horda de espectros espantosos, horrendos a la vista, putrefactos, deformes, coléricos, y muy, muy disgustados… —¿¿¿¿Qué???? —Lo que escuchaste. Ahora mismo, en primera fila, tras tu espalda, tres entes de pesadilla nos miran con un odio terrible, a ti, a nosotros, y entre ellos mismos. Son una imagen del mismísimo infierno. —¡Dios mío! ¿Qué me dices? —La verdad, Aníbal. Estos espíritus han tenido terribles peleas durante sus vidas. Todos se conocen entre sí. Guardan rencores viejos, envidias, historias de traiciones y disgustos amorosos y económicos en los que han interactuado. Cómo ya no saben cómo agredirse y dañarse entre ellos, decidieron drenar sus odios con las personas que se acercan a ti y tu sala velatoria, perjudicándoles la salud y la tranquilidad de espírtitu. Te detestan, Aníbal, porque te consideran el culpable de no poder seguir con sus reyertas del mundo material, al haber oficiado sus velorios… —¡Pero nunca le he hecho daño a nadie! —Lo sé. Pero las emociones negativas que no se resuelven en vida, no saben de razones o justicia en sujetos resentidos. Podemos ayudarte ahora mismo, o, al menos intentarlo. Pero deberás tolerar visualizar a los seres que te están atormentando y boicoteando tu negocio. Te lo advierto, porque son terroríficos y repugnantes, y no quisiera que te descompongas o entres en pánico, más, sabiendo de que son tu constante compañía desde hace un largo tiempo. —¡Sí, por favor! ¡Ayúdenme! Ya no tolero tantos problemas económicos, malestares y maledicencias a mi alrededor… Impusimos las manos alrededor de Aníbal, que se quedó helado, con la boca abierta ante la visión infernal que se presentó ante sus ojos, desmesuradamente abiertos de pavor. Un ser putrefacto, con más gusanos que facciones, revoleaba sus saltones ojos sin párpados, haciendo gestos obscenos, y sacudiendo burlonamente una negra y larga lengua. Un ente, que en su vida terrenal debió haber sido una mujer, señalaba colérica a Aníbal, toda cubierta de ratas de ojos rojos incandescentes que le iban arrancando con sus filosos incisivos pedazos de carne podrida, masticándola como un manjar, agitando sus colas. Un cuasi esqueleto cubierto de arañas repulsivas movía amenazadoramente sus otrora puños, dejando caer en sus asquerosos movimientos, bichos que estallaban como pequeñas bombas en el piso. Y así era la “corte” que acompañaba al pobre Aníbal: unos engendros que el odio había transformado, con su malvada energía, en seres que oscilaban entre la fealdad más abyecta, y la locura más pérfida. Tristán tomó la palabra: —Almas sufrientes: suelten, por favor, la terrible carga de malos sentimientos que los agobian. Al diseminarlos, no hacen más que acrecentar el gran dolor y amargura que cargan… La respuesta de la demoníaca horda fue muecas y gestos de burla y rencor, que no dejaron callado a mi amigo. —Tienen dos caminos, les agrade o no. Pueden perdonar y arrepentirse, o conseguir la condena eterna. Miren en su interior. Recuerden las cosas bonitas de sus vidas terrenales: el amor, la amistad, los actos buenos y generosos, olvidando la maldad que los ha herido. Si se enfocan en eso, verán que han sido mucho más valederas las cosas positivas que las dañinas, y podrán alcanzar una paz y un descanso que los elevará a un plano de beatitud soñada… Muchos de los entes parecieron dudar. Algunos manifestaban asombro, y abandonaban su aspecto macabro, mostrando la imagen que tenían en vida. Pero otros, por el contrario, se tornaron más horribles y agresivos, generando una niebla oscura y asfixiante. —¡A ustedes, infames, corruptos, que no tienen capacidad de perdón ni bondad, ardan en el limbo de sufrimiento al que se aferran! Concentrados en las palabras de Tristán, direccionamos nuestras energías en la misma frecuencia que él transmitía con la fuerza de su voz indignada. Los horribles seres, luego de retorcerse y deformarse, como una masa derritiéndose, estallaron en cenizas negras. Los otros espectros, mostraban gestos de arrepentimiento y algunos lloraban, y se tomaban el pecho, drenando una aflicción terrible. —Ustedes, que lograron dejar los resentimientos y malos pensamientos, asciendan hacia la luz… ¡Sean libres! Esa frase fue el incentivo que liberó a los sufrientes, que se relajaron, y mirando hacia arriba, fueron subiendo mientras se desvanecían en una brumosa luminosidad mansa y benévola. Antes de esfumarse, dejaron caer una tela. La voz de Aníbal, llorosa, nos sacó del ensimismamiento y concentración que requirió la condena y liberación de la horda. —¡Dios mío! ¡He reconocido mucha gente! Todos, tal como me dijiste, con querellas personales y riñas más que conocidas en el pueblo. ¡Lo que he presenciado es maravilloso y aterrador! Ahora tengo otra visión de la vida y la muerte. Voy a tratar de reconciliar a cuanta gente pueda: creo que va a ser mi gran misión en la vida, luego de esta experiencia… —Eso es muy bueno, Aníbal. Yo te ayudaré, no solo económicamente, a restablecer tu negocio, sino que también me ocuparé de restaurar tu prestigio. Te lo mereces. Aníbal se marchó aliviado, feliz, y con un poderoso conocimiento que cambiaría el sentido de su existencia. No bien se retiró, junté las cenizas de los espectros condenados en un frasco muy hermético, y levanté del suelo el trozo de tela que dejaron los espíritus de ascendieron. Era una especie de bandera de seda, muy similar al símbolo del ying y yang, puesto que se dividía en dos mitades, una blanca y una negra, que representaban las fuerzas del bien y del mal. En el centro de la bandera se visualizaba un ojo, que nos hablaba de la visión que hay que tener para elegir el camino correcto. Me agradó mucho este mensaje… Tanto la bandera, como las cenizas, que a veces refulgen en la oscuridad con un desagradable brillo de fuego fatuo, se encuentran exhibidas en los estantes de mi colección, disponibles para ustedes, si quieren verlas. Yo los espero, para que admiren todos los objetos que surgen de las luchas espirituales, y disfruten de las historias que las acompañan.

domingo, 19 de junio de 2022

EDGARD, EL COLECCIONISTA- DULCE ESPERA TERRORÍFICA

EDGARD, EL COLECIONISTA DULCE ESPERA TERRORÍFICA Me tocó oficiar el velatorio de Iris, una muchacha que supuestamente esperaba a sus hijos por esa fecha. Era muy triste de ver a la delgada Iris, casi en los huesos, con su vientre distendido en proporciones casi monstruosas. La muchacha quedó sin su esposo, que se fue del hogar no bien ella anunció su embarazo. Todos culparon de canalla a Donato, quién, por haber estado preso una vez por robo, era la víctima perfecta para atribuirle todos los males del mundo. Pero la verdad era otra. Iris, quien en su adolescencia había sido díscola y rebelde, tuvo múltiples parejas de una noche. Su falta de responsabilidad la llevó a quedar varias veces embarazada, y, contra la voluntad de sus padres, recurrió a abortos clandestinos. Cuando conoció a Donato, recién salido de prisión, se enamoró perdidamente de él, cambiando, para felicidad de sus seres queridos, su errante conducta destructiva. No bien su novio consiguió trabajo estable, decidió tener un hijo, para que fueran la familia perfecta, que en su cabeza proyectaba como una película constantemente. Dejó de tener la regla, y, dichosa, asistió al médico, acompañada de su esposo. El médico, lejos de felicitar a la pareja, mientras hacía la ecografía afirmó tristemente: —Lamento anunciarles malas noticias. Iris: tienes en el útero una masa tumoral maligna. Lo aconsejable es operar urgente. Hay gravísimos riesgos de salud. También debo derivarte a un oncólogo, para comenzar el tratamiento adecuado sin perder ni un minuto. Iris se puso histérica. —¡Mentira! ¡Estoy esperando mellizos! ¡Quieren castigarme por mis errores del pasado! ¡Usted, doctor, va a cerrar su boca, y no va a desparramar ese sucio invento para mancillar mi embarazo! ¡Y tú, Donato, si le cuentas a mis padres, o a cualquier otra persona esta estupidez que me dijo este remedo de médico, te denunciaré por malos tratos, e irás directamente a la cárcel, por tus antecedentes! Salió corriendo enloquecida. El médico le aconsejó al pobre hombre hacer una junta familiar para internar a Iris, que evidentemente, no estaba en sus cabales. Al llegar a su hogar, vio a su mujer con gesto feroz, abrazando su panza, mirando a su esposo con cara de furia. —Amor, si no te tratas, morirás… —Si no desapareces de acá, diré que me pegaste. Me lastimaré yo misma, y volverás a la cárcel. Si te contactas con alguien de mi familia, te juro que te implicaré en algo tan turbio, que no saldrás de por vida de la celda. Así fue como tuvo que desaparecer Donato, con el corazón roto, y su reputación pisoteada por todo el mundo. Iris convenció a su entorno de que venían mellizos en camino. Cuando “su embarazo” avanzó a un tamaño monstruoso, acusó dolores que según ella eran contracciones de parto, y por ello la llevaron a la maternidad. No bien la internaron, una hemorragia terrible se la llevó en menos de media hora. Cuando los padres de Iris se enteraron de la naturaleza de lo que cargaba en su vientre, buscaron con desesperación a Donato, intentando entender lo que había ocurrido. Siguiendo sus pasos, hallaron otra tragedia: el hombre se había suicidado, en un barrio de mala muerte, en una habitación de alquiler barata, colgándose de un gancho que había instalado en el techo. En una carta había dejado las explicaciones del caso, que la policía compartió con los afligidos padres. La culpa de Iris al haberse deshecho de sus hijos frutos de amantes de ocasión, sin planes ni responsabilidades, solo pensando en juergas, le había trastornado el cerebro. No solo había arruinado su vida, sino también la del pobre Donato, que había intentado dejar atrás junto a ella una temporada oscura de su existencia, y formar una familia normal. A pedido de los padres, guardé el secreto de que el vientre de Iris no llevaba un monstruoso tumor maligno, sino los soñados mellizos nonatos de la joven. Cuando ya estaba dejando todo listo para comenzar el velatorio, apareció el espectro de Iris, esquelética, salvo el gigantesco vientre, con los ojos manando lágrimas de sangre, rodeada de pequeños demonios negros como el hematite, con alas de murciélago, ojos rojos brillantes, y horrendos colmillos que amenazaban a la aparición con terribles dentelladas. Iris se tiraba de espanto el cabello y se tapaba la demacrada cara cerúlea. Al imponer mis manos me percaté que los entes oscuros eran materializaciones de la culpa de Iris por los abortos realizados: había transformado a los niños no nacidos en criaturas demoníacas que martirizaban su alma enferma de dolor. Se lo expliqué a Iris, con la misma paciencia con que una madre arrulla a un bebé que llora sin consuelo. Puse toda mi energía para que mis palabras vulneraran su tragedia y locura, intentando convencerla de que se perdonara por sus errores, y se liberara para alcanzar la luz de la paz eterna. Ya casi agotado de repetirle esta alocución surgida desde mi espíritu, pude observar el cambio en su gesto. Sus lágrimas dejaron de ser de sangre, y pasaron a transparentes. Miró a los horrendos demonios alados, que fueron estallando, uno a uno, como bombas de ceniza negra. Iris bajó la cara, cruzó las manos en su pecho, y su vientre gigantesco se aplanó. Su imagen se volvió luminosa. Antes de volar en chipas de luz, me llegó su mensaje suplicando perdón por lo que le había hecho a Donato, el único hombre que la había amado y respetado. Le juré que él ya la había perdonado hacía mucho tiempo, y que solo restaba que ella misma arrojara el lastre de sus culpas. Y lo hizo. Se elevó en partículas de luz hasta esfumarse mansamente, arrojando un objeto al suelo. Lo tomé descubriendo que era un test positivo de embarazo. Hoy lo tengo en los estantes de mi colección. Me hace pensar en la importancia del perdón. Ustedes pueden verla también: solo deben acercarse a La Morgue, y recordando la historia de Iris, y sacar sus propias conclusiones. Los espero. De todos modos, tarde o temprano, pasarán por aquí…

sábado, 11 de junio de 2022

EDGARD ELCOLECCIONISTA- SOPA DE CADÁVER

El comisario Contreras vino, muy atribulado, a contarme terribles acontecimientos que ya se estaban filtrando en la prensa, haciendo famoso a un pequeño pueblito vecino, prácticamente desconocido por todo el mundo. Al agotarse la presión de agua de la napa que proveía la zona, se pidió a las autoridades que exploraran el terreno para no tener que hacer un ensamble de kilómetros con el ramal central de cañerías, lo cual tendría un costo altísimo. Mandaron un grupo de ingenieros a la zona, con un tipo que tenía mapas antiguos del lugar. Con una mirada de hielo, y gran determinación adujo que había una red subterránea de túneles, un secreto que él había descubierto en su hobby de coleccionar documentos milenarios. Solo había que dinamitar una zona que impedía la entrada de agua de una napa principal, y podrían disfrutar del líquido elemento, aprovechando los túneles antiguos. Como su propuesta era la más económica y viable, se la puso en práctica. Cuando se inauguró con éxito el proyecto, el tipo se esfumó, sin dejar rastro. Tiempo después de que la nueva fuente de agua se utilizara para beber, higienizarse, regar sus verduras e hidratar sus animales, comenzaron a ocurrir eventos extraños. En la piel de las personas comenzaron a crecer… ¡hongos! Hongos con sombrero, como los que se encuentran al pie de los árboles en los bosques. Con horror, la gente acudió en masa a médicos y hospitales, donde se les extirparon los hongos, sin dolor, quedando en la zona donde se unían a la piel un área decolorada e insensible. Todos los que se quitaban los coloridos hongos, decían sufrir por las noches visitas de horrendos espectros que, brillando en la oscuridad, les hacían gestos y muecas espeluznantes. Se hizo un cerco en el pueblo, como medida sanitaria, aislándolo. El intendente pidió una investigación sobre el trabajo del agua, y un análisis de la misma. Se descubrieron cosas muy inquietantes. El análisis químico dio como resultado la existencia de un microrganismo que por lo general solo se encuentra en cadáveres en descomposición, pero con una extraña mutación. Además, elementos bacterianos y fúngicos absolutamente desconocidos, por lo que se derivaron las muestras a la capital. En cuanto al ramal de túneles por el que circulaba el agua, fue explorado por buzos, palmo a palmo. Resultó que el entramado era más antiguo de lo que se sabía. Estaba conectado con una iglesia que ya no existía. La construcción milenaria tenía una función muy puntual: era nada menos que un gigantesco cementerio de los habitantes del paraje y los monjes, superpoblado. El siniestro ingeniero misterioso, que se esfumó luego de su macabra obra, había hecho discurrir el caudal de agua por un conducto gigantesco lleno de viejos cadáveres. El resultado eran esos terribles crecimientos de hongos sobre la piel, y las macabras apariciones nocturnas espectrales a quiénes se los quitaban. —Me gustaría, Edgard, que ayudara a esa gente. Si los pudiera visitar con Tristán y Aurora, me parece que sería muy, muy oportuno… —Pero el pueblo está cerrado… —En realidad, me tomé la libertad de hablar de ustedes con el intendente. No lo tome a mal, Edgard. Aparte, hay muchos fallecidos, totalmente cubiertos de hongos, y las instalaciones del pueblo no darán abasto para tantos velatorios, cuando salgan del proceso judicial de autopsias. Se lo pido como un favor personal, Edgard. El intendente es amigo… —Está bien, Contreras. Pero me debe una… Llegamos con Tristán y Aurora y nos acercamos al lugar por donde habían accedido a los túneles, ya desagotados. Aurora le pidió a Contreras que trajera hongos extirpados. Tristán tomó un puñado de fango del piso del túnel, y se lo untó en el rostro. Contreras llegó con los hongos. Aurora le indicó que los dejara a la entrada del túnel. Tomó mi mano y la enlodada de Tristán. Sentí que una energía sobrecogedora me transcurría. Cerré los ojos, y vi el antiguo pueblo, su iglesia y túneles de aquel entonces. Una peste asoló el humilde poblado, y los monjes, como medida sanitaria enterraron a los muertos en ellos, para evitar contaminar el aire. Pese a todos los recaudos, la mayoría pereció ante la desconocida enfermedad. Se nos presentaron los espectros, horripilantes, con pieles llenas de pústulas supurantes, llagas inmundas, ojos velados por películas de una baba asquerosa. Supimos que no descansaban en paz: un ser maligno había activado a propósito la peste al hacer pasar el agua por sus restos carnales. Les prometimos hacer lo posible por encontrar al oscuro personaje, y sellar los túneles, para terminar con la terrible historia. Me miraron a mí, muy intensamente, como esperando una respuesta más. Tristán captó el deseo faltante. —Edgard oficiará el velatorio de los actuales fallecidos, y honrará, a través de ellos, el alma de todos y cada uno de ustedes, para que descansen en paz… El rostro de los espectros se distendió. Los hongos del suelo comenzaron a brillar fuertemente, mientras los seres se esfumaban. Días después celebramos el velorio de los habitantes del pueblo, a cajón cerrado: estaban totalmente tapados de hongos, que seguían creciendo sobre los cuerpos fallecidos. En mi colección quedaron los luminiscentes, que se habían encendido en la entrada del túnel. Le queda a la justicia encontrar al siniestro personaje que provocó la tragedia. Si quieren ver los hongos luminosos, pasen por La Morgue, y escuchen todas las historias de mi colección. Buen fin de semana…