sábado, 31 de diciembre de 2022

EDGARD, EL COLECCIONISTA- CENA DE AÑO NUEVO

Cuando Germán encendió la luz de la sala, a la que había ingresado en absoluto silencio, no esperó jamás ver a su padre, sentado tranquilamente en el sillón más grande, apuntándolo con su arma, en absoluta calma y concentración. —¡Por Dios, viejo! ¡Casi me matas del susto, joder! ¿Qué hacías en la oscuridad, con un revólver? ¿Dónde está mamá? Sin dejar de apuntar a su hijo, Octavio, con voz monocorde, helada, le contestó: —¿Así que te asusté? ¡Mira tú! Estaba esperándote. Tu mamá también te esperaba, preparando con ilusión la cena de año nuevo, detalle a detalle con las cosas que te gustan, comprando con anticipación, haciendo largas colas en los mercados, para consentir a su “nene”. Pero el “nene” no aparecía. Se había ido de juerga en Navidad, robándose el dinero de los ahorros de su madre, para reventarlos comprando el veneno con que se droga hasta perderse… —¡Ay, papá! ¡No empecemos con sermones! Ya repondré el dinero… Soy joven, y quiero divertirme un poco. Seguro que mamá comprenderá… Además, he llegado justo a tiempo para cenar con ustedes, como familia. Juro que en este nuevo año cambiaré. Retomaré mis estudios, trabajaré, y comenzaré la aburrida vida de adulto… ¡Ya deja de apuntarme, viejo! ¡Me pones nervioso! Déjame entrar a darle un beso a mamá. —Para poner en claro las cosas: no voy a cesar de apuntarte en el centro de tu frente ni un puto segundo. Sinceramente, ya no me importa lo que vas a hacer, siempre y cuando cenemos juntos por última vez este fin de año. Lo que hagas luego, será asunto tuyo. Nunca más escucharás una reprimenda de mi parte… Si es que no quieres que oprima el gatillo, (ganas no me faltan), me vas a acompañar al lugar donde hemos de cenar. Los tres, por última vez, como ya dije antes… No quiero escuchar una sola palabra. Sal y ponte al volante. El GPS te guiará hacia el lugar indicado. Una frase, y te vuelo los sesos… Pálido como un fantasma, Germán obedeció a su padre. Ya en el coche, siguió la ruta ordenada. Para su absoluta sorpresa, habían llegado al cementerio. —Baja ya. Mientras, alelado, descendía del auto, su padre sacaba una pala y una herramienta de corte del porta equipaje. Con determinación, sin dejar de vigilar a su hijo, Octavio rompió el candado de la puerta del camposanto, y tendiéndole la pala, que tomó como un autómata, ordenó: —Entra ya. Te indicaré el camino. Y calladito. Sigo apuntándote. A la primera pendejada, estás muerto… Llegaron a una tumba muy reciente. Horrorizado, Germán vio en la lápida el nombre de su madre. —Comienza a cavar. Nublada de amargas lágrimas la visión, conmocionado, atravesado aún por las sustancias consumidas en la semana, se puso a cavar como un poseso, sin poder evitar los temblores que lo sacudían sin control. Llegó el momento en que se escuchó el golpe contra un objeto de madera. —Muy buen trabajo, hijo. Abre la tapa ahora mismo. Viendo en primer plano el cañón del arma direccionado a su cabeza, con la sensación de vivir una pesadilla, y esperando despertar de ella en cualquier momento, consiguió, a costo de romper la tapa, abrir el ataúd. La farola cercana le mostró la cara pálida y demacrada de su madre fallecida, con el maquillaje funerario ya arruinado con los primeros indicios de putrefacción. Octavio sacó un cuchillo de su bolsillo, y se lo arrojó a Germán, que lo atrapó sin pensar. —Esperó por ti, Germán. Con toda su paciencia y amor. Quería que la acompañaras a elegir la cena que te iba a hacer para mimarte. Era tan buena, tan crédula, que no dudó tu promesa de volver y estar con ella. Pero se enteró en el mercado, por una de sus comadres, de que te estabas drogando con la banda de perdidos esos con la que te juntas, y se rindió. Ya venía muy mal de salud. Su último deseo era una cena en familia. Nunca le diste nada, jamás cumpliste sus sueños, sus anhelos… Le rompiste el corazón. De eso falleció: de un corazón partido de tristeza. El muchacho sollozaba entre temblores, sufriendo un remordimiento gigantesco. —El cuchillo que te di es para usarlo. Corta un pedazo de la carne de tu madre, y come. Cumple, aunque sea post morten, el deseo de tu pobre mamá. Tengamos en paz una última cena familiar… Fíjate, estamos a tiempo. Aún no es año nuevo… —¡No puedo hacer eso, papá, no puedo! —¡Por una vez en la vida, sé hombre! Ella te observa desde el más allá… Y si no quieres, poco me importa: te pegaré un tiro. No pongo muchas expectativas en ti. No soy tan tonto como ella… En un estado que superaba el horror con creces, Germán cortó un trozo del flaco brazo de su madre, y mirando los ojos de Octavio, se lo llevó a la boca. Arrancó un pedazo de la pútrida carne. Lo masticó y tragó entre arcadas. En ese momento, comenzaron a sonar fuegos de artificio, y el cielo se iluminó con bellos colores. —¡Feliz año nuevo, hijo querido! Acto seguido, Octavio direccionó el cañón del arma hacia su propia cabeza, y se voló los sesos, cayendo en la tumba de su mujer, tirando a su hijo en la caída, que murió de espanto antes de lograr vomitar la carne podrida de su madre. El comisario Contreras me trajo, pasados los hechos, el arma cargada de tristeza y mala vibra. La tengo en un frasco de vidrio blindado, pues emite ondas de profundo dolor y melancolía. Pueden, cuando lo deseen, acercarse a La Morgue para contemplarlo, y reflexionar sobre la importancia de los afectos, sobre todo para comenzar esta nueva etapa... Muy feliz año nuevo, queridos amigos. Celebren a sus seres queridos, el tesoro más importante que se puede tener para ser plenos…. Hasta el próximo velatorio.