sábado, 27 de marzo de 2021

#sábadodefobia Corbatas

#sábadodefobia Corbatas No soy supersticioso. No creo en cosas paranormales. Simplemente me repelen los muertos. Mis familiares lo saben. Aun así, cuando falleció la tía Rosario, me insistieron hasta el hartazgo que asistiera al velatorio. Me negué terminantemente. La tía me espantaba las pocas veces en que la veía en vida, con su mirada verde acuosa perdida tras los lentes culo de botella, su sonrisa amarillenta, con dientes demasiado grandes, y su peluca almidonada, negro azabache. El temor que percibía en mi mirada le hacía, al parecer, mucha gracia, por lo que se reía con un graznido de cuervo ronco. Siempre me recibía con su sonrisa espeluznante, y un paquetito de regalo: una corbata. Yo miraba, con mis siete añitos, desconcertado totalmente, el regalo inútil, que se repetía año tras año de visita, y mamá me tiraba discretamente el pelo para que agradeciera. Tengo una caja llena de corbatas pasadas de moda en el fondo del armario. Por alguna extraña razón, nunca las tiré. Ese sábado, ya adulto, ningún poder humano o divino me obligaría a ver el cadáver de Rosario, acomodado en el féretro. Pese a estar cómodamente tirado en el sofá, mirando una película, no podía dejar de pensar en el velorio, disgustado. Imaginaba el denso olor de las coronas de flores, las señoras contando anécdotas desteñidas sobre la difunta, y en voz bien baja, sobre el suicidio de su esposo, del que nunca nadie me develó detalles. Veía, sin querer, a mi madre tomando café con mis tías, justificando con alguna excusa tonta mi ausencia, mientras los deudos se acercaban al ataúd, para observar morbosamente la cara pálida, con la boca cosida para impedir el vislumbre de sus horribles dientes amarronados. Sin querer me fui adormeciendo (o eso creo), y me encontré en la sala velatoria, caminando directo hacia el cajón. Pese a mi fobia, no podía obviar mirar a la tía. Para mi horror absoluto, ella abrió los ojos saltones en cuanto me acerqué, y rompiendo los hilos de sutura, consiguió soltar una risotada maligna. Levantando un brazo, me ofreció una corbata con su mano arrugada. Me desperté casi cayendo del sillón, con el corazón acelerado a un ritmo febril, enfermizo. Insultando por lo bajo, me recriminé mi estúpido temor a ver muertos, que no tenía ningún sentido lógico, y que con seguridad, me había provocado la pesadilla. Me fui a la cocina a tomarme un vaso de leche tibia con una pastillita. Otro día pensaría en hacer terapia para vencer mi fobia irracional. Me dormí profundamente. Nuevamente, Rosario se me metió en la cabeza. Yo estaba con ella en su casa. Con un dedo rematado con una uña como una garra pintada de rojo, cruzada sobre sus labios resecos, me indicó que guardara silencio. Tomándome por el hombro, me guio hacia un estudio que no conocía, ya que jamás lo tenía abierto. Al transponer la puerta, vi a un hombre flaco colgado del gancho de una antigua lámpara del techo con un lazo hecho de corbatas fuertemente anudadas. Su rostro estaba casi negro, los ojos desorbitados, y su lengua afuera. Tirado a un costado, con todo desparramado alrededor, estaba el escritorio donde se había subido para matarse. Rosario se reía a carcajadas. Otra vez desperté al borde del ataque cardíaco. Desistí de volver a intentar conciliar el sueño. Con las manos temblorosas, me preparé unos mates, e intenté nuevamente concentrarme en el televisor, aunque se me colaban las horrendas imágenes de mis sueños. Cuando amaneció, decidí que almorzaría con mi madre. Apenas llegué, tuve que explicarle a mi vieja que no estaba enfermo, que solo tenía mala cara por haber dormido mal. Una vez convencida, pasó a contarme todos los chismes del velorio, y me dijo que me tenía una excelente noticia. Antes de cualquier novedad, le pregunté cómo había muerto mi tío, el esposo de Rosario. Con algo de mal disimulado disgusto, mamá me contó que Alfredo se había ahorcado en su oficinita. —¿Usó corbatas para hacerlo? —¿Quién te contó eso? —Dejémoslo ahí. Después comimos, y no volvimos a hablar del tema. Ni siquiera se me mencionó la buena noticia pendiente, de la que me enteraría días más tarde. Un abogado se contactó conmigo para informarme que la tía me había heredado la fábrica de corbatas que le dejó su difunto marido. Yo comencé terapia, y no solo para superar mi fobia hacia los muertos.

EDGARD, EL COLECCIONISTA- EL GOLEM

EDGARD, EL COLECIONISTA EL GOLEM Mi asistente, Tristán, vino alarmado del cementerio, a donde asistió para cumplimentar unos trámites que le encargué con el director del mismo. —El señor González me contó que hace cosa de un mes, los trabajadores comenzaron a notar que aparecían pozos en las tumbas, de donde se extraía tierra. Sin entender el propósito, ni cuándo ocurrían estos hechos, solo los hizo rellenar. “Otra cosa que le llamó sobremanera la atención, es que justo por ese entonces, desapareció un lote de cenizas del viejo crematorio, que solo se usa con cadáveres antiguos, ya que no ofrecen servicio de cremación. “Por mi parte, Edgard, comparé las fechas, y para ese entonces, desapareció del banco de sangre del hospital una cantidad considerable de sobres del congelador. —¿No es justo cuando comenzaron esas muertes sin explicación en el pueblo vecino? —Así es. Personas influyentes, adineradas, poderosas, morían de un ataque cardíaco, con una mueca de espanto en el rostro, y solo un rastro de tierra en el piso. No se pudo resolver ninguno de los casos. El punto es que todos estaban relacionados con alguna maniobra ilegal o fraudulenta, sobre las que tampoco hay pruebas concluyentes. “Uno de los perjudicados fue un grupo de gente de este pueblo, a los que se expropió tierras, con un documento muy extraño. Varias familias se quedaron sin techo, y una señora mayor murió de la tristeza. “Al poco tiempo, el juez que dictaminó el desalojo, falleció, al igual que el empresario que se quedó con los terrenos. —¿Quién es el representante de los desalojados? —Natán, el nieto de la pobre señora que no toleró el atropello. —¿No es Natán miembro del grupo de la Pacha Mama? —Pues sí. ¿Va usted a consultar con su novia, Aurora? —No. ¿Me acompañarías a hablar directamente con él? Tengo un presentimiento a respecto. Y fuimos. Tanto él como toda la gente perjudicada se habían reubicado en un predio cercano al río, en viviendas muy rudimentarias, en condiciones sumamente hostiles y difíciles para sobrevivir. No bien nos presentamos, y Natán nos franqueó la entrada a su humilde casa, percibimos la energía de los que poseen el don. Él también la captó en nosotros, lo que allanó muchas explicaciones de nuestra presencia. —Me imagino, señores, que sienten curiosidad por lo ocurrido. ¿Tendré consecuencias negativas para mí? —Depende de la naturaleza de sus actos. Si lo ha guiado el mal, no nos cuente nada, y nos retiraremos. Caso contrario, seremos los primeros en ayudarle. —Pues es la justicia la que ha dirigido mis pasos. La búsqueda de ella con las fuerzas ocultas, ya que los hombres son corruptos y traidores. “Las tierras que habitábamos anteriormente nos pertenecían genuinamente. Unos empresarios descubrieron un potencial económico en ellas para construir un complejo edilicio, y nos hicieron muchas ofertas para comprarlas por unos pocos pesos. “Como nos negamos repetidas veces, fraguaron unos papeles, con la complicidad de poderosos, y nos echaron como perros. “Perdí a mi abuela en esa estafa. No pude dejar así las cosas. “Como miembro del culto que profeso, he estudiado mucho sobre ocultismo, y me concentré precisamente sobre un libro antiguo que involucraba a la tierra, precisamente. “Concentré mis energías en crear una criatura que vengara los agravios sin justicia que recibimos. Una especie de Golem. “Siguiendo un ritual determinado, mezclando tierra de las tumbas, cenizas de los muertos, y sangre, obtuve una arcilla con la que modelé una criatura que obedecía mis órdenes. “Solo se despierta de noche, y responde a mis órdenes. Es un gigante de barro, que yo transportaba en mi camioneta. Jamás le di el mandato de matar a nadie. Le pedí que le hiciera ver a los corruptos su peor miedo, basado en sus propias consciencias sucias. “Pensé que así recapacitarían sobre sus malas acciones cometidas, pero tenían tantas barbaridades en sus haberes, que se murieron de terror, por la gran cantidad de perversiones en sus almas impuras. “En cuanto al Golem, hoy que es luna llena, le daré permiso de volver a su naturaleza de tierra y descansar. Pueden acompañarme al cobertizo donde está guardado. Entramos a una precaria construcción de troncos con techo de paja, y nos encontramos con el monstruo de arcilla, con los ojos llamativamente vivos, y atentos absolutamente a Natán. Él le tomó las manos de barro, lo abrazó, y le dijo una oración en voz baja. El ser asintió, cerró sus ojos, y se fue desmoronando ante nuestra atónita mirada. Pedí permiso a Natán para llevarme un poco de ese montón de tierra, y le prometí interceder para la devolución de sus tierras expropiadas. Sé que conseguiré que se haga justicia. El Golem les hizo ver a los corruptos un reflejo de los horrores albergados en sus propios espíritus putrefactos. No se podía esperar justicia de seres tan embarrados de impunidad y poder mal habido. Pero queda gente honrada, que todavía defiende la moral y los valores. Me lo recuerda el cuenco donde guardo la pequeña porción de la arcilla que fue la carne del gigante justiciero, que hizo enfrentar a los esbirros de la corrupción a sus miedos más abyectos. Los espero, mis amigos en La Morgue, donde pueden tocar la arcilla del Golem, si lo desean.

sábado, 20 de marzo de 2021

EDGARD EL COLECCIONISTA- LA MUERTE BLANCA

EDGARD EL COLECCIONISTA EL NONATO No bien recibimos el cuerpo de la desafortunada Eva, comenzaron a ocurrir fenómenos extraños. El aire parecía vibrar en forma desagradable. Se sentía un olor nauseabundo. El suministro eléctrico oscilaba, a riesgo de quemarse todos los aparatos, y algunos objetos se sacudían y caían al piso, haciéndose añicos. Vimos el espectro de la jovencita, que se había volado los sesos con el revólver que el padre guardaba para proteger la casa, mutilada y tenebrosa, con un gesto de horror, en un grito mudo que pedía auxilio, pero luego, una sombra horrorosa y helada, nos arrebataba su imagen, dejando flotar una velada amenaza. Decidí, con la absoluta aprobación de Tristán, mi ayudante, aplazar la ceremonia hasta no resolver el enigma que rodeaba el deceso. Los padres estaban demasiado destrozados como para indagarlos. La empleada de la casa, al ver mi frustración, me dijo, en un aparte, al despedirme: —Vaya, don Edgard, a hablar con Angelita. Ella se lo va a explicar todo. —¿No puedes contármelo tú, Dolores? —No, don Edgard. Es largo, y no quiero dejar solos a los señores. Están muy tristes, y quiero ayudarlos en todo lo que esté a mi alcance. —Comprendo. Iré con ella. Si a Angelita le asombró mi visita, no lo demostró en absoluto. Hasta parecía, con la premura con que me hizo pasar a su casa, que me había estado esperando. —Usted me conoce desde hace años, Edgard. Sabe que en mi profesión de enfermera he traído al mundo suficientes niños como para ocupar un pueblo entero. Y también debe saber que ayudo a interrumpir embarazos. No es que esté orgullosa de esa actividad, pero debo decir a mi favor que lo hago a sabiendas de que son casos extremos, en los que las mujeres están realmente desesperadas. E inclusive, he logrado hacer cambiar de opinión a muchas de ellas a último momento… —Angelita: como usted misma dijo, la conozco desde hace mucho tiempo, y nada más lejos de mí juzgarla. No soy quien. Sabe mejor que yo cuál es el motivo de mi visita. —Entonces, podemos ir al grano sin protocolos. “Los papás de Eva la trajeron para que le practicara un aborto. La niña se encontraba terriblemente mal. No dormía por las pesadillas siniestras que tenía, y no dejaba de repetir que había sido atacada por el demonio. “Cuando empezaron sus malestares, la llevaron al médico, en una clínica de la ciudad, donde constataron que estaba embarazada, pese a que, para estupor de los doctores, su himen se encontraba intacto. Encontraron algunas teorías tontas a respecto, que eran más cómodas que aceptar la idea de la niña, que decía haber sido violada por un diablo. “El punto es que Eva no podía comer sin vomitar cualquier alimento que no fuera carne cruda. Para su propio espanto, se descubrió, como despertando de una ensoñación, devorando un ratón vivo, por los desesperados chillidos de la alimaña. “Era evidente que la muchacha estaba al borde de un colapso nervioso, y los padres no dudaron en traerla conmigo, para que terminara con ese constante malestar abominable que la aquejaba desde el anómalo embarazo. “Preparé todo. Para poder iniciar el procedimiento, debía romper el himen, por lo que saqué un bisturí de mi caja de instrumental. No bien lo hice, sentí, absolutamente confundida y aterrada, que una garra de hielo me aferraba la mano, y me impedía accionar. “La niña estaba inconsciente, pese a lo cual lanzó un grito de agonía, como si algo la atacara también a ella. “Luego, una fuerza brutal e invisible me empujó. Una voz horrible me susurró: “-Todas las torturas del infierno serán una caricia si haces algo en contra de mi hijo-“ “Me invadió un pánico terrible, y me paralicé. Fui incapaz de intentar seguir con la intervención. “Salí temblando de la habitación, y así se lo comuniqué a los padres, contándoles lo ocurrido. Ellos se santiguaron, pidiendo que Dios los asistiera. “Lo peor fue cuando despertó la niña, al enterarse de que aún continuaba su embarazo. Estaba inconsolable. No había forma de calmar su llanto. “Me quedé impotente, sin saber qué hacer ni a quién acudir. Esto sobrepasaba cualquier experiencia de mi vida. Y mire que he pasado cosas bastante extremas, en mi profesión. Debo confesar que, de alguna forma, me siento culpable del terrible fin de la pobre niña. —No debe pensar así, Angelita. Hay algo muy maligno y poderoso. Usted no tenía fuerzas ni recursos para luchar contra él. Buscaré ayuda, y al menos me aseguraré de que Eva descanse en paz. Me puse inmediatamente en contacto con el Padre Gabriel. Retirado, muy anciano y cansado, pareció rejuvenecer ante lo que le conté. También llamé a mi amada Aurora, quien, a su vez, se puso en contacto con un adorador de la Pacha Mama, Nahuel, también muy añoso, y sabio conocedor de ancestrales misterios. Ya en la funeraria, Nahuel trazó un perímetro con hierbas molidas y sales alrededor del terreno, mientras salmodiaba oraciones, haciendo signos que arrancaban sonidos de electricidad estática. Entre tanto, el Padre Gabriel se vestía con las prendas ceremoniales, mientras tomaba su cruz y su agua bendita en un frasco de tapón dorado. Tristán nos esperaba junto al cuerpo de Eva. El espectro de la niña no tardó en hacerse visible, con su cabeza reventada, humeando y rezumando masa cerebral, y un gesto de angustia y horror indescriptibles. Como para justificar el espanto de la pobre alma en pena, un demonio espantoso, negro brillante, con rojos ojos que parecían emitir rayos de furia, se nos presentó, elevando sus garras, y rugiendo de ira infernal. —¡Caro pagará la ramera por haber matado a mi hijo! ¡Jamás tendrá descanso! ¡La arrastraré al infierno, y a ustedes los mataré como a las cucarachas inmundas que son! El Padre Gabriel comenzó a rezar, la cruz en alto, arrojando agua bendita, mientras Nahuel oraba y danzaba en trance, con los ojos en blanco, desparramando hierbas que crujían al contacto con el aire enrarecido por la presencia maldita. Tristán y yo imponíamos al unísono las manos, direccionando nuestra energía contra el malvado engendro infernal. El espíritu de Eva convulsionaba de espanto, y su cuerpo, en la camilla, se sacudía bajo la sábana, desafiando a la muerte. El demonio se enfureció al sentir una resistencia contra su perfidia. Entonces, como poseídos por una fuerza de otro mundo, coordinados, Tristán y yo elevamos nuestras manos, desde donde parecía salir luz que impactaba en el ser. El padre Gabriel elevaba sus plegarias, y el agua bendita se tornaba ácido sobre el asqueroso ente. Las hierbas de Nahuel ardían también sobre él al tocarlo, mientras alzaba la voz con sus oraciones que vibraban como un instrumento musical de la mismísima tierra. El odio del demonio parecía oscurecer la habitación, donde el cadáver de Eva levitaba, y su alma se abrazaba para intentar detener el torbellino que la atravesaba. Entonces, con un grito infrahumano, el maligno empezó a presentar agujeros por donde salían destellos de luz, que se multiplicaron hasta hacerlo desaparecer, dando un último grito desesperado y una dentellada salvaje al vacío, desarmándose en cenizas, que se esparcieron al ser tocadas por las luces. El cuerpo de Eva cayó sobre la camilla. Ante mis compañeros, sin dudas ni demoras, lo despojé de la sábana que le cubría, y con uno de mis instrumentos, rasgué el vientre, arrancando del mismo un feto monstruoso, horroroso, el nonato del mal, que quiso surgir en la tierra cobrándose una inocente muchacha como víctima. Los cuatro rodeamos el alma de Eva, que mostraba lágrimas de alivio. —Ve en paz, muchachita valiente. Descansa. Y entre nuestras presencias humanas, se desvaneció en chispas de colores, con toda nuestra tristeza por su vida truncada, y el deseo de su liberación hacia la eternidad. Al fin pudimos organizar su despedida. El horripilante fruto del mal está encerrado en un frasco lleno de agua bendita. Reconozco que, de todas las piezas de mi colección, es uno de los pocos que me causa una repulsión extraña, y un temor que me recuerda que el mal jamás descansa, y que se vale de los más inocentes para buscar emerger entre nosotros. Y en nosotros está la voluntad de no darle lugar para que florezca como una enfermedad contagiosa e inmunda. Los saludo, amigos, invitándolos a La Morgue. No sé si estaré de ánimo para enseñarles esta pieza en particular, pero tienen todo el resto de mi colección disponible.

sábado, 13 de marzo de 2021

EDGARD, EL COLECCIONISTA - EL VESTIDO DE NOVIA

EDGARD, EL COLECCIONISTA EL VESTIDO DE NOVIA Me sorprendí agradablemente al ver a mi amada Aurora en la funeraria un día en que no la esperaba, pese a que venía acompañada de una joven con un aspecto pálido y enfermizo, tomando con aprensión un paquete entre sus delgados brazos. —Mi querido Edgard: te presento a Luciana. Tuvo la confianza de compartir conmigo una aflicción que la aquejaba, y yo consideré que estabas en condiciones de ayudarla de algún modo. —Todo lo que pueda estar a mi alcance, Luciana, queda a su disposición. Siéntese cómoda, mientras Tristán le trae algo para tomar, y cuénteme, por favor. Luciana solo aceptó un vaso de agua de mi asistente, y no bien dejó su carga apoyada, se dejó caer en una silla frente a mí, comenzando su relato: —Como Aurora sabe, soy aficionada a comprar cosas en tiendas de segunda mano. Más de una vez consigo verdaderos tesoros a precios muy bajos, casi ridículos, y los vendo en línea con alguna ganancia, que destino a las fundaciones en las que colaboro. “Así fue como me topé con un bellísimo vestido de novia a unos centavos. Estaba algo amarillento, pero con una lavada a mano con bicarbonato, reviviría su esplendor: el diseño, bordados y finos detalles son espectaculares. “Cuando lo dejé como nuevo, quedó deslumbrante. No pude dejar de notar que era de mi talla, y me tenté en probármelo. Me quedó estupendo, pero apenas la finísima tela tocó mi piel, sentí un extraño hormigueo, y un frío anormal. “Eso no impidió, pese a la sensación de embotamiento que me acometió de golpe, que me acercara al espejo a admirar mi figura enmarcada con el atuendo nupcial. “Una parálisis me acometió al ver mi reflejo: no era mía la imagen que reflejaba el cristal, sino el de una joven muy bella, de tez morena, una catarata de ensortijados cabellos oscuros, y afligidos ojos negros sombreados de espesas pestañas, con un gesto de súplica y dolor tan grandes, que se me nubló de la impresión la conciencia, y solo recuerdo despertarme en el piso, con el vestido aún puesto, luego de un largo rato de desvanecimiento. “Azorada, ya que nunca me había desmayado, pensé que podía estar agotada por una semana muy cargada de trabajo y actividades extras, donde poco y nada había descansado. Así que después de desnudarme, y guardar cuidadosamente la prenda en una caja, me tomé un calmante y me metí en la cama, aprovechando el fin de semana venidero. “Fue una de las peores noches de mi vida, señor Edgard. Una pesadilla espantosa, de la que no podía despertarme, me torturó durante mis horas de sueño. “En ella, yo era el cadáver de la chica que vi en mi espejo. Mi espíritu, el de la morocha, no se quería alejar, porque aún dentro del ataúd donde la velaban, veía a todos flotando fuera de él. Sufría por la aflicción enorme de sus seres queridos, sobre todo, por su novio, que no tenía consuelo. “Había fallecido no bien transpuso las escalinatas de la iglesia por una súbita aneurisma, pasando del clima festivo de la celebración de un amor hermoso, a una tragedia inesperada. “Luego, las imágenes pasaron al momento en que dos siniestros empleados de una funeraria, al momento de cerrar el ataúd, trabaron la puerta de la estancia, y decidieron despojar al cuerpo de su vestimenta. —Venderemos en otro pueblo el vestido y las joyas. A ella no le van a servir de nada. —A los gusanos tampoco. “Cuando vieron el cuerpo desnudo de la novia malograda, unos inmundos bajos instintos se apoderaron de los malvivientes, y vejaron el cadáver en forma salvaje antes de cerrar el féretro. “Me desperté acometida por tal asco, que vomité al costado de mi cama, y me di cuenta de que volaba en fiebre. “Con las escasas fuerzas que me quedaban, fui a tomar un antifebril, y ahí me percaté, con absoluto horror, de que estaba nuevamente vestida con el traje de novia. “No sé de donde saqué ánimos para despojarme del mismo, arrastrarme hasta el patio, e intentar quemar la prenda, que, para mi total frustración, resultaba incombustible. “Me limité, dentro de mi absoluto terror y confusión, a ingerir la píldora para que me aliviara la fiebre que me hacía castañetear los dientes, y me metí, casi desfallecida, nuevamente, en mi cama. “Desgraciadamente, la terrible pesadilla se repitió con nitidez enfermiza, asqueante, y al lograr despertar, me encontré nuevamente vestida con el infausto vestido. “Decidí pedir ayuda, y llamé a Aurora, quién vino a asistirme. Me despojó de la prenda, me bajó la fiebre, consiguió hacerme tomar algo, y envolviendo en un paquete el vestido, que solo parecía querer ser transportado en mis manos, ya que se caía de las de ella en forma incomprensible para ambas, me trajo hasta aquí. Edgard. “No creo poder soportar un día más con esta maldición encima… —Pues han hecho muy bien en venir. Les voy a pedir que aguarden fuera de la oficina. Deje, Luciana, por favor el vestido acá, y pasen, si desean, al sector de mi vivienda, para disponer de su comodidad. Con Tristán desenvolvimos el paquete, develando el bello vestido de novia. Impusimos sobre él nuestras manos al unísono, y se nos apareció la hermosa novia de las pesadillas de Luciana, Maribel. Vivenciamos el terrible dolor y la angustia de la chica, que guardaba un secreto que no había transmitido a Luciana a través de las pesadillas y visiones. —Mi pobre y querida niña: en el plano de dolor y sufrimiento en que te encuentras, no sabes que han pasado dos siglos desde tu muerte. Todos los actores de tu drama, ya han fallecido. “Si te sirve de consuelo, las corruptas almas de los perversos que vejaron tu cuerpo inerte, penan sus culpas en un lugar horroroso. “Sabemos tu secreto: albergabas en tu vientre un bebé cuando moriste. “Aunque tu amado novio nunca te olvidó, logró retomar su vida unos años después, y el alma de la criatura que guardabas en tu seno, encarnó en una hija de él, que es la abuela de Luciana. “Todos los que te amaron respetaron tu recuerdo y lo guardaron como un tesoro. La fuerza de su amor logró que no se perdiera la energía de tu legado. “Puedes marcharte tranquila, ahora que tu secreto es libre, y que sabes que la vida continuó, superando dolores y angustias. “Tienes el derecho del descanso eterno en la luz. Luciana, es, espiritualmente, tu descendencia, por lazos de afecto que son irrompibles. Le contaré tu historia, para que rece en tu memoria. “Libera tus angustias atadas al viejo vestido, y parte, bella Maribel… Con lágrimas de alivio, el espíritu que convocamos bajó la cabeza, y ascendió en un haz luminoso desprendiendo chispas ígneas que caían sobre el viejo traje de novia, del que huían jirones de sombras, esfumándose en el aire. Con Tristán, suspiramos aliviados, habiendo liberado un dolor muy antiguo y dañino, agravado por las inmundas pulsiones de dos pervertidos sin escrúpulos ni moral, con el peso de saber que esas cosas perduran al día de hoy, quizá en forma más cruel y retorcida. Concluida nuestra misión, nos acercamos a las chicas a contarles lo ocurrido. Más tarde, el bello vestido de novia ocupó su sitial de honor en mi colección, que al agrandarse, requirió un nuevo salón para albergar la gran cantidad de objetos que la conforman, como un museo espiritual que representa lo mejor y peor de nuestra compleja naturaleza humana. Los saludo, mis queridos amigos, citándolos para que nos encontremos nuevamente en La Morgue. No me fallen…

sábado, 6 de marzo de 2021

EDGARD, EL COLECCIONISTA -LA MUERTE BLANCA

EDGARD, EL COLECCIONISTA El cuerpo de Amadeo llegó de una ambulancia judicial, ya listo para ser preparado para el velatorio. El pobre joven, agobiado por la pobreza que diezmaba la calidad de vida de los menos favorecidos, viendo el hambre y las tribulaciones de su familia, había flaqueado, y arreglado un importe con los distribuidores locales de droga para transportar mercancía en un viaje por zonas muy controladas. El tema es que después de tragar la variedad de basura introducida en píldoras resistentes a los ácidos gástricos, a mitad de su travesía, ya pronto a abordar un avión, una de las cápsulas que albergaba su vientre anormalmente hinchado se deshizo, y Amadeo pereció entre horribles dolores y convulsiones. En los últimos momentos de vida, cuando los médicos que acudieron a salvarlo le indagaron si había ingerido algo en particular, en un flash de lucidez, guardó silencio, un silencio que le costó la vida por temor a que la delación de su delito derivara en represalias contra los suyos. Ante la extraña naturaleza del deceso, intervino la justicia. Luego de la autopsia que rebeló la causa de la muerte, más no la identidad de los traficantes, ya interrogada la familia, ignorante de la terrible maniobra del chico para llevar dinero al hogar, se decidieron, al fin, en entregar sus restos para los tristes protocolos de la muerte. Mi querido ayudante, Tristán, me notificó: —Señor Edgard: unos individuos insisten en verlo, aun cuando les dije que está usted muy ocupado. No son buena gente esos dos tipos. Creo que traen peligro, Edgard. —Pues hazlos pasar a mi oficina, Tristán. Pero antes, deja ingresar a Cerbero. Mi perrito es muy astuto. No se hará notar, pero nos cuidará atentamente. —Me quiero quedar con usted en la entrevista con los indeseables, Edgard. —Me parece intuir la naturaleza de la visita de esta gente. Van a querer hablar a solas conmigo. Confía en mí. De mala gana, Tristán siguió mis órdenes, y recibí en mi oficinita a los dos abominables narcos del pueblo, esplendiendo auras tan oscuras, que parecía haber ingresado las tinieblas a la estancia. —Buenas tardes, señores. ¿En qué puedo ayudarles? —No voy a andarme con rodeos, señor Edgard. Usted sabe que Amadeo murió sin cumplir un encargo particularmente rentable. Tuvo la dignidad de no traicionarnos, pero constituyó una pérdida de dinero y de prestigio en nuestra actividad. ´´Consideramos que quedó en deuda con nosotros, ya que perdió en manos de la ley una mercancía sumamente valiosa. ´´Voy al punto. Necesito que al terminar su velatorio, antes de cerrar el cajón, llene el féretro con las bolsas que traemos en los maletines. ´´Por tratativas que hemos realizado esta mañana con los parientes del chico, el cuerpo será enterrado en un cementerio bastante lejano, de donde, oportunamente, se retirará el material de la tumba. ´´Por supuesto, no le pedimos gratis el favor. No bien lo cumpla, recibirá una cuantiosa suma de dinero, que, por lo que tengo entendido, no le vendrá nada mal. Sabemos que no está en su mejor momento económico. —No lo haré, señores. De ninguna manera. Ya hicieron ustedes demasiado daño. ´´Malograron la vida de un jovencito, deben haber aterrado a su familia para que consienta lo del cementerio alejado, y de ninguna manera seguiré profanando la memoria de Amadeo para que sigan distribuyendo veneno y enriqueciéndose con la desgracia ajena. Los malvivientes sacaron de su cintura sendas armas, y me apuntaron al unísono. No sintieron el furtivo deslizarse de Cerbero, por la puerta que Tristán dejó apoyada, más no cerrada, ni vieron su postura atenta, preparado para atacar en cualquier momento. —Se va a hacer lo que dijimos, Edgard. Si no es por las buenas, será por las malas. ´´Si usted se niega, lo mataremos a usted, a su ayudante, a la novia que tiene en las sierras, y a la familia de Amadeo. Y, de todos modos, aunque nos cueste un poco más de plata, el envío será entregado. ´´No será usted heroico, sino estúpido. Levantaron las armas, y antes de que mi mastín se desplegara para atacarlos, y que yo les contestara con la indignación que carcomía mi pecho, un espectro blanco, de facciones horriblemente demacradas, y con un corte en el estómago de donde flotaban partículas que salían formando agujas plateadas, se interpuso entre los indeseables y mi persona. Los sujetos, al ver a Amadeo con un horrible gesto de ira, mutilado con la autopsia, y sentir que las incorpóreas agujas blancas se le clavaban en la piel, soltaron del susto las armas, y encanecieron de puro horror en el acto. Cerbero se lanzó sobre uno de ellos, mordiendo su brazo, pero el tipo no reaccionó, al igual que su compinche. Se habían quedados congelados de horror ante la aparición, como cegados por la blanca luz del espectro, y sus cerebros se desconectaron de la realidad, quedando catatónicos del espanto. Sin prestarle mayor atención a los malvivientes, que yacían sentados en el suelo, como marionetas con los hilos cortados, con los ojos desorbitados y las bocas abiertas en una mueca estupefacta y babeante, acaricié a mi querido perro, y me enfrenté al espíritu de Amadeo. Tenía un gesto de profundo dolor, y seguía soltando esas pequeñas y agudas dagas liberadas por el corte de su autopsia. A mí no me afectaban en lo absoluto. —Amadeo, muchacho: ya puedes marchar en paz. Nadie dañará a tu familia. “Perdónate el error de tratar con esa gente malvada. Lo hiciste porque quisiste ayudar a los tuyos, y tu juventud no te dio la sabiduría de entender la mala decisión. ´´Aunque jamás terminaremos con el flagelo de la muerte blanca, estos dos, al menos, ya no operarán en nuestro pueblo. ´´Te prometo que haré lo posible por ayudar a los tuyos. El espíritu del joven relajó su semblante dolorido. Esbozó una sonrisa triste, me saludó, y dejó caer un puñado de aguzadas dagas plateadas al piso, antes de que se cerrara su herida, y se esfumara en una bruma blanca y polvorienta como la sustancia que lo había arrancado de la vida. Tristán, que había observado toda la escena tras la puerta, ingresó sin decir una palabra, y palmeando la testa de Cerbero, que descansaba vigilando en vano a los dos mafiosos tirados como zombis canosos, se agachó a juntar los minúsculos dardos, que resplandecían de un blanco que molestaba a la vista, como recordando su dañina naturaleza. Llamé luego al comisario Contreras, que tuvo el engorro de encontrar una respuesta lógica para el estado de incapacidad mental de los narcos. Insinué que el susto de enfrentarse con Cerbero los había dejado lelos, además de ponerles el cabello blanco de espanto al unísono. Después de todo, el aspecto de mi noble mastín, pese a ser tierno y juguetón como un niñito travieso, era terrorífico. —No sé, don Edgard. De todos modos, usted está fuera de toda sospecha, y nadie se va a poner triste porque esos dos terminen sus días en un hospital mental. Ya veré como redacto el informe. ´´Le despejaré de inmediato la zona para que pueda oficiar la despedida del pobre Amadeo. El único mal paso que dio en su vida, lo condujo directo a la tumba… Gracias a la celeridad del comisario, se pudo hacer el velatorio en el horario pactado. Organicé una colecta en la comunidad para su familia, y gracias a la solidaridad de la buena gente del pueblo, no solo se consiguió ayuda económica para ellos, sino también empleos. Estoy orgulloso de mis vecinos. Obviamente, las peculiares dagas delgadas como agujas, resplandecientes de cegador blanco, tienen un lugar en mi colección, lanzando el mensaje del daño que produce la droga, un veneno que afecta a la sociedad como un tumor maligno que no deja de crecer. Los saludo, queridos amigos, invitándolos a pasarse por La Morgue, donde siempre son bienvenidos. Y como he dicho más de una vez, de un modo u otro, terminarán llegándose por aquí…