sábado, 19 de marzo de 2022

EDGARD, EL COLECCIONISTA- DESAPARECIDAS

EDGARD, EL COLECCIONISTA DESAPARECIDAS El señor Víctor llegó de la ciudad, comprando una vieja casa de campo, con un buen terreno. Luego de su divorcio, decidió cambiar de ambiente y actividad. Estaba harto del estrés urbano, y creyó que era un buen momento para empezar de cero. Tenía dinero, y deseaba descansar comenzando una vida apacible, en contacto con la naturaleza. Una vez que la casa fue acondicionada y amoblada a su gusto, recorrió las tierras adyacentes, haciendo planes de sembrar un hermoso jardín alrededor de la vivienda, y quizá incursionar en una huerta orgánica: sobraba espacio, y la idea lo entusiasmaba. No bien Víctor se alejó unos metros, lo sorprendió la rápida caída de la temperatura. No sopesó la posibilidad de buscar un abrigo: solo haría una rápida caminata, y volvería para tomar una copa. El suelo donde pisaba comenzó a vibrar de una manera extraña. Tragando saliva, se preguntó si justo tendría la mala suerte de que un movimiento sísmico transcurriera allí en ese momento. Se quedó parado, ya a casi cien metros de su hogar. Observó, con ojos desmesurados, que el pasto se chamuscaba, y la tierra se cuarteaba aceleradamente. De una de las rajaduras, saltaron unos terrones. Víctor, con el corazón acelerado, vio cómo unos dedos asomaban, moviendo más trozos de tierra reseca. Eso rompió su inmovilidad, y corrió aterrado hacia su casa, en lo que le pareció una carrera interminable. Ya dentro de ella, analizó lo que había visto. Dando por hecho de que era imposible que hubiera acontecido lo que creyó percibir, lo atribuyó a su estrés, a la carga emocional de su divorcio y las tensiones de los negocios que había dejado atrás. Se dijo que era una mala jugada de su mente y sentidos. Puso música para relajarse, y se sirvió la copa de vino que se había prometido antes de su caminata. Para entonces, ya había anochecido. Se recostó en un cómodo sillón de cuero, saboreando la bebida, y disfrutando los temas de su lista favorita. Un sonido de estática lo sobresaltó. La canción de rock lento se distorsionó, y mezcló con unos gemidos lastimeros, espantosos. Dejó caer al suelo la copa, que se estrelló, manchando las paredes blancas de color rojizo. Apagó el equipo. Pensó en llamar a alguien. Estaba muy tenso. Pensó con tristeza que la única persona que deseaba escuchar era a su ex esposa, que quizás no le tomaría la llamada. Con creciente angustia en el pecho, se acercó a las ventanas: había escuchado un sonido semejante al de uñas rasgando los cristales. Como había dotado de muy buena iluminación todo el predio de su propiedad, con los ojos desorbitados, pudo ver siluetas que surgían de la tierra, se levantaban temblorosas, y caminaban lenta y torpemente en dirección a su casa. “No es posible. Estoy imaginando todo esto”, pensó aterrorizado. Cuando se dio vuelta, alejándose de las ventanas, una horda de espectros de mujeres, todas mutiladas, en horrible estado de descomposición, estiraban los brazos hacia él, como suplicando ayuda. Los rostros eran una mezcla inimaginable de sufrimiento, tristeza y angustia brutales. El amanecer lo encontró en el piso. Al parecer, se había desmayado con la horrenda visión fantasmal. Se había golpeado la cabeza, y tenía varias cortadas, al haber caído sobre los cristales rotos de su copa. Decidió buscar un médico: una de las heridas era bastante profunda. Se subió a su coche, y, quizás por el aturdimiento del golpe en la cabeza, no daba con la dirección del hospital. El GPS lo hacía girar en círculos. Se detuvo en la puerta de mi funeraria, donde estábamos con Tristán y Aurora decidiendo dar una mano de pintura al establecimiento. No bien vimos al hombre tambaleante y lleno de heridas que se aproximaba, corrimos a auxiliarlo. Alcanzamos a frenar su caída: se estaba desmayando nuevamente. Lo acomodamos en un cuarto. Aurora lo curó lo mejor posible hasta que llegara ayuda médica, que solicitó prestamente Tristán. Cuando acudió una ambulancia, le di mi tarjeta al hombre, para que pudiera recordar donde había dejado su coche. Le prometí ponerlo a resguardo. Pocos días después, Víctor acudió a vernos para agradecer nuestra intervención: había tenido una contusión craneal. Ahora se sentía mejor. Lo invitamos a tomar un café con nosotros. Estaba muy pálido, y se le notaba una profunda preocupación. No bien tomó unos sorbos, nos contó lo que le había ocurrido en su nueva casa, y que sentía que se estaba volviendo loco. —Tranquilo, Víctor. Puede hablar sin miedos con nosotros. Yo diría que el destino lo guio hasta aquí… —La verdad es que tengo miedo de regresar a la casa. Estos días me tuvieron internado, para hacerme pruebas. Yo rogaba que me retuvieran más tiempo, pero me dieron el alta, y ahora, realmente no sé qué hacer. —Pues en este momento, como habrá visto en el exterior, hay pintores renovando la fachada, y disponemos de la tarde. ¿Le podemos acompañar a su hogar? —¡Dios! ¡Sería un gran alivio! Partimos hacia su morada, él en su auto y nosotros en el mío. No bien traspusimos el área de su finca, los tres sentimos una energía nefasta. Víctor no estaba loco: había algo extraño, maléfico en su casa… Al bajar de los autos, y entrar en la vivienda, vimos cómo Víctor había palidecido y temblaba levemente. —Me siento mal… Algo me está quitando el aire… —Cálmese, por favor. Nosotros también lo captamos. Mientras se desmoronó en su sillón, Tristán, Aurora y yo nos unimos en una ronda con los puños elevados, buscando la manifestación de las presencias que percibíamos. En pocos segundos vimos los horrendos espectros que habían asustado a Víctor, el cual, visualizándolos otra vez, gemía de terror. Impusimos las manos sobre los espíritus, y supimos las espantosas historias de esas pobres mujeres. Todas, y cada una de ellas, había sido secuestrada en pueblos vecinos, en distintas fechas y lugares. Hubo, en su momento, redadas de búsqueda, marchas, pero jamás dieron con sus paraderos. Blas,el perverso que las raptó, violó, torturó y asesinó, las enterró en el amplio terreno de la finca, la cual vendió para mudarse lejos, y recomenzar sus horrendas actividades en otro lugar. Cuando estaba a punto de secuestrar a otra mujer, ellas se le aparecieron para impedirlo, y el tipo tuvo un ataque al corazón. Si bien salvaron a una víctima, ellas tuvieron que soportar al espíritu maligno de Blas, que seguía mortificándolas en el plano sombrío donde penaban su dolor, en una tortura que perpetuaba lo que habían padecido en vida con él. Nos concentramos en Blas, llamándolo. Apareció con la imagen de un monstruoso cerdo antropomorfo, con babeantes colmillos filosos, ojillos rojos, como ascuas, y garras similares a finos cuchillos. Los espectros de las pobres mujeres se retorcían de dolor. Víctor parecía estar en un trance de terror absoluto. —¡Monstruo despiadado! ¡Arrepiéntete de tu perfidia, y deja en paz a estas mujeres, que buscan la paz del descanso! El ente nos arrojó un zarpazo candente, que esquivamos a duras penas. Nos concentramos, y dirigimos nuestra fuerza para destruirlo. —¡No mereces la redención! ¡Arde en el inframundo, blasfemia inmunda! De nuestras manos salieron rayos de luz que lo alcanzaron, calcinando su asquerosa presencia espectral. Se retorció de dolor mientras se quemaba, y un remolino de humo negro se llevaba sus cenizas hacia un lugar de absoluta oscuridad y miseria moral. Antes de desaparecer, dejó caer sus colmillos carniceros. Los espíritus de las pobres víctimas se relajaron. Ya no se veían con la horrorosa imagen de la putrefacción y la tortura que habían sufrido. Eran ellas, tal como habían sido en vida. —Nos encargaremos de que sus familias sepan que han sido halladas. Pueden marcharse en paz… Las almas hicieron una ronda, rodeándonos, incluyendo a Víctor, transmitiendo un cálido sentimiento de gratitud y bienestar. Luego se esfumaron en un haz de luz, dejando cintas de colores que flotaron unos segundos antes de caer. En cada cinta estaba el nombre de cada una de ellas: se habían marchado en paz. Acudimos con Víctor a la policía. Mi amigo, el comisario Contreras se comprometió en exhumar los cuerpos de las tierras del hombre, y comunicar a los seres queridos el macabro hallazgo. Víctor consideró que viajaría nuevamente a la ciudad, por lo menos hasta que concluyera el accionar forense. Tenía la idea de intentar reconciliarse con su ex. Nos dijo que la experiencia le había hecho reconsiderar las prioridades de su vida, sobre todo, los afectos, así que nos despidió muy agradecido, esperando regresar acompañado. En los estantes de mi colección se hallan las cintas de colores con los nombres de las víctimas, para recordarlas por siempre. También están los macabros colmillos del siniestro Blas, en un frasco muy bien cerrado. Cada tanto vibran, o despiden una asquerosa baba verduzca. Me gustaría decir que esta es una historia más. Pero no lo es: todos los días veo anuncios en las redes con fotos de mujeres desaparecidas. Están un tiempo, y luego dejan de difundirse, para ser reemplazadas por nuevas víctimas. Es algo horrible, y no puedo ni quiero acostumbrarme… Los saludo desde La Morgue, invitándolos a visitarme y conocer mi colección completa.