martes, 24 de marzo de 2020

OCASO

OCASO 1 Me costó horrores tocar el timbre, quizá porque sería la última vez que lo haría, que vería el dulce rostro de Antonia. La última vez que tocaría su cálido cuerpo, que escucharía su dulce voz ronca… Lo supimos desde el principio, cuando el azar dispuso que nos conociéramos haciendo un trámite. Los amores prohibidos tienen el tiempo contado. La culpa, el temor de herir sentimientos corroe con la misma fuerza que induce la pasión para pecar . Antonia cuidaba el departamento de una sobrina en viaje de negocios. Ese fue nuestro punto de encuentro. Acudía a nuestras citas clandestinas mirando sobre el hombro, temiendo ser descubierto por algún indiscreto, el corazón estallándome de miedo y placer anticipado. Luego, lo inevitable. La sobrina regresaba en breve. Perdíamos el cobijo de esas paredes cómplices. -Es una señal, Benjamín- dijo Antonia entre lágrimas- Debemos terminar con esto aunque me muera por dentro. -Podemos buscar otro lugar, mi vida. El departamento es lo de menos… -No, Benjamín. ¿Qué excusa le daría a mi esposo? Pobre Edgardo… Si supiera lo que he estado haciendo… También yo me sentía culpable. Dora, mi mujer, estaba enferma. Eso le confería a mi engaño un peso canallesco. Acordamos vernos por última vez, y “retomar nuestras vidas”. Como si tuviera algún sentido para mí la vida sin Antonia… ¿Por qué el destino se había burlado así, cruzándome con la persona perfecta en el momento más equivocado? Toqué el timbre. Ella abrió y me abrazó llorando, temblando sin control. -Nunca he amado a alguien como a vos. Cuando te vayas, voy a quedar seca, vacía… Tragué saliva. Me habían criado con la creencia estúpida de que los hombres no lloran, y ahora sabía que era un cuento insostenible. -¡Te amo! ¡No dejemos que esto termine! -Ya lo hablamos, querido. No volvamos sobre lo mismo removiendo la herida. Disfrutemos nuestros últimos momentos juntos. Nos desvestimos torpemente en la habitación. Nos acostamos entrelazados, mirándonos los ojos en silencio. Así pasamos dos horas: perdidos uno en el otro, acariciando suavemente nuestros cuerpos doloridos de pesar. -Ya es hora- me dijo con la voz enronquecida de angustia. -Está bien, mi amor… Nos levantamos y vestimos con lentitud. Le di un abrazo. -Sos todo para mí. Gracias por haber pasado por mi vida… Ella se sacudía en un llanto desgarrado. Sopesé la posibilidad de mandar todo al diablo, y buscar un refugio para vivir con Antonia. Las respuestas de siempre volvían a mi mente como una bofetada: mi mujer, postrada en silla de ruedas, noble compañera de toda la vida, no merecía ese maltrato. Mis hijos, que con tanta ternura había criado, se transformarían en jueces implacables. Incluso tendría encima la desaprobación y el desprecio de nietos y bisnietos. Tomé el bastón apoyado en la silla. Miré el hermoso rostro de Antonia, cuyas arrugas conocían mis dedos de memoria. Salí abatido hacia un mundo gris. Es una ironía absurda encontrar el verdadero amor a los noventa y siete años… 2

AFILIACIÓN

Frente a la puerta de la impresionante casona, me retoqué automáticamente el pelo. Toqué el timbre mientras repasaba mi imagen. Me di ánimos, diciéndome que estaba absolutamente sobria y presentable. Me atendió una rubia despampanante. Hizo un veloz recorrido visual por mi persona. Se demoró unos segundos en la credencial identificadora prendida en mi pecho, con mi nombre y el de la empresa. Su enorme boca colagenada, pintada en rojo sangre, se abrió componiendo una sonrisa deslumbrante, con blanquísimos dientes. -¡Qué gusto en conocerte, Ester! ¡Te estábamos esperando! Pasá, por favor, querida. Amo la puntualidad. Soy la señora Romero, pero llámeme Luli. Me incomodan las formalidades. ¿No es verdad, Papi? Mientras ingresaba a la lujosa vivienda, dirigí mi atención a “Papi”, un anciano de mirada aterrada, sentado en un rincón, en una ultramoderna silla de ruedas. Luli me besó ambas mejillas. Exhalaba una exquisita fragancia importada que eclipsó mi perfumito barato. -Papi: esta señora es Ester, de quien estuvimos hablando. Ester: él es Carlos, mi esposo. -Mucho gusto, Carlos. Me acerqué y le tendí la mano, que con muchísimo esfuerzo, consiguió estrechar flojamente. Tenía la sufrida cara torcida, y la mitad del cuerpo inerte. Quiso decirme algo, pero solo consiguió soltar un “¡Ummmffff…” -Sentáte, por favor, querida. Lo hice. Ella también, con una gracia felina. Su postura de diva y diminuto vestido destacaban su escultural figura. Debíamos tener la misma edad, pero parecía hija mía. Solo la dureza acerada de sus ojos demasiado maquillados, revelaban una madurez gélida, más allá del tiempo. -Luli: sé que tuvo asesoría por parte de la empresa. Si me permite, voy a explayarme un poco sobre el servicio que consultó para despejar cualquier duda. Para mí es muy importante que no solo cuente con información, sino también, con tranquilidad, seguridad y confianza, que, en definitiva, es lo que se le otorga ante…una penosa situación. -Por supuesto, Ester, hablá tranquila. Y tuteame. -Bien, Luli. Vos deseás pautar el seguro de sepelio para Carlos… Observé el aire de abatimiento del hombre, relegado a su silla. Parecía haberse encogido durante la conversación. Era sorprendente que fuera el mismo hombretón guapo, sano y poderoso, que abrazaba a su bella mujer platinada en las numerosas fotos finamente enmarcadas que decoraban la estancia. En la del casamiento, parecía un galán de cine. Databa de dos años atrás. 2 -Así es, querida. Lamentablemente, al poco tiempo de casarnos, Carlos comenzó a tener gravísimos problemas de salud. Me desvivo por atenderlo: es la luz de mis ojos. Quiero cubrir todas sus necesidades, y es natural que también me ocupe de este…tema. ¡Pero qué desatenta soy! ¡No te ofrecí nada para tomar! Antes de que pudiera contestarle, oprimió un timbre, y se materializó una mujer vestida de mucama, tan inexpresiva, que no parecía tener presencia consistente. -¿Qué tomás, Ester? ¿Café, té, jugo natural, gaseosa, un trago? -Un vaso de agua, si son tan amables… -Dorita, mi vida, agua mineral para Ester, y un gin tonic para mí, por favor. -Sí, señora-contestó Dorita con voz átona, y desapareció- -¡Ummmffff…! -¡Perdón, Papi, mi amor! ¿Querés que Dorita te traiga tu jugo de compota, corazón? “Papi” contestó con el mismo sonido lastimero, que su mujer interpretó como una negativa. Dorita acomodó una coqueta bandeja de plata en la mesita y se esfumó. Luli apresó su trago y lo vació de inmediato, dejando la impronta sangrienta de su labial en el cristal inmaculado. -Dorita es un sol. Una gran ayuda. Gracias a Dios, tiene conocimientos de enfermería. Un gran apoyo para Carlos. Imaginate, Ester. Yo no tengo idea de cambiar pañales, higienizar, e incluso alimentar a alguien en la condición de Papi. Es un alivio contar con manos expertas. Porque para Papi, quiero solo lo mejor. Sonreí incómoda, mientras bebía un sorbo de agua para deshacer el nudo de mi garganta. Recompuesta, saqué de mi maletín una carpeta. -Te comento, entonces, Luli, los detalles del servicio. Sé que es un tema delicado, pero debés saber todo en detalle. -Por supuesto, querida. Adelante. -La empresa les ofrece traslado completo, féretro para nicho o tierra, capilla ardiente, sala de primer nivel con servicio de cafetería y asistentes calificados. Se ocupan de la tramitación. Cuenta con carroza, coches de acompañamiento y… -Pasemos a los planes en sí mismos, por favor, querida. -pidió con una sonrisa seca. -Bien. El plan que creería el más adecuado, es el más económico también. –Le mostré la planilla de costos. –Ofrece todos los servicios que mencioné anteriormente, con la carencia de un año. -¿Un año? ¿Recién contaríamos con el servicio en un año??? -Bueno, tené en cuenta que si surgiera, lamentablemente, la necesidad de usar el servicio antes del año, la empresa no les soltaría la mano. Hay planes de financiación muy contemplativos, además… -¿No existe otra opción, otro plan? 3 -Sí, por supuesto. No te lo mencioné porque se quintuplican los costos, y se negocia en dólares. Tenemos el plan Pre-necesidad, sin ningún tipo de carencias. Tiene disponibilidad del servicio desde el momento en que hace el primer depósito. Con una cuota, cubre todo, de ocurrir la penosa… -¿Una cuota y todo cubierto, sin carencias? -Así es. La sonrisa de Luli había vuelto en todo su esplendor. La mirada de Carlos pasó de la indefensión al terror absoluto. Lágrimas desoladas recorrían su deteriorado rostro. -¡Ummmffff! ¡Ummmffff!!!!!... -¡Papi, mi amor, tranquilo! Mamita te cuida, y solo va a elegir lo mejor para vos, aunque sea lo más costoso. Solo me importa tu bienestar. Luli sacó de su generoso escote un primoroso pañuelito y secó las lágrimas, besando los húmedos surcos, manchando la cara de su marido con labial, como a un payaso grotesco. -¡Mi vida, estás emocionado! No te agites, no es bueno en tu condición. Le acarició la cabeza como a un cachorro, y volvió al sillón con su agilidad de gata entaconada. -No se hable más, querida. Pactaremos ese plan. Ya te extiendo el cheque. ¿Dónde hay que firmar? -¿No querrías pensarlo un poco? Estás quintuplicando los costos, y tomando un compromiso en dólares, además… -Mi querida-dijo tomando mis manos heladas entre sus bellas garras de uñas esculpidas. –Te agradezco muchísimo tu honradez y empatía. Pero deseo todo lo mejor para mi esposo, y entiendo que ésta es la opción adecuada. Mi madre, una mujer muy sabia, siempre decía que lo barato sale caro. Solo indicame dónde firmar. Tengo preparado un sobre con toda la documentación que podés necesitar. -Perfecto. –Tragué saliva, le extendí el contrato, que completó y rubricó con rapidez. Sacó dinero de un bello mueblecito, mientras yo preparaba el recibo. -Ester, querida, acá tenés el dinero acordado, más una retribución para vos. -Pero…Luli…Yo no puedo… - No voy a aceptar una negativa, amorosa. Soy feliz cuando la gente recibe lo que merece. Has sido puntual, delicada, expeditiva. E intuyo una gran discreción, virtud más que valorable en los seres humanos. ¿Me equivoco? -En absoluto, Luli. Agradezco infinitamente tu generosidad… -Por favor, querida. No hay nada que agradecer. Me nació del alma. Brindame tu tarjeta. Te recomendaré con todo mi círculo social. 4 Te acompaño hasta la puerta. Sé que sos una mujer muy ocupada. No te robo más tu valiosísimo tiempo. Tomándome amablemente del hombro, bloqueó la posibilidad de despedirme de Carlos, que se removía desesperado lo poco que su condición le permitía, prisionero de su silla y de su cuerpo. Emitía sus impotentes “¡Ummmmfff!”en una letanía horripilante. Luli me despidió besando nuevamente mis mejillas, entre el sonido tintineante de sus joyas. En el exterior de la mansión, camino hacia la parada del colectivo, bastante alejada, evalué la situación. El plan que había vendido me daba la mejor comisión, prácticamente el cincuenta por ciento más que si hubiera negociado el plan convencional. El “regalito” de Luli, me permitiría llegar holgadamente a fin de mes, sin que me cortaran los servicios. Con mi marido sin trabajo, y en el bolsillo sólo la tarjeta del colectivo, era un respiro económico que realmente necesitaba. En mi cabeza se atropellaban pensamientos negativos. Dos años le había tomado a la bella Luli transformar a un hombre fuerte y saludable en una piltrafa anclada a una silla de ruedas. Pero eran conjeturas mías. ¿Acaso no existen toda clase de desgracias, enfermedades, accidentes? Bien lo sabía yo, con mi trabajo amargo. Aun así, la mirada de horror de Carlos no desaparecía de mi conciencia. Si me hubiera plantado más firmemente con Luli,¿Hubiera prolongado al menos un año más la vida de “Papi”? Porque algo me decía que encontraría su nombre muy pronto en las necrológicas… Corrí ante la llegada del colectivo, alcanzándolo justo a tiempo. No existen certezas de nada. Al menos, en mi mesa no faltaría comida para mis hijos este mes, y no me cortarían la electricidad. Todo al módico precio, quizá, de despertar por las noches con un lastimero “¡Ummmmffff!” colándose en mis pesadillas. ¡Qué sabia la madre de Luli! Lo barato sale caro…

LAS MACRÓFAGAS

Las Macrófagas Logró, después de años de trabajo, mutar genéticamente unas células. Consiguió que atraparan y devoraran a sus odiosas compañeras cancerígenas sin que alteraran el sistema del sujeto portador. Había experimentado en ratones con horribles tumores. Después del tratamiento, se encontraban perfectamente saludables, sin rastro alguno de su antiguo padecimiento. No podía aun aplicar el maravilloso descubrimiento en seres humanos. Había que hacer cientos de estudios y ensayos clínicos en otros especímenes para considerar la presentación final del proyecto como cura definitiva de la amarga enfermedad. Fue su angustia y desesperación lo que le llevó a introducir a las “Macrófagas”, como las había bautizado, en el cuerpo de su pequeña hija, con cáncer de páncreas. No pudo expresar su felicidad al ver la pronta remisión. Era un absoluto milagro. Tampoco consiguió explicar su alienado horror, cuando en contra de todas las expectativas, las células se descontrolaron en forma irrefrenable, y comenzaron a devorar por dentro a su niñita, que en pocas horas se transformó en una espantosa momia consumida, con una mueca póstuma de sorpresivo desconcierto. Antes de pegarse un tiro, pensó que se había apresurado demasiado…

EL ANHELO

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