viernes, 26 de junio de 2020

EDGAR, EL COLECCIONISTA- LEGADO FAMILIAR

Edgar, el coleccionista Legado familiar Hola amigos. Quiero contarles una anécdota de mi infancia. Yo tenía un hermano gemelo idéntico, Eduard. Éramos inseparables. Nos complementábamos en forma perfecta. Era como si pensáramos en equipo, o nos leyéramos el pensamiento. Un día, el que cumplíamos doce años, se nos ocurrió jugar en los techos de la funeraria, mientras mi madre preparaba el festejo. Corriendo en forma temeraria, nos movíamos como gatos. Pero Eduard tropezó con una teja floja, y cayó, rompiéndose el cuello. Fue terrible. Sentí como si una parte mía se hubiera quebrado en forma irreversible. Pese a observar el desmadejado cuerpo de mi hermano desde arriba, en una posición horrendamente anti natural, mientras se escuchaban los primeros gritos y lamentaciones, desde la casa familiar, Eduard continuaba a mi lado. Me miró tristemente, y apoyando su mano, que se sintió como una corriente helada sobre mi hombro, hizo con el dedo sobre sus labios un gesto de silencio. Yo asentí, y bajé del techo, seguido todo el tiempo por él. Cuando pasó la pesadilla de llamar a la policía, y se brindó el permiso de disponer del cuerpo, mi padre, trastornado, pero estoico, habló conmigo. Me dijo que ahora era el único heredero de una empresa familiar centenaria, y que la desgraciada ocasión era propicia para aprender la profesión. Me dio el material para cambiarme, y me hizo entrar a un sector de la funeraria que hasta entonces me tenía vedado: la sala donde se preparaban los cadáveres. Eduard yacía en una camilla, tapado a medias con una sábana manchada por sangre. Los ojos le habían quedado desviados por la caída, mirando la nada, cada uno en una posición diferente. Al ver la extraña postura de su cuello, no había dudas sobre la causa de su muerte. Su boca estaba abierta, como queriendo emitir un último grito, que jamás saldría, que había quedado atrapado por la eternidad. Yo, ya vestido con un guardapolvo que me quedaba grande, me sentía mareado, viéndome a mí mismo yaciendo en la plancha de acero inoxidable, y sintiendo la presencia helada de Eduard, que oprimía mi hombro, como para darme aliento. Padre comenzó los procedimientos. Presencié y asistí las incisiones, drenajes, costuras, rellenos y arreglos de un cuerpo idéntico al mío, mientras la imagen de Eduard asentía, en señal de apoyo. En ningún momento me mareé, ni dejé escapar el llanto que me oprimía el corazón. No quería decepcionar a papá, que se mostraba orgulloso de mi compostura. Fue un trabajo arduo dejar presentable a mi hermano. Hubo que cerrarle los ojos cosiéndolos estratégicamente. Cuando mi padre usó sus conocimientos para hacer lo propio con su boca, sentí un crujido espeluznante. Otro más terrible le precedió cuando acomodó su cuello destrozado. Luego desplegó su pericia con el maquillaje. Me dio instrucciones precisas de cómo usarlo, con un tono de voz estremecido que jamás olvidaré. Cuando llegó el momento de vestirlo, Eduard parecía dormido plácidamente. Papá era un artista. Ni mi madre, ni nadie que lo viera en su velatorio se llevaría la terrible imagen de un cadáver retorcido, mancillado por la muerte violenta de la fatal caída. Se llevarían el recuerdo de un niño con el aspecto de descansar tranquilo. La experiencia me conmocionó particularmente. Oficié a la par de mi padre como anfitrión en el velorio, vestido formalmente. Se había muerto mi otra mitad. Y yo había aprendido el arte de embellecer la partida de esa parte mía que negaba a marcharse, ya que Eduard me acompañaba, sin que nadie más que yo pudiera verlo. Recién cuando llegó el momento de cerrar el ataúd, mi hermano me hizo un gesto de despedida, y otro que entendí muy bien. Se golpeó el pecho espectral, y señaló el mío. Asentí. El habitaría mi persona. No perdería nunca la dualidad de mi gemelo. Así es como mi cumpleaños, es también el día de mi muerte. Nacer, y morir. La ambivalencia del existir. Yo la tengo, y la cuido como un tesoro. Y también es otro bello tesoro el legado familiar que recibí ese día. Único e inapreciable. Quiero que piensen en sus seres queridos. Que sepan cuidarlos y disfrutarlos, porque la muerte acecha constantemente. Y créanme, amigos. Los muertos no hablan. Se llevan sus secretos para siempre. Los saludo afectuosamente, mis amigos. Los espero. Siempre los espero…

miércoles, 17 de junio de 2020

EDGAR, EL COLECCIONISTA - EL DEDO ACUSADOR

Edgar, el coleccionista El dedo acusador Hola, amigos. Quiero contarles sobre el poder sanador del arte. Recuerdo a la sra X, una viuda maltratada durante décadas por su esposo. Me sorprendió verla sumamente atormentada, en pleno velatorio, aún con la partida de su torturador. Se animó a contarme lo que le ocurría. -¡Es espantoso, Edgar! ¡Su imagen me persigue en todo momento! ¡Mientras yace en su féretro, él me señala con su dedo acusador! ¡Me hace responsable de todas sus faltas y errores! Siempre me acosó así. Me está mirando, con una horrible cara de ira, y su dedo me apunta… Las lágrimas escapaban de sus aterrados ojos. -La voy a ayudar. Retírese a descansar. Ya casi es hora de cerrar el ataúd. Me ocuparé. -¡Usted es muy bueno, pero ese monstruo no me dejará en paz! -Confíe en mí… Cuando quedé a solas con el difunto, busqué mi sierra. Le cercené la mano, desde la muñeca. La preparé con los conservantes adecuados. La monté en un pequeño pedestal, con su pose acusadora. Sobre el dedo, clavé finísimos clavos largos, hasta que quedó como un erizo metálico. -Cada clavo representa las culpas con que afliges a tu esposa. ¡Solo te pertenecen a ti, engendro del mal! ¡Llévatelas a la tumba, y no te atrevas a volver! Me vino a ver la señora X, al día siguiente. -¡Gracias, señor Edgar! No sé lo que hizo, pero lo logró… Estaba el horrible espectro de mi marido sobre mí, señalándome, cuando de pronto, el asombro apareció en su semblante colérico, para observar, estupefacto, que su mano había desaparecido… Emitió un quejido infrahumano, y se evaporó en una niebla. ¡Estoy en paz! Nos despedimos. No le conté mi método. Ella está liberada. Y yo tengo una pieza muy singular para mi especial colección. El arte sana, mis amigos. Hasta la próxima…

lunes, 15 de junio de 2020

#MismoInicioDiferenteFinal Vidas robadas-

Vidas robadas- Jean caminaba a paso rápido sin destino. Las nuevas cerraduras le hacían casi imposible su trabajo. Y es que Jean era un ladrón de casas. Pensaba en sus opciones cuando de pronto vio…Una puerta con las llaves puestas. Se detuvo y se giró buscando al dueño, pero no había ningún alma en la calle. Giró la llave y entró a una vivienda que parecía vacía. Maldijo por lo bajo. -¡Hola, soy vendedor de seguros! ¿Hay alguien en casa?- preguntó, mientras se adentraba a explorar. La sala principal solo tenía muebles viejos y destartalados. En una de las habitaciones, encontró, en una mesa de luz polvorienta, billeteras con dinero, y diversos ornamentos. Algunos eran basura sin valor, pero otros, eran de oro. Se le abrió de asombro la boca al ver un diamante auténtico, y unos fantásticos gemelos. -¡Bingo!-se dijo, mientras guardaba el tesoro. Era todo muy extraño. Quizá había caído en la guarida de un colega. Solo daría una vueltecita rápida, y desaparecería raudamente. Sonrió al imaginar la cara del tipo al ver que su estúpido descuido le había costado el botín… Hizo un tour por el lugar, hallando una cocina sin nada aprovechable. Le llamó la atención la cantidad de bolsones de comida para perro acumuladas, entre la dejadez y el polvo. Llegó a un pasillo, con una puerta al fondo. Se acercó a la misma, y se sobresaltó al escuchar sonidos amortiguados. Su primer impulso fue huir con presteza, pero ¡ay!, esa maldita curiosidad, que lo instaba a meterse siempre en problemas… Abrió sigilosamente la puerta, evidentemente, de un sótano. Los ruidos se hicieron más nítidos. Eran gemidos, quejas. Con una sensación de irrealidad, prendió el interruptor, deshaciendo la penumbra, y descendió los escalones. Sabía que no podría dormir por muchas noches si se quedaba con la intriga… La visión con que se topó lo paralizó unos segundos. El lugar estaba lleno de jaulas. En cada una de ellas, personas desnudas, amordazadas y maniatadas, de distintas edades, forcejeaban en vano, intentando quitarse las ligaduras de sus manos. Todos tenían la más variada gama de laceraciones en el cuerpo. Algunas estaban vendadas. Otras, ya eran cicatrices. Jean se acercó a una jovencita, de entre todos los que lo observaban con miradas implorantes. Introdujo su mano entre los barrotes, y no sin esfuerzo, le consiguió correr la mordaza. -¡Ayúdanos, por favor! ¡Volverán en cualquier momento! -¿Qué les ocurrió? ¿De quiénes hablas? -¡Nos secuestraron unos locos! ¡Nos encerraron para torturarnos! ¡No tienes idea las cosas horrorosas que nos hacen, mientras un insano filma! ¡Nos alimentan con comida para perro, y nos obligan a realizar los actos más abyectos que puedas imaginarte! -¿Cómo abro estas jaulas? Tienen candados… -¡Solo sal corriendo de aquí y pide ayuda! ¡Tienen las llaves encima! Jean miró a su alrededor, para ver si había algo con qué romper los candados. La idea de ir a la policía por auxilio, no le hacía mucha gracia. Lo conocían demasiado allí. Muchos ojos sesesperados lo urgían a encontrar una solución. -¡Apúrate, por Dios, ya están por llegar! ¡Dejan como cebo las llaves puestas en la cerradura de la casa! A Jean se le heló la sangre en el cuerpo. Antes de darse vuelta para huir, buscando ayuda, la mirada horrorizada de la chica le indicó que algo estaba más que mal. Un golpe en la cabeza lo sacó de circulación. Cuando despertó, dos tipos encapuchados, con un montón de herramientas escalofriantes, lo tenían tendido en una camilla, con la cámara dispuesta a filmar. -¡Bienvenido a nuestro humilde morada! ¿Preparado para ser una estrella de la Deep web? ¿Sabes qué te abrió la posibilidad de la fama que compartirás con tus amigos? La costumbre de entrar sin permiso a lugares donde no debes husmear…Como tus compañeritos. Relájate. Empezaremos con algo…leve. Iremos de menor a mayor. La cámara se encendió, mientras Jean amordazado y maniatado, veía acercarse el escalpelo a su entrepierna desnuda…