sábado, 26 de junio de 2021

EDGARD, EL COLECCIONISTA- RATAS

EDGARD, EL COLECCIONISTA RATAS Vino el comisario Contreras acompañando a la ambulancia forense. Me traía un difunto, y parecía muy afligido, por lo que le invité a tomar un café, junto con Tristán, mi ayudante. _Me pone muy triste lo que ocurrió. La fallecida es doña Ofelia. La conozco desde niño. Una mujer muy buena y dulce. ´´Vino la señora Ordoñez, dueña de la mansión donde trabajaba Ofelia como cocinera, con una denuncia en su contra. La mujer había perdido hace poco a su pequeña hija, y dudando de la supuesta muerte natural de la niña, acusó a la Ofelia de envenenarla. ´´Basaba su acusación en haber encontrado en el cuarto de la cocinera un gran lote de veneno para ratas. ´´No me pareció justificación suficiente como para fundamentar su acusación, pero la rica y poderosa mujer tiene contactos, y de inmediato me llamaron superiores para investigar el caso, y detener a Ofelia. ´´Me dio vergüenza proceder. Le pedí disculpas a la señora, diciéndole que solo estaría demorada unas horas, hasta que se aclarara el malentendido. ´´Cuándo le pregunté el porqué del veneno entre sus pertenencias, me contó que Jorgelina, la niñita fallecida, se quejaba de la presencia de ratas en el sótano, donde le encantaba jugar, pese a la prohibición de su madre de ingresar al recinto. ´´Ofelia la consentía en todo, ya que la mamá no le brindaba atención suficiente. ´´Decidió esconder la compra, para exterminar los roedores que asustaban a la niña a escondidas de su patrona. ´´Yo le creí. El tema es que la denuncia estaba tomada, y tendría que aguardar hasta la exhumación y autopsia de Jorgelina, para liberar a Ofelia de la prisión. ´´Busqué un abogado que procediera para lograr prisión domiciliaria de la cocinera, a quien consideraba inocente de todo delito, pero fue muy tarde. ´´No sé cómo logró las fuerzas para hacerlo, pero Ofelia rasgó su humilde vestido, y fabricó una cuerda, de la que se colgó, dejando en la pared de su celda un mensaje: ´Soy inocente, pero la vida sin mi querida niñita no tiene sentido. Revisen el sótano´ Los forenses retuvieron el cuerpo, por protocolo. ´´Esperé el informe de la autopsia de la niña. Tal como lo sospechaba, la pequeña había muerto a causa de un fallo cardíaco por una enfermedad congénita que no se detectó nunca. ´´No dudé en conseguir una orden de registro. Lo logré pese a las presiones de accionar contra la poderosa mujer. ´´Para mi sorpresa, la Ordoñez no mostró la más mínima resistencia al control. Se la veía derrotada. ´´Ella misma nos indicó donde buscar. Tiramos abajo un muro que escondía un viejo armario empotrado en la pared. Dentro de él, estaban los restos de un neonato, momificado. ´´La mujer, dejando escapar una lágrima solitaria. ´´Nos contó que el niño era fruto de relaciones extramaritales con un joven de color. ´´El marido se ausentaba largas temporadas por viaje de negocios. Ella llevó el embarazo con miedo y angustia, ya que no sabía de quién era el bebé. ´´La suerte le jugó a favor, ya que el parto se adelantó, y tuvo al niño antes del regreso del esposo, corroborando que la criatura era de color. ´´Comprando la voluntad de la comadrona que la asistió en la casa, pidió que la dejaran sola. Asfixió al pobre niño con la almohada, y valiéndose de sus contactos, falsificó un certificado de nacimiento y defunción. ´´Le comunicó al marido la ´terrible noticia´ de que el hijo que esperaban nació muerto, rogándole no mencionar el tema, porque estaba muy choqueada por los hechos, y temía terminar con una depresión al remover la herida. ´´El buen hombre, con mucha tristeza, respetó su voluntad, ignorando la terrible verdad escondida. ´´Luego, con el nacimiento de Jorgelina, casi se olvidó de su horrible crimen. ´´Su marido la dejó viuda al poco tiempo de nacer su hija, y la mujer le tomó fobia a la niña, por su obsesiva costumbre de bajar al sótano ´para jugar con su hermanito´. ´´Absolutamente espantada y llena de remordimientos y rencor, al tener alguien que le recordaba sus abyectos actos, le prohibió a la pequeña entrar allí, y tomó distancia de ella, dejando que se criara bajo la tutela y el amor de Ofelia. ´´Creyendo que todos eran capaces de maldades tan oscuras como ella, se obsesionó con la idea de que la cocinera había envenenado a su hija, quizá como una venganza del destino. ´´Actualmente, la Ordoñez está presa, y por lo que intuyo, dispuesta a pagar sus culpas, luego de tantos años de impunidad. Prefirió en su momento matar a su bebé para no perder un matrimonio de interés con un proveedor generoso, antes que enfrentar su infidelidad, delatada por el color de piel de su niñito. ´´He organizado una colecta para que se le dé a Ofelia una despedida más que digna. ´´Al menos, se merece esto. Sé que ustedes hallarán el modo de que la pobre mujer tenga un descanso pacífico. No acepté el dinero. Pedí que se donara para instituciones benéficas, en nombre de Ofelia. No bien comenzamos a preparar el velatorio, al acercarnos al cuerpo, apareció su espíritu, con un gesto de aflicción, tocándose el pecho. Hice una incisión en el pecho del cadáver, y extraje una rata disecada mordiendo el corazón de la difunta. Era la materialización del dolor que tenía por haber perdido a su amada niña, y para colmo de males, acusada posteriormente de su muerte. Con Tristán impusimos nuestras manos frente al espectro, transmitiendo con mucho amor que pronto se encontraría con su niña, y que todos sabían de su inocencia. Se le distendió el rostro, deformado por la amargura, transformado con un gesto de liberación. Nos saludó antes de marchar hacia la luz, en pos de su reencuentro, absolutamente en paz. Pudimos proseguir, satisfechos, con el velorio de Ofelia. La rata está en uno de los frascos de mi colección, recordando las abyectas acciones de quienes prefieren satisfacer sus necesidades y placeres, aún a costa de un crimen, y mantener años y años mentiras horribles. Créanme, mis amigos: tarde o temprano, la verdad nos alcanza, y nos aplasta con el poder de una justicia que va más allá de la humana. Los espero en La Morgue, como cada semana. Y si llegan acá por otras causas, traten de blanquear antes secretos oscuros y mentiras. Sé muy bien por qué se los digo… Edgard, el coleccionista @NMarmor

sábado, 19 de junio de 2021

EDGARD, EL COLECCIONISTA - UN PARTIDO SANGRIENTO

EDGARD, EL COLECCIONISTA UN PARTIDO SANGRIENTO El comisario Contreras me vino a avisar que tendría, a la brevedad, muchísimo trabajo. Lo sabía. Había visto las funestas noticias. Nuestro pueblito, como casi todos los del mundo, tenía una tonta rivalidad con el pueblo vecino. Siempre se estaba compitiendo por cosas frívolas: quién tenía la muchacha más bella, el hombre más fuerte, (también la muchacha más fuerte y el hombre más bello), los mejores paisajes, las comidas más ricas, la resistencia alcohólica más sólida…en fin. La historia era interminable. Así que los intendentes de nuestro pueblo, y el rival, tomaron la decisión de promover eventos culturales, artísticos y deportivos, donde se divulgara la participación y la sana competencia. Fue una idea muy buena, en principio. Todos los comerciantes, incluido este servidor, aportamos donaciones para los premios y estadías durante las jornadas. Don Vicente, el profesor de gimnasia mítico, que había inculcado amor al deporte a varias generaciones de vecinos, con su fortaleza intacta, pese a sus años, se encargó de convocar una selección de jóvenes para que nos representara en los torneos futbolísticos que se llevarían a cabo en el marco de las acciones comunales. Vicente se entregó en alma y vida a enseñarle a los muchachos elegidos, no solo técnicas de juego, sino también el concepto de nobleza, caballerosidad y empatía, sin el cual, decía, el deporte no tenía sentido. Los chicos absorbían como esponjas sus conceptos, entrenando con alegría y orgullo. Hasta donde yo sé, el joven director técnico rival hizo lo mismo con sus alumnos, generando un clima sano y positivo. Quiso la desgracia que unos degenerados vejaran y mataran a dos chicas. Tanto las víctimas como los asesinos integraban como habitantes las dos comunas: ambas tenían el dolor de las pérdidas, y la mancha de los perversos. El mal humor de la gente, las habladurías y pullas fueron in crescendo, al margen de que se apresaron a los malvados de ambos lares, para ser juzgados con todo el rigor de la ley. El día del partido inicial entre nuestro equipo, y el rival, había un ambiente nefasto. Se respiraba en el aire un aura de odio abyecto. Mi amada Aurora estaba pálida, descompuesta. Tristán, mi ayudante, se mostraba nervioso y atemorizado. Yo mismo, que en principio iba a asistir al juego, sentía una rara opresión en el pecho, y decidí cerrar muy bien las puertas de mi casa y la funeraria, y quedarme con los míos. Los muchachos comenzaron a jugar en una cancha del pueblo acondicionada especialmente para la ocasión. El césped relucía. Los arcos estaban recién pintados, con redes flamantes. Las gradas, donadas por madereras, se veían hermosas y cómodas. Pero el malestar que había en el aire afeaba el encuentro. Los chicos iniciaron el primer tiempo con los valores aprendidos durante el entrenamiento: deporte limpio, y diversión sana. El público de ambos bandos comenzó a insultarlos, e incentivarlos con las más groseras frases, y un odio que los torturó durante los primeros minutos. La transformación de los atletas, si bien fue sutil en principio, se hizo claramente notoria ante los asistentes, que ya no celebraban avances deportivos, sino, faltas y actos violentos en el juego. El réferi, alarmado por la agresividad sin sentido de los chicos, los amonestó, sacando tarjeta roja para los capitanes, que fueron expulsados. Esta acción, más que justa, desató la masacre. De ambas tribunas llovieron piedras sobre el pobre hombre, que cayó, ensangrentado, al recibir muchas en la cabeza. Fue el comienzo de una lucha enloquecida, dentro y fuera de la cancha. Aparecieron, vaya a saber cómo, toda clase de objetos punzantes, con los que la concurrencia se atacaba, en una vorágine de violencia sin límite. El césped se tiñó de un rojo intenso. La lucha alcanzó un pico de ferocidad espantosa. Vicente, y Aníbal, el joven entrenador del otro pueblo, consiguieron huir a duras penas para buscar apoyo de la policía, ya que el único agente que estaba presente en el evento, yacía muerto, con los sesos esparcidos en el suelo. Intentaron, vanamente, calmar los ánimos de sus alumnos, y parar el partido, pero, según sus posteriores declaraciones, todos parecían poseídos por una fuerza maligna. Las miradas de la gente, tenían un extraño brillo rojizo, como si en el fondo de sus miradas ardieran llamas, que quemándoles alma y consciencia, los privara del más elemental raciocinio. Cuando por fin llegaron las fuerzas policiales, la gente estaba calmada, con cara de salir de una larga pesadilla, sin entender qué había sucedido, pese a las armas y la sangre que los embadurnaba de pies a cabeza. Incontables cadáveres yacían en todo el predio, en las poses más abominables, con gestos de horror y odio funestos. Pese a las investigaciones posteriores, y las declaraciones de los implicados, tanto los muchachos que jugaron, como el público, afirman haber sentido, en un momento en que recordaron los crímenes de las chicas violadas, la sensación de un ´´ardor helado´´ en el pecho y la cabeza, y juraron no recordar nada más, hasta que llegó la policía y los encontró, mirando incrédulos a los muertos mutilados y eviscerados, entre los cuales había amigos y vecinos, casi irreconocibles por su estado. Contreras, también confundido y asustado, me trajo la pelota manchada de sangre que hoy forma parte de mi colección. Es un amargo recordatorio de que las rivalidades estúpidas y los malos sentimientos, son una puerta de entrada al mal. ¿Será que, si todos los pueblos subyugados se unieran en un solo abrazo solidario y empático, expulsaríamos a los malvados invasores que aprovechan nuestras debilidades para empobrecernos y tenernos a sus pies? Les dejo este interrogante, mis amigos, con la sensación de que vivimos jugando un partido sangriento, que no tiene fin, para alimentar a las opresivas fuerzas del mal. Los invito a visitar La Morgue, y mirar mi colección. La pelota ensangrentada estará en primer plano, para que cada uno, saque sus propias conclusiones a respecto…. Edgard, el coleccionista @NMarmor

viernes, 11 de junio de 2021

EDGARD, EL COLECCIONISTA LÁGRIMAS DE PIEDRA Llegó Pedro a la funeraria, y con Tristán tuvimos algunos problemas para preparar su despedida. Como su deceso fue dudoso, pasó por manos forenses antes de llegar a nosotros, con una conclusión de muerte natural. La anormal rigidez del cadáver, pasadas las horas usuales en que se presenta el rigor mortis, nos complicaba una presentación al descubierto. Tenía los ojos y la boca muy abiertos, como si un grito silencioso cobrara fuerza ante el gesto torturado de su rostro, diríase tallado en roca. No quisimos fracturar la mandíbula. Y los párpados, aún con la costura más finamente ejecutada, nos hacía pensar que romperían el hilo más fuerte para mostrar esa última mirada de espanto. _¿Será, don Edgard, que nos querrá decir algo, el pobre Pedro? Como que lo siento en el pecho… _Si tú lo percibes, seguro así ha de ser. ¡Manifiéstate, viejo amigo! Desde una bruma gris, emergió el espectro del hombre, con un gesto de amargura, su imagen en blanco y negro, desprovista de colores. Sin demoras, impusimos nuestras manos, para dejar que fluyera su energía hacia nosotros. Vimos imágenes de Pedro siendo decepcionado una y otra vez por sus afectos. Descubriendo cómo quienes consideraba sus amigos se aprovechaban de él inescrupulosamente. Los parientes que defraudaron su confianza. Las terribles traiciones amorosas. Cuando al fin creyó encontrar la mujer de su vida, cómo ella lo dejó por su mejor compañero de trabajo. Visualizamos todos, y cada uno de los episodios que pesaron en su pecho como una lápida, y que jamás, por su carácter dulce y amable, expresó a su debido momento. Aguantó injurias, faltas de respeto y maldades del prójimo exponiendo la otra mejilla, a la espera de que las cosas cambiaran, y su suerte mejorara. Eso no ocurrió. Por eso, cuando la muerte lo sorprendió, asombrado al ver que abandonaba la vida sin un acto de contrición o arrepentimiento de sus pares, su cuerpo se contracturó, como volviéndose de piedra. _ ¡Pedro, no lo sabíamos! Haremos algo al respecto, créeme… Decidimos que sería un velatorio a cajón cerrado, aún en contra de su última voluntad a respecto, expresada en su seguro de sepelio. Cuando empezaron a llegar los deudos, miramos con Tristán sus rostros. Algunos mostraban vergüenza, otros, arrepentimiento, y había hasta algunos mal paridos que demostraban satisfacción: pensaban que algo les tocaría de sus bienes en el testamento. Al completarse la asistencia, les pedí un minuto para decir unas palabras. _ Antes que nada, cuento de ante mano con sus disculpas por lo que voy a manifestar. ´´Todos hemos conocido al buen hombre que hoy despedimos. Yo con mucho dolor, estando seguro de que se va una excelente y caritativa persona, que ayudó a muchos de los presentes. No es mi ánimo ni intención cargar a nadie de culpas, pero creo que muchos de los que se encuentran aquí, le deben una disculpa sincera, desde el alma. ´´Si les nace, les suplico que, al terminar mis palabras, nos tomemos un minuto, para decirle, con una mano en el corazón, lo que realmente sentimos por él. ´´Estoy convencido de que eso ayudará a que Pedro pueda marcharse en paz. Para mi total sorpresa, todos los asistentes bajaron su cabeza. Cerrando sus ojos, oraron en silencio. Hasta los que parecieron en primera instancia unos granujas, se conmovieron, sumándose a la oración general. Entonces, ocurrió algo impensable. Se abrió de golpe la tapa del ataúd. La concurrencia, al borde del colapso emocional, observó el rostro de Pedro, con una pacífica sonrisa, y vieron brotar de sus ojos lágrimas, que no bien salían, se volvían piedras al contacto con el aire. Las piedrecillas eran de todos los colores, como expresión de toda la gama de sentimientos que había reprimido y sufrido en vida. Para mitigar la tensión nerviosa, rayana en la histeria, que se desató, tuve que improvisar un discurso, donde expliqué que era normal que fallara el cierre del féretro, que tenía un resorte dañado, y que el fenómeno que habían presenciado, era totalmente natural. No sé si me creyeron, pero al menos no escaparon del estrafalario velatorio de pesadilla. Solo Tristán y yo vimos ascender, saludando mansamente, al espíritu del difunto. Tenía un semblante pacífico, y, al igual que sus lágrimas pétreas, era multicolor como un arco iris. Por supuesto, las lágrimas de piedra de mi buen amigo, están en un bello frasco de cristal, como un colorido símbolo del perdón y el arrepentimiento, que salva a las almas, y bendice a quienes lo reciben y lo dan. Nada mejor, amigos míos, que decir nuestras cosas en vida. Llevar siempre liviano el pecho. No todos los funerarios respetarán sus cuerpos como yo, sin quebrarlos si están con un anómalo rigor mortis… Los espero con mis historias y mi colección en La Morgue. Por cierto: bien relajados… Edgard, el coleccionista @NMarmor

sábado, 5 de junio de 2021

EDGARD, EL COLECCIONISTA- RAÍCES SANGRIENTAS

EDGARD, EL COLECCIONISTA RAÍCES SANGRIENTAS Me trajeron a Donato, para preparar su despedida, desde la morgue judicial. Si bien se constató un deceso natural, con nada que implicara sospecha de crimen, las circunstancias en que hallaron el cuerpo dejó consternados a todo el mundo. Donato se hacía cargo de un vivero, el único del pueblo, negocio familiar heredado de generación en generación. El hombre era muy callado, y según dicen, algo exéntrico. Entre sus rarezas, los clientes que entraban al bello galpón de techo translúcido, para dejar entrar el regalo del sol a las hermosas y variadas plantas exhibidas, encontraban a Donato hablar con su tesoro vegetal, con la misma naturalidad con que cualquiera le habla a un amigo. Al realizar las ventas, les rogaba a los compradores: _Cuídela mucho. Se lleva usted un pequeño retazo de mi corazón… La gente sonreía, y se retiraba nerviosa. No era inusual que tuviera, cada tanto, el vivero cerrado un par de días. Partía con rumbo desconocido, y retornaba con nuevas especies, tan llamativas, que cautivaban al público amante de la naturaleza. Ocurrió que un día Donato no regresó. Por muy extraño que pareciera, las plantas no se secaban ni morían, pese a que nadie las regaba. Al menos, desde la menguada visión que permitía el portón del negocio. Cuando transcurrieron más de diez días, una clienta habitual se acercó a la comisaría, explicándole al comisario Contreras que la ausencia del comerciante no le parecía normal. Él no abandonaría sus plantas amadas tanto tiempo sin cuidado. Y ella, que se preciaba de ser su amiga, siempre era anoticiada de sus ires y venires. Contreras se reservó decir que sabía que la viuda, doña Mercedes, compartía algo más que su pasión por las plantas con Donato. Y estaban ambos en su derecho. Aunque no se podía reportar formalmente como desaparecido, le picó la curiosidad. Algo le debía estar pasando al hombre, si no había tomado contacto con su amante. Roja como una amapola, Mercedes sacó de su cartera una llave, y se la extendió a Contreras, muy nerviosa. _Es de la casa particular. Ya entré a ver. Lo que no hice, fue buscar la del vivero. Él la guarda arriba del ropero del dormitorio. Ignorando con caballerosidad el injustificado rubor de la mujer, el comisario tomó la llave, y aclarando que no sería nada oficial, quedó en corroborar la casa y el negocio. Fue con un subordinado curioso. La casa, tal como decía Mercedes, no mostraba nada raro. Abrió la heladera. Vio varios perecederos caducados. Alguien que planea un viaje, no compra comida que se echará a perder con su ausencia. Tomó las llaves del vivero, y se dirigió allí con su ayudante. Luego de trasponer el portón, tuvo la impresión de que nunca había visto la fachada con un verde tan intenso, de las plantas tupidas que se amuchaban en el interior, entrevistas por los ventanales de la entrada. Les costó ingresar. Realmente parecía una selva tropical. Desbordaba la flora sus macetas. El aire estaba cargado de humedad, y una extraña calidez anómala. Vieron que de todos los vegetales asomaban raíces escapadas de sus recipientes, y convergían en un punto central. Al llegar al medio del salón, los hombres se quedaron de piedra. En el suelo, yacía Donato, con el aspecto de un hombre dormido, dentro de una jaula de raíces que lo cubrían casi por completo. Al acercarse más, divisaron que dichas raíces se hundían en todo el cuerpo del hombre, que debería estar en un estado avanzado de descomposición, pero parecía en pleno sueño. Constataron su muerte por la gélida temperatura del cadáver, y su falta de pulso. _No es posible, comisario, que el cuerpo no se haya descompuesto, con esta humedad y calor asfixiante. _Opino lo mismo. Deberemos contactar a los expertos. Un informe forense nos resolverá el enigma. Siguiendo instrucciones, cortaron las raíces para trasladar el cuerpo. Estremecidos de espanto, escucharon un gemido infrahumano, muy grave, como si las plantas se quejaran al separarlas del cuerpo donde hundían parte de ellas. Los forenses, luego de desarmar la maraña, y sacar raíces incrustadas adentro del cuerpo, conectadas al corazón y grandes arterias, no pudieron hallar lógica alguna en la extraña mutación vegetal, que de alguna forma, había succionado los fluidos del difunto, y rehidratado con savia. Un enigma absoluto. Lo único que pudieron concluir con certeza total, fue la causa de la muerte de Donato: un avanzado tumor cerebral. Concluidos los estudios del caso, sin parientes vivos que reclamaran el cuerpo, Mercedes, descompuesta de dolor, se hizo cargo de los preparativos del velatorio. Tiempo después, se enteraría, por un notario, que era la única heredera del vendedor de plantas. Cuando preparábamos el cuerpo con mi ayudante Tristán, tuvimos que recurrir a un minucioso maquillaje, ya que el cadáver mostraba un tinte verdoso, que no obedecía a un proceso de putrefacción, sino, a la intervención de los vegetales en su cuerpo. En eso estábamos, cuando se materializó su espíritu frente a nosotros. No detectamos dolor. Era un alma en paz, a la que solo le faltaba cumplir un deseo antes de ascender hacia la luz. Extendiendo nuestras manos hacia la energía esplendida por Donato, pudimos captar el anhelo que lo aferraba aún al plano terrenal. Habiéndolo captado, le hicimos un gesto de asentimiento. Él, con una sonrisa beatífica, hizo un gesto de despedida, y se elevó con luminosa benevolencia. Sacamos con cuidado la camisa y el saco que Mercedes había elegido para su despedida, y reabriendo la costura que había dejado la autopsia, retiramos el corazón, con pequeños restos de raíces sobresaliendo. Mi amada Aurora me trajo una hermosa maceta rústica de arcilla roja de las sierras, confeccionada por ella. Le pintó unas artísticas letras cursivas: M y D. Allí, enterramos el corazón, con tierra proveniente del borde del río serrano, y la dejamos en un estante nuevo de mi colección. Con una rapidez sobrenatural, surgió una enredadera verde brillante, con flores rojas bellísimas. Tenía instrucciones de entregarle un ramo de esas flores a Mercedes todos los meses, el día del fallecimiento, el diecisiete. Cuando tuvimos listo el cuerpo, y llamamos a un aparte a Mercedes, no pareció asombrada. _Manteníamos como tontos nuestra relación en secreto. Cuando insistió en blanquearla, e irnos a vivir juntos, me dijo con tristeza que esperara un poco. Que había surgido un inconveniente. Nunca imaginé un cáncer… ´´Me prometió que si alguna vez se marchaba, se encargaría de recordarme su amor con lo que más le gustaba en la vida. ´´Con este ramo, entiendo a qué se refería. Una pena. Podríamos haber sido felices juntos. Tiempo más tarde, Mercedes me dijo que las flores no se marchitaban, así que las puso con tierra, en macetas, sumando todos los meses nuevas adquisiciones. Les hablaba con el mismo amor que Donato había tenido en vida con su universo vegetal. La enredadera sigue muy verde, oxigenando el estante de mi colección. Supongo que los sentimientos nobles nunca mueren. Solo toman otras formas, nutridos por la energía de quiénes los emiten. Por las dudas, no llenen de plantas queridas sus habitaciones. Quizá las raíces busquen sus cuerpos para alimentarse… Los espero, mis amigos, en La Morgue para escuchar mis historias, y, por qué no, aprender algo no muy conocido de la botánica. Edgard, el coleccionista. @NMarmor