sábado, 25 de diciembre de 2021

EDGARD, EL COLECCIONISTA - NAVIDAD SANGRIENTA

Nunca la Navidad ha sido una época tranquila para mí. En el pueblo, la tasa de suicidios y hechos de violencia alteran al pueblo aumentando exponencialmente. La ingesta desmedida de alcohol, y la tendencia a hacer balances personales en fechas saturadas de mensajes consumistas y exposiciones de falsa felicidad exhibicionista, potencia esos resultados tan tristes. Pero este año, la impronta fue especialmente sangrienta. Nicolás era un niño diferente, con una deformidad en su cráneo y extremidades, producto de la acromegalia que padecía. Su rostro alargado, delgadez y estatura extrema, lo hicieron blanco de las burlas de sus pares. Para colmo de males, con el fallecimiento de su madre, unos parientes lejanos tomaron su custodia, y el muchacho sufrió por parte de ellos abusos físicos y emocionales. En la adolescencia fue noticia. Los periodistas lo llamaron “El esqueleto justiciero”, ya que el joven asesinó en forma cruenta a su familia adoptiva, cansado de las vejaciones infligidas por ellos, y, además, extendió su accionar hacia otros perversos abusadores de niños, matando y mutilando hasta que la policía le puso freno, deteniéndolo. Un abogado defensor consiguió declararlo no competente, arguyendo que el maltrato padecido lo había trastornado psicológicamente, motivándolo a su conducta violenta. Fue ingresado a una institución psiquiátrica, de la que escapó la semana pasada, sin dejar pistas sobre su paradero. El punto es que Nicolás, decidió vestirse de Santa, y visitar a quienes consideró “que se habían portado mal”, (nadie sabe de donde consiguió la información de sus víctimas, que efectivamente, tenían un terrible historial del que habían salido impunes), y sacando de su bolsa una serie de elementos prácticamente de tortura de su alegre bolsa roja, cercenó, destripó, mutiló y asesinó a numerosos habitantes con una rapidez y eficacia espeluznante. Su última visita fue a la familia de Pablito, un pobre niño cuya madre permitía que su padrastro abusara brutalmente de él. A la mamá la abrió en canal con un horroroso cuchillo curvo, dejando tanta sangre en el lugar del hecho, que prácticamente el suelo parecía una pileta escarlata, en la que también flotaba el infausto amante de la mujer. Pablito, en el patio, recibió de manos de Nicolás un regalo. --¡Muchas gracias, Santa! ¡Es justo lo que yo pedí para Navidad! --Me alegra que te haga feliz. Eres un niño muy bueno. Ya nadie te hará daño, pequeño. En ese momento, la policía entró al patio de la casa, apresando a “Santa”, horrorizándose al ver jugar a Pablito a la pelota con la cabeza de su padrastro, sonriendo con una alegría y un brillo espeluznantemente macabro en sus ojitos pardos. Fue trasladado a cuidados infantiles, donde se constató con una revisación médica los espantosos vejámenes que había sufrido la pobre criatura. En cuanto a Nicolás, que no opuso ninguna resistencia a las autoridades, lo llevaron mansamente hacia el neuropsiquiátrico de donde huyó, sin entender cómo había conseguido información, el arsenal de elementos cortantes que tenía, y el macabro traje, que, empapado de sangre, hacía que el rojo tuviera un tinte surrealista. Él no develó su secreto, pero manifestó sentirse sumamente satisfecho con su accionar. Tendré mucho trabajo despidiendo tanta gente asesinada, que deberé reconstruir como rompecabezas de carne, si hay que velarlos a cajón abierto… Mi amigo, el comisario Contreras, me dejó el gorro del disfraz de Santa que usó Nicolás, endurecido con la sangre seca de sus víctimas. Ya está exhibido en mi colección. Si quieren verlo, acérquense a La Morgue. Espero que se hayan portado bien, porque, por lo menos en mi pueblo, Santa castiga muy duramente a la gente malvada… ¡Muy felices fiestas, mis queridos amigos! Edgard, el coleccionista