sábado, 3 de julio de 2021

#findesemanadeletras #sábadoparca EL MOMENTO JUSTO

#findesemanadeletras #sábadoparca El momento justo Salí, como hago habitualmente cuando tengo insomnio, a patear las calles del barrio. A la madrugada, es un mundo diferente. Hay unos pocos charcos de luz, de los faroles que vaya a saber por qué no destruyeron los pibes que los usan de tiro al blanco, bajo la impávida mirada de adultos que los ignoran, con la sapiencia de la infinita crueldad que pueden atesorar chicos tan jovencitos. Tuve la maldita idea de sacar cuentas sobre la plata que debo. Las matemáticas no fallan: no tengo forma de pagar. Yo lo sabía, pero la confirmación, gritando desde la tinta sobre el papel blanco del cuaderno, me impidió conciliar el sueño, ese paraíso cada vez más esquivo. Ya no me hacían efecto las pastillas que antes me rescataban de la realidad. No existen diazepinas o bensodiazepinas que me duerman, sin importar la dosis. Y el alcohol, aparte de enfermarme, me despabila en un estado de imbecilidad ebria que detesto. Absorto en mis malsanos pensamientos, estaba por cruzar la calle sin mirar. De no ser por una fuerza brutal que me tomó del cuello de la campera cerrada, y me arrastró fuera de la calle, el auto que pasó como un bólido me hubiera atropellado con seguridad. Con el corazón latiéndome hasta en los oídos, me di vuelta para ver a mi salvador. Me topo con un tipo mal afeitado, demacrado, vestido de negro, con una gorra encasquetada sosteniéndole en orden un pelo larguísimo, negro y plateado. _ ¡Mil gracias! Si no me pegás ese tirón, esta no la contaba… _ Lo que pasa, Alfredo, que este no era tu momento. _ ¿Nos conocemos? No te recuerdo… _ Te va a sonar raro, pero soy tu ángel de la guarda. _ ¡No jodas! ¿Quién sos? El tipo suspiró fastidiado. _ Solo para que me creas, te voy a tirar un dato que nadie más que vos conoce. Cuando tenías doce años, le afanaste a tu vieja guita de la cartera para comprar puchos. Yo le puse a tu papá en la cabeza la idea de comprarle flores ese día, con lo cual se distrajo, y te salvaste de una paliza colosal. Pero el miedo a su mirada furiosa cuando revisó su plata, te llevó a no robar nunca en tu vida. _ ¡Es cierto! ¡Todavía me acuerdo del susto! Pero… ¿con esa pinta sos un ángel? _ No me digas que esperabas un querubín rubio, gordito, con alitas y aureola… Me sonrojé. Realmente esperaba eso. _ Bueno, al menos creía que los ángeles eran facheros. Sin ofender… _ Cuando te toca cuidar a alguien que vive en problemas todo el tiempo, te deteriorás. Todo un suplicio ayudarte, carajo. Apenas salís de una, te metés en otra. Nunca me has dado un respiro de tiempo libre. Tenías que andar siempre en quilombos… _ ¿Y vos me salvaste todas esas veces? _ Así es. En esta oportunidad se me permitió presentarme ante vos. Y, por cierto, no podía permitir que te atropellara el auto. No era tu momento. _ ¡Gracias, viejo! ¿Cómo puedo agradecerte? _ No hay nada que agradecer. Es el laburo que me tocó. Y me gusta hacerlo bien. Caminemos juntos un par de cuadras. _ Por allí está muy oscuro. Y me parece que hay un grupo de tipos…No se ven amigables, precisamente. _ ¿Acaso no estás con tu ángel de la guarda? ¿De qué tenés miedo? _ Es cierto. Vamos. No bien nos acercamos, descubrí la fea jeta con cicatrices del tipo al que le debía un toco de guita por unas apuestas. Se me heló la sangre. Me reconoció al toque. _ ¡Pero miren a quién nos venimos a encontrar, muchachos! ¡Alfredito, tanto esquivar el bulto, y me venís a buscar por la calle a la madrugada! Habrás traído el monto más los intereses, me imagino… _ ¡Ángel, sácame de ésta, por favor! _ ¡Este idiota se hace el loco, hablándole a su amigo invisible, muchachos! ¿Les parece que puedo permitir que se me cague de risa en la cara? _ ¡Nooooooo! - Contestaron los demás malandras a coro, sacando al unísono sus navajas automáticas. Sentí el primer puntazo en las tripas, seguido de múltiples estallidos de dolor espantoso en todo el cuerpo. Miré al ángel, con ojos implorantes. El con una mueca algo sarcástica, se encogió de hombros y me dijo: _ Ahora sí es tu momento, Alfredo. Se dio vuelta. Siguió andando, con un flaco de toga, con una guadaña. Fue lo último que vi antes de desangrarme como un chancho en el matadero.