sábado, 26 de diciembre de 2020

EDGARD, EL COLECCIONISTA- UNA BOLSA DE MONEDAS

EDGARD, EL COLECCIONISTA UNA BOLSA DE MONEDAS Tanto Navidad como año nuevo son fechas con muchos decesos. En el caso en particular que voy a contarles, el fallecido pereció en vísperas del cambio de año, donde quería aprovechar, además, para celebrar su retiro, muy postergado, luego de demasiado tiempo dedicado a una obsesión por el trabajo. Marcos era un hombre de familia, a la que quería brindarle lo mejor que podía, al haber sufrido una infancia de pobreza. Su empeño por progresar lo llevó a esforzarse fuera de su hogar muchas horas. Para hacer crecer el patrimonio económico, se perdió los mejores momentos del crecimiento de sus hijos, y compartir con su esposa conversaciones y vivencias que postergaba: siempre pensaba que llegaría la ocasión oportuna para compensar esas carencias, reemplazadas, a su criterio, por la bonanza económica que les brindaba. Así fue que, por prolongadas reuniones de trabajo, no vivió los primeros pasos y palabras de sus niños, sus actos escolares, eventos deportivos, jugar con ellos, conocer sus gustos y sueños. En cuanto a Dora, su esposa, a la que al igual que a sus chicos, agasajaba con posesiones materiales, que para ella no tenían un valor concreto en su corazón, se sintió siempre sola, criando a sus hijos con un marido ausente, que llegaba agotado, sin ánimo de escuchar los cambios, logros y anécdotas de la familia. Se le quedaban atragantadas de tristeza en el pecho las palabras que Marcos interrumpía comentando su cansancio, y el crecimiento económico que implicaba. Cuando por fin se decidió a terminar su vorágine de trabajo maratónico, se dio cuenta, asombrado, de que sus hijos eran ya hombres, y lo poco que sabía de ellos y sus nietos. En cuanto a Dora, se percató que había dejado pasar la juventud de su esposa, y la propia, sin disfrutar de momentos compartidos, de camaradería, de la tierna frescura que lo enamoró de ella. Se prometió compensar tantas carencias, con el comienzo del nuevo año, y reencontrarse con sus afectos, y recuperar todo el tiempo perdido. Pero antes de la celebración, su corazón falló, y murió con sus proyectos truncados. Cuando Dora vino a hacer los arreglos para su despedida, me comentó, con voz temblorosa: -Señor Edgard: usted dirá que estoy loca, pero le juro que anoche me despertó Marcos, llorando silenciosamente al pie de la cama, señalándose el pecho, como si algo le molestara allí. ´´Fue impactante y triste. No sentí temor, pero si una gran impotencia, porque sé que aún muerto está sufriendo, y no sé cómo ayudarlo. -No creo, Dora que esté loca. Permítame un pequeño lapso de tiempo, y averiguaré cómo podemos solucionar esa aflicción. Al poco de retirarse la viuda, llegó Tristán, mi ayudante, trayendo el cuerpo de Marcos en la ambulancia para prepararlo. No bien lo dispusimos en la camilla, su espectro hizo su aparición. Triste, lágrimas imparables manaban de unos ojos desconsolados, oscuros como dos cuevas sin fondo. Se señalaba el pecho, y lo golpeaba con angustia. Nos miramos con Tristán, esperando que el pobre espíritu pudiera expresar su aflicción. Se abrió la camisa, y luego el tórax, en donde en vez de haber un corazón, se encontraba un saco de tela percudido, que se arrancó con rabia. La bolsa se abrió contra el suelo, derramando monedas oxidadas, retorcidas. Por esa basura, el pecho de Marcos estaba vacío y desolado. -Mi querido amigo: no le dejaremos marcharse con esa tristeza. Yo me encargaré de darle el consuelo que necesita para irse en paz. Le pedí a Tristán que corriera a casa de Dora a pedirle una lista de cosas puntuales que necesitaba, y que le contara mi propósito. Con la atenta mirada compungida del espectro sobre mí, practiqué a su cuerpo una ablación de corazón, muy deteriorado, por cierto. Lo coloqué en un frasco con conservante, y lo ubiqué en la bolsa deslucida con las monedas inservibles acumuladas. Al llegar Tristán, me entregó las cosas que le había solicitado. Fotos familiares, cartitas de los niños, manualidades y artesanías escolares, esquelas amorosas de Dora, pequeños recuerdos de los nietos, pasaron de mis manos al pecho del cuerpo, donde los coloqué reemplazando el desgastado corazón de Marcos, que observaba desde su presencia espectral mis maniobras. Una sola fotografía, la más hermosa, que retrataba a toda la familia, unida y feliz, la reservé para colocarla en la bolsa, que dejé cerrada. Una luz comenzó a esplender en el pecho del fantasma, que se fue cerrando, una vez completado ese vacío con los símbolos del afecto que no pudo compartir en vida, por haber hecho una elección equivocada con su tiempo y energía. Marcos dejó de llorar. Una sonrisa de consuelo y bienestar iluminó su rostro. Con un gesto de despedida, se transformó en un haz de luz, que nos atravesó llenando de energía positiva nuestros espíritus, pasó por la bolsa, renovando su tela raída, y estallando en chispas de colores, se esfumó con mansedumbre. Cumplida la misión de darle paz al pobre hombre, me aboqué a preparar debidamente su despedida, sin asombrarme en absoluto en cómo el rictus crispado de su rostro había sido reemplazado por un semblante sereno y distendido. En este mundo tan materialista, mis amigos, donde adquirir bienes obsesiona a todos, haciéndonos perder valiosísimos momentos con los afectos, la nueva etapa que se inicia es un muy buen momento para plantearnos prioridades a futuro. La bolsa que forma parte de mi colección, donde una foto feliz con la familia sanea monedas inútiles, y un corazón colapsado, me lo va a recordar siempre. Felicidades desde La Morgue. Vivan bien, tomen decisiones adecuadas. Porque todos terminamos acá…

viernes, 18 de diciembre de 2020

EDGARD, EL COLECCIONISTA- LAS CADENAS DE LA CULPA

EDGARD, EL COLECCIONISTA LAS CADENAS DE LA CULPA Jamás me había ocurrido el no disponer de la capacidad operativa como para hacerle frente a mi trabajo de forma prolija. Me comunicaron que se habían procesado en la morgue judicial trece cadáveres, de los que ya disponían los familiares para su despedida. Tenía dos salas habilitadas, y podría acondicionar una tercera, si dividíamos en dos o tres días y doble horario. Los parientes no deseaban los servicios de otras funerarias en pueblos vecinos. ¿Por qué tantos fallecidos? ¿Y todos suicidas? Es una historia muy extraña. Días anteriores, prácticamente todos los habitantes del pueblo recibimos llamadas sin identificar. Eran más o menos así: -¿Estoy hablando con xxxx ? -Si. ¿Con quién tengo el gusto? -Eso no importa. Solo le quiero avisar que sé muy bien lo que ha hecho. Con todo lujo de detalles. Fotos, filmaciones y audios. Si no lo hace público usted mismo, en el plazo de doce horas, me encargaré de que todo el pueblo se entere, y de la peor manera… Yo, como la mayoría de la gente, lo tomó como una broma de mal gusto, o una llamada equivocada, y corté, Se fue de mi memoria hasta el suceso que tengo entre manos. El caso es que no todos restaron importancia al asunto. Diecisiete personas intentaron matarse. Solo cuatro se salvaron. Cuando se les interrogó sobre la razón de una decisión tan terrible, confesaron que se quebraron con la amenaza de la llamada. Un adolescente se desesperó por haberle mentido a sus padres respecto a sus calificaciones del colegio: les había convencido que había terminado sus estudios secundarios, cuando en realidad tenía varias materias pendientes, que impedirían su ingreso universitario. Intentó matarse ingiriendo un fármaco que le provocó una diarrea espantosa, y una alergia horrible. Un caballero, que hacía años usaba de fachada a una amiga, declarada como novia, para ocultar su condición de gay, intentó colgarse, terminando con una torcedura de cuello y varios moretones, además de lámpara y techo destrozados, para descubrir, con aliviada sorpresa que todos sus familiares y amigos conocían su homosexualidad, y no veían absolutamente nada de malo, pero no querían mencionarlo, ya que él mismo no deseaba comentarlo. Una secretaria enamorada de un jefe casado, e indiferente con ella, se tiró delante de un coche en una calle de mucha circulación. Había puesto ´´un amarre´´ en el café del hombre, y moría de vergüenza de que se supiera su estupidez. Ahora estaba de licencia, con la pierna enyesada, y la convicción de que no se puede conseguir amor por la fuerza. Un empleado de farmacia, que hurtaba ansiolíticos a los que era adicto, quiso, arrepentido y desesperado por traicionar la confianza de su empleador, al que apreciaba mucho, matarse con ellos. Le lavaron el estómago, y entre su jefe y familia, le brindaron ayuda para salir de su adicción, devenida por una depresión. Los trece que no se salvaron eran otra clase de historia. Todos dejaron cartas de confesión y disculpas. Gracias a ellas se resolvieron asesinatos. Se descubrió que una partida de remedios oncológicos fue reemplazada por un placebo, que les aplicaban a los pobres enfermos, mientras se vendían por fortunas las drogas que les hubieran salvado del cáncer. Se supo del abuso de varios menores. Por parientes muy cercanos. Incluso, sus propios padres. Fue desbaratada una red de tráfico de órganos: secuestraban gente, generalmente sin techo, jóvenes, que nadie reclamaba ni echaba en falta. Cayó una secta que prostituía muchachas atrayéndolas con promesas de espiritualidad. Y más cosas terribles. Ya puesto en la organización de los velatorios, con Tristán, mi ayudante, el aire empezó a oler extraño. Parecía el de la baquelita quemada, cuando hay un corto eléctrico. Se nos erizó la piel. De inmediato, trece abominables apariciones, hombres y mujeres, marcados, extrañamente con una cruz de ceniza en la frente, todos con gestos de aflicción indescriptible, se nos presentaron, mostrando sus manos, amarradas con cadenas al rojo vivo. Reconozco que estaba muy furioso con todas esas almas impuras, y que estuve a punto de expulsarlas con desdén, si no hubiera visto el gesto compasivo de Tristán. Se me llenaron los ojos de lágrimas. ¿Cómo se acabaría la injusticia en el mundo si nadie toma la iniciativa de perdonar y mejorar? Alzamos, son Tristán, nuestras manos, temblorosas las mías, sobre la congregación de suicidas. Captamos las vibraciones de culpa y arrepentimiento. Algunas, realmente desgarradoras. Comenzamos una oración que resonó en la noche como un extraño instrumento de viento, mientras fluctuaban las luces de la oficina. De pronto, un sonido metálico interrumpió nuestra letanía. Se habían roto las cadenas candentes de los espectros sufrientes, dejando caer un eslabón de cada una de ellas. Las apariciones se llevaron las manos al pecho, en un gesto de alivio resignado, y se fueron esfumando lentamente. No sé si fueron perdonados, con semejantes pecados a cuestas, pero pudieron abandonar el plano terrenal y el sufrimiento de sus horribles culpas. Recogimos los trece eslabones del suelo, rezando por las personas perjudicadas por los suicidas, y luego las ubicamos en un estante especial de mi colección, para que me recuerden no que no debo perder nunca la capacidad de perdonar, ayudar, y no dejarme ganar por la ira. Era el momento de poner manos a la obra con el velatorio más grande que había oficiado jamás. Me acosa una duda que quiero develar cuanto antes: ¿quién realizó las llamadas masivas? ¿Es un emisario del bien o del mal? Lo averiguaré en cuanto pueda. Los saludo, mis amigos, con la reflexión de pedir ayuda cuando algo muy pesado los abrume, o brindarla cuando alguien se encuentre desesperado: los cuatro suicidas que se salvaron de la muerte no hubieran intentado algo tan drástico si hubieran contado con alguien en quien confiar de corazón. Los espero con mis historias en La Morgue.

sábado, 12 de diciembre de 2020

EDGARD, EL COLECCIONISTA- TÓXICOS

EDGARD, EL COLECCIONISTA TÓXICOS -Mil disculpas por molestarlo con mis cosas, señor Edgard. - me dijo Angelina, la joven hija de una pareja fallecida recientemente. -No es ninguna molestia, señorita. Créame que comprendo muy bien los motivos que la traen por aquí. -No puedo evitar preguntarle: ¿Está usted absolutamente seguro que papá estaba muerto cuando lo enterramos? -Totalmente, Angelina. Por el acuerdo estipulado en las especificaciones sobre sus exequias, le practiqué un embalsamado. No voy a entrar en detalles sobre el procedimiento, pero le aseguro que su padre no estaba vivo. Sin ningún lugar a dudas. Angelina asintió, me tendió la mano, muy pálida, y se despidió. -Antes de que se retire, querida, quiero que se quede usted tranquila: ambos descansan ya en paz. Sus ojos cansados se llenaron de lágrimas, y sin agregar palabra alguna, se fue. Hacía una semana había oficiado el velorio de Amado, casado con Maribel. El hombre había fallecido en medio de una acalorada discusión con su mujer. Ambos eran conocidos por sus largas peleas, por los motivos más variopintos y ridículos. Aunque nunca llegaron a la violencia física, los gritos y acusaciones mutuas a cualquier horario del día tenían cansados a los vecinos. Sobre todo, a una anciana señora, que compartía una tapia, y que detestaba el escándalo en todas sus formas. Durante el velorio, doña Eleonora me había contado, a modo de desahogo, que la pareja sostenía reyertas a grito pelado con excusas de celos, malos entendidos, economía hogareña, política, hasta fútbol, inclusive, en forma insufrible. -Pero eso no terminaba allí, señor Edgard. Si eran ruidosos y molestos sus desencuentros, más aún lo eran sus reconciliaciones. Esa gente no sabía hacer nada sin gritar como cerdos en el matadero. Mientras Eleonora me comentaba, escuchaba el llanto desgarrador de Maribel, asistida por Tristán, mi ayudante, para tranquilizarla. No solo a los vecinos alteraba esta conducta del matrimonio. Su propia hija, Angelina, se había marchado del hogar para hacer su vida lejos de sus padres, porque no los toleraba más. El punto que perturbó a la joven, fue que a la noche siguiente del entierro, encontraron a Eleonora muerta en su cama, con una extraña sonrisa de satisfacción en el rostro. La autopsia reveló que fue un deceso natural. Lo que llamó la atención fueron dos cosas: si bien la casa no tenía ningún signo de entrada forzada, se encontraron huellas embarradas de un calzado masculino, desde la entrada hacia el lecho matrimonial. Lo segundo, esto más enigmático aún, fue que la tumba de Amado había sido extrañamente profanada, ya que la rotura del féretro, según el comisario, (y yo le creo absolutamente), fue realizada desde el interior hacia afuera. La tierra estaba removida, y si bien encontraron el cuerpo dentro del maltratado ataúd, este no se hallaba en el estado en que yo lo preparé para su despedida, y en su puño cerrado, tenía la alianza matrimonial de Maribel, y le faltaba su propio anillo nupcial, encontrado en la mano rígida de su esposa. El finado también presentaba un gesto de enigmático placer que no tenía en sus pompas fúnebres. Cuando velamos a Maribel, Eleonora, en forma discreta, pero determinada, me llevó a un aparte para hablar. -Mire, don Edgard. No me queda mucho tiempo en este mundo. Y no me pienso ir de él sin contar lo que escuché, aunque me tomen de vieja loca. ´´La noche que murió Maribel, me despertaron los gritos destemplados de los dos. -¿Los dos? ¿A qué se refiere? -Pues que escuché claramente la voz indignada de Amado, recriminando a su esposa haberlo dejado marchar solo, que siempre había sido así de egoísta, que seguro tenía a otro para reemplazarlo, aprovechando su muerte, y cosas por el estilo. Se me heló la sangre. ´´Maribel no se quedó atrás. Lo acusó de abandono, de infidelidad con alguna difunta, de ingratitud, y otras incoherencias por el estilo. ´´Así estuvieron un rato largo, grita que te grita, discute que te discute, hasta que se arreglaron, y empezaron a chillar, usted me entiende, de otra forma, mientras golpeaba el respaldo de su cama contra la pared de mi cuarto. ´´Obviamente, no pegué un ojo toda la noche de pesadilla, ni siquiera cuando por fin hicieron silencio. ´´¿Piensa usted que estoy loca, Edgard? Le tomé las arrugadas manos frías entre las mías, para confortarla, y le dije que le creía, y que ni bien averiguara más datos, la tendría al tanto. No tuve que esperar mucho para cumplir mi palabra. El comisario Contreras me dio los detalles de la violación de la tumba de Amado, y las huellas que iban desde su supuesto lugar de descanso eterno hasta su casa. La lluvia había transformado en lodazal la tierra del cementerio. Al parecer, Amado no podía descansar en paz sin resolver su complicada relación con Maribel. Ni siquiera su espíritu pudo abandonar el cuerpo muerto hasta lograr una última y acalorada discusión con su esposa, por lo que salió, simplemente de su tumba, y visitó por última vez a su mujer para dejar sus pullas pendientes resueltas. -Le dejo, Edgard, las alianzas intercambiadas de cuerpos. No es lo correcto, pero no son evidencia de ningún crimen, y sé que usted las apreciará, y las usará para rogar por el descanso de esas almas tan belicosas. Así que visité a Eleonora para dejarla tranquila, diciéndole que no solo le creía, sino que corroboraba su historia de cabo a rabo. -¿Piensa usted que esos dos podrán descansar en paz? -Estoy en condiciones de asegurarlo. Los enterraron en tumbas contiguas. Y cerraron su ciclo de disputas y reconciliaciones con amor mal entendido. ´´Ya son libres, Eleonora. Me queda por contar que las alianzas, que forman parte de mi colección, se fundieron formando un símbolo del infinito, muy bello, por cierto. Y si bien nada de esto se lo dije a Angelina, ella pudo quedarse tranquila respecto a sus tóxicos y complicados padres, y su enorme confusión sobre el complejo tema del amor. En el fondo, sé que todos conocemos a alguien capaz de salir de una tumba para continuar una disputa con la excusa de un apego enfermizo disfrazado de afecto. ¿O no? Los saludo, amigos míos, esperándolos en La Morgue, y si quieren, les muestro, de paso, los anillos fundidos, y el resto de mi colección.

viernes, 4 de diciembre de 2020

EDGARD, EL COLECCIONISTA- DEEP WEB

EDGARD, EL COLECCIONISTA DEEP WEB Estaba trabajando en mi escritorio, cuando mi asistente, Tristán, entró para anunciarme una visita, con cara de profundo desagrado. -¿Qué te ocurre, mi amigo? -Hay un caballero que desea hablar con usted. Trae una energía muy extraña, señor Edgard. Y no se retirará solo de aquí. -No comprendo lo que dices. -Lo verá usted mismo, si me permite hacerlo pasar. -Por supuesto. Entró un sujeto finamente vestido, de porte imponente y desenvuelto. Se presentó como René, sin aclarar si era su nombre o apellido. -Estimado caballero: me han hablado muy bien de usted. Maravillas, realmente. ´´Es una lástima el receso económico que estamos sufriendo todos. Y teniendo en cuenta su enorme prestigio, sería una pena que su actividad comercial se viera resentida por estas adversas circunstancias, ajenas a su excelencia y profesionalismo. -Es verdad que no estoy exento a la depresión de divisas que nos acontece. Aun así, me gusta pensar que lo que ofrezco es un servicio, más que una transacción comercial. ´´Pero no me comenta todavía a que debo el honor de su presencia. -Verá, Edgard. Soy un empresario, como usted mismo diría, de servicios, también. Estos son variopintos. Soy una persona que cubre campos desatendidos por el común de las empresas tradicionales. ´´Hoy por hoy, mi acción se desarrolla en internet. ´´Los tiempos han cambiado, Edgard. La gente tiene necesidades y pulsiones nuevas. ´´Lo que socialmente es repudiado, por prejuicios sin sustento, encuentra un lugar en la red profunda, sin hacer daño a nadie. -René: me está poniendo nervioso. ¿Quiere hablarme claro y sin vueltas? -Solo estaba poniendo un contexto. Existe un grupo selecto de personas que tiene un gusto algo particular, que disfruta muy especialmente, y paga muy bien por ese placer. Verá: atesoran ver el proceso de putrefacción de un cadáver, tanto en tiempo real, como adelantando la filmación, tal como se ve la apertura de una flor, con la paciente toma de imágenes, aceleradas técnicamente. ´´Yo tengo la tecnología para colocar dentro de un ataúd cámaras infrarrojas que capten el paso a paso del proceso para ser transmitido a mis clientes en la Deep Web, con excelentes ganancias. ´´Las nuevas costumbres funerarias, donde predominan las cremaciones, y entierros tradicionales con personas inescrupulosas, que después de pactar conmigo la inserción de los elementos que le mencioné en los féretros recurren a chantajes y presiones odiosas, ya que nuestra sociedad retrógrada hace que mi negocio no sea considerado legal, me lleva a proponer este negocio a caballeros prestigiosos como usted, de lugares discretos, en pueblos alejados. -Me ha dejado sin palabras. ¿Quiere violar el descanso de un cadáver para que un grupo de pervertidos se regodee viendo cómo se pudre? ¿Entendí bien? ¿Qué clase de enfermos pueden disfrutar con algo tan retorcido e inmundo? ¡Y usted lo comercializa! -¡Por Dios, señor Edgard! ¡No estamos hablando de pedofilia, ni de prostitución! Es simplemente un disfrute poco convencional, lo admito, pero nadie sale dañado. Y le aseguro que si le menciono las cifras que están en juego, sus parámetros morales se ampliarían bastante. Estamos hablando de un negocio millonario. -René: la gente me confía a sus seres queridos para brindarles su último descanso y homenaje de despedida, no para transformarlos en un espectáculo retorcido y abominable para enfermos mentales en internet. ´´No estoy pasando un buen momento económico. Es muy cierto. Pero ´´mis parámetros morales´´ no son negociables. ´´Me veo obligado a rogarle que se retire, por favor. Y que no se acerque a los empresarios fúnebres de los pueblos cercanos, porque me encargaré personalmente de que le cierren la puerta en la cara. ´´Lo que me propuso me asqueó totalmente. Una mueca de desprecio le atravesó la aristocrática cara. -Lamento su falta de miras y estrechez mental. Como excepción, por si lo reconsidera, le dejo en mi tarjeta. Consúltelo con la almohada, y se dará cuenta de que se pierde una excelente fuente de ingresos por algo que no perjudica a nadie. Me dejó su tarjeta en mi escritorio, y dedicándome una última mirada altiva, dio media vuelta hacia la salida. En cuanto hizo este movimiento, el aire vibró con una energía que me erizó la piel. Un innumerable cortejo de espectros, en un terrible estado de putrefacción infecta, lo siguieron de cerca. Me miraron llevándose dedos descarnados sobre las bocas reventadas de pústulas descompuestas, indicándome que callara lo que estaba viendo. No los defraudé. Uno de ellos señaló la tarjeta, que se carbonizó, quedando transformada en un pedazo de metal oxidado: la pequeña chapa de una lápida, con un epitafio terrible para René. Posteriormente la guardé para mi colección. Escuché la voz entrecortada de impresión de Tristán despidiendo al arrogante René, ignorante del cortejo que lo acompañaba para cobrarse la ofensa que él creía inexistente. Cuando estuviera solo en su cuarto, sus ´´parámetros morales´´ cambiarían drásticamente. No soy muy amigo de la tecnología. Ignoro como ingresar a la Deep Web. Pero si de algo estoy seguro, es que en sus profundas y tétricas aguas, habrá un empresario menos navegando. Y muchos sujetos carecerán de su espectáculo de cuerpos degradándose inmundamente dentro de sus ataúdes. Tengan cuidado, mis amigos, cuando ingresan a internet. Cosas realmente terribles acechan ahí. Los saludo, profundamente, esperando su visita en La Morgue.

jueves, 3 de diciembre de 2020

EDAS, EL MAESTRO

EDAS, EL MAESTRO -Buenas tardes, sabio maestro. ¡Gracias por recibirme! -Hijo mío: mientras pagues la consulta, mis puertas están abiertas para ti. Cuéntame cuál es el motivo de tu visita. -Verá, señor Edas: estoy en una edad en la que me planteo los innumerables errores cometidos en mi vida. He pecado de todas las formas posibles. Ofendí y defraudé a mis seres queridos. Me entrego a cuantos vicios encuentro a mi alcance, confundiendo a aquellos que me idolatran por mis triunfos del pasado Uso mi fama y fortuna para acallar sus quejas y reproches hacia mi nefasta conducta. Temo el repudio a mi memoria cuando ya no esté en este mundo. Eso mortifica mi orgullo. -Mi estimado amigo: estas son tierras donde el culto a la muerte supera absolutamente todo lo que puedas haber hecho mal en tu devenir terrenal. Cuando ya no estés aquí en espíritu, quedará tu cadáver. La gente se colmará de gozo con el placer de llorar en tu funeral. Aun los que te critican ahora, derramarán desgarradoras lágrimas sobre tu cuerpo frío. Y si tu muerte, por lo que me cuentas, no permite mostrar restos presentables, y deben despedirte a cajón cerrado, el morbo logrará que algunos arriesguen su pellejo para conseguir una foto de tu cerúleo rostro, antes de que se lo coman los gusanos, con mediáticas repercusiones a tu favor. Elaborará miles de teorías sobre tu deceso. Recopilarán imágenes conmovedoras de tus momentos de gloria, para venerarte, así hayas fallecido en medio de una orgía depravada. Se sonreirán alabando lo pícaro que eras, lo gracioso, ocurrente. Lo bien que disfrutabas de la vida, mientras pasan un pañuelo por sus ojos. Olvidarán los hijos que no quisiste reconocer y despreciaste abominablemente. Ellos mismos ensalzarán tu recuerdo mientras solicitan la exhumación para conseguir el ADN que les permita su parte de herencia, mientras todos, conmovidos, aplaudirán nuevamente tu paso por la tierra, como un gran benefactor. La gente delirará extasiada, pensando en tu cadáver, en la putrefacción que lo degrada, dándole dotes de santidad a tu existencia. Los gases que revienten las pústulas enmohecidas serán la aureola de luz eterna que te rodeará. Porque no estarán a la vista de nadie, pero sí en el inconsciente necrófilo de este pueblo maravilloso. Fíjate: mueren como moscas, diariamente, médicos, enfermeros, científicos, personas que consagraron su vida al bien del prójimo. ¿Crees que alguien les rendirá los honores que tendrás tú, que brindaste unos efímeros momentos de alegría al populacho? Pues no. Ellos son anónimos. No importa lo que hayan estudiado, ni las horas que sacrificaron en pos de la humanidad. Solo vale la sensación de triunfo y poder que supiste transmitir sabiamente, para lavar sus frustraciones, limitaciones, errores. Todos necesitan un héroe débil, que incurra en todos los pecados, que manche los principios más sagrados, para sentirse identificados con sus victorias. Anhelan saber que pueden endiosar seres con defectos similares a los propios, pero con la posibilidad de taparlos con algún éxito que emocione sus vulgares corazones amarillistas. Así que, amigo mío, no temas por tu prestigio más allá de la muerte. Recuerda que se multiplicará hasta el infinito, y que estarás en las oraciones de los que confunden talento con gloria celestial, por la mediocridad gris que los rodea. No dejes de disfrutar tus vicios y caprichos, ni de ofender gratuitamente a quien se deje. Los mismos a quienes escupas, loarán el barro inmundo donde te revuelques. Goza, y prepárate para saber que cambiarán el nombre de monumentos y edificios públicos, desplazando al de los próceres fundadores de la patria, por el tuyo. -¡Sabio maestro! Tus palabras me llenan de alivio y satisfacción. ¿Puedo tenerte entre el séquito que me acompaña en mis andanzas? ¿Me brindarías ese honor? -Habla de costos con mi secretaria, y cuenta conmigo. Solo por la admiración que te profeso, será a un precio especial…