sábado, 31 de octubre de 2020

EDGARD, EL COLECCIONISTA- EL DYBBUK

EDGARD, EL COLECCIONISTA EL DYBBUK Nada más triste, queridos amigos, que oficiar el velorio de un niño. Me tocó organizar la despedida de Ángel, hijo de una conocida de mis padres, Adela. Me sorprendió la falta de reacción de la madre durante el velatorio. Se lo atribuí a un estado de shock. Aun así, no se me pasó por alto su mirada temerosa, cada vez que sus ojos se posaban sobre el ataúd del bello pequeño, que parecía un ser celestial en la calma de la muerte. Tristán, mi asistente, se removía incómodo, presa de una extraña inquietud. Algo ocurría, que se me estaba escapando. Cuando concluyó la ceremonia fúnebre, y todos se retiraron, descubrí qué era lo que molestaba a Tristán, y asustaba a Adela. Se materializó una presencia con la imagen del niño. Su energía no era la de un espectro. Era otra entidad. Una realmente maligna. El ser abrió la boca, llena de colmillos afilados como navajas, y expelió una bocanada de inmundo viento fétido, con un aullido horrendo, que nos hizo tambalear, alejándonos del féretro. Enloquecido de furia, intentaba entrar en el cuerpo del niño, que, al carecer de vida, no le servía de portal de intrusión. De puro odio, nos escupió una sustancia verdosa, vomitiva, que nos quemó como ácido al tocarnos. Nos tomamos de las manos, para crear un campo energético que contuviera en un cerco al espantoso y agresivo engendro. Logramos una débil barrera, que no lo limitaría mucho tiempo. El monstruo chocaba con ella, enloquecido de odio, para liberarse. -Debemos ir donde Adela, Tristán, para saber de dónde viene esto. -Vamos, don Edgard. Pero estoy casi seguro que es un demonio. Lo siento en la piel. Y hoy, precisamente, treinta y uno de octubre, es un día portal. Tragué saliva. La fecha se me había pasado por alto. La fuerza del ente se multiplicaría. Adela nos recibió con una cara de profundo terror. No nos anduvimos con vueltas. Le pedí que nos diera información sobre la muerte de su hijo, para poder expulsar al maléfico ser que nos atacaba. -Lo que les voy a contar me puede llevar a la cárcel. Pero a esta altura, será un paraíso, comparado al infierno que pasé. ´´Cuando tuve a Ángel, era un precioso niño normal. Al cumplir los seis meses, algo extraño ocurrió. ´´El bebé no paraba de llorar. Parecía todo el tiempo disgustado. No era hambre, ni dolor, ni sueño. ´´A medida que crecía, su enojo iba en aumento. ´´Sus primeros pasos fueron acompañados de toda clase de maldades. Sus primeras palabras, blasfemias. ´´Yo sentía que no era el niño que había parido. Era como si lo hubieran cambiado por otro. ´´Pensé que eran locuras mías. Pero, en un supuesto accidente, falleció en su cercanía un sobrinito, apenas un bebito. Y yo pude ver su gesto de maligna satisfacción. ´´´Mi familia empezó a dejar de frecuentarme. Nadie me lo decía de frente, pero sabía que era por el niño. ´´Luego ocurrió otra tragedia: apareció mi esposo con el cuello roto, en un nuevo y sospechoso accidente. Vi nuevamente el repulsivo gesto de triunfo en su malévolo rostro. ´´Cada tanto, me llamaban de la escuela para alertarme sobre su comportamiento cruel con sus compañeritos, que le temían muchísimo. ´´No me hacía falta ser muy inteligente para asociar la masacre de mascotas en mi barrio con el accionar de Ángel, que volvía de jugar por las tardes con manchas de sangre en la ropa, y una perversa sonrisa en el rostro. ´´No podía dormir bien por las noches. Apenas conciliaba el sueño vigilando que mi supuesto hijo, que no sentía como tal, no se escapara para hacer daño por ahí, al amparo de la oscuridad. ´´Una madrugada que me venció el agotamiento, me desperté sobresaltada, por una diabólica risita. Ante mis ojos, velado por las penumbras, con un filoso cuchillo en las manos, reía Ángel, con una mueca perversa, sacudiendo el arma ante mis ojos. ´´Entendí que mis días estaban contados, y al azar del capricho de un ser malévolo, que, si yo moría, iría a parar a un orfanato, donde cometería toda clase de atrocidades. ´´Entonces tomé una decisión. Muy desagradable, pero no veía otra opción. Debía matarlo. ´´Solo dormía un par de horas a la noche, sin horario fijo. Me dediqué a vigilarlo furtivamente. Cuando lo hallé entregado al sueño, tomé la almohada, y lo asfixié. ´´No fue natural la fuerza con que se defendió. Parecía un animal salvaje, dotado de una energía sobrenatural. Si no hubiera estado convencida de que se trataba de un ser maligno, no hubiera podido llevar a cabo mi amargo plan. ´´Logré mi cometido después de lo que me pareció una eternidad. ´´ Todo mi entorno pareció aliviado con el deceso del ´´niño´´. Y lo menciono sarcásticamente, señor Edgard, porque esa cosa que maté puede haber tenido el semblante de mi hijo, pero le aseguro que su espíritu no lo era. Algo se apoderó de su cuerpo cuando tenía seis meses. Algo me robó a mi bebé, y sumió mi vida en una pesadilla sin fin. -Señora Adela: temo que debo darle la razón. Creo que estamos ante la presencia de un Dibbuk, un demonio que expulsó el alma de su Ángel, que se halla en la paz del eterno descanso, para valerse de su cuerpo. Es un ente malvado y dañino. Debemos volver urgente, para que no escape, e intente ocupar una nueva víctima. ´´Guardaremos su secreto, Adela. No sienta culpa, ni remordimientos. Su instinto la llevó a hacer lo correcto. Nos marchamos a buscar al sacerdote más anciano del pueblo, el Padre Gabriel, ya retirado. Pese a lo avanzado de la noche, nos atendió inmediatamente. Al escuchar la historia, no indagó nada. Nos pidió que lo esperáramos. En un breve instante, vestido con la ropa consagrada, y un maletín en mano, nos dijo: -Estoy listo, señores. Sabía que Dios me tenía una misión antes de marcharme. Llegamos casi con lo justo. El Dibbuk ya no consideró necesario tomar la apariencia de Ángel, y se mostró con su horrenda cara infernal. Apenas nos vio, con un rugido gutural, se abalanzó sobre nosotros. El Padre Gabriel, crucifijo en mano, y rociando de agua bendita con la otra al demonio, que retrocedió chillando, procedió a leer los textos sagrados. El féretro se sacudió hasta arrojar al piso al cadáver del niño. Fue algo espantoso. Los ornamentos de adorno, las cruces colgadas en las paredes, volaron por los aires. Con Tristán unimos manos y pensamiento en oración para respaldar al Padre Gabriel. El Dibbuk parecía furioso. Reventaron los vidrios de las ventanas. Los trozos atravesaron el aire como cuchillos asesinos. Cuando ya creíamos que no se rendiría, el ser escupió una llamarada de fuego hacia la cruz del sacerdote, que no la soltó, pese al dolor de la quemadura. El crucifijo, de simple madera, transmutó en luminoso cristal. Cuando el rayo de luz emitido tocó al demonio, éste chilló, dolorido, y con movimientos convulsos, fue desapareciendo en un agujero que se abrió en medio de la sala de velatorios. Horrendos gritos salían de ese hoyo tenebroso. Asomaban garras, tentáculos, pedazos de seres inimaginables. Se cerró por fin la nefasta puerta del infierno. Se tambaleó el Padre Gabriel, sus energías agotadas. Lo asistimos de inmediato. -Gracias, amigos. Hemos vencido al mal. Déjeme obsequiarle, Edgard, esta cruz. Es testimonio de la fuerza de la fe. De la luz doblegando la oscuridad. Hoy la cruz de cristal ilumina con sus rayos benignos mi querida colección. Este, amigos, es mi testimonio de un día portal, 31 de octubre, donde es permeable la barrera delgada que nos separa de las dimensiones más oscuras. Los espero, mis queridos amigos, para contarles más historias. Que pasen una excelente noche de brujas, y un muy buen Día de los muertos…

sábado, 24 de octubre de 2020

EDGARD, EL COLECCIONISTA- HAMBRE DE CARNE

EDGARD, EL COLECCIONISTA HAMBRE DE CARNE Hace un tiempo, amigos, descubrimos con Tristán que esporádicamente alguien nos robaba. Y no hablo de hurtos comunes. No podía establecer un patrón de las profanaciones (porque de eso se trataba). En algún momento entre la llegada de los cuerpos en la ambulancia, y a veces, después de prepararlos para su despedida, alguien o ´´algo´´, mutilaba los cadáveres, llevándose un pedazo de sus carnes. Me sentí realmente mal. Siempre había cumplido con un trabajo impecable. No me agradaba para nada presentar a los difuntos mutilados para su despedida final. Lo veía como una estafa para ellos, y para los seres queridos, que ignoraban los hechos. Consideramos, en un momento, llamar al comisario Contreras, ya que el evento no dejaba la impronta de un hecho sobrenatural. Ni Tristán ni yo detectamos fuerzas oscuras en medio, pero algo me decía que lo debíamos solucionar nosotros. -Don Edgard: creo que tenemos que vigilar constantemente a los difuntos que ingresen. Nos podemos turnar. Si deja a Cerbero moverse en esta zona de su propiedad, nos va a ayudar a encontrar a quién mutila los cuerpos. -Así lo haremos, Tristán. No puede volver a ocurrir. Cuando nos anoticiaron de la llegada de un cuerpo, montamos nuestro operativo. Decidimos hacer la vigilancia los dos juntos. No era muy práctico, pero además de indignación, nos mataba la curiosidad por saber quién cortaba sendos trozos de los muslos, espaldas, glúteos y pecho de los difuntos. El otro enigma era para qué cometía esas atrocidades. Lamenté no haber tenido la idea de Tristán, dejando antes a mi astuto mastín. Él no pasaba nunca sin mi permiso al área de trabajo, porque incomodaba a la gente en los velatorios mendigando caricias. Mientras aguardábamos escondidos mirando la camilla donde nos esperaba el cuerpo que debía maquillar para la mañana, Cerbero, también oculto, olisqueaba el aire, imbuido de su tarea de guardián. No llegaron a pasar dos horas, cuando sentimos un sonido de la claraboya, bien alta. El perro estaba alerta. Se nos acercó sin ladrar, indicándonos la presencia de un intruso. Era bastante improbable que ingresara por la claraboya antigua, dado lo estrecho de su diámetro. Para nuestra absoluta sorpresa, vimos cómo Cerbero comenzó a menear muy feliz la cola. Por el ventanuco asomó, como una serpiente, una soga, y seguidamente, una flaquísima figura humana se deslizaba por el pequeño ingreso, contorsionándose diestramente para amoldarse al escaso espacio. Esperamos a que descendiera, y prendimos la luz. Vimos la asustada figura de una adolescente delgadísima, que soltó un agudo grito al descubrirnos. Cerbero se acercó amistosamente a ella, quién lo abrazó, buscando protección. -¡No me hagan daño, por favor! -Cálmate. Dinos quién eres y qué buscas aquí. -¿No me denunciarán? -¿Qué tal si te acercas, te sientas, y nos cuentas qué estás haciendo? No creo que seas una mala persona, niña. Cerbero no se mostraría tan complaciente, si lo fueras. Reticencias mediante, se acercó al sillón que le señalé, sin despegarse de mi perrazo. La muchacha, casi esquelética de tan flaca, apretó contra su pecho la mochila que cargaba, y se sentó. -Prométanme, por favor, que no voy a ir presa… -Cuéntanos primero. ¿Te das cuenta del peligro al que te expones al entrar así en propiedad privada? Si tomas a alguien por sorpresa, y armado, no dudaría en dispararte. -Lo sé. - dijo con los ojos llenos de lágrimas. - les contaré todo. ´´Soy proteccionista de los animales. ´´Desde pequeña que cuido de ellos. Hace ya bastante que no consumo ningún alimento que provenga de su origen. Soy vegana. ´´Para mi total angustia, mi médico me indicó que, debido a mi bajo peso, debía empezar a consumir proteínas de origen animal, porque estoy en estado de desnutrición, y los complementos dietéticos convencionales no funcionan en mí. ´´Hui de casa cuando mis padres quisieron obligarme a comer carne. ´´Estoy viviendo en una casona abandonada cerca de aquí. Me siento mal por mis papás. ´´Les mandé mensajes diciendo que si me obligaban a volver, me mataría. Ellos están muy angustiados, esperando mi regreso. ´´Al vivir así, se aceleró mi descenso de peso. Y empecé a sufrir un hambre demencial. ´´Hambre de carne. Pero no podía ir contra mis principios. ´´Entonces se me ocurrió que podía tomar la carne de los muertos. Ellos ya no la necesitaban, y nadie sufría con su consumo. ´´Me empecé a colar a su funeraria, y a cortar pedazos. Me los llevaba a donde vivo, los asaba, y me los comía. No siento que haya hecho algo malo. No creo que las personas fallecidas me reprochen lo que hice. Me los comí con mucho respeto. Casi se me escapa la risa. Era todo demasiado grotesco. Las connotaciones morales de los delirios de nuestra proteccionista caníbal escapaban a un análisis racional. Tristán tenía la boca abierta, confundido, asqueado y conmovido a la vez. -Niña, concuerdo en que los difuntos no están disgustados. No te reprocharán nada. Pero no puedes seguir profanando cadáveres para comértelos. -¿Por qué? -Porque…no estamos en una época que se acepte por ley cenarse al prójimo. -¡Pero se vive torturando a los animales! ¡Es injusto! ¡Y a los muertitos no los perjudica en nada! En ese punto de la conversación, la mandíbula de Tristán parecía a punto de querer desprenderse de su cara, y rodar lejos ella. El berrinche de la niña me provocaba ganas de soltar una carcajada, y, a la vez, una profunda tristeza. -Lo que dices, muchacha, aunque suene muy loco, tiene su lógica. ¿Cómo te llamas? -Leonora. -Querida Leonora: no te denunciaremos. Pero entiende que debemos llamar a tus padres para que te asistan. Es por demás visible que no estás bien de salud. Necesitas asistencia psicológica, además. ´´Creo que puedo asesorar a tus papás para que retomes una dieta completa sin necesidad de comerte a nuestros difuntos, y sin vulnerar tus principios veganos. Conozco médicos muy actualizados a respecto. -¡No quiero que mis padres se enteren de lo que hice, señor! ¡No lo entenderían nunca! Usted, aunque está tentado, creo que me comprende. Lo que no sé, es donde le ve la gracia… -Tienes razón, Leonora. No es gracioso. Pero me hiciste analizar uno de los grandes tabúes de la humanidad de una manera muy abrupta. Y si no ponemos sentido del humor, pasamos a la tragedia demasiado rápido. ´´Haremos un trato: yo contacto a tus papis sin contarles de tu ´´nueva dieta´´, les doy la información de los profesionales que podrán ayudarte, y tú me prometes que te portarás bien, y dejarás de comerte a la gente. En ese punto, Tristán pidió permiso, y se retiró rengueando, muy pálido. Ni frente a los más monstruosos espectros lo había visto descomponerse así. -¿Estamos de acuerdo, Leonora? -Bueno, señor. -Me llamo Edgard. Dime, ¿Qué llevas en la mochila? -Bolsas plásticas, para recolectar la carne, y un cuchillito. El ´´cuchillito´´ era una tremenda y filosa daga, muy bonita, antigua, de plata. -Era de mi abuelo, Edgard. Se lo regalo. Por ser tan bueno conmigo. Sonreí al recibir el arma con que había mutilado a los muertos de mi funeraria. Pasaría a formar parte de mi colección. -Escúchame, Leonora: cuando te sientas afligida, puedes contactarte conmigo, si tus padres te dan permiso. Sabes que no te juzgaré. Pero no uses ese creativo cerebro con ideas tan…revolucionarias. Puedes lastimar los sentimientos de la gente, así como a ti te lastiman quienes dañan a los animales. Gracias por tu obsequio. -De nada, Edgard. Su perro es muy bonito. -Dame el número de tus papás. Esa historia de locos terminó bastante en paz. Es cierto que ningún alma perdió el descanso por la extrema dieta de Leonora, pero desechemos sus ideas nutricionales. Les pregunto, con todo respeto, a los amigos veganos: ¿Han tenido alguna vez hambre de carne? Los saludo esperándolos en La Morgue, como siempre, para contarles mis historias.

miércoles, 14 de octubre de 2020

EDGARD, EL COLECCIONISTA- RANCHO DE ADOBE

RANCHO DE ADOBE Me tocó asistir a una terrible tragedia. Se incendiaron bosques nativos cercanos a mi pueblo, con el horrible desenlace de personas calcinadas que vivían entre la naturaleza. Necesitaban gente que no se impresionara, y transportara los cuerpos en ambulancia. Me puse a disposición junto a mi asistente, Tristán. Hablando con los valientes bomberos, quedó más que evidente lo que todo el mundo sospechaba: fue un acto intencional. Había mucho interés por esas bellas tierras, que no se podían construir, protegidas por la ley de bosques. Ahora, los emprendedores inmobiliarios, no habiéndose todavía enfriado la ígnea desgracia que devoró flora y fauna, mutiló animales, y se llevó vidas humanas, cerraban sus fructíferos negocios. Recogimos y transportamos los cadáveres. A los pocos días, desaparecieron misteriosamente los trece empresarios artífices de la masacre ecológica. Aquí tengo que hacer un paréntesis. Una bifurcación de mi historia. Conocí en las tierras arrasadas a una mujer. Muy especial. No solo tenía una belleza impresionante, sino que también tenía el don. Cuando se cruzaron nuestras miradas, comenzamos a vibrar en la misma frecuencia. Aurora clavó sus oscuros ojos en los verdes míos, y no hubo mucho que decir. Vivía cerca de donde ocurrió el incendio. Allí comencé a viajar con toda la frecuencia que mis obligaciones me lo permitían. En mi última visita me dijo: -¡Mi querido Edgard! Quiero compartir contigo un lugar. Necesito tu opinión. La acompañé sin dudarlo a un paraje ignoto, bien alto. Era un mirador natural desde donde se observaba la magnificencia del paisaje, ahora enlutado de cenizas. En el punto más alejado, cobijado por árboles que no fueron alcanzados por el fuego, llegamos a un primitivo ranchito de adobe. No bien entramos, percibí trece presencias. Oscuras resonancias se desprendían de las humildes paredes, que olían a herrumbre, y a algo más siniestro. -¿Qué ocurrió aquí, Aurora? -¿Lo sientes? -Sí. Pero deseo que me lo cuentes. -Sabes bien lo que pasó con los incendios. Fueron provocados por unos desalmados para hacer negocios. Yo lidero un grupo de personas que protegen a la tierra. -El culto de la Pacha Mama. -Así es. ´´Solo les faltaba este mirador que escapó de las llamas. Que, dicho sea de paso, si es por propiedad, me pertenece legalmente. ´´Estos perversos se sintieron muy felices cuando el anónimo dueño del lugar los contactó con la intención de vender. La única condición fue que vinieran personalmente. ´´No les pareció mal. Aprovecharían para ver todo su nuevo patrimonio. ´´Cuando llegaron al lugar acordado, me encontraron a mí, sentada en el piso, esperándolos, con un maletín delante de mí. ´´Si bien les disgustó ensuciar sus ropas elegantes para sentarse sobre el suelo a mi alrededor, se regodearon de encontrar a una mujer. ´´Consideraron que me manipularían, y se aprovecharían de mi debilidad. ´´Se les borró la sonrisa cuando fui sacando del portafolios grandes fotografías de los cadáveres calcinados de personas y animales. -¿Qué significa esto, señorita? Vinimos a hacer negocios. ¿Acaso pretende extorsionarnos? ´´Solo los miré con odio. No merecían siquiera mis palabras de desprecio más oscuras. ´´Levanté el brazo, y chasqueé los dedos. De la misma nada aparecieron las personas de mi culto, y para la total sorpresa e indignación de los empresarios, los apresaron y maniataron sin prestar atención a sus bravatas. ´´Ignoraron sus gritos, y amarrados de los pies, los colgaron en los árboles, disponiendo bajo cada uno sendas tinajas. ´´A una indicación mía, sacaron sus cuchillos y los degollaron, cuidando muy bien de recolectar la copiosa sangre. ´´La agonía de los tipos fue tremenda. No lograron entender qué les había ocurrido. ´´Cuando murieron, recogimos las tinajas. ´´Nos sirvió para hidratar la reseca tierra arcillosa, y preparan ladrillos de adobe, los que conforman las paredes de este rancho. ´´Hicimos un ritual de sanación para la tierra, rogando su pronta recuperación, y pidiendo perdón por el agravio perpetrado. ´´Para completar el rito, bajamos los cuerpos, y se los ofrendamos como alimento a los pocos animales carnívoros que consiguieron salir con vida del incendio de los bosques. ´´Y acá estamos, Edgard. En un lugar embrujado por trece espectros de asesinos. ´´No puedo avanzar contigo con este secreto en el medio. ´´Sé que tú liberas a las almas. Quizá quieras hacerlo con las que quedaron atrapadas penando en este lugar, entre los muros fabricados con su propia sangre. ´´Está en ti decidir. ´´Te voy a dejar solo, para que pienses qué hacer. Aurora se retiró. Contemplé a los trece fantasmas. Eran espantosas visiones de cuerpos mutilados por filosos dientes, con las heridas de los cuellos cercenados abiertas como segundas bocas infernales. Me concentré todo lo que pude. Solo capté un aura de maldad abyecta. Sufrían, pero no se arrepentían de nada. Se me cruzaron por la mente las imágenes de los inocentes que perecieron, la visión de los animales mutilados, cegados por el fuego, los majestuosos árboles que hoy eran cenizas. Por primera vez desistí de ayudar a un alma para encontrar la paz celestial. No la merecían, mientras no se arrepintieran del daño ocasionado. Si hubo un segundo de duda en mi decisión, me la despejó el odio feroz y egoísta que irradiaban los trece espíritus malignos. Salí del rancho de adobe. Aurora me esperaba, nunca tan bella, contrastando su figura contra el cielo del atardecer. -Vámonos, mi querida. Ciertas almas deben expiar sus pecados antes de alcanzar el descanso, y merecerlo. -Si no me contestabas eso, Edgard, no volvías a verme. Nos abrazamos. Ella sacó de su cartera un pequeño ladrillo de arcilla y sangre. -Tómalo- me dijo- para tu colección. Su sonrisa iluminó la tarde muriendo. Retomamos el camino de regreso hacia su casa. Ahora me pregunto: ¿hice lo correcto? Quizá ustedes tengan la respuesta. Los espero, mis amigos, para escuchar todas las historias de mi colección.

sábado, 10 de octubre de 2020

EDGARD, EL COLECCIONISTA- LA FAMILIA

EDGARD, EL COLECCIONISTA. LA FAMILIA Hola, mis queridos amigos. Les voy a contar un suceso que me impactó bastante. Tristán, mi ayudante, me contó que estaba preocupado. -Señor Edgard: vienen a mí almas en pena, con una aflicción que no descifro. Sufren. Es más que seguro que acudan a usted. -Estaré prevenido, mi buen Tristán. Ese día vino a visitarme el comisario Contreras. Me refirió un caso particular que lo tenía muy intrigado. -Vine a comentarle, Edgard, porque sé que puede orientarme. Estoy investigando en el cementerio. Alguien está robando cadáveres de sus tumbas. -¿Escuché bien? -Lamentablemente, sí. Se llevan los cuerpos, y dejan en los ataúdes cruces de madera pintadas de negro. -Interesante, Contreras. ¿Y si le digo que podría intuir por dónde viene el problema? No es que sepa bien de qué se trata, pero una pista, puede haber. -Por eso vine aquí, Edgard. Confío en sus…corazonadas. Quedé en llamarlo apenas tuviera novedades. Y no se hicieron esperar. Como dijo Tristán, se me apersonaron las apariciones de varios adultos y niños, con gestos suplicantes. Llamé a mi asistente, y me dirigí a los espectros: -Guíennos, por favor. En una macabra procesión, salieron a la oscuridad de la noche, alumbrando el camino con sus luces fatuas. Nos adentramos en el campo. Pude vislumbrar que por donde pasaban los fantasmas, el pasto se secaba de inmediato. Vibraban a una frecuencia de profunda negatividad. Llegamos a un ranchito precario. Lo conocía. Era la morada de Etelvina. Tragamos saliva. Toqué la puerta. Nos atendió, con su cara de bebé viejísimo, los grandes ojos azules abiertos desmesuradamente, como deslumbrados por un asombro constante. Una nívea cascada de cabello le caía bajando por su magro trasero, como la capa de una virgen en desgracia. Vestida con harapos negros, con un rosario como cinturón y adorno, nos sonrió cordial, la boca desdentada, de labios amoratados. -¡Hola! ¡Buenas noches! ¿A qué debo el honor de esta visita? -¿Podemos pasar, Etelvina? -¿Los conozco? -Sí. Posiblemente a mí, y no lo recuerde. -Mil disculpas por mi mala memoria, Adelante. La sala de estar, sumamente humilde, estaba pulcramente ordenada. Los espectros tenían un aspecto tristísimo y disgustado. No era para menos: los cadáveres que los albergaron estaban dispuestos en distintas poses en el hogar de Etelvina. -¿Les ofrezco algo de tomar? ¡Ay, que soy maleducada! ¿Cómo se llaman? Así les presento a mi familia… -Él es Tristán. Soy Edgard. -Mucho gusto. Él es mi esposo- dijo, señalando el cuerpo de un otrora hombre fornido. Pese a mi excelente trabajo de embalsamado, los ojos se habían descompuesto, y un tufo pútrido flotaba por sobre el aroma de los múltiples ramos de jazmines que adornaban la morada. -Ellos son mis padres, y allá están mis suegros. En aquel rincón verán a mis niños jugando. Son muy traviesos. El zumbido de los moscardones era la cortina musical del espantoso espectáculo. Parecía una pesadilla infernal: los cadáveres semi descompuestos posando macabramente, y la inocente sonrisa de Etelvina, los ojos luminosos de felicidad por tener a quién presentar a su ´´familia´´. -Ella es mi mejor amiga. –concluyó, abrazando los restos de una mujer de edad media, con el cráneo destrozado. Etelvina le había sacado el tocado de flores con que disimulé el accidente que le costó la vida. -Es un gusto. Lamento que nos tengamos que ir. -¿Tan pronto? ¡Apenas llegan! -Lo siento. Nos veremos pronto. Salimos de allí con el pecho oprimido. Fuimos donde el comisario, a contarle las novedades. -Vaya. Es muy triste, además de horroroso. Etelvina siempre estuvo sola. Creció en un orfanato. Vivió con el dolor de no pertenecer a una familia. Cuando formó la propia, una desgracia se la llevó. Fue la única sobreviviente de un vuelco en automóvil. Después de eso, su cabeza no funcionó nunca muy bien. Pero jamás hubiera imaginado que llegaría al punto de hacer lo que me relata. Es increíble que una ancianita tan frágil haya podido cavar las fosas y llevarse los cuerpos tan lejos, sin que nadie la viera. -Lo único que la vida no le robó a Etelvina, fue su voluntad de tener a quien amar. -Mandaré a mi gente para que maneje esto en forma discreta. No quiero un circo alrededor. Y trataré de llevar a la pobre donde puedan cuidarla, y no se sienta sola. -Se los agradecemos, Contreras. -Yo estoy eternamente agradecido con ustedes. No podría haberlo resuelto solo. ¿Puedo ayudarles en algo? -Le pediría, de ser factible, las cruces que encontró en los ataúdes. -Por supuesto. Nos retiramos, seguidos por el séquito de almas en pena. Cuando llegamos, fuimos presentando, una a una, las cruces a cada espectro, que se eclipsaba, tornando de blanco radiante la ennegrecida madera. Más adelante visitamos a Etelvina en el hospital psiquiátrico. No pareció reconocernos. Estaba sentada junto a una ventana, mirando a la nada, hablando con un rayo de sol, sonriendo plácidamente. Solo cuando le dejé una cruz blanca en el regazo, su mano apretó la mía, y su mirada azul se fijó en mis ojos con una profundidad estremecedora. -Salude, por favor, a los míos. A usted lo escuchan. -Claro que sí. Pero yo sé que a usted también. Un destello cruzó su mirada. Luego se volvió vacua, y continuó flotando en el vacío. El resto de las cruces esplendentes forman parte de mi colección. Pienso, después de esto, que todos damos por sentado, como algo natural y que nos pertenece por derecho, el afecto de nuestros seres queridos. Y no es así. Creo que debemos valorar eso por sobre todas las cosas. Los saludo esperándolos en La Morgue, como siempre. Buena vida, feliz muerte…

jueves, 1 de octubre de 2020

EDGARD, EL COLECCIONISTA- LOS CERDOS (Basado en una historia real)

EDGARD, EL COLECCIONISTA LOS CERDOS (Basado en hechos reales) Hola, queridos amigos. Les contaré de un hecho reciente. Me sorprendió mucho la visita de don Hilario, acompañado del comisario Contreras. Ambos tenían cara de no estar pasando un buen momento. El comisario señaló al granjero para que me contara. -Señor Edgard: téngame paciencia. Es muy difícil pedirle el favor que necesitamos. Queremos organizar un velatorio…clandestino. -No le interpreto, Hilario. -Le contaré la historia completa. ´´Como trabajo de sol a sol, no me percaté que varias noches se habían aprovechado de mi profundo sueño para robarme algunas cosas. Cuando me di cuenta, faltaban gallinas, ovejas, bolsas de semillas, herramientas. Hasta decenas de botes de mi producción de miel. ´´La máxima osadía fue el robo de un cerdito. No podía comprender cómo lo sacaron de la pocilga, con su celosa madre cerca. ´´En ese punto, y comprendiendo que no pararía la rapiña de la que estaba siendo víctima, llamé al comisario, quien se ofreció para vigilar la granja, y detener a los criminales. ´´La noche del hecho, nos quedamos escondidos afuera, esperando. ´´Bien entrada la madrugada, vimos una sombra aproximarse, sigilosa, al chiquero. ´´El comisario le dio la voz de alto. En la oscuridad, nos pareció que el tipo, sacaba un arma. Contreras no dudó, y disparó. ´´El ladrón cayó con un grito de dolor, pero se levantó intentando huir, con tanta mala suerte, que trastabilló, y rompió el cerco. Los cerdos, enloquecidos por el olor de la sangre, y quizá reconociendo a quien se había llevado al puerquito, se abalanzaron sobre el infeliz, y comenzaron a devorarlo vivo. ´´Intentamos detenerlos, pero ya no parecían animales, sino demonios del infierno, don Edgard. Incluso Contreras mató a dos de ellos de un tiro. Eso los enardeció más. Los alaridos de agonía del desgraciado aún resuenan en mis oídos. ´´Cuatro cerdos enormes se dieron vuelta, y nos miraron con los perversos ojillos como ascuas, brillando anormalmente en la oscuridad. ´´Nos asustamos. No voy a negarlo. En verdad, fue terror lo que sentimos. Salimos corriendo a buscar refugio, que era lo que parecían querer los puercos: terminar tranquilos su matanza. ´´Durante unos minutos eternos, siguieron perforando mis oídos los gritos escalofriantes. ´´Esperamos hasta el alba para salir. ´´Nos acercamos con mucha precaución al chiquero. ´´Los cerdos volvían a ser mis habituales animales de siempre. ´´Lo único que hallamos del ladrón fueron unas matas de cabello, pedazos de huesos mordisqueados y una dentadura postiza, con los colmillos dorados. ´´Con el comisario, nos horrorizamos: reconocíamos esos dientes. El único en el pueblo que había tenido el mal gusto de usarlos era mi amigo de toda la vida, Alberto, hermano menor de Contreras. ´´No comprendí que hacía mi casi hermano del alma robándome. ´´Muy avergonzado, Contreras me confesó que Alberto siempre me había tenido envidia. Que codiciaba mis humildes logros, mi familia, mis posesiones. ´´Se comparaba conmigo, sintiéndose un perdedor que no había podido lograr nada. Yo nunca me percaté de ello. Con mucho gusto hubiera compartido mis bienes con él. Mis hijos lo trataban de ´´tío´´. ´´Quedamos de acuerdo con el comisario en guardar el secreto. Yo era el único amigo de Alberto. No lo sabía tampoco. Solo nosotros dos lo extrañaríamos. Y no queríamos que lo recordaran como un ladrón. ´´El tema es que, desde esa noche, tanto al comisario como a mí nos agobian terribles pesadillas, y lo más difícil de contar: ambos hemos visto el alma en pena de Alberto, una figura del purgatorio, destrozado a dentelladas, con la mirada implorante. ´´Creemos, don Edgard, que si le damos una despedida cristiana, descansará al fin en paz. Ya conseguimos un cura discreto para el entierro. Falta arreglar el velorio. Sé que usted no es amigo de lo ilegal. Pero, en vista de las circunstancias, no nos queda otra salida que rogárselo. -Los entiendo, amigos. Cuenten con mi discreción. Díganme cuándo, y lo organizo. ¿Tendrán algún objeto del difunto? Es para colocarlo, simbólicamente, en el féretro. -¡Gracias, señor Edgar! Mi hermano descansará en paz. No debimos ocultar lo sucedido. Lo que trajimos es un poco desagradable. Son sus…restos. El comisario me extendió una bolsa con cabello, pocos huesos y la dentadura estrafalaria. Cuando se retiraron, apareció Alberto. Era una visión horrorosa. Un ser escupido por el mismo infierno. Y sufría. De culpa, remordimientos, y la forma cruel en que había abandonado su existencia terrenal. Apreté contra mi pecho la macabra bolsa. Sentí cómo mis latidos transferían energía positiva al difuso portal ente la vida y la muerte en el que me movía a veces. -Es tiempo, Alberto. Siempre hay lugar para el perdón. Puedes marcharte. Percibe la redención de tu arrepentimiento, y calma tu dolor… El espectro mostró un gesto de asombro. Empezaba a captar la luz, que se lo estaba llevando del calvario de la materia. Relajó sus facciones, y se mostró completo, antes de esfumarse en su viaje hacia el descanso. El pelo, los huesos y la dentadura, cobraron un plateado intenso, que irradia un aura luminosa. Ya forma parte de mi colección. Terminé ese día invitando a tomar un café amargo y bien cargado a Tristán, mi ayudante, para contarle lo acontecido. Y le dije lo que ahora les cito, amigos: la envidia es un veneno. No existe la ´´envidia sana´´. Es un sentimiento horrible, que saca nuestro perfil de cerdos, con perdón de los nobles animalitos. Por cierto. Tanto Hilario, como el comisario, desde ese día, se volvieron vegetarianos. Los espero, como siempre, en La Morgue con mi colección de historias.