sábado, 26 de marzo de 2022

EDGARD, EL COLECCIONISTA- LA AHORCADA

Josefina se hospedó en la casa de su tía Mabel, en un descanso después de rendir varias materias de su carrera. Disfrutó la hospitalidad, paseó por el pueblo y visitó algunas amigas. A la noche, un roce helado en la cara la despertó, sobresaltándola. Se fijó si estaba bien cerrada la ventana, aunque no parecía haber viento en el exterior, ni frío. Al encender la luz de noche, vio algo tirado en el piso, junto a su cama. Con los ojos turbios de sueño, examinó lo que era: pétalos marchitos de rosas, que hacían un camino desde el pie de la cama. Confusa, se levantó a seguir el extraño rastro, que continuaba por el pasillo hasta dar a la sala principal de la casa. Un grito de horror despertó a la tía. Cuando Josefina prendió la lámpara, vio colgada de ella a una jovencita, con la cara amoratada, los ojos salidos hacia afuera, al igual que la colgante lengua. Para mayor espanto, el cuello estaba en una posición antinatural, sobresaliendo una vértebra por la piel verde azulada, de venas marcadas como los ríos de un mapa siniestro. Mabel acudió asustada junto a Josefina, que estaba paralizada señalando la lámpara, pero con un gesto de confusión, ya que, al venir su tía, la imagen había desaparecido. Mabel llevó a su temblorosa sobrina a la cocina, le puso una manta encima, y le sirvió un té, pidiendo que le contara lo que había ocurrido. Así lo hizo la joven. La mujer no mostró extrañeza ni incredulidad. --Lo siento mucho, querida. Creí que solo era una leyenda de familia. En esta casa se suicidó una jovencita, prima de tu abuela. Ella estaba perdidamente enamorada de un joven que, si bien en principio pareció mostrar cierto interés en ella, pero sin comprometerse abiertamente, la olvidó al conocer a tu abuela. Ella hizo lo posible e imposible para retener la atención del muchacho. Algunos dicen que, según los cánones de la época, la chica se “deshonró” para retener al amor imposible, pero, aun así, él optó por contraer nupcias con su Clara, tu abuelita. Amanda, la joven despechada, dispuso una soga en la lámpara de la sala, y tomando un ramo de rosas marchitas, regaladas por el joven, cuando no había comenzado su noviazgo, se colgó, subiéndose a una escalera que pateó, quedando suspendida. Los que la descubrieron llegaron a la conclusión de que debió sufrir una muerte horrible. Primero se sofocó, y al sacudir su cuerpo, se quebró el cuello, pero no fue rápido: tuvo una agonía lenta y horrible. Al ser tú la descendiente de Clara y Santos, parece que el alma sufriente de Amanda decidió manifestarse… --¡Qué historia tan terrible! ¿Sería posible que esa pobre chica pudiera descansar en paz? Tal como la vi, pareciera que su tragedia se repite cada tanto, al margen de quién capte la espantosa imagen… --Los padres quedaron desbastados. Hicieron dar misas por ella mientras vivieron. Toda la familia se conmocionó. Al parecer, las misas solo reconfortaron a los vivos… No sé si te agradará, pero conozco a un hombre que puede ayudar aquí. Por lo visto, tu atrajiste a la aparición, al portar la sangre de tus abuelos, por lo que deberás estar presente… --Lo que sea. No podré volver a dormir en paz si esto no desaparece. Así que nos llegamos con Tristán, mi querido asistente, a la casa de Mabel, amiga de años. Josefina nos observó con asombro. --Ustedes son de la funeraria, ¿verdad? --Así es. Pero ahora venimos a ayudar a Amanda. Necesito que estés presente con nosotros, dándonos la mano, haciendo una ronda justo debajo de la lámpara… La chica hizo lo que le pedía sin objetar nada. Cerramos los ojos y nos concentramos. El aire se volvió gélido. Al mirar nuevamente, una lluvia de pétalos marchitos venía desde arriba, donde el horrendo espectro de la ahorcada de debatía en una agonía sin fin. Soltando nuestras manos, Tristán y yo las impusimos a la aparición. --Amanda: esta joven que ves aquí es descendiente de Santos. No está para recordarte tu tragedia: solo quiere que dejes de sufrir. Trata de captar la energía de amor que te estamos enviando. Queremos que perdones a quiénes te hirieron, y que te perdones a ti misma. Ya es tiempo, Amanda. Has padecido demasiado. La joven dejó de sacudirse espasmódicamente. La cuerda se cortó, y cayó al piso, más Amanda quedó flotando en el aire, ya sin su aspecto martirizado. Su rostro, aunque triste, se veía tal como debió ser antes de decidir matarse: bello y lánguido. Los pétalos marchitos se levantaron del piso, y en un luminoso movimiento, se transformaron en un ramo fresco, sostenido entre sus manos espectrales. Lágrimas prístinas como pequeños cristales resbalaron de sus ojos, y aunque la tristeza no abandonó su semblante, ascendió suavemente hasta difuminarse en chispas de luz. Mabel y Josefina también estaban llorando. --Ya es libre. Terminó su sufrimiento. --Es un pecado el suicidio, ¿cierto? --Es un pecado renunciar a la vida y no ser feliz. O vivir sin tratar de serlo. No me agrada la palabra “pecado”. Todo el mundo puede equivocarse. El punto es que, si en tu error involucras a la muerte, no hay vuelta atrás… --¿Ahora está en paz? --Lo está. Puedes quedarte tranquila… Tomamos un café y conversamos un rato. Vimos que Josefina estaba muy seria y pensativa. Había descubierto una realidad perturbadora en la fina barrera entre los vivos y los muertos. Antes de irme, me llevé la soga. Conserva el nudo corredizo que asfixió y quebró el cuello de Amanda, y cambia asombrosamente de colores, como anunciando que no todo es blanco o negro: hay muchas opciones en el medio. Está en los estantes de mi colección, como un recordatorio de que el suicidio nada soluciona. La paz en el alma hay que ganársela en vida. Pueden venir a verla llegándose a La Morgue. Siempre son bienvenidos. Buen fin de semana.

sábado, 19 de marzo de 2022

EDGARD, EL COLECCIONISTA- DESAPARECIDAS

EDGARD, EL COLECCIONISTA DESAPARECIDAS El señor Víctor llegó de la ciudad, comprando una vieja casa de campo, con un buen terreno. Luego de su divorcio, decidió cambiar de ambiente y actividad. Estaba harto del estrés urbano, y creyó que era un buen momento para empezar de cero. Tenía dinero, y deseaba descansar comenzando una vida apacible, en contacto con la naturaleza. Una vez que la casa fue acondicionada y amoblada a su gusto, recorrió las tierras adyacentes, haciendo planes de sembrar un hermoso jardín alrededor de la vivienda, y quizá incursionar en una huerta orgánica: sobraba espacio, y la idea lo entusiasmaba. No bien Víctor se alejó unos metros, lo sorprendió la rápida caída de la temperatura. No sopesó la posibilidad de buscar un abrigo: solo haría una rápida caminata, y volvería para tomar una copa. El suelo donde pisaba comenzó a vibrar de una manera extraña. Tragando saliva, se preguntó si justo tendría la mala suerte de que un movimiento sísmico transcurriera allí en ese momento. Se quedó parado, ya a casi cien metros de su hogar. Observó, con ojos desmesurados, que el pasto se chamuscaba, y la tierra se cuarteaba aceleradamente. De una de las rajaduras, saltaron unos terrones. Víctor, con el corazón acelerado, vio cómo unos dedos asomaban, moviendo más trozos de tierra reseca. Eso rompió su inmovilidad, y corrió aterrado hacia su casa, en lo que le pareció una carrera interminable. Ya dentro de ella, analizó lo que había visto. Dando por hecho de que era imposible que hubiera acontecido lo que creyó percibir, lo atribuyó a su estrés, a la carga emocional de su divorcio y las tensiones de los negocios que había dejado atrás. Se dijo que era una mala jugada de su mente y sentidos. Puso música para relajarse, y se sirvió la copa de vino que se había prometido antes de su caminata. Para entonces, ya había anochecido. Se recostó en un cómodo sillón de cuero, saboreando la bebida, y disfrutando los temas de su lista favorita. Un sonido de estática lo sobresaltó. La canción de rock lento se distorsionó, y mezcló con unos gemidos lastimeros, espantosos. Dejó caer al suelo la copa, que se estrelló, manchando las paredes blancas de color rojizo. Apagó el equipo. Pensó en llamar a alguien. Estaba muy tenso. Pensó con tristeza que la única persona que deseaba escuchar era a su ex esposa, que quizás no le tomaría la llamada. Con creciente angustia en el pecho, se acercó a las ventanas: había escuchado un sonido semejante al de uñas rasgando los cristales. Como había dotado de muy buena iluminación todo el predio de su propiedad, con los ojos desorbitados, pudo ver siluetas que surgían de la tierra, se levantaban temblorosas, y caminaban lenta y torpemente en dirección a su casa. “No es posible. Estoy imaginando todo esto”, pensó aterrorizado. Cuando se dio vuelta, alejándose de las ventanas, una horda de espectros de mujeres, todas mutiladas, en horrible estado de descomposición, estiraban los brazos hacia él, como suplicando ayuda. Los rostros eran una mezcla inimaginable de sufrimiento, tristeza y angustia brutales. El amanecer lo encontró en el piso. Al parecer, se había desmayado con la horrenda visión fantasmal. Se había golpeado la cabeza, y tenía varias cortadas, al haber caído sobre los cristales rotos de su copa. Decidió buscar un médico: una de las heridas era bastante profunda. Se subió a su coche, y, quizás por el aturdimiento del golpe en la cabeza, no daba con la dirección del hospital. El GPS lo hacía girar en círculos. Se detuvo en la puerta de mi funeraria, donde estábamos con Tristán y Aurora decidiendo dar una mano de pintura al establecimiento. No bien vimos al hombre tambaleante y lleno de heridas que se aproximaba, corrimos a auxiliarlo. Alcanzamos a frenar su caída: se estaba desmayando nuevamente. Lo acomodamos en un cuarto. Aurora lo curó lo mejor posible hasta que llegara ayuda médica, que solicitó prestamente Tristán. Cuando acudió una ambulancia, le di mi tarjeta al hombre, para que pudiera recordar donde había dejado su coche. Le prometí ponerlo a resguardo. Pocos días después, Víctor acudió a vernos para agradecer nuestra intervención: había tenido una contusión craneal. Ahora se sentía mejor. Lo invitamos a tomar un café con nosotros. Estaba muy pálido, y se le notaba una profunda preocupación. No bien tomó unos sorbos, nos contó lo que le había ocurrido en su nueva casa, y que sentía que se estaba volviendo loco. —Tranquilo, Víctor. Puede hablar sin miedos con nosotros. Yo diría que el destino lo guio hasta aquí… —La verdad es que tengo miedo de regresar a la casa. Estos días me tuvieron internado, para hacerme pruebas. Yo rogaba que me retuvieran más tiempo, pero me dieron el alta, y ahora, realmente no sé qué hacer. —Pues en este momento, como habrá visto en el exterior, hay pintores renovando la fachada, y disponemos de la tarde. ¿Le podemos acompañar a su hogar? —¡Dios! ¡Sería un gran alivio! Partimos hacia su morada, él en su auto y nosotros en el mío. No bien traspusimos el área de su finca, los tres sentimos una energía nefasta. Víctor no estaba loco: había algo extraño, maléfico en su casa… Al bajar de los autos, y entrar en la vivienda, vimos cómo Víctor había palidecido y temblaba levemente. —Me siento mal… Algo me está quitando el aire… —Cálmese, por favor. Nosotros también lo captamos. Mientras se desmoronó en su sillón, Tristán, Aurora y yo nos unimos en una ronda con los puños elevados, buscando la manifestación de las presencias que percibíamos. En pocos segundos vimos los horrendos espectros que habían asustado a Víctor, el cual, visualizándolos otra vez, gemía de terror. Impusimos las manos sobre los espíritus, y supimos las espantosas historias de esas pobres mujeres. Todas, y cada una de ellas, había sido secuestrada en pueblos vecinos, en distintas fechas y lugares. Hubo, en su momento, redadas de búsqueda, marchas, pero jamás dieron con sus paraderos. Blas,el perverso que las raptó, violó, torturó y asesinó, las enterró en el amplio terreno de la finca, la cual vendió para mudarse lejos, y recomenzar sus horrendas actividades en otro lugar. Cuando estaba a punto de secuestrar a otra mujer, ellas se le aparecieron para impedirlo, y el tipo tuvo un ataque al corazón. Si bien salvaron a una víctima, ellas tuvieron que soportar al espíritu maligno de Blas, que seguía mortificándolas en el plano sombrío donde penaban su dolor, en una tortura que perpetuaba lo que habían padecido en vida con él. Nos concentramos en Blas, llamándolo. Apareció con la imagen de un monstruoso cerdo antropomorfo, con babeantes colmillos filosos, ojillos rojos, como ascuas, y garras similares a finos cuchillos. Los espectros de las pobres mujeres se retorcían de dolor. Víctor parecía estar en un trance de terror absoluto. —¡Monstruo despiadado! ¡Arrepiéntete de tu perfidia, y deja en paz a estas mujeres, que buscan la paz del descanso! El ente nos arrojó un zarpazo candente, que esquivamos a duras penas. Nos concentramos, y dirigimos nuestra fuerza para destruirlo. —¡No mereces la redención! ¡Arde en el inframundo, blasfemia inmunda! De nuestras manos salieron rayos de luz que lo alcanzaron, calcinando su asquerosa presencia espectral. Se retorció de dolor mientras se quemaba, y un remolino de humo negro se llevaba sus cenizas hacia un lugar de absoluta oscuridad y miseria moral. Antes de desaparecer, dejó caer sus colmillos carniceros. Los espíritus de las pobres víctimas se relajaron. Ya no se veían con la horrorosa imagen de la putrefacción y la tortura que habían sufrido. Eran ellas, tal como habían sido en vida. —Nos encargaremos de que sus familias sepan que han sido halladas. Pueden marcharse en paz… Las almas hicieron una ronda, rodeándonos, incluyendo a Víctor, transmitiendo un cálido sentimiento de gratitud y bienestar. Luego se esfumaron en un haz de luz, dejando cintas de colores que flotaron unos segundos antes de caer. En cada cinta estaba el nombre de cada una de ellas: se habían marchado en paz. Acudimos con Víctor a la policía. Mi amigo, el comisario Contreras se comprometió en exhumar los cuerpos de las tierras del hombre, y comunicar a los seres queridos el macabro hallazgo. Víctor consideró que viajaría nuevamente a la ciudad, por lo menos hasta que concluyera el accionar forense. Tenía la idea de intentar reconciliarse con su ex. Nos dijo que la experiencia le había hecho reconsiderar las prioridades de su vida, sobre todo, los afectos, así que nos despidió muy agradecido, esperando regresar acompañado. En los estantes de mi colección se hallan las cintas de colores con los nombres de las víctimas, para recordarlas por siempre. También están los macabros colmillos del siniestro Blas, en un frasco muy bien cerrado. Cada tanto vibran, o despiden una asquerosa baba verduzca. Me gustaría decir que esta es una historia más. Pero no lo es: todos los días veo anuncios en las redes con fotos de mujeres desaparecidas. Están un tiempo, y luego dejan de difundirse, para ser reemplazadas por nuevas víctimas. Es algo horrible, y no puedo ni quiero acostumbrarme… Los saludo desde La Morgue, invitándolos a visitarme y conocer mi colección completa.

sábado, 12 de marzo de 2022

EDGARD, EL COLECCIONISTA- HAY QUE CONVENCER AL MUERTO...

Doña Felicia, empleada doméstica por tres generaciones de una familia del pueblo, a quién mis padres y abuelos también conocieron con afecto, vino a verme pidiendo ayuda. —¿Cómo está, niño Edgard? Vengo a pedirle que me ayude con un asunto muy delicado… —¡Felicia! Estoy muy crecido para que me digas “niño”, pero sabes que estoy a tu disposición. —Pues yo te he cargado cuando eras un crío de teta… ¿Sabe lo que le ocurrió al niño Enrique? Asentí. Enrique, de veinte años, había sido apuñalado para despojarlo de su teléfono móvil, y abandonado, con el cuchillo clavado en el abdomen. Cuando llegó la primera ambulancia, el pobre muchacho ya había fallecido desangrado. —¡Una desgracia, niño Edgard! Pero eso no fue lo peor. Los padres Felipe son ateos. Criaron al chico con la convicción de que al morir se acaba todo. Y él creció con terror a la muerte… El asunto es que el cuerpo de mi niño todavía está en la morgue judicial, atrasando su despedida y entierro, como Dios manda. La madre, Doña Juliana no me cree lo que le digo. Yo la entiendo: también la crie a ella. De grande se le pusieron esas ideas blasfemas de no creer en el Santísimo. Sé que con el dolor que carga, no escuchará a nadie, ¡alguien tiene que asistir a mi niño! Felicia rompió a llorar. Le pasé un pañuelo, y la insté a continuar su relato. —Anoche, mientras yo rezaba por su alma inmortal, se me apareció mi Enriquito, niño Edgard. Se me estrujó el corazón. ¡No sabe que está muerto! Tiene clavado en la panza el cuchillo del desgraciado que lo mató. Intenta pedir que lo salven, ignorando su fallecimiento, y no entiende por qué nadie lo ve ni lo escucha. Yo traté de calmar su dolor, pero no se convence, el pobrecito… Si usted lo viera, niño, todo ensangrentado, aterrado e indefenso, tan solo… La pobre mujer sollozaba amargamente. —Por favor, Felicia, me va a hacer llorar a mí. Vamos a solucionar todo. Se lo prometo. De momento, vamos a tener que esperar a que nos llegue el cuerpo. Tengo un informe de que esta misma tarde nos lo enviarán. Vaya a descansar, Felicia. Le espera una noche larga con el velatorio. No juzgue a los padres por su falta de fe. Cada uno elige el camino por el cual transitar la existencia, y no todos son atinados… Tal como esperaba, llegó la ambulancia con el cuerpo de Enrique. No bien estuvo dentro de mi establecimiento, y mi querido asistente Tristán se aprontó a ayudarme, se materializó el espectro, sufriente, como lo había descripto Felicia: no podía estar más confundido, triste y asustado, intentando, infructuosamente, comunicarse, y sacarse el arma de la herida que no paraba de manar profusamente sangre fantasmal. Imponiendo las manos hacia él, intentamos transmitirle la realidad del plano en que se encontraba, y darle nuestro apoyo, y el amor de todos sus seres queridos. Tratamos de que visualizara a Felicia, orando por él, y buscando ayuda para su estado, y a sus padres desgarrados por la pérdida. Y, sobre todo, intentamos convencerlo de que la existencia no concluye con la vida terrenal. El joven abrió como platos sus ojos torturados de dolor. Comenzaba a captar los conceptos que le transmitíamos con nuestra energía, con un gran esfuerzo por su reticencia. De pronto, su gesto se distendió. El cuchillo se desprendió, cayendo con un sonido musical: se había transformado en cristal, brillando en el piso. La horrible herida del abdomen se cerró, y el semblante del joven se distendió. Una tímida sonrisa se instaló en su rostro espectral. Sacó de su bolsillo un objeto, que me entregó, y yo tomé sin mirarlo. Con un saludo pacífico, nos despidió afectuosamente, con la beatitud de alguien a quien se le ha sacado un peso titánico de encima, y se elevó mansamente en un haz de luz hasta desaparecer. Abrí el puño para ver lo que me había dado, y se lo enseñé a Tristán: era un collar de oro, con una cruz. No teníamos duda de que era un regalo que alguna vez recibió de Felicia, y que su última voluntad era que volviera a ella, confirmando que por fin había encontrado la paz. Así se lo conté a la mujer, en un aparte, mientras le aseguraba que el alma de Enrique se hallaba en el plano indicado. Ella, con lágrimas en los ojos, puso entre las frías manos de su “niño” el collarcito de oro, para despedirlo con todo su amor. —¡Gracias, niño Edgard! ¡Yo sabía que usted solucionaría este problema! ¿Sabe? Cuando yo cargo en brazos a un bebé, puedo ver un halo alrededor. Algunos son más o menos brillantes. El suyo era resplandeciente, como un sol… Abracé a la mujer, emocionado, intentando calcular su edad, y la cantidad de criaturas que pasaron por sus amorosas manos, pero no podía entretenerme demasiado: tenía un velorio que oficiar. El cuchillo de cristal se encuentra en mi colección, refractando la luz que ingresa en una forma hipnotizante, dándonos la pauta de todas las facetas que puede tener la realidad… Los espero en La Morgue. No hago distingos entre ateos y creyentes. Son siempre bienvenidos: de todos modos, llegamos y partimos, sea cual fuere nuestro pensamiento, de la misma manera…

sábado, 5 de marzo de 2022

EDGARD, EL COLECCIONISTA- LA TRAMPA

En un barrio de bajos recursos en mi pueblo, un ladrón se empeñaba en robar a la gente humilde sus pocas pertenencias. Luego de que Néstor, el delincuente en cuestión, consideró que ya no era seguro realizar arrebatos, (despojaba a las mujeres de sus bolsos o carteras, tapando su rostro, y huía con la agilidad de un atleta, esfumándose como un fantasma), prosiguió con entradas a los hogares que quedaban desprotegidos, por la ausencia de sus habitantes en horarios laborales, o en viajes que surgían. Nadie sabía cómo averiguaba el maleante la información que le proporcionaba la vía libre, o cómo neutralizaba alarmas, cámaras y vulneraba las cerraduras y candados más seguros del mercado. Hasta conseguía pasar la brava vigilancia de perros irascibles con un rotundo éxito, dejándolos dormidos, drogados, sin hacerles daño. Néstor observaba furtivamente las viviendas, camuflado con disfraces con los que pasaba desapercibido, y realizaba una ficha de cada casa, con fotos, esquemas y datos. Eran tan buenos y detallados, que lleva a pensar por qué no usaba su pericia en alguna actividad legal y productiva. La policía no conseguía apresarlo, por lo que los vecinos estaban indignados. En poco tiempo, armaron una comisión que se juntaba por las noches, clandestinamente, ya que sus intenciones no eran muy benévolas. Decidieron darle a Ernesto una lección ejemplar. Le tendieron una trampa. Un hombre que vivía solo, Agustín, recibió en pleno día, a la vista de todos, una compra de electrodomésticos importante. Se encargó de hacer en público una llamada, solicitando a un vecino que echara una miradita de cuando en cuando a su casa, ya que se había enfermado su madre, y debía marcharse. Nadie en el pueblo tenía dinero como para semejante envío: lo que recibió Agustín fueron cajas vacías de un flete, escenografía fraguada como anzuelo. Néstor, por supuesto, lo mordió. Por la forma de la casa, la manera más rápida y segura de acceder a la misma era trepar al techo, lo cual era sumamente fácil, por una medianera con una guía metálica para una bella enredadera florida. A la madrugada del supuesto viaje de Agustín, el ladrón se llegó con una furgoneta negra, con las luces apagadas, silenciosa y preparada para cargar el botín. Él mismo también vestía de negro, confundiéndose con la oscuridad nocturna. Confiado y tranquilo, luego de neutralizar una alarma bastante primitiva, y desviar las miras de las cámaras, trepó por la guía metálica hasta el techo a dos aguas, moviéndose con la agilidad de un gato. Lo que nunca imaginó es que el punto donde debía pisar para bajar hacia el patio interno estaba engrasado con una sustancia resbalosa que lo hizo perder pie, y caer en el medio del patio. Tampoco esperaba la filosa lanza que lo atravesó en su caída, quedando empalado por ella. Trastornado de pánico y dolor, gritó como un poseso. Se encendieron, entonces, las luces, y se vio sometido al escrutinio de los vecinos agraviados. --¡Miren! ¡Es el hijo de Norita! ¡Se debe estar revolviendo en su tumba! --Tan joven, y tan descarriado. ¡Lamentable! --¡Ayúdenme, por favor! ¡Se los suplico! --No te lo mereces. ¿Cómo pudiste despojarnos de nuestras pocas pertenencias, sabiendo que somos todos humildes trabajadores, tal como era tu pobre madre? ¿Por qué no nos pediste apoyo en su momento? No te hubiéramos dado la espalda… --¡Les suplico perdón! ¡Me duele la espalda! ¡No puedo moverme! --Caíste sobre una lanza que preparamos para ti. Nos cansamos de sentirnos violados e ignorados. Nos robaste y humillaste. Te reíste de nosotros. De ser por mí, esperaré a que te mueras desangrado, lleve el tiempo que lleve. --Yo propongo echarle a mis perros, los que él drogó hace unas semanas, así se lo comen vivo… --Pienso que deberíamos prenderlo fuego, cuidando de no incendiar la casa. --¿Y si lo cortamos en pedacitos, uno por cada objeto que nos robó? Néstor, absolutamente horrorizado por las crueles opciones propuestas por los vecinos, e ignorando que eran pautadas de ante mano para darle una lección, y que Agustín ya estaba por llamar a una ambulancia y a la policía, se desesperó de terror e impotencia. Su joven cuerpo no toleró tanto miedo, y luego de convulsionar violentamente, falleció, no antes de gritar: “¡Perdón, mamá!”. Nada pudieron hacer los médicos cuando llegaron a la truculenta escena. Hubo una pelea entre los vecinos y la policía, donde los primeros le reprochaban a las fuerzas del orden su impericia, que había provocado el uso de la justicia por mano propia, ignorando que el experto ladrón tenía solo dieciocho años, y que era un miembro cercano de la comunidad. La policía repudió la crueldad del método utilizado, y se llevó a todos los integrantes del complot. Luego de presentar pruebas y contra pruebas, quedaron libres, con una sentencia en suspenso, y una culpa y dolor en el alma que los acompañaría el resto de sus vidas. Quiénes no habían sido víctimas de las fechorías de Néstor, se ocuparon de elevarlo prácticamente al lugar de un santo mártir, asesinado por un grupo de psicópatas sádicos, dividiendo al pueblo en dos bandos, y multiplicando querellas y discordias. En el propio velatorio del muchacho, solventado por una colecta, tuvimos que manejarnos con muchísimo tacto para calmar los ánimos, ya que los agravios e insultos hubieran ocasionado una reyerta lamentable. Cuando se fueron los belicosos asistentes, el espíritu de Néstor se materializó, atravesado con la lanza que no le hubiera quitado la vida de no haberse aterrorizado por las bravatas supuestamente aleccionadoras. De sus tristes ojos manaban lágrimas negras, y tenía un gesto de anhelante desesperación: quería terminar con su calvario. Con mi querido asistente, Tristán, impusimos nuestras manos, orando y trasmitiendo energía sanadora. En un punto, Néstor dejó de llorar. Su rostro torturado se relajó, y la lanza, en llamas, se carbonizó, quedando solo su punta, que cayó al piso con un sonido similar al del tañido de una campana. Aliviado, se llevó una mano al corazón, y antes de un agradecido saludo, nos señaló el objeto en el suelo. Luego, cada vez más luminoso, estalló en chispas deslumbrantes que se elevaron y esfumaron. Tomé la punta de la lanza, que cobró el aspecto de plata, y vi que tenía un nombre grabado: “Nora”. Creo que Néstor se despidió pidiendo perdón a su madre por el camino torcido que tomó al morir ella, su único sostén y apoyo. De lo ocurrido solo me quedan conclusiones tristes. No voy a romantizar la decisión de delinquir de Néstor, pese a su juventud e inexperiencia: pudo haber elegido otro modo de subsistir, pedido ayuda… Los vecinos, aunque cansados de los robos, no debieron nunca intentar la justicia por mano propia. Los que no sufrieron los hechos delictivos fueron absolutamente imprudentes en victimizar a Néstor de manera tal en que quienes le tendieron la trampa se vieran como monstruos desalmados. La policía debió ocuparse más activamente del tema, pese a su real falta de recursos, y de que el comisario es mi amigo: podían haber evitado una tragedia, conteniendo a la gente, y brindando vigilancia, al menos. Dios me perdone si estoy equivocado, pero cuando demasiados grupos se adjudican la verdad y la razón, el resultado solo es el caos y el sufrimiento. Creo que lo que ocurre a nivel mundo, avala mi visión… Una vez más quedo a su disposición para mostrarles la nueva adquisición de mi colección, la punta de la lanza, y los demás objetos, con sus historias y energías. Los espero en La Morgue, como siempre. De todas maneras, tarde o temprano, llegarán aquí. Es inevitable. Buen fin de semana.