viernes, 13 de marzo de 2020

EVA

-¡Perdóname, mami, por enfadarme así contigo! Es que a veces te pasas… Cuando me dices que soy fruto del pecado, y por eso, una sucia pecadora, me duele el alma… Repites tanto la palabra ¨puta¨ en tu sermón... Te amo más que a nada en este mundo. Cuando me tratas así, se me ensombrece el corazón. No tengo la culpa de lo que te pasó con mi padre. Fuiste muy valiente al tenerme sola, sin apoyo de nadie… Por eso me da tristeza cuando sueltas palabras tan hirientes y ofensivas… No soy una perdida, como dices. Estudio, trabajo, me esfuerzo mucho, para poder brindarte lo mejor. Con mi ropa me siento bonita. También con el maquillaje. Todas las chicas de mi edad van así. Te aseguro que nadie puede decirme prostituta por mi arreglo, como tanto insistes… Sé que quieres protegerme. Los tiempos han cambiado. Te juro que hago lo mejor que puedo para superarme día a día. Quiero que estés orgullosa de mí. Soy consciente de que cuando dices que debiste haberme abortado, habla tu corazón herido por mi padre, que no has querido lastimarme, pero igual duele tanto… Eres todo lo que tengo, y sé que yo también lo soy para ti… No quise golpearte, mamita, me ganó la ira acumulada tanto tiempo por acumular agravios. Debí conservar la calma. Entiendo que no quieras contestarme. Estás fría, mamá. Te puse mantas, pero sigues helada. ¿Te has enfermado? Tienes muy mal color. Como violáceo. Y te empeñas en no moverte de la cama, donde te puse después del golpe. Te agregaré otra colcha. Cuando se pase tu enfado, y vuelvas a hablarme, te llevaré a cenar. ¡Ponte bien pronto, por favor! Oye, voy a tirar un poco de perfume. Huele feo. Como a carne podrida… ¿No lo sientes?