sábado, 27 de marzo de 2021

#sábadodefobia Corbatas

#sábadodefobia Corbatas No soy supersticioso. No creo en cosas paranormales. Simplemente me repelen los muertos. Mis familiares lo saben. Aun así, cuando falleció la tía Rosario, me insistieron hasta el hartazgo que asistiera al velatorio. Me negué terminantemente. La tía me espantaba las pocas veces en que la veía en vida, con su mirada verde acuosa perdida tras los lentes culo de botella, su sonrisa amarillenta, con dientes demasiado grandes, y su peluca almidonada, negro azabache. El temor que percibía en mi mirada le hacía, al parecer, mucha gracia, por lo que se reía con un graznido de cuervo ronco. Siempre me recibía con su sonrisa espeluznante, y un paquetito de regalo: una corbata. Yo miraba, con mis siete añitos, desconcertado totalmente, el regalo inútil, que se repetía año tras año de visita, y mamá me tiraba discretamente el pelo para que agradeciera. Tengo una caja llena de corbatas pasadas de moda en el fondo del armario. Por alguna extraña razón, nunca las tiré. Ese sábado, ya adulto, ningún poder humano o divino me obligaría a ver el cadáver de Rosario, acomodado en el féretro. Pese a estar cómodamente tirado en el sofá, mirando una película, no podía dejar de pensar en el velorio, disgustado. Imaginaba el denso olor de las coronas de flores, las señoras contando anécdotas desteñidas sobre la difunta, y en voz bien baja, sobre el suicidio de su esposo, del que nunca nadie me develó detalles. Veía, sin querer, a mi madre tomando café con mis tías, justificando con alguna excusa tonta mi ausencia, mientras los deudos se acercaban al ataúd, para observar morbosamente la cara pálida, con la boca cosida para impedir el vislumbre de sus horribles dientes amarronados. Sin querer me fui adormeciendo (o eso creo), y me encontré en la sala velatoria, caminando directo hacia el cajón. Pese a mi fobia, no podía obviar mirar a la tía. Para mi horror absoluto, ella abrió los ojos saltones en cuanto me acerqué, y rompiendo los hilos de sutura, consiguió soltar una risotada maligna. Levantando un brazo, me ofreció una corbata con su mano arrugada. Me desperté casi cayendo del sillón, con el corazón acelerado a un ritmo febril, enfermizo. Insultando por lo bajo, me recriminé mi estúpido temor a ver muertos, que no tenía ningún sentido lógico, y que con seguridad, me había provocado la pesadilla. Me fui a la cocina a tomarme un vaso de leche tibia con una pastillita. Otro día pensaría en hacer terapia para vencer mi fobia irracional. Me dormí profundamente. Nuevamente, Rosario se me metió en la cabeza. Yo estaba con ella en su casa. Con un dedo rematado con una uña como una garra pintada de rojo, cruzada sobre sus labios resecos, me indicó que guardara silencio. Tomándome por el hombro, me guio hacia un estudio que no conocía, ya que jamás lo tenía abierto. Al transponer la puerta, vi a un hombre flaco colgado del gancho de una antigua lámpara del techo con un lazo hecho de corbatas fuertemente anudadas. Su rostro estaba casi negro, los ojos desorbitados, y su lengua afuera. Tirado a un costado, con todo desparramado alrededor, estaba el escritorio donde se había subido para matarse. Rosario se reía a carcajadas. Otra vez desperté al borde del ataque cardíaco. Desistí de volver a intentar conciliar el sueño. Con las manos temblorosas, me preparé unos mates, e intenté nuevamente concentrarme en el televisor, aunque se me colaban las horrendas imágenes de mis sueños. Cuando amaneció, decidí que almorzaría con mi madre. Apenas llegué, tuve que explicarle a mi vieja que no estaba enfermo, que solo tenía mala cara por haber dormido mal. Una vez convencida, pasó a contarme todos los chismes del velorio, y me dijo que me tenía una excelente noticia. Antes de cualquier novedad, le pregunté cómo había muerto mi tío, el esposo de Rosario. Con algo de mal disimulado disgusto, mamá me contó que Alfredo se había ahorcado en su oficinita. —¿Usó corbatas para hacerlo? —¿Quién te contó eso? —Dejémoslo ahí. Después comimos, y no volvimos a hablar del tema. Ni siquiera se me mencionó la buena noticia pendiente, de la que me enteraría días más tarde. Un abogado se contactó conmigo para informarme que la tía me había heredado la fábrica de corbatas que le dejó su difunto marido. Yo comencé terapia, y no solo para superar mi fobia hacia los muertos.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario