sábado, 6 de febrero de 2021

#ViernesNarrativo47 -¡Órale!

#ViernesNarrativo47 ¡ÓRALE! Me desperté con la cabeza inflada como un globo de helio, palpitando de dolor. La escasa luz entrante no me daba pistas de donde mierda estaba. Recordaba vagamente la noche anterior. El acérrimo acoso de mi amigote para que fuéramos a un antro que se llamaba Júpiter, Saturno, o algo así. Me dijo que tenía una mina para presentarme, y no paraba de hablar. Creo que lo seguí para que por fin se callara, pero no hubo forma. Dale que dale a la parla. Estaba tan puesto que finalmente su perorata parecía el zurear de una paloma con retraso mental. Una especie de alfombra despelucada hacía las veces de pista, donde se sacudían como electrocutados individuos muy drogados o alcoholizados. Para ponerme a tono con el ambiente, y no sentirme un alienígena caído de un cometa, intimé bien a fondo con una botella de vodka de dudosa calidad. Y hasta ahí recuerdo. Vi que estaba en pelotas dentro de una cama, junto a una persona arropada a mi lado. Me daba apuro, pero debía saber dónde y con quién estaba, así que la destapé. Tuve que reprimir un grito de horror que pugnaba por escaparse de mi boca, y huir por la ventana entre abierta, al ver a mi compañera de lecho, una linda muchachita, degollada con lo que parecía un sacacorchos. Yacía en un charco de sangre, en la depresión del colchón muy gastado. Su mirada vidriosa me congeló las tripas. Me levanté de golpe, acercándome a la tenue luz de la ventana perlada de rocío, observando que en mi cuerpo no había ninguna mancha sangrienta, nada que delatara interacción con la barbaridad de la flaquita. Me vino, como en una bruma difusa el nombre de la chica, empapado en un efluvio de vodka: Carmen. Estaba muy buena. No le presté atención a las incoherencias que decía camino a su apartamento, mientras me acariciaba provocativamente. Me decía, moviendo hábilmente sus dedos en mi piel, que había sido su último ocaso como oveja ignorante de un rebaño perdido. Que tenía el remedio justo para sacarse del cerebro el tapón de basura capitalista que le obstruía la mente como un corcho incrustado a la fuerza. Que lo celebraríamos juntos. De ahí en más, todo en blanco. Vi una bolsita con píldoras tirada de su lado de la cama. Vaya a saber que alucinó para abrirse la garganta con el sacacorchos. Pero si hizo eso, ¿yo la había visto y tapado como si nada? ¿Habría habido alguien más con nosotros? ¿La mataron, se suicidó, o yo la asesiné y me higienicé? Como fuera, era hora de largarme de ahí. Encontré mi ropa y mi billetera. Me vestí como un poseso. Con un nudo en la garganta, y una mezcla de culpa, remordimientos, incertidumbre, asco de mí mismo, me prometí no volver a chupar nunca más en la vida. Tragué saliva, y me escurrí como una sombra, animándome a mí mismo, al grito de: ¡Órale!

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